Alfredo Pérez Alencart en la Feria del Libro (foto de José Amador Martín)
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar el texto inédito que -sobre la antología ‘Una sola carne’ de Alfredo Pérez Alencart-, ha escrito el poeta colombiano Juan Mares (Guatapé, Antioquia, 1951. Seudónimo de Juan Carmelo Martínez Restrepo), licenciado en Español y Literatura por la Universidad de Antioquia. Desde 1968 vive en Apartadó, donde fue profesor y director de la Casa de la Cultura. Actualmente es profesor de cátedra en la Universidad de Antioquía (Sede Urabá). Entre sus libros publicados están: Poteas y pirontes (1987); Voy a ver pantalla chica (1989); El árbol de la centuria (la ed. 1996, 2a ed. 2004, 3a ed. 2011, 4ª ed. 2016) y Ritmos del equilibrista (2011). Es coautor de Entre la savia y la sangre, recopilación poética de Apartadó (1996), Kalugrafías del instante (2009), Hojas de caladio (2013) y Policromías literarias (2013). Ha participado en diversos encuentros literarios, como la Feria Internacional del Libro (Bogotá), el III Festival de Poesía Salvador Díaz Mirón (México, 2013) o el XVII y en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Salamanca, 2014 y 2016).
Portada de la antología
UNA SOLA LLAMA DEL ALMA EN EL ALJIBE
— O el testimonio de una lectura —
Hay libros que se le avienen a uno luego de pasar el tiempo y como que lo llaman desde la llamita del título atrayente: Una sola carne. Me atraía por lo que me disgustaba un poco la fuerza de lascivia impresa en la etimología del sustantivo. Y claro, al confrontarla con la asignación cotidiana en las plazas de mercado se me dañaba el merengue. Mas he sido un combatiente frente a los prejuicios y asumí mi deber de lector acometiendo el texto, y escudriñando su propósito, ese del cual se enamoró la antologista Carmen Bulzan, que en buen momento se le dio por reunir el manojo de textos, segados de aquí y de allá por ahí entre el florilegio de versos de Alfredo Pérez Alencart. Sí, asumí su lectura y me fue seduciendo hasta degustar su último verso. Ahora sí, pasemos al autor, al texto, y el motivo:
La poética de Alencart es canto vívido desde la entraña misma de su conciencia de fe. En él se unen los frutos del poema efervescente de la tierra y los que fluyen del pensamiento místico como una tradición literaria mezcla oriental y occidental: un solo propósito, atrapar el mundo con la ética de los sentimientos del cuerpo para el alma. El virtuosismo de su obra se decanta, a través de los años, desde un ritual de la palabra cantada, hecha verso, poema escudriñando el alma. Poema plegando el ánima de su visión sobre los acontecimientos contemporáneos y de ello este canto cernido por Carmen Bulzan.
A. P. Alencart y Jacqueline Alencar con un retrato de Unamuno pintado por Elías (foto de José Amador Martín)
La antología está dividida en cuatro partes para determinar unos deslindes que no son tales, más que pausas bien administradas, e ir rumiando el significado de cada línea de nardos y azucenas o de lirios desplegados para significar lo eterno y la emancipación de la pesadez de los días alebrestados. Son distintas las cadencias rítmicas del verso pero es un sostenido del alma a contrafuegos ante la animadora de sus días.
Sobre esta selección, Bulzan se refiere así: “El espíritu y la materia, lo sacro y lo profano, mano a mano. Él y ella, animus y anima… una sola carne.” Como una síntesis de este caudal de experiencia ante el ser complementario por la andadura de los caminos de la vida.
En el poema de la página 120 el poeta se pregunta:
¿Qué es el amor sino la dicha que teje estremecimientos
en el templo concupiscente del corazón? ¿Acaso
en esta orilla de paz no puede desbocarse el éxtasis?
Cantarle al amor, a la esperanza, a las flores del cantar de los antiguos poetas aztecas, es revitalizar el oficio de los amantes de la vida frente al tiempo. Cuando del amor se trata es la ley sagrada de la existencia misma. Cantos ha habido llenos de gloria consabida, eternizadas en el libro de libros de la historia del cuerpo y del espíritu del ser humano sobre la tierra. Cantos han señoreado sobre los más altos elogios a la mujer amada, al hombre amado: a lo entrañable en la compañía de dos como lo hizo Neruda en sus veinte poemas famosos. Cantos de cada poeta desde la fecundidad de las palabras y el noble pensamiento.
Amar es un oficio para asirnos ante el precipicio de la soledad y los silencios, pero amar es igualmente silenciarse en el éxtasis de los cuerpos en el disfrute de los frutos del paraíso. Amar es también una larga paciencia que obedece los designios de lo eterno. El beso es la línea azul que comunica alma, corazón y pensamiento; cuerpo, espíritu y testimonio abierto al instante sin memoria y sin embargo, lleno de presencia iluminante. Exclamemos con el poeta Alencart:
“¡Besémonos largo, esposa de mi atardecer!
El juego verdadero no es un juego: Amar,
Dios mío, es una incesante prueba cabal,
de fuera hasta la vertiente de lo que no sé.”
Y eso que no se sabe es lo que imanta, que atrae, que atrapa, que muy adentro en cada ADN nos hostiga sin fatiga en el cuerpo y a veces nos delata depresiones en el alma. No es la neurosis que amilana, es la armonía que hace que los cuerpos floten emanando resplandores que fulguran desde el alma. Y hay algo más profundo en cada canto de este poemario de vertientes que llegan con su huracán de incendios del cuerpo como ofrenda a lo divino.
“¿De miel el tránsito? Garra del entallado
puedo sin descanso, atentos a lo que fluye
debajo de esta piedra, ¡ah, linda mitad mía,
esposa de mi atardecer, fresca flor viva!”
Nombrar la piedra mística como la de la sensualidad para evocar el panal deslumbrado por la sabiduría de los incendios y esa sed que delata los espasmos ante el saber de las delicias. Cada verso es una gloria, una melancolía, un abrazo de vivencias y recuerdos que se agrupan para nombrar el cielo terreno entre los musgos del paraíso. Voy leyendo el texto y fluyen todas las sensaciones místicas y epidérmicas con su furor de canto de poeta amador, amante y ser amado.
Dejo deslizar la mirada del amante de las páginas que consagran el amor como un agradecimiento a lo divino, a lo terreno y al ser que prodiga tales sensaciones: la esposa del poeta. Ello me lleva a otros espacios del papel librificado en los cantos de Petrarca a su Laura. Igual me lleva a recordar a esa gran escritora y lingüista que fue la gran guardiana del laureado Juan Ramón Jiménez: Zenobia Camprubí Aymar, una española bendecida para amar y ser amante de uno de los más grandes poetas en lengua española para el mundo. Quizás sea bueno recordar unos versos de Juan Ramón a su Zenobia:
“Me he convertido a tu cariño puro
como un ateo a Dios”
Así siento en muchos de los trabajos de Alencart, su pasión delicada y amorosa con la furia de la primavera y el encanto de las flores a su Jacqueline, como un premio poético de Dios.
A. P. Alencart firmando un libro en la Feria (foto de José Amador Martín)
Todo poeta, regularmente empieza sus cantos a un amor, luego diluye esa capacidad narrativa por medio de la crónica del poema a otros temas de alrededor, y en este caso se puede observar que de manera intermitente toda la obra de este poeta está transversalizada y permeada de un amor hecho sangre, carne y huesos con la presencia de su “oíslo”, como le decía Sancho (usando ese arcaísmo), a su consorte Teresa Cascajo, o si queréis, Teresa Panza.
En el epígrafe de entrada al texto en su primera parte, es como la ventana por donde se asoma el voyerista que avizora el paisaje en la distancia, bello anuncio de un proverbio que designa en su canto el placer en compañía de quien en sus días primaverales te dio a beber del manantial secreto armonías siderales. Se pone de manifiesto la predica del agradecimiento, del honor, y el regocijo especial de los amantes que han calmado la desértica sed existencial para henchirse de fe por lo recibido de Dios místico manifiesto en la naturaleza de los cuerpos hechos amantes. “… disfruta con la esposa de tu juventud,…”. No hay mejor juicio en el proverbio.
Lo que sigue es la danza que evoca los paisajes del tálamo salvaje entre selvas primigenias de todos los paisajes tropicales. Cada verso testimonian el “Amoris causa” del motivo festejante, las delicias que la vida brinda como ofrenda en transparencias de lealtades enraizadas en el alma del poeta. En cada canto, poema, himeneo se trasluce la vitalidad y la ternura significante del homenaje (digámoslo) a la esposa en los atardeceres con toda la fuerza sublime de las palabras. Cántese la plegaria sin prejuicios con el diálogo monologado como pedestal de la memoria agradecida:
“Oh amor que nació contigo, dice el Amado.
Oh amor por Dios bendecido, dice la Amada
A. P. Alencart con su antología (foto de José Amador Martín)
Es este texto para degustar en cada estrofa sