El poeta, antólogo y gestor cultural Harold Alva, con la portada de LA PRIMERA LÍNEA
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de difundir el prólogo o texto introductorio de la importante antología de poetas iberoamericanos, titulada “LA PRIMERA LÍNEA”, obra a cargo del poeta peruano Harold Alva (El Alto, Talara, Piura, 1978). Escritor, editor y analista político. Dirige el Festival Internacional Primavera Poética (FIP Perú). Es autor de Lima, la épica del desastre (2012), Ciudad desierta (2014) y A tiempo completo (2020), entre otros libros. Ha participado como expositor en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil (Ecuador), Feria Internacional del Libro de Concepción (Chile), Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (Argentina), Feria Internacional del Libro de Lima. Fue editor de la Revista del Foro del Ilustre Colegio de Abogados de Lima (2011, 2012), conductor de los programas de radio y televisión Habla el Pueblo (2016), Abogados de Lima (2017), Contrapoder (2018), Mesa de debate (Best cable) y Diálogo & Debate (UCI Noticias). Actualmente dirige Editorial Summa y Contrapoder, suplemento dominical del Diario Expreso.
Esta antología, de casi 400 páginas, acaba de ser publicada por en Lima por Summa Editores, con el patrocinio del Ministerio de Cultura de Perú.
Alfonso Fernández Mañueco, entonces alcalde de Salamanca y hoy presidente de la Junta de Castilla y León,
entregado a Jacobo Rauskin el diploma de Huésped Distinguido (Jacqueline Alencar)
LA PRIMERA LÍNEA
Salvado por las raíces de una tradición que concibe al poema como una construcción que, lejos de aislarse: comunica; he concentrado mi atención en nuestros clásicos. Así, con Octavio Paz, Vicente Huidobro, Federico García Lorca, Rafael Alberti, César Moro, Oliverio Girondo, León de Greiff, César Dávila Andrade y Ernesto Cardenal, aprendí a caminar como quien se sujeta de sus lecturas para afirmar el hilo conductor que borda y fortalece el mapa escritural de Iberoamérica.
Por eso, ahora, con la perspectiva que me permite la distancia, pienso en el hermetismo de las vanguardias, en ese primer momento necesario para la irrupción iconoclasta, pero soy crítico al encriptamiento de poetas por tentar ―la originalidad‖. Valoro la aprehensión del modo anglosajón, pero soy crítico al exceso de aquel coloquialismo que terminó por difuminar el verso; si lo clásico constituía, para muchos, muestras de arqueología verbal, con el encabalgamiento perdieron el horizonte. Tuvimos entonces décadas de libros que mientras más ―oscuros‖ fueron aplaudidos como―únicos‖, décadas donde los abanderados de la confusión se levantaron cual pontífices para determinar la calidad de lo que se publicaba.
Perdimos tiempo, sin embargo la historia es cíclica y, finalmente, sobrevive la poesía. Los poetas siempre estuvieron allí, lo escribo con la certeza de quien forma parte de una generación que está atenta a lo que pasa (y a lo que se queda).
El 2020 fue un año terrible para el mundo, todos perdimos un familiar o a alguien muy querido. Es febrero de 2021 y la amenaza continúa; sobrevivimos a un muy mal construido apocalipsis al que los poetas aprendimos a enfrentar armándonos con nuestras palabras. Con esas herramientas, y con esos escudos, el confinamiento me permitió repasar lo que se escribe en Iberoamérica sin la tensión por el horario o por lo que marcan las agendas.
El poeta Omar Lara en Granada, Nicaragua(fotografía de Jacqueline Alencar)
LA GÉNESIS
Cuando el gobierno peruano decretó la cuarentena y fuimos obligados a confinarnos, la primera reacción fue terrible. Los blísteres de Losartan y Amlodipino fueron desapareciendo poco a poco y las reservas de Alprazolam actuaron en cadena con las Captopril para atenuar la ansiedad del encierro. Una cosa es ser un solitario y enclaustrarte sabiendo que puedes salir en cualquier momento a sentarte sobre alguna banca del parque de tu cuadra, o ir al malecón a respirar el mar, y otra saber que si sales te captura la policía y, por supuesto, asimilar lo vulnerable que somos frente a un enemigo invisible, fue algo que me tomó días procesar. A mí me salvaron los libros y la necesidad de vivir. Mi departamento es una biblioteca. Tengo libros en todas partes, en mi habitación, en la sala, en la cocina, en el baño, vivo entre libros. La cuarentena empezó el quince de marzo de 2020, a fines de abril había procesado que teníamos para largo y que no sería digno dejarme derrotar en un momento cuando el mundo peleaba por resistir. Veía cómo pasaban los días, la proliferación de recitales en las redes; cómo, de un momento a otro, la gente escribía historias sobre el Covid-19 y enviaban a mis grupos de WhatsApp cadenas enormes sobre cómo derrotar el virus, pero nada me animaba. Dejé pasar un mes luchando, enfrentando al hipertenso, al claustrofóbico, al que no quería saber nada con lo que sucedía en el mundo. Y cuando despertaba: allí estaban los libros. Volví a José Santos Chocano, retorné a Darío, repasé a los clásicos del renacimiento hispánico, me reencontré con Lorca, con Moro, con Artaud. Leí Lecciones sobre los filósofos de la política: de Aristóteles a Hannah Arendt de Hugo Neira, y ya casi recuperado, recibí una invitación para publicar un libro en la biblioteca digital de la Municipalidad de Lima.
