Retrato realizado por Miguel Elías
Aníbal Fernando Bonilla (Otavalo, 1976). Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Técnica del Norte. Ha asistido a cursos abiertos de Letras, Literatura Clásica e Hispanoamericana en la Universidad Andina “Simón Bolívar”. Promotor cultural. Autor de los poemarios: Selvadentro (1998), Canto Nocturno (2000), Liturgia del Ensueño” (2009) y Oda en plenilunio y balada del ángel (2012) Columnista de Diario El Telégrafo. Ha trabajado en radio, televisión y prensa escrita. Concejal y Vicealcalde de su ciudad natal (período 2009-2014).
DESCUBRIENDO EL COLOR DE LA TIERRA
Vestirse de luto
para una multitud de charlatanes,
observar la vida de los otros,
anidar en la mendicidad de los cartones rotos
con el viento en contra,
y más tarde
encender un cigarrillo
en la periferia del dolor.
Despedirse de la lluvia
invitando a los gusanos
a que devoren las vísceras,
a que celebren sin violencia,
a que descubran el color de la tierra.
Que las cenizas
anuncien
la llegada de otro día
y el final de la oscuridad.
Que los santos
se persignen de sus pecados
mientras los sacerdotes
fornican con la cruz
frente al espejo.
Que los abrazos
sean eternas enredaderas
y las lágrimas
innumerables estalactitas
diluyéndose en el fondo del mar.
Que el sol aparezca
con el vértigo de un apasionado voyerista
empujando las puertas de la Catedral,
insinuando la proximidad de una nueva víctima
acechada por la soledad.
TU SOMBRA
Me quedo vacío
con la inclemencia del viento,
con la rabia de la distancia,
con tus pupilas encegueciéndome
de mariposas negras.
Me quedo buscando tu sombra
en algún rincón
de mi tristeza.
Me quedo con la cobardía
a borbotones,
con el beso imaginario de la noche,
con la mirada atrofiada
en la mitad de la calle,
con tu mano extendida
quebrándome los huesos.
Me quedo sin sonrisa
recordando tus inexistentes lunares,
ebrio de melancolía.
Quisiera que tus labios
lastimen los míos
sin remordimientos
y escribir
sobre tu piel
el verso clandestino,
las palabras que caminan juntas
en las horas rotas.
Me quedo con los libros arrumados
y la paradoja
de las páginas jamás leídas,
con la brevedad de la cebada,
con la inconsciencia colectiva,
con tu vientre desnudo
saludando a las estrellas
y a la muerte.
ÍNTIMO PEDIDO
Mujer mía
este no es el Cantar de los Cantares
o la sangrienta historia
de los desplazados.
Es un acercamiento
al maleficio
de nuestros cuerpos
encendidos
en la hoguera del deseo.
Saboreo tu boca
como la carne roja
que envenena al mediodía.
Retengo mis besos
en tu espalda frágil
y desnuda.
Me olvido de la muerte
por un momento
cuando acaricio aquellos muslos
que atrofian mi inteligencia.
Mi lengua acomete
en la hondura de la vida.
Mi corazón se agita,
desvalido de sosiego,
en la extremaunción
de los sentidos,
en la bienaventuranza
de la piel húmeda.
Los años
veneran nuestro amor,
ahuyentan a fantasmas errantes.
Que te despojes
de tempestades
y germine la luz
de la ternura.
Nada más que eso
en honor
al vino y a los descendientes inmediatos.
LUZ BENDITA
Me despierto
con la inclemencia,
tendido
en esa fría cama
carcomido
por agujas e insomnios,
ausente del bullicio de los dementes,
del jolgorio de la madrugada fatal.
Camino aletargado
por los pasillos
de una clínica
que me priva los sueños
y la contemplación de las mariposas.
Las huellas de la caída,
la resaca del pasado,
las lamentaciones inútiles
rompen los cristales
que se impregnan en el corazón.
A tientas he de recuperar
las ansias de volar
en la inmensidad de mi reino nuevo.
Aún débil
presiento el final
de las decadentes botellas.
Volteo la página.
Me despido de aquel fantasma
que me acompañó brevemente
en el túnel
de oscuridad y naftalina.
La luz de los míos
abre la puerta
al sosiego,
a los besos benditos,
a los abrazos eternos.
Dios ha entrado en mi vida.
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