Antonio Salvado con el libro sobre su poesía (Fotografía de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca empieza a publicar los textos de los escritores de Castilla y león que en 2014 participaron en el homenaje al notable poeta lusitano António Salvado. Dichos textos acaban de aparecer en el volumen que recoge las actas de dicho encuentro. Este ensayo lo firma José María Muñoz Quirós (Ávila, 1957), quien tiene una larga lista de premios conseguidos, entre los que figuran el Premio Fray Luis de León de la Junta de Castilla y León (1997), el Premio Internacional de poesía Jaime Gil de Biedma (1998), el Premio internacional San Juan de la Cruz (2005) o el Premio Alfons el Magnanim (2009). Ha publicado más de treinta poemarios, los cuales se han reunido en “Tiempo y Memoria (Vitrubio, Madrid, 2016). Muñoz Quirós ha sido catedrático de Lengua y Literatura en un instituto de su ciudad natal, es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y Doctor por la Universidad de Valladolid. También es Presidente de la Academia de Artes y Letras de Ávila, Presidente de la Academia de “Juglares de Fontiveros” de poesía y Miembro de la Academia de Poesía de Castilla y León. Director de la revista de artes y letras “El Cobaya”.
Salvado, Muñoz Quirós y Alencart en Toral de los Guzmanes (foto Jacqueline Alencar)
ANTONIO SALVADO: EL ABISMO DE LO INTERIOR
La poesía siempre se construye con la mirada y la percepción personal e íntima de quien la afronta, con la insinuación del constructor de espacios, con la capacidad de asumir lo más libre en un ámbito de sensaciones y de hallazgos.
Esa es la aventura, la senda por donde se encamina el poeta cuando busca, intensamente, la creación en la palabra. Y desde esa simbiosis, la poesía se va reafirmando, se va nutriendo de sus conceptos, de los horizontes que anhela, hasta que consigue llegar hasta la cima de la belleza.
El poeta se abisma en lo más auténtico, se desliza por las profundidades del interior, del silencio hondo de esa sima, y habla con palabras de luz y de misterio. Y en este trance nos encontramos con Antonio salvado, maestro de este ser y de este estar en lo poético. Porque aquí es donde radica la verdadera identidad, el verdadero destino del constructor de universos poéticos. Se instrumentaliza el lenguaje para transmutarlo, para convertirlo en poema: desde esa metamorfosis, la voz (tan esencial en todo poeta) se va gestando, va dejándose oír, se hace presente; ese es el destino de un verdadero poeta, de un poeta necesario: hacerse escuchar desde la diferenciación de su mundo, de su decir, no desde la simulación o la inutilidad de la palabra.
Antonio Salvado encuentra la luz de su voz en tres grandes tonos, en tres dimensiones alentadas por la urgencia del decir:
A través de la intimidad volcada hacia adentro, ser en palabra misteriosamente suya, plena, auténtica, que camina paralelamente con su existir y su paso por la cotidianeidad.
La desnudez capaz de desposeerse de las inutilidades de lo no poético, de la grandilocuencia de lo vacío, de la banalidad de lo inútil.
Antonio y Pedro Salvado, en Salamanca (fotografía de Jacqueline Alencar)
La presencia de lo trascendente donde Antonio Salvado escribe más allá de la escritura, cuando vislumbra horizontes más lejanos, más claros, más profundos. El poeta nunca se detiene en esa trivialidad que azota a la poesía actual, ni se desvanece en cantos huecos. Como escribió A. Machado, nunca se detiene como “los tenores huecos/que cantan a la luna…”, y también de una manara machadiana “converso con el hombre que siempre va conmigo/quien habla solo espera hablar a dios un día…”, y se determina así la existencia, la plenitud con la que recibe los hondos caminos de lo poético en su respiración, en su espíritu y en su verdad creadora.
La poesía asiste al poeta de la misma manera que la luz se encauza en las cosas, y las delimita en un estado de grandeza y de intensidad. Antonio Salvado, en su antología mínima, muestra su preocupación por el surgir de las cosas, por las certezas necesarias que se acrecientan en el contacto con la realidad: “de los ojos y las manos brotan las cosas”, y desde esa contemplación que mira y acaricia el mundo, el poeta resurge como un hacedor de infinito.
La poesía de A. Salvado sugiere una intensa capacidad de sorpresa, de creación minuciosa, de serena plenitud. Nos dice en uno de sus versos ”no precisabas de milagros…” y nos invita al entusiasmo de lo pequeño, a lo que se aposenta en la vida, a lo que surge del vivir sin extrañas especulaciones de lo cotidiano, sin sorpresas más allá de lo verdaderamente poético.
La poética que sustenta su obra debe ser observada desde una amplitud cierta y luminosa. Convive con la tradición más certera, con la palabra en el tiempo que decía Machado. Un escritor como él conoce perfectamente a los clásicos, y se acerca a ellos para saciarse de su continuada modernidad, y desde esa compenetración dialogan, habitan un espacio común y diáfano.
Amador Martín, Amat, Sánchez, Alencart, Muñoz Quirós y Frayle, con Salvado y Adelaide, en Castelo Branco
(foto de Jacqueline Alencar)
La poesía necesita los laberintos que las palabras nos regalan, precisa de su intensidad, de su equilibrio y de su multiplicidad emotiva y comunicadora. No hay otra posibilidad para sobrevivir en ese inmenso sentido de la luz en el que se percibe la urgencia de poetizar indagando en lo que construye su mundo personal, más allá de todo lo que preocupa al poeta.
Así nos transmite su identidad creadora: un incesante privilegio de galerías interiores, y con ese presagio de amor, como él mismo nos indica en uno de sus bellos poemas: “porque el amor – una conquista lenta — / precisa del pasado y del presente/ cuando construye el futuro…”, y en ese abrazo con la temporalidad se van nutriendo las imágenes, las ideas, las palabras, los versos, los poemas y toda la obra proteica y honda del poeta.
Los días del vivir son también los días del ser, las esencias que intuyen una vertiente luminosa de proximidad y búsqueda. Todo poeta verdadero (y Antonio Salvado lo es) se asienta en ese conocimiento del tiempo, lo reconstruye a su manera y se aproxima hasta sus orígenes, desde una dimensión personal, para encender, iluminándolas, las cosas que permanecen a oscuras. Porque el poeta se transforma entonces en un extraño contemplador de lo pequeño, de lo esencial y de lo misterioso, en una voz necesaria para conocernos y para percibir, con mayor claridad, nuestra existencia y nuestro destino.
António Salvado (retrato de Miguel Elías)
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