El poeta y periodista Carlos Aganzo
Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por Manuel Quiroga Clérigo en torno al último libro de Carlos Aganzo, el poeta madrileño-abulense-vallisoletano muy vinculado con Salamanca, donde es miembro del Consejo Asesor de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos y miembro del jurado del prestigioso Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador. También obtuvo el Premio Ciudad de Salamanca de Poesía.
CARLOS AGANZO: “DÓNDE ESTÁN AHORA
AQUELLOS QUE GRITABAN”.
(Arde el tiempo, Editorial Renacimiento, Sevilla 2018)
Como parte de la existencia la poesía suelen ocupar grandes momentos de la vida de las personas. No sólo los poetas atienden a su inspiración, a sus musas, a sus reflexiones en torno a la naturaleza y el entorno más prosaico. Otros seres humanos, sin saberlo casi siempre, hacen poesía de sus actos cotidianos, de sus alegrías y pesar. Seguramente, como dice el, efectivamente, poeta Carlos Aganzo en su libro “Arde el tiempo”, ocurre que “Hay un puente de sueños/que une las hazañas de los hombres/con el sacrificio de los héroes,/y sobre él los brazos que se elevan,/los brazos del que sabe/que no hay victoria si no es para los otros/ni derrota para uno mismo”. Estamos pues en uno de los poemas de dicho volumen, el titulado “Puente de sueños”, dedicado “(Al ciclista José María Jiménez “Chava”)”. Lo demás estaría de más aunque si París bien vale una misa, todo poemario debe requerir nuestra atención. ¿Por qué?. Pues porque en los versos está la vida de todos nosotros, ahí se manifiesta el mundo en toda su extensión, se amplían los sentimientos y se valoran los afectos.
Este sería el cometido de los, buenos, poetas. Hay otros dedicados al innoble oficio de la devastación, como los políticos infames y los seres inhumanos que, poco a poco, nos están rodeando.
Carlos Aganzo y Jorge Fragoso, en la calle Prior de Salamanca (2007, foto de Jacqueline Alencar)
Carlos Aganzo, periodista, tiene también un buen oficio en esas inspiraciones cotidianas o vitalistas capaces de transformar un poco su espacio exterior y de dar salida a sus innegables condicionantes de escritor. “Arde el tiempo”, este libro publicado por la Editorial Renacimiento en su colección “Calle del Aire”, viene a confirmar la trayectoria de su autor como un intrépido indagador de las esencias y presencias de cuanto tiene cerca, certificado por sus viajes, amigos, cavilaciones, incertidumbres.
Nos vamos directamente al poema que creemos central de todo el libro: “(Arden las amapolas que cortamos,/húmedas y lozanas todavía,/en la tarde de abril”, donde el universo se hace patente en el deambular legendario del poeta, pues, continúa: “Arden las mariposas de la noche/que sacuden sus alas/tratando febrilmente de liberarse del polvo de los días”, como si la noche y la claridad de la jornada subsiguiente tuvieran el don de alternar la vida y coleccionar las situaciones capaces de prolongar los momentos fugaces. “Arden los desayunos de París,/el fragor de las voces encendidas,/Víctor Hugo y el barco del Califa/tejiendo olas de plata por el Sena”, ahí está el gran espacio de la felicidad, del clasicismo literario, de los territorios siempre ansiados y los instantes lúdicos por excelente, esos itinerarios de la música callada y de los afectos escondidos.
“Arden noches de amor, los ventanales/abiertos de septiembre;/arden los ecos del Mediterráneo,/tan lejos de la arena./Tantos días robados./Las mañanas sin luna/arden como los hijos de la noche”, ese dulce laxitud del roce preferido, del horizonte azul camino de las dulces presencias, las jornadas abiertas la esperanza, las eternas mañanas ardiendo en empresas de futuros nobles…” Los poemas azules. Arde el tiempo,/el tiempo, el tiempo, el tiempo, el tiempo,/el sutil tintineo de las copas/y el ruido de las sábanas”: hablamos ya de plenitud, del sosiego tras el minuto infinito, del tiempo construyendo nuevos paraísos, ardiendo en aras de la intensa alegría que es la vida.
Jesús Fonseca y Carlos Aganzo, poetas y periodistas
Carlos Aganzo en otros de sus poemarios, como “Ese lado violeta de las cosas”, “Caídos ángeles”, “En la región de Nod”, analiza su propio sosiego, penetra en los rincones de la reflexión íntima y, con ello, va construyendo un universo poético donde s hacen realidad las vivencias, se modifican los pensamientos y se nos permite caminar al lado de sus propios viajes, igual que en ese poema, de corte evangélico como otros de los suyos, titulado “Bienaventurados sean los pobres” y que continúa “pues de ellos es el reino de los pobres./Y bienaventurados los que sufren,/pues otros gozarán su sufrimiento”, el cual nos sitúa en nuestra actual coyuntura donde vemos, hoy mismo, barcos a la deriva con personas repletas de carencias y defraudadores que se benefician de esa pobreza material, de ese capacidad que tenemos para arrojar al más débil a la tiniebla de la soledad y de la ignominia.
A veces no nos damos cuenta qué terreno pisados, qué edificios albergan la inoperancia, Bruselas, Nueva York, la Carrera de San Jerónimo, la Puerta de Sión y quienes quedan al otro lado, en la nada, en los basureros de la tristeza. “Escrito está con fuego en nuestra frente./A imagen del profeta,/así fuimos creados:/carnívoros y ansiosos,/forjadores de imperios,/soñadores con sed de trascendencia…”. Y además tenemos que callar, una palabra nuestra servirá para condenarnos, si ofendemos al profeta, a un profeta, si criticamos al ministros, a un ministro, si afeamos las enormes riquezas del Vaticano. Para eso también sirve la poesía, para eso si debe servir, al menos. Por eso se pregunta Aganzo en el siguiente poema: “¿Qué pecado, qué deuda sobrehumana/estás pagando aún, prófugo errante/que el espacio disputas/a espíritus y bestias y a ti mismo?”.
Carlos Aganzo en la sede de El Norte de Castilla
Vayamos a conocer los campamentos de refugiados de todo el mundo, la terrible soledad de los saharauis de Tinduf confinados en el desierto argelino de la Hamada y asaeteados por un rey medieval y unos hermanos, también pobres como los mismos apartados de su patria de siempre. ¿Qué injusticias estamos conociendo?. Tantas. Y más. De eso hablaba con frecuencia Félix Grande.: “El siglo veinte ¡qué hambre clavó al mundo/en su barriga de las nueve justicias!”. Ay, la justicia, las justicias de los poderosos y las justicias injustas de los que nada tienen. Por eso Aganzo replica: “Era ayer cuando el mundo parecía7de nuevo recién hecho…”. Lo que sucede es que esa novedad es la de la negación, la de incertidumbre, la de la podredumbre. Por lo menos.
“La realidad es un tiempo/que se imagina a sí mismo”, escribió Juan Gelman. Y en ese imaginarse, arde, se consume, encuentra su desarraigo. Por eso es preciso que haya poetas que se rebelen con los inconformismos y hablen de ese fuego que consume las horas, las posibles ocasiones de hallar la felicidad, el merecido goce. Es cuando “Arde el tiempo” y con él nuestras pasiones, deseos, esperanza. Es cuando, escribe el autor de este libro, el ser humano “…en este trance/espera a que llegue la aurora”.
Carlos Aganzo, Alfredo Pérez Alencart, Asunción Escribano y Antonio Colinas (Salamanca, 2015)
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