Carlos García Carbayo, alcalde de Salamanca, entregando el diploma de Huésped distinguido a Iván Oñate
(foto de acqueline Alencar)
Volver a la creación después de seis años fue aquel fósforo que necesitaba para reactivarme. Así nació Regresiones, en mayo, a casi un mes de recibir la invitación. Regresiones me ayudó a entender muchas cosas: volver a la infancia, a mi padre muerto, al miedo a la oscuridad, al silencio; sirvió como ese golpe de dados que te arroja los dos seis para entender que aún tienes opción en el torneo. Entonces pensé en los años dedicados al FIP Primavera Poética, en sus 52 títulos publicados, en mi relación con los poetas de Iberoamérica, en la necesidad de resistir, pero, sobre todo, en la responsabilidad de izar la bandera de la esperanza; y le propuse, a la Municipalidad de Lima, publicar no diez, no veinte, sino cien libros de poesía, con presentaciones y diálogos con los poetas convocados, cien libros digitales de distribución gratuita. Dos semanas después, tenía lista la colección.
Editar a cien autores de diecisiete países, todos con plena consciencia de lo que estamos sobreviviendo, ha sido el proyecto más ambicioso en lo que va de mi vida.
Juan Cameron, Premio Pilar Fernández Labrador, leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (2015. Foro José Amador Martín)
EL VIRUS, LA POESÍA Y LA POLÍTICA
Aún no nos adaptamos a un mundo con barbijos, sin embargo, tenemos que ser prudentes. El virus existe, es real. En el Perú, lamentablemente, más del 70% de la economía es informal, eso nos ubica entre los países con mayores índices de contagio. Tenemos más de ciento veinte mil muertos. Eso es grave, pero más grave es la incapacidad de quienes tienen la responsabilidad de entregarnos un servicio público de salud que ha colapsado, cuya burocracia tuvo a expertos esperando meses para recibir el apoyo que podría producir pruebas moleculares que nos permitan identificar a los contagiados. Tuvimos un ejecutivo que transó con las clínicas privadas y que, enla más puntual actitud de Pilatos, le echaba la culpa al pueblo por todas las tragedias. Dirijo Contrapoder, un suplemento político del diario Expreso, una publicación que dejó de circular por la cuarentena; los periódicos también se vieron afectados, algunos disminuyeron sus tirajes, otros estuvieron publicando en sus plataformas digitales.
Cuando terminó el confinamiento, volvimos a los kioscos. Esa actividad, la corrección de una antología de poesía peruana del siglo veinte, un estudio sobre poetas finiseculares: De golpe a golpe, escritores nacidos entre el golpe de Velasco Alvarado (3 de octubre de 1968) y el autogolpe de Fujimori (5 de abril de 1992), y esta antología de poesía iberoamericana, me tuvieron concentrado frente a la pantalla.
Pilar Fernández Labrador, Efraín Bartolomé y Guadalupe Belmontes, esposa del poeta (foto de Jacqueline Alencar)
Tenemos la obligación de sobrevivir.
Desde los diez hasta los dieciséis años, por el trabajo de mi padre viví en una localidad en la montaña de Tumbes, región del norte, frontera con Ecuador, donde para sortear el tiempo, propio de un lugar donde no había agua potable ni luz eléctrica, solo un pozo en una quebrada a donde iba todas las mañanas para abastecer dos cilindros y, en la tarde, un motor se encendía para alumbrar las casas hasta las once de la noche; allí aprendí a memorizar poemas, versos que leía en la madrugada al costado de una lámpara o, en el día, en algún lugar lejos de los adolescentes que jugaban fútbol o pastoreaban cerca de sus chacras.
