ALFREDO PÉREZ ALENCART: “¡PASIÓN PRINCIPAL, COMO NINGUNA…!”. RESEÑA DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

 

 

1 Alfredo Pérez Alencart en la Usal (Foto de José Amador Martín)

Alfredo Pérez Alencart en la Usal (Foto de José Amador Martín)

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar, por vez primera, la reseña escrita por el poeta y crítico madrileño Manuel Quiroga Clérigo en torno a la antología ‘Una sola carne’, del peruano-salmantino Alfredo Pérez Alencart, recientemente editada por la Diputación de Salamanca. Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), es licenciado en Psicología Social y Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense. Crítico literario, prosista, poeta, dramaturgo y antólogo. Fundador del grupo poético “Enero” y actualmente Consejero de la Asociación Colegial de Escritores de España.

 

‘Una sola carne’ se presentará en la Feria del Libro de Salamanca, el próximo viernes 12, a las 11:00 h.

 

 

 

2 Portada de la Antología con pintura de Miguel Elías

Portada de la Antología con pintura de Miguel Elías

 

 

“UNA SOLA CARNE. POESÍA AMOROSA 1996-2016”

(Diputación de Salamanca, 2017, Selección y notas

de Carmen Bulzan, pinturas de Miguel Elías)

 

 

Seguramente vivir en Salamanca y ejercer la docencia en su prestigiosa universidad supone alternar a diario con la poesía. La filóloga Ángela Martín del Burgo escribe: “¡Qué difícil el reconocimiento a través de los años, / la continuidad en el tiempo discontinuo, / más regresas a Salamanca / y es asombro la luz, / luz que dora las fachadas de las casas de piedra-oro secular que te recama, / decía Unamuno-; y es asombro la monotonía / de los golpes secos del reloj / del pórtico delantero de la Plaza!”. Efectivamente calles, edificios, miradas, sueños y jardines hacen de la ciudad un emporo de belleza y apacibilidad, un motivo para la poesía y el confort intelectual.

 

Se conoce a Alfredo Pérez Alencart como docente y escritor peruano-salmantino, ya que nació en Puerto Maldonado, en la zona amazónica de su país en 1962 y lleva muchos años residiendo en la espléndida ciudad que tanto amaran intelectuales como el citado Unamuno o el modesto Fray Luis de León (“…decíamos ayer”). Esta existencia dedicada a las labores universitarias y a la organización de encuentros con poetas del área, digamos, ibérica le ha permitido mantener, también, una estrecha relación con el mundo de la inspiración, de la poesía. Producto de tales circunstancias es la cantidad de libros publicados, fundamentalmente dedicados al verso aunque haya incursionado en otras temáticas sobre todo en ensayos, comentarios críticos, conferencias. Ahora una escritora rumana, Carmen Bulzan ha llevado a cabo una muy interesante antología con textos del autor que aparece con el título de “Una sola carne. Poesía amorosa 1966-2016”, en edición de la Diputación de Salamanca, Serie Autores Salmantinos con la pintura de portada “Homenaje a Durero” y dibujos de Miguel Elías.

 

Se trataba de conmemorar el vigésimo quinto aniversario del matrimonio del autor con su esposa Jacqueline y en la introducción, pues ella es responsable de la selección de poemas y las notas, Carmen Bulzan explica que los textos se encuentran en los libros publicados entre 2001 (“La voluntad hechizada”) y “El pie en el estribo”, de 2016, incluyendo algunos poemas inéditos y otros que aparecieron en revistas varias. “En esta antología- dice Bulzan- se albergan los diversos registros de un auténtico poeta”.

 

 

3 Jacqueline y Alfredo, París, camino al Aeropuerto

Jacqueline y Alfredo, París, camino al Aeropuerto

 

 

 

El libro se abre con los versos de un lírico poema: “¡Pasión principal, como ninguna, dermis / con dermis, señales del destino procurado / amándonos veintitantos septiembres, ventura / y aventura, en lo tierno, inquebrantable!”. Luego vienen imágenes de Neruda, de Lope de Vega, del Quijote, de Garcilaso, de Cernuda, de Lorca, Alejandra Pizarnik, Félix Grande, de esa poesía que hace el amor, del intimismo más prodigioso, su especial protagonista. Ciertamente casi 200 páginas de versos y de deseos dan mucho de sí, y más cuando la antóloga ha elegido, creemos, las mejores creaciones de tan incansable trabajador.

 

De la primera parte, “Amoris causa”, nos vamos a quedar fundamentalmente con “Gacela mía”, expresión que ya define la ternura y el acercamiento al ser amado: “Pura delicia, ella / cae sobre mí / desde el árbol altísimo del deseo / y se encostilla / para que yo exista palpitando extasiadamente”. En “Eva” la palabra se torna susurro, secretismo, vivacidad de las intimidades: “Tú, a ti te hablo / hembra del hombre, / varona que haces /temblar/ a tu otra costilla. / Tú eres la fuerza / del mundo, / mujer / que aguardas / la noche / para preñar de luz / al hombre / que privatizaste / para tu amparo / y deleite”. Tal vez la poesía, más que un estado de ánimo, sea la solución a cierta soledad; en el caso de la poesía amorosa esa es una soledad compartida, amortiguada por la ternura, por la delicada concupiscencia, por esa dosis de necesidad que hace al ser humano buscar un apoyo a su diaria insatisfacción: el amor es la plena satisfacción, la posibilidad de lograr una pervivencia. El poeta chileno, del Torreón del Renegado, Gonzalo Rojas decía que “La mujer es la vida eterna” y el eldense Antonio Porpetta en “Territorio del fuego” confiesa “Yo no sé qué sucede, amiga mía / con tus ojos; / los tengo siempre cerca, / tan lluviamente próximos / que con ellos tropiezo a cada instante / como el viento tropieza con los pájaros”. “Te quiero para vivir esta y más vidas”, exclama Ángel Guinda.

 

Alencart, situado en el centro mismo de la pasión, escribe en “Piel de selva”: “Por su piel de selva / la reconozco/aunque no se gire / ante la visita / que hace su contento. / Ella desprende / colmados aromas, / cual milagro que, / de siglo en siglo / se convierte en carne / en fruta. / Acariciarla / genera parabienes / o dicha / no postergada”. Estamos ante confidencias, secretos, pequeñas infidelidades que el amante comunica a sus interlocutores como si fuera algo tan desmedidamente importante para su propia existencia que precisa hacérselo saber a los demás de manera inmediata. Ramón Llull, escritor y místico de variada biografía, en los versos de “El amigo y el amado” contenidos en la novela “Blanquerna”, escribe: “El amor es un mar atribulado de olas y vientos que no tiene puerto ni ribera” y Juan de Yepes, conocido como San Juan de la Cruz, dedica también emocionadas sentencias al amor sobrenatural; Alencart en “Cántico de los cuerpos”, utilizando el mismo tono intimista y apasionado, termina diciendo “Oh amor que nació contigo, dice el Amado. / Oh amor por Dios bendecido, dice la Amada”. Entre ambos aparece, de todas formas, la pasión amorosa como solemne expresión de quien, viviendo en medio de esa comunión de cuerpos y almas, hace suya la expresión necesaria para mostrar a los demás esa relación capaz de enternecer a los seres humanos incluso en el caso de que ese amor se convierta en una platónica disertación. “…confundo el mar con el amor…”, leemos en el inicio del siguiente poema.

 

 

4 Jacqueline Alencar, la musa exclusiva del poeta, en le Patio de Escuelas menos de la Usal (foto de José da Costa)

Jacqueline Alencar, la musa exclusiva del poeta, en el Patio de Escuelas Menores de la Usal (foto de José da Costa)

 

En “El deseo bajo el sol”, poema dividido en tres movimientos, y uno de los especialmente dedicados a la esposa (Jacqueline), el poeta, inflado de un especie de soplo divino o mostrando el fervor del creyente ante el limpio espíritu del amor carnal, escribe: “A veces no se vierte la savia: la torpeza quiebra / el deseo cuando una falta una gran pancarta que diga: / ¡Te quiero!”. Aparece, así, el poema titulado “Gratitud”: “Gracias, Señor, / por esta selva / de pájaros luciéndose / y por esta / mujer que cuida mis días”, lo cual nos lleva al Perú, a Puerto Maldonado, esa ciudad rodeada por los ríos Madre de Dios y su afluente el Tambopata, en la cuenca del Amazonas donde persiste un cristianismo formal y una comunión excelsa con la selva y toda su extensión de flora y fauna que también vemos en ese Iquitos, a bastante distancia, retratado por Vargas Llosa en “Pantaleón y las visitadoras”. Todo ello certificado el vigor de la poesía de Alencart sin límites entre sus creencias y los horizontes en los que ha vivido que, ahora, también se encuentran en el Tormes y su vehemencia poética. Casi al final de esta parte quedan unos versos que dan fe de esa relación con la naturaleza y la existencia, como “Te hospedas en la luz no aniquila los ocasos”.

 

La segunda parte del libro, titulada “Justamente así”, nos permite contemplar el amor en toda su cercanía, retener el inmenso valor de los minutos en que los amantes viven su aventura inmortal. Escribía Luis Rosales: “No puedo verte, no puedo / verte cuando estoy contigo! / ¡no sé mirarte, no sé / mirarte, pero te sigo!”. Esa cercanía de la amada sugiere en el poeta delicadas escenas de intimidad, el ansia uniforme de lograr una expresa manera de compartir lo cotidiano, lo vemos en “Arpa”: “Eres arpa / para no dormir, / metamorfosis de una ternura / que no envejece. / Voy por el ojo de la cerradura/hasta pasar el cielo” y se refrenda en “Bendición”: “Bendigo que quedas desnuda/mientras oímos la balada. / Bendigo la vida y el deseo / con su realidad de fondo. / Bendigo el sexo exacto/certificando que estoy vivo”. Y es que la mejor manera de mantener la vitalidad, la alegría, es compartir el amor, hacer planes para los futuros de ambos, recorrer los paisajes más estimados o habitar los lugares en que sea posible revivir los minutos más hermosos, pues lo contrario será caminar hacia la extinción, hacia el olvido. De algo parecido habla el peruano universal, el cholo César Vallejo, en un poema titulado precisamente “El poeta a su amada”: “Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos; / se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura; / y habrán tocado a sombra, nuestros labios difuntos”.

 

Pero, claro, el poeta recuerda que “El amor no tiene planes organizados”. Son los protagonistas quienes deben organizar su compañía, su intimidad; quienes deben supeditarse a sus mutuos deseos, a sus necesidades. Mientras la pasión persista la soledad estará lejos, mientras la unión continúe los seres que comparten cama, comida, deudas y alegrías estarán vivos. Lo podemos leer en “Ya no amanezco solo”, una exquisita prosa poética que mantiene el vigor de toda la escritura de Alfredo Pérez Alencart de quien, por cierto, la poeta y profesora de matemáticas rumana Elena Liliana Popescu ha traducido el libro “Savia de los antípodas” (Bucarest, 2014): “Goza de la vida con la mujer que amas”, se solicita en el Eclesiastés.

 

5 Una de las sencillas celebraciones de las Bodas de Plata, con los poetas Colinas y Díaz, el pintor Elías, el músico Gabriel Calvo y la soprano Sofía Chen, entre otros (Foto de José Amador Martín)

Una de las sencillas celebraciones de las Bodas de Plata, con los poetas Colinas y Díaz, el pintor Elías, el músico Gabriel Calvo y la soprano Sofía Chen, entre otros (Foto de José Amador Martín)

 

Estamos en la tercera parte del poemario, la denominada “Mujer de la mañana”, donde la leyenda sigue pues se trata de la compañera, de la elegida para enfrentarse a los avatares de la existencia, de quien ha de ser la madre de nuestros hijos, de quien ha de acompañarnos en los buenos y malos momentos, y viceversa. Y es bueno recordar ahora lo que desea la socióloga Maria Antonia García de León, “Libre te quiero”. Al denominar “Princesa” a la musa, a la esposa, a la mujer a la que desea querer libremente, Alencart recuerda “Aprisiono tu nombre para sentir mi vida”. Y esa capacidad de sentir la existencia del también el deseo, se conviertan el algo duradero, expresamente nítido, amable, grandioso. Veremos que escribe Pablo Neruda al respecto} “No te quiero sino porque te quiero/y de quererte a no quererte llego/y de esperarte cuando no te espero/pasa mi corazón el frio al fuego./En esta historia solo yo me muero/y moriré de amor porque te quiero,/porque te quiero, amor, a sangre y fuego/”.

 

En pocas ocasiones una antología nos permite asistir a tan completa conspiración entre antólogo y autor para lograr una tal completa y fascinante colección de poemas sobre un tema tan delicado, y bilateral, como es el amor. En “Una sola carne” se nos hace participar en todo un mundo de suspiros, de conspiraciones intimas, de personales aspiraciones capaces de compartir tantas cosas…

 

Aquí se ha logrado normalizar una historia de vehemencias, de esa gestación de deseos y de complicidades humanas que, de muchas formas, ha modificado a dos seres, lo cual puede realizarse a través de la llegada de un hijo pero, también, al hecho de compartir una vivienda, un paseo al atardecer, los momentos cotidianos de las comidas, del aseo y de las ilusiones. Por eso, en este caso, el poeta en ‘He de nombrarte, Jacqueline” se expresa de esta manera ‘Venga el feliz renacimiento/que inventamos los dos / para volcarnos en abrazos, / carne con carne, ofrendados/ambos al eje del amor’. Es la fuerza de la poesía permitiendo que dos seres se conviertan en uno solo, mantener en tantas ocasiones iguales deseos o esperar la misma satisfacción que es, precisamente, la culminación del amor, aunque Valle Inclán confesaba “Soy aquel amante / Que la voz no nombra, / Mi sombra va errante / En pos de tu sombra”. Los poetas persisten, siguen manteniendo la idea de una musa, escriben sus versos como si se tratara de su propio testamento, esto es, vivificando relaciones, anotando recuerdos, inventando futuros incluso para más allá de su propia existencia y de su escritura finalista.

 

Una suerte de aforismos, comentarios, notas, frases entrecortadas se contienen en la parte 4ª del libro, la titulada ‘Esquirlas’. Ahí ya disfrutamos de esa agilidad del buen docente, de la locuacidad de quien dialoga con frecuencia, de la capacidad de transmisión de ideas de quien siente la inspiración como parte de su profesión y de su capacidad para la escritura. ‘Siempre quedan vestigios allí donde se levanto un altar para el amor” o “El tiempo de Amar precede al tiempo de hablar”. Con ello, ciertamente, se nos revela un escritor atento a la tradición de la poesía amorosa pero, al mismo tiempo, reconocible como alguien para quien el filo de la narrativa se puede desviar hacia los terrenos de la emoción y de las vivencias personales.

 

Una lectura atenta de los versos anteriores y de estas notas, aforismos o frases, nos lleva a conocer las emociones como si las estuviéramos viviendo y a degustar los momentos del amor como si hubiéramos podido compartirlos.

 

Gracias a Alfredo Perez Alencart nos queda la sensación de que la mujer es un ser preciado, digno de ser amado y respeto y con quien compartir la existencia y las cuestiones materiales es algo de gran importancia. ‘Oh mujer ardiente en tu lava y como luz en la noche”, escribe el poeta Jaime B. Rosa.

 

El “Poema final” se convierte en música como melodías fueron la mayoría de los anteriores versos, todos ellos, sí, repletos de ritmo, de imágenes, de ese perfume perfecto que es la pasión amorosa, no en vano estas estrofas han sido musicalizadas por el cantante chileno Hector ‘Titin’ Molina. “La mujer del poeta no tiene sosiego / sabe de fabulas que nunca terminan/de sueños azules tumbando los días, / se duele de veras de ingratos amigos”.

 

El libro se cierra con una cita de Corintios: “El amor nunca deja de ser…”.

 

 

6 Jacqueline Alencar y A. P. Alencart, retratados por MGala (Madrid, 2017)

Jacqueline Alencar y A. P. Alencart, retratados por MGala (Madrid, 2017)

 

 

2 comentarios
  • Fernando Carbajo
    mayo 7, 2017

    Enhorabuena, amigo Alfredo.
    Grande es tu poesía en todas sus facetas.
    Y buena la reseña de Quiroga Clérigo.

  • Luisa Pajares Martín
    mayo 7, 2017

    Atractivo comentario sobre la obra de un poeta que aprecio. Conseguiré esta antología. ¡Gracias!

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