Boris Rozas leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (foto Jacqueline Alencart 2018)
Crear en Salamanca se complace en publicar este‘comentario escrito por José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957), licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, poeta, narrador y crítico. Autor de más de 20 libros, entre los que destacan: Profecía de Otoño (1994), Exilio en Caridemo (1998), Íntima heredad (1998), La piedra escrita (2000), finalista Premio Nacional de la Crítica 2000; Suerte de alquimia (2003), finalista del Premio Andalucía de la Crítica 2003, Trasmar (2005), Premio Andalucía de la Crítica Ópera Prima de narrativa, 2005; Las edades de arcilla (2005); Razón de ser, Tiempo gris de cosmos. Premio del Gremio de Libreros de Almería al mejor libro de 2014. Nazarí (2014), Memorial de silencios (2014), Los silencios de La Cava (2015), La voz ausente (2017) y Lunas de Oriente (2018). Textos suyos han sido traducidos al inglés, francés, italiano, árabe, griego, rumano, búlgaro, alemán, ruso, chino, catalán, vasco, gallego y portugués. Es miembro de las Asociaciones Española y Andaluza de Críticos Literarios, así como de la ACE-A (Asociación Colegial de Escritores de España, Sección Autónoma de Andalucía), de la Asociación Internacional de Humanismo Solidario y cofundador de dicho movimiento. Colabora también con artículos de opinión y crítica literaria en revistas y medios de comunicación.
Santano ha sido invitado, en dos ocasiones, a los Encuentros de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, lo mismo que Boris Rozas.
Portada del poemario
ANNIE HALL YA NO VIVE AQUÍ
Leía días atrás y no recuerdo dónde que «la poesía despierta pasión a muy temprana edad, aunque no se entienda». Para quienes tienen por hábito y costumbre leerla, aprender y emocionarse con ella, no extraña esta afirmación. La poesía, efectivamente, aún sin llegar a entenderla en ocasiones, es como esas canciones extranjeras que, por mucho que no entendamos lo que dice, en su conjunto (música y letra) valoramos, en muchas ocasiones y así la historia lo demuestra, como verdaderas obras de arte. El arte, en cualquiera de sus expresiones, no tiene límites, es algo que aun sin poder explicarse, se eleva hasta cotas desconocidas y es capaz de transformar y transformarnos, de ser alma en sí mismo, espíritu inagotable que vuela por los confines de la luz y el universo.
Por todo, la poesía llega siempre para quedarse, anegar el espacio y los sentidos con su música inextinguible. Salamanca fue el lugar de encuentro, allí la poesía nos convocó y allí la fraterna amistad y la palabra se fundieron en un abrazo imperecedero. “Annie Hall ya no vive aquí” (Celya, 2018) , del poeta argentino Boris Rozas, nos reunió entonces y nos une ahora.
Vista de Salamanca (foto de José Amador Martín)
Es este un poemario con el que su autor fue distinguido con el XVI Premio Internacional de Poesía “León Felipe”, Tábara 2018. La madurez poética de Rozas está ya avalada por una sólida trayectoria que resumimos en la publicación de once libros, entre los que podemos destacar “Ragtine” (2012), “Invertebrados” (2014), ganador del prestigioso premio Internacional “Pilar Fernández Labrador” y “La libertad de los girasoles” (2016). Con “Annie Hall ya no vive aquí”, Rozas avanza por un camino, no siempre fácil, cual es el del genero poético. En este libro el poeta, llevado por su admiración al séptimo arte, el cine, nos muestra una obra que parte, como otras, del viaje, esa manera de indagar en lo desconocido y misterioso, y en esta ocasión con un destino al que la poesía y la literatura han dedicado atención preferente.
El viaje siempre es un reto, antes, durante y después de realizado, como un sueño. El deseo de vivir que nos transporta al paraíso imaginado. Así, de esta manera, Boris Rozas nos muestra en cinco partes lo que significa “Annie Hall ya no vive aquí”. En la primera de ellas, titulada “Lowcost”, como si se tratara de una huida hacia adelante, el viaje como aventura vital hacia el centro de su soñado universo, tal es el cine, y la espera en esas salas que anteceden al patio de butacas, hacia la búsqueda de un tiempo futuro que vive intensamente, asido inseparable a una maleta: «Van a sellarme el pasaporte sin apenas mirarme a la cara / para ellos soy otro animal que viaja por instinto, / oculto tras gafas de sol y metros de auriculares / en silencio…».
En la segunda parte del libro “Permiso concedido”, Rozas muestra su particular visión de la ciudad y el misterio que acude al poeta en forma de abstracción o surrealismo propio de poetas que le antecedieron en su cita con Nueva York, lugar donde todo puede suceder. En este sentido, su gran apuesta será el amor, que concreta en un curioso paralelismo entre el ruidoso vivir de la ciudad y la pura expresión de su poética, con acento machadiano: «El viejo olmo que aún vigila los cadáveres del río / se afana en jugar a las sombras / con los atardeceres del puente de Brooklyn… // se han citado a las puertas de esta noche / tu frente con mi cara, / mi atisbo de pobreza / con tu figura de permisos ya concedidos».
El pintor Miguel Elías, Alencart y Boris Rozas (foto de José Amador Martín)
En la tercera parte, “Anchorage” , el poeta, nos guiará a través de la música, esa que lleva muy adentro, el jazz, y al ritmo del gran Jhon Coltrane, por la bulliciosa ciudad y la sensación de desvalimiento que la misma le produce: «Soy una vieja actitud acomodada en los bolsillos / de un vaquero, / souvenir de puesto ambulante / cerca de un buzón ahogado entre pintadas, / soy un letrero de neón / con iniciales fundidas / hasta derramarse por los bancos verdes de metal, / me siento como un minúsculo hombre / que se intuye logotipo modal / a ritmo de jazz». Rozas titula la cuarte parte del poemario: “La primera vez que salté por una escalera de incendios”. En ella recorrerá lugares emblemáticos de Nueva York, como Greenwich Village, Gay Stree, el Bronx o la estación Gran Central y sentirá que la soledad y el amor fluyen al unísono en su íntimo ser: «Una vez que un hombre sentado añorando las montañas / como quien se siente bosque, / estrechando el cuelo de botella de la primavera / como el lobo que camino solo / por Gran Central / lamiéndose las heridas con los dedos».
La quinta y última parte que da título al libro “Annie Hall ya no vive aquí”, es la más destacada y determina en mi opinión la fuerza del sujeto poético, el vuelo de su voz a la altura del sueño que revela la verdad poética contenida en este poemario de Boris Rozas: «Me dicen que la felicidad dura lo que dura una mañana, / un verso. / Un café extendido sobre una vieja mesa / un niño extraviado que busca una ventana / en medio del invierno. / En esa media luna envuelta en leche caliente / descansa una verdad / que no por sobada y bizca / deja de ser menos verdad».
Retrato de León Felipe, de Miguel Elías
José Antonio Santano leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (foto Jacqueline Alencart 2018)
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