Fue con Darío, Lorca, Neruda, Juan De Dios Peza y José Santos Chocano, con quienes aprendí a mirar el mundo de otra manera, a conocerlo más allá de la lejanía de aquella entrañable localidad. Con ellos entendí que el tiempo es un espejismo: siempre viví al margen del horario, mi ritmo responde a lo que quiero, todo lo que hago es consecuencia de ese estado salvaje que asumí como hábito. Incluso, respetar los nuevos protocolos no responde a algo racional sino al instinto de sobrevivencia.
La poesía me ha dado una visión silvestre de las cosas. La política, sin embargo, es una necesidad para reafirmar el compromiso con la colectividad. La política, en su sentido estricto, como el arte de dirigir para alcanzar el bien común, es un concepto que debemos recuperar, pero no lo vamos a recuperar desde un escritorio, a través de una columna o firmando manifiestos: hay que involucrarnos con acciones concretas. Los cambios, las reivindicaciones, se ejecutan desde el poder; cualquier inquietud que no tenga como objetivo ese espacio real, es onanismo. En mi país, ahora mismo, la crisis es en casi todos los sectores: tenemos un sistema de salud que ha colapsado, lo que era un problema de desaceleración ahora es un desastre, estamos frente a una depresión económica que no sufríamos desde fines de los ochenta, la crisis en la educación ha sido evidente cuando se tuvo que pasar a las plataformas digitales, es increíble cómo en los umbrales de un nuevo milenio hayan localidades con tal precariedad que por la ausencia de electricidad, miles de niños y adolescentes perdieron el año escolar. El desfase de los programas curriculares, los problemas de inseguridad ciudadana y un largo etcétera de dificultades, nos colocan al centro de una situación de incertidumbre que no podemos ser ajenos a la política.
Hemos recibido la responsabilidad de recuperar el futuro, porque el presente, así como está, lo hemos perdido. ¿Cómo recuperas el presente? A este presente hay que combatirlo.
La lucha es por el futuro.
La política nos entrega entendimiento.
La poesía, visión.
Raúl Zurita y Alfredo Pérez Alencart, en la Cumbre Poética Iberoamericana (Salamanca, 2005)
LOS JÓVENES Y LA TRADICIÓN
Los poetas jóvenes deben afirmar su tradición, continuar con este proceso que nos entregó a Rubén Darío, a José Martí, a José Asunción Silva, a Ernesto Noboa, a José Santos Chocano, a Julio Herrera y Reissig, a Leopoldo Lugones, por citar algunos de nuestros modernistas, y los cito a ellos considerando que fue el modernismo el primer movimiento latinoamericano; ellos fueron los pilares que fortalecieron a Guillén, Vallejo, Neruda, Huidobro, Borges, la fuerza de un español que se forjó para resemantizarlo.
Somos herederos de grandes poetas a quienes debemos dignificar con obras que respeten su legado. La poesía, esto lo aprendí de Leopoldo Castilla, el gran poeta argentino, no es una carrera, sino un destino.
Leo con esperanza lo que se está escribiendo. La literatura, no solo en mi país, con poquísimas excepciones, cayó en un discurso donde lo conversacional fue, durante décadas, lo hegemónico. Quienes empezaron a publicar a inicios del dos mil se reconciliaron con una tradición que tuvo en los cincuenta y los sesenta la irrupción de lo mejor que se haya producido en nuestra lengua: son puentes de escrituras con marcada pretensión lingüística.
Ese es el vínculo con quienes nos antecedieron. Ese diálogo con nuestra tradición es lo que vincula a los poetas reunidos en este libro. Aquí no hay parricidas, aquí hay continuidad y ruptura como las caras de una moneda que fortalece su valor con poéticas que giran en torno a esa necesidad de comunicar, conmoviendo.
Desde Gamoneda, el Premio Cervantes, acaso el poeta vivo más importante de la lengua castellana, quien al invitarlo a participar en esta primera línea, eligió enviarme un poema en homenaje a Vallejo, el padre universal de esta América mestiza, el poeta de Santiago de Chuco que, en sus palabras, cuando llegó a España encontró un lenguaje en ruinas a cuyos vestigios le entregó la originalidad telúrica de su dolor y le otorgó otro brillo, otra
construcción que se mantiene de pie porque, como los poetas de esta antología, supo edificar valiéndose del vigor que recuperó de un proceso que ya le había entregado al español los registros de Martí, Darío y los hermanos Machado.
Y esto, a diferencia de España que tuvo en Quevedo y Góngora la primera de sus bifurcaciones, tuvo con Darío no solo el epicentro de un primer movimiento continental que unificó la tradición, sino que la llevó más allá. El modernismo al que leemos como la primera manifestación de ruptura con las formas estéticas aprendidas de la península, que nació con intención independentista en un momento cuando América tenía repúblicas nacientes, cuya voz aún ni siquiera afinaba en un registro adolescente, significó el punto de partida para lograr las cumbres de una estética que terminó por agotar su luminosidad y devenir en una retórica que incentivó la eclosión de las vanguardias. De allí la resemantización del discurso con el Vallejo de Trilce, o con el creacionismo de Vicente Huidobro y ese otro portento que es Altazor o el viaje en paracaídas.
Por eso cuando Alí Calderón (México), en diálogo para el programa Lima Lee, se refirió al siglo veinte como el segundo siglo de oro, basta repasar a Paz, Neruda, Girondo, Adán, Lezama Lima, Borges, Jorge Enrique Adoum, para coincidir con él. Hay pues un nuevo mapa de la literatura panhispánica cuyas preocupaciones afirman lo mejor del español.
Santiago Sylvester leyendo en la Cumbre Poética Iberoamericana (Salamanca, 2005, foto de Jacqueline Alencar)
EL ARTE DE LA RESISTENCIA
Escribir es un acto de resistencia, casi como la respiración; el ritmo al que se refería Olson cuando explicaba cómo encabalgar un texto.
¿Qué une a los poetas de esta antología? Sin duda el espíritu temerario que nunca los alejó de la línea de fuego y la interacción gracias a los desplazamientos que se iniciaron con los festivales y encuentros realizados en las más importantes ciudades de América y de España. El siglo XXI significó pasar de la comunicación epistolar al diálogo en tiempo real gracias a la revolución de las telecomunicaciones, la nuestra es la generación de la velocidad, de la captura del instante para perpetuarlo como quien caza una libélula, pero es también la generación de la resistencia motivada por la preservación de la vida.
El Covid 19 no fue el sueño que nos incentivó para levantarnos en armas u organizar alguna columna guerrillera por la liberación, esta amenaza nos puso frente a nuestros miedos y a la finitud de estar expuestos a la muerte que llegó invisible para apagarnos del modo más cobarde y más perverso. La pandemia hizo que superáramos todo lo ejecutado durante siglos con la pretensión de arrinconarnos en las esquinas de un ring donde el enemigo estaba no solo con sus guantes apuntando a nuestros cuerpos, el enemigo fue la lona y fue también las cuerdas.
Nunca como entonces la humanidad fue confinada con la ceguera de quienes no supieron cómo responder al peligro. Por eso, la primera disposición fue encerrarnos, pasamos de la congestión que hacía temblar al planeta a la inmovilidad casi absoluta que lo transformó en una enorme prisión, la dictadura perfecta para imponer el totalitarismo de alguien que nos dictaba por televisión lo que debíamos ejecutar para mantenernos con vida. Seguro que dentro de algunas décadas, derrotado el virus, con las vacunas y los medicamentos para protegernos, este momento será atendido como la fase cuando en plena era del conocimiento la humanidad no supo qué hacer.
Expandida la caravana del miedo y de la muerte, la poesía desempeñó su mejor rol: resistir.
Juan Carlos Olivas, Premio Pilar Fernández Labrador,, leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca
(foto de José Amador Martín)
En marzo, en Ecuador, el poeta Xavier Oquendo Troncoso tenía todo listo para inaugurar el duodécimo festival Poesía en Paralelo Cero. Fue el primero en cancelar lo presencial para migrar al formato virtual en una acción que marcó lo que sería el 2020. Y como él Federico Díaz-Granados, director de las Líneas de su mano (Colombia), Gabriel Chávez Casazola de En la ciudad de los anillos (Bolivia), acudieron a la virtualidad para, como lo viene haciendo desde el 2013 Alí Calderón y Círculo de poesía, asumirla como una herramienta para el arte de la resistencia. Lo mismo sucedió en Perú con el FIP Primavera Poética. Desde España, Carlos Ernesto García (El Salvador) organizó el ciclo de lecturas Poéticas BCN; desde Chile, Mario Meléndez, editor general de la revista Altazor, coorganizó el I Festival Internacional Vicente Huidobro, Carolina Zamudio (Argentina), realizó el Encuentro Internacional Esteros y el emblemático Festival de Medellín cumplió treinta años de ininterrumpida actividad.
Asistir y ser testigo de cómo aquellos a quienes leíamos desde nuestra juventud participaban en los recitales y se referían al oficio poético como la energía que mueve el mundo; verlos frente a sus pantallas, a toda hora entregándonos las más generosas lecciones de sabiduría y de nobleza, fue el mayor ejemplo para entender que el mundo y sus bibliotecas estaban allí, leyéndose en voz alta para sacudirnos del miedo y la tristeza.
Javier Alvarado leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Entonces se sucedieron las imágenes de Vallejo conducido a la prisión, de Lorca frente a quienes lo fusilaron, de José Asunción Silva acariciando el tambor de la Smith & Wesson, de Roque Dalton cobardemente asesinado, de Dávila Andrade escribiendo Espacio me has vencido, de Borges iluminando desde su más absoluta oscuridad, de Pizarnik ingiriendo barbitúricos, las imágenes de Cuesta y de De Rokha en un flashback terrible en el que, increíblemente, luego de su vértigo, la poesía aparecía como un caudal de fuego posándose sobre la frágil piel de una mariposa que, al batir sus alas, escribía para que nunca olvidemos la resistencia de sus obras.
Ése fue el mensaje. Permanecer, retornar a lo más íntimo para asumir el compromiso colectivo de entregar lo que por mandato le pertenece a todos: la voz como un himno marcial en un escenario de guerra. La libertad de decir para que nadie rompa lo
construido durante siglos por el lenguaje poético.
LA PRIMERA LÍNEA
Esta es una antología de campo. Por mi labor como gestor cultural he tenido el privilegio de interactuar con todos los poetas seleccionados. Quizá si pienso en una fecha de nacimiento, debería remontarme al 2000 cuando a mis inquietos 21 le pedí al poeta Arturo Corcuera (Perú) que me facilite la dirección electrónica de Omar Lara (Chile), de quien compartía, en las reuniones, su poema Las horas del lobo. Yo quería publicar ese poema en Lima. El buen Arturo me facilitó el correo de Omar y no tardé en escribirle. ―Querido Omar, será un honor que nos autorice la publicación de su poema. Me despido con la mano extendida con la esperanza de que alguna vez la estreche en Chile. Finalizaba mi email. Al día siguiente grande fue mi sorpresa cuando en la casilla de mi viejo correo de yahoo, encontré la respuesta de Omar. ―Yo estrecho esa mano, autorizando que publiques mi poema‖. Fue sentir la aprobación de uno de mis primeros maestros. Omar Lara, Premio Casa de las Américas, 1975; consolidó esta vocación por organizar esta cartografía cuyas coordenadas fueron afirmándose con eltranscurrir de los años. Gracias a la invitación de Omar, el 2014, a Concepción, conocí a Juan Cameron (Chile), Jacobo Rauskin (Paraguay), Roberto Arizmendi (México) Benjamín Chávez (Bolivia) y, el 2017, a Hugo Francisco Rivella (Argentina) y Carlos Ernesto García (El Salvador), notables activistas con quienes he tenido la suerte de compartir otras ciudades.
El 2016, en el III FIP Lima, organizado por el poeta y traductor Renato Sandoval, quedé en reunirme con Marcos Silber (Argentina) para entregarle unos ejemplares del eterno Jorge Ariel Madrazo a quien tuve el honor de homenajear el 2015 y publicarle Alma que has de vivir, una antología que cuando la envió lo hizo con el humor propio de quien no teme al día final: ―”Te envío ese libro, léelo con calma, hay tiempo, recuerda que sigo siendo un muchachito”. Jorge Ariel tenía 84 años. En abril del año siguiente, cuando fui en busca de Marcos Silber, yo llevaba puesto el saco beis que me obsequió la última tarde que caminamos en el malecón de Miraflores. Ese mediodía, a Silber lo acompañaban sus compatriotas Leopoldo ―Teuco Castilla y Santiago Sylvester. Leopoldo sugirió que podíamos almorzar juntos, era el 2016 y tenía frente a mí al ―Teuco sugiriendo que podía acompañarlos. Yo leí por primera vez a Leopoldo Castilla, en Trujillo, a mis diecisiete y ese mismo año, el 2016, había adquirido Era el único planeta que cantaba, su antología publicada por Visor. Fuimos al restaurante del hotel donde estaban hospedados y a la mesa se sumaron Jorge Boccanera (Argentina), Beatriz Russo (España), Rafael Patiño y Jotamario Arbeláez (Colombia), con quienes desde aquella tarde iniciamos un diálogo que no ha cesado hasta la fecha. En ese mismo festival conocí a Gabriel Chávez Casazola (Bolivia) y a Cecilia Quílez (España).
Juan Felipe Robledo leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (Foto de José Amador Martín)
En setiembre realicé el IV FIP Primavera Poética que tuvo como invitados a Leopoldo Castilla, Jotamario Arbeláez, Rafael Patiño, Iván Oñate (Ecuador), José María Memet (Chile) y a los peruanos Jorge Nájar, Ricardo Falla y Samuel Cárdich. Conocí a Jorge Nájar el año 2010 cuando fui uno de los responsables de la edición de su novela Vallejo y la cédula non plus ultra, después me convertí en su editor, le publiqué la nouvelle El alucinado, su trilogía narrativa El árbol de Sodoma y el libro de poemas Hotel Universo.
Uno de los primeros poetas que leí fue Antonio Gamoneda, Descripción de la mentira, Lápidas y Libro del frío, fueron el eco que acompañaron mis tempranos dieciocho, cuando en Trujillo, con la tutoría de Juan Paredes Carbonell, aprendí a leer a los surrealistas. Gamoneda fue el único poeta de mis lecturas anteriores que se mantuvo firme a pesar de lo que significó descubrir a Antonin Artaud y Tristán Tzara. Con Breton nunca me llevé bien, pese a ser el teórico de aquella pandilla de genios. Por eso, cuando un problema de salud, me impidió abordar el avión que me llevaría a Quito, al Paralelo Cero, al enorme festival del también enorme Xavier Oquendo Troncoso, la frustración fue grande porque precisamente el invitado de honor era Antonio Gamoneda. Me limité a observar las fotos que Leopoldo Castilla me enviaba al celular, a observar el fanpage del festival y a escuchar, desde mi lecho de convaleciente, al admirador de Vallejo, al poeta de León que camina en diálogo permanente con nuestro brujo mayor.
Xavier Oquendo Troncoso durante el XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos (foto de Jacqueline Alencar)
Un año después, recibí la llamada de un amigo, me dijo que alguien quería comunicarse conmigo y que, por favor, conteste. Intrigado, respondí inmediatamente la siguiente llamada: era el decano de la facultad de comunicaciones de una universidad local, para decirme que se había enterado que el 25 de abril estaba de cumpleaños y que su llamada era porque un viejo amigo quería entregarme un presente. Yo no entendía nada. ―¿De qué se trata, dígame? Pregunté. ―Sabemos que eres lector de Gamoneda, hemos aprobado una directiva en la que nuestra universidad aperturará, a partir de ahora, el año académico, con un Premio Cervantes. Nuestro invitado es Antonio Gamoneda y esta llamada es para invitarte a pronunciar el discurso de bienvenida‖. Yo no cabía en mi alegría. Fue así cómo conocí a Gamoneda, aquí, en un local universitario de la periferia limeña. Por eso ahora que publico uno de sus poemas, exclusivo para esta antología, Dietario del Perú 1980. Vallejo, España, no tengo sino palabras de agradecimiento para con el más noble de la generación española del cincuenta. ―”Vallejo, ciertamente, harto de hiatos y sollozos, huérfano de sí mismo, andaba con frecuencia/ intempestivo. Nadie atendía a sus diástoles ni a su evidente tráfico pensativo, nadie nunca /estimaba / su mandíbula pómez‖, escribe y, cuando lo leo siento que ―mezcla la luz en el cristal sediento/ a intensidad y amor y sombra fría”.
Luis Alberto Crespo en Salamanca (2003, foto de Jacqueline Alencar)
Antonio Gamoneda vive en León, ciudad donde también radica Rafael Saravia, poeta de mi generación con quien además de coincidir en nuestra admiración por el Cervantes, manteníamos comunicación desde el 2012 cuando en coedición de Leteo (España) con Literal (México), me incluyó en la antología Barcos sobre el agua natal, hasta el 2019 cuando tuve la oportunidad de convocarlo a Lima a la séptima primavera. El 2019 estuve entre el hospital donde tenía internado a mi hermano y en la imprenta donde editaba los 12 títulos de la colección del festival, pero llegaba Rafael y era un abrazo pendiente de siete años por lo que hice lo imposible para acudir al aeropuerto a recibirlo. Cuando lo instalé en el hotel, desayunamos juntos media botella de Whisky y, medio en broma y medio en serio, le dije que quizá ese sería el momento de mayor plática. Lamentablemente, fue así; pero caminamos Lima, compartimos la ciudad con Federico Díaz–Granados y Andrea Cote (Colombia), Benjamín Chávez (Bolivia), Carlos Aldazábal y Ana Guillot (Argentina), Antonio Cillóniz De La Guerra, Héctor Ñaupari y Roger Santiváñez (Perú), los poetas publicados por la organización del festival. Con Carlos Aldázabal compartimos el 2018 en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires cuando tuvo el gesto de sugerir mi nombre en un panel sobre poesía latinoamericana. Recuerdo que luego de la mesa de diálogo, fuimos a cenar a una trattoria acompañados por Sigfrido Ariel (Cuba), Andrea Campos Parra (Chile) y los argentinos Jorge Boccanera, Santiago Sylvester, Julio Salgado, Leopoldo Castilla, César Bisso y Miguel Gaya. La noche anterior estuvimos en casa de Leopoldo Castilla y María Casiraghi, allí coincidí por primera vez con Federico Díaz-Granados de quien no solo conocía su poesía sino el festival Las líneas de su mano, que dirige hace más de una década.
El poeta mexicano Eduardo Langagne, finalista del Premio Fernández Labrador
El 2006 publiqué una breve antología de poetas jóvenes latinoamericanos. En ella incluí a dos poetas colombianas a quienes les sigo la pista desde el 2003: Andrea Cote Botero y Lucía Estrada; a la peruana Cecilia Podestá quien a sus veintiuno ganó el Premio Dedo Crítico de Poesía, y al ecuatoriano Ernesto Carrión con quien compartimos lecturas en un festival de poetas veinteañeros en Santiago de Chile el 2006, luego nos reencontramos en Lima el 2007 y, en Guayaquil, el 2010, en una feria de libros donde conocimos a Leopoldo María Panero, el poeta leyenda. Ver cómo han afirmado sus propuestas habla muy bien no solo del registro sino de la interacción con un lector que al legitimarlas, valida una línea que conmueve y comunica.
La primera línea es un documento de reafirmación. Los poetas congregados estuvieron, durante el 2020, defendiendo la vida con sus palabras: las españolas Raquel Lanseros (Premio de Poesía del Tren, Premio Antonio Machado en Baeza y Premio de Poesía Jaén),
María Ángeles Pérez López (jurado de premios como el Cervantes), Marina Casado (Premio Carmen Conde de Poesía, 2020), Estefanía Cabello (Premio Valencia de Poesía en Castellano), no cejaron frente a la diferencia de los horarios, se mantuvieron firmes,
dispuestas a fortalecernos en el más terrible de nuestros años. Lo mismo Susana Cabuchi y Carolina Zamudio. Zamudio, directora de la Fundación Cultural Esteros, nos entregó en agosto uno de los festivales más hermosos que incluyó la publicación de los poetas convocados. Frank Báez (Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña), con quien leí en el Festival Vicente Huidobro (Chile) y León Félix Batista en Espacio me has vencido (Ecuador), ambos de República Dominicana; Ioana Gruia (premio Best Poetic Cycle del Festival de Poesía Ditet e Naimit en Tetovo, Macedonia del Norte),
Alfredo Pérez Alencart con el Tormes y Salamanca al fondo (foto de Jacqueline Alencar)
Alfredo Pérez Alencart (Premio Internacional de Poesía Vicente Gerbasi, Venezuela; Premio Jorge Guillén y Premio Humberto Peregrino), coordinador de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que organiza la Fundación Salamanca, celebró en agosto su vigesimotercera edición, Sergio Palma (Uruguay) quien no dudó en entregarnos esa poesía comprometida tan necesaria para sacudir este momento; la nicaragüense Daisy Zamora, otrora combatiente del frente sandinista y ex viceministra de cultura con Ernesto Cardenal; Gloria Mendoza Borda (Perú), a quien leo desde hace dos décadas, el Premio Nacional de Poesía y actual presidente de la Academia Peruana de la Lengua, Marco Martos, la maestría de Carlos López Degregori y Ana Varela Tafur, la poeta de Lo que no veo en visiones,que le mereció el premio Copé; Víctor Rodríguez Núñez y Lizette Espinosa (Cuba), María Juliana Villafañe (Puerto Rico), Adalber Salas (Venezuela), Premio de Poesía Arcipreste de Hita, Valencia; Elisa Díaz Castelo (México), Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes y Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal; el Premio Casa de las Américas Eduardo Langagne quien desde la dirección de la Fundación para las Letras Mexicanas continúa sosteniendo el fuego de la promoción cultural, lo mismo que José Javier Villarreal en la dirección de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León; Luis García Montero (España), Premio Federico García Lorca, Premio Loewe y Premio Adonáis (1982), director del Instituto Cervantes; Luis Alberto Crespo (Venezuela), director de la Biblioteca Ayacucho; y Soledad Fariña (Chile), Margarita Laso (Ecuador), Ioana Gruia (Rumanía),
Paura Rodríguez Leytón ofreciendo sus palabras de agradecimiento en el Teatro Liceo de Salamanca
(foto de josé Amador Martín)
Paura Rodríguez y Matilde Casazola (Bolivia), Juan José Vélez (España), gran poeta y gran traductor a quien conocí gracias al generoso Fernando Valverde, el arquitecto de los puentes, cuyos brazos no terminan nunca de alcanzarnos; Marisa Martínez Pérsico (Argentina), traductora, poeta, diligente antóloga; Daniel Calabrese, Premio Revista de Libros (El Mercurio) y Juan Arabia quien, desde Buenos Aires Poetry, nos mantuvo alertas con los impresionantes hallazgos publicados en acaso una de las más
importantes revistas literarias. Mario Bojóquez, Estrella Del Valle (México), el salvadoreño Otoniel Guevara de la fundación Metáfora, Ronald Bonilla (Costa Rica) y los encuentros organizados por Poiesis, el maestro José Luis Díaz-Granados (Colombia), a quien podríamos escuchar durante horas porque con él habla la historia del proceso
latinoamericano, Lauren Mendinueta y Juan Felipe Robledo, impecables colombianos a quienes leo desde hace más de quince años y a quienes tuve el privilegio de publicar en la colección Lima Lee gracias a Federico Díaz-Granados.
María Ángeles Pérez López leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Los premios Casa de América de Poesía Iberoamericana Jorge Boccanera (Argentina), Rafael Courtoisie (Uruguay), Waldo Leiva (Cuba), Omar Lara (Chile), Ramón Cote Baraibar (Colombia), Nilton Santiago (Perú), Rolando Kattan (Honduras), los premios
Pilar Fernández Labrador (Salamanca) Juan Cameron (Chile), Juan Carlos Olivas (Costa Rica) y Dennis Vargas Ávila (Honduras); el premio Casa de las Américas, Hildebrando Pérez Grande (Perú), Efraín Bartolomé (México), premio internacional de poesía Jaime
Sabines, Javier Alvarado (Panamá), premio internacional de poesía Rubén Darío, Yolanda Pantin, premio iberoamericano Federico García Lorca, ciudad de Granada, Margarito Cuéllar, premio hispanoamericano de poesía Juan Ramón Jiménez, Elvira Hernández, premio iberoamericano de poesía Pablo Neruda y, Raúl Zurita, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
El poeta hondureño Dennis Ávila, ganador de la edición pasada
Todos grandes poetas, referentes de los últimos cincuenta años de poesía iberoamericana, hombres y mujeres con quienes podemos afirmar que el 2020 fue el año cuando la poesía se impuso al miedo colectivo, el año cuando los poetas no solo estuvieron en pie de guerra sino que fueron las armas y los escudos de una época que además de lecciones nos devolvió el valor de la vida, la claridad del lenguaje y una estética que tiene en la cooperación y la fraternidad sus más exactas licencias.
Son 87 poetas que representan una forma, un modo de decir la poesía, 87 poetas sobre quienes ningún ilustrado lector tendría recursos para cuestionar la calidad de sus propuestas ¿Que pudieron ser más? Seguro. Uno de los prodigios de la poesía es que no se termina nunca.
Nilton Santiago Leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Hace 21 años empecé con la organización de esta cartografía motivado por ir más allá del discurso hegemónico y me propuse realizarla interactuando con los protagonistas de nuestro proceso, la comunicación con cada uno de ellos no solo me ha dado luces para
entenderlo, sino para defender un legado. Alguna vez en una conversación con Xavier Oquendo Troncoso, coincidimos en que somos afortunados al tener como maestros a muchos de los aquí reunidos, poetas horizontales que no dudan en leernos o
entregarnos sus inéditos.
Un poeta es el universo afirmándose en un cuerpo, de allí esa cualidad para sentir por todos y estar atento a todo lo que pasa. Por eso cuando dice ―agua‖ siente como si se tratara del río que baja por las montañas y cruza laderas para tocar el mar; por eso cuando se enciende, en sus labios palpita el fuego y, con el fuego, el vapor que marca a quien le habla. Todos los elementos se pronuncian con el poeta porque el poeta es todos los elementos. Pienso que la poesía es esa fe, ese credo que nos permite olvidarnos de la edad. ―Los poetas no tienen edad‖, decía Corcuera. Y en eso coincide con Omar Aramayo, el poeta de Los Dioses que ha tenido la generosidad de escribir el epílogo de esta antología; aquel tiro de dados al que me referí en aquel párrafo donde advertí que, a pesar de las pérdidas, todavía podemos ganar esta partida.
El poeta peruano Héctor Ñaupari en el Colegio Fonseca de la Universidad de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Gracias a los poetas que me han permitido ser testigo de lo que han escrito durante todos estos años, gracias por las experiencias compartidas, gracias a quienes con su paciencia han logrado sostener la tensión de este hombre que no sabe sino encender su corazón cuando escucha el ruido cuando escucha el ruido del mar o el silencio de la montaña, gracias al Ministerio de Cultura de Perú por hacer posible esta publicación, este puño de
unidad y de ruptura.
La Poesía resiste.
Barranco, Perú, enero de 2021
Los poetas Carlos López Degregori y Harold Alva, con la antología
Harold Alva ante el mar de Lima, pensando en nuevos proyectos
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