El poeta chileno Luis Cruz-Villalobos
Crear en Salamanca se complace en publicar este pórtico que, sobre el último poemario del chileno Luis Cruz-Villalobos, ha escrito Marcelo Gatica (Cauquenes, Chile, 1976), poeta y Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, con una tesis titulada titulada: “Rodrigo Lira Canguilhem: Una propuesta poética en tiempos de desolación”, dirigida por Carmen Ruiz Barrionuevo. Ha publicado los poemarios ‘Anclado al Pescador de Mares’ (2016), ‘Crucial’ (con Pablo Gutiérrez, 2014), ‘Portafolio. Poemas a Pie de Página’ (Con Camilo Cantillana, 2014). En Chile publicó ‘Barios buelos: boladas boludas’, del chileno Rodrigo Lira Canguilhem (Piélago Casa Editorial, Santiago de Chile, 2016), y en Estonia ‘Vientos del sur / Lounatuuled’, antología de poesía chilena seleccionada e introducida por él, con traducción de Carolina Pihelgas, Mariliin Vassenin y Helina Aulis. Tallin, 2015). En su país también publicó el poemario colectivo Taller Literario (2001), el libro de poesía a tres manos A-Trio Poético (2003) y poemas varios en Calíope, revista de poesía (2000-2003), obteniendo el Premio de Poesía de la UMCE (2003). En España y Portugal ha publicado en las antologías ‘Poesía para un existir’ (2010), ‘La hora sagrada’ (2010), ‘El paisaje prometido’ (2010), ‘O Divino’ (Portugal, 2011), ‘Poemas identificados’ (2013), ‘Arca de los afectos’ (2013), ‘He muerto… y he resucitado (2015), ‘Umbrales de la memoria’ (2015), Salamanca, raíz de piedra y letras (2017) y ‘Explicación de la derrota (2017). Ha recibido el Accésit del Premio Internacional de Poesía “Luis López Anglada” (Burgohondo, Ávila, 2008) y el primer accésit del Premio González-Warris de Poesía (Barcelona, 2012).
Teoría de la infelicidad se publicó en 2017 bajo el sello de Hebel Ediciones (Santiago de Chile). Tiene textos introductorios de Carlos Guzmán, Marcelo Gatica y Alfred Cooper. Y postludio de Víctor Ilich.
Portada del poemario
APROXIMACIONES A LA ‘TEORÍA DE LA INFELICIDAD’
A) APROXIMÁNDONOS AL AUTOR-EDITOR:
Luis Cruz-Villalobos sigue al pie de la letra la máxima de Nicanor Parra que paradójicamente no siguen precisamente los poetas parrianos, o para ser más precisos ni el propio Parra: “Primera condición de toda obra de arte es pasar inadvertida.”
Cruz-Villalobos silencioso e inadvertidamente ha instalado un molino de viento (Hebel, término hebreo que denota lo efímero, lo vano, lo pasajero, soplo leve que parte veloz) en el universo binario. Sin ser un utópico revolucionario ni reaccionario iluminista, pues es un ministro protestante presbiteriano (gobierno de ancianos nobles, quise decir, un equipo) y psicólogo (bendita mezcla post y moderna) como lo confiesa en la primera parte: “Soy ya por más de 16 años / Psicólogo clínico de profesión / Es una hermosa y sacrosanta labor / Que duele”. Cruz-Villalobos como la gran mayoría de poetas de resistencia desnuda lúcidamente sus intenciones en su poema introductorio, alejado del marketing tradicional, o del concepto transnacional de empresa, pues es emprendedor de una editorial realmente libre y gratuita. Bella paradoja, pues Hebel persigue ser un auténtico molino de viento:
Debo confesarme
Soy el gerente general de una transnacional
Soy el fundador de una empresa editorial
De auto-ayuda
En un sentido muy estricto
Pero no me mal interpreten
Inicié un proyecto editorial sin fines de lucro.
Luis Cruz-Villalobos y su esposa Soledad
B) ENTRANDO EN LA TEORÍA DE LA INFELICIDAD:
Podríamos decir que el lenguaje mecánico y repetitivo de la gran telaraña binaria, podría ser desdoblado o minado a través de la instalación de bombas atómicas de poesía (valga la metáfora). Y este texto aparentemente se trata de eso, pero tal vez sea sólo un intento inútil, así como, por ejemplo, elaborar una teoría de la infelicidad o del fin de la historia, o el fin del lenguaje y de las cosas. Pero precisamente la inutilidad en poesía es oxígeno. Así lo declara el poeta (que por este libro es antipoeta y al revés): En la primera parte: Sabias burradas en el fondo, donde dice: “El título de este libro es por puro marketing (…) / La verdad es que no tengo una idea exacta de por qué puse ese título / Pero no niego que me dan unas ganas de escribir una sarta de estupideces sin remedio.”
No es ningún misterio que vivimos una especie de postarte, cuyas figuras retóricas más representativas son la ironía y la paradoja, pues se relacionan mejor en el océano de la mercadotecnia líquida (difusión, promoción, publicidad de la obra), escándalos, declaraciones, peleas, bofetadas, desnudos, es decir, exhibición. Lo cual se mezcla con los principios rituales del aura (aquello intransferible, y único, nueva paradoja por la repetición y el arte serial). Como diría algún teórico post-apocalíptico: Hoy existe una distancia nebulosa entre un artista, un publicista o un diseñador web.
Podríamos concluir que la ironía post-moderna ya no sorprende a nadie, o a pocos, que confunden las risas con acumulación de aire que circula en la superficie de la lengua. Este texto corre esos riesgos. Técnicamente este libro no es la excepción. Bueno, nos queda mirarnos frente al espejo y ver como permanece intacta la belleza. Pero cuando las paradojas se articulan con elegancia, con autenticidad, se sale ganando, y más cuando el yo se ancla en lo autobiográfico, lugar que amplifica ese punto de contradicción: “Dicen que el Talmud dice / Si tu enemigo viene a matarte / Mátalo tú primero / No tengo comentarios exegéticos al respecto / Me declaro fácticamente contradictorio por ser un / ministro pacifista practicante del krav magá.”
Aunque para ser precisos, Cruz-Villalobos le da una vuelta al lenguaje irónico estableciendo sus propios decálogos, e instalando una banda sonora poética en la que emerge cierta belleza que revolotea leve por sobre la maquinaria gastada del entramado paródico. Y en esta coordenada se sitúa la fortaleza del libro:
Debo confesar que me canso
Que a veces necesito pararme frente a un gran jazmín florecido
Y respirar muy
Pero muy hondo
Hasta marearme de su aroma a paraíso.
Luxemburgo, primavera 2017
Marcelo Gatica en el Aula Magna de la Facultad de Filología (Universidad de Salamanca) Foto de Jacqueline Alencar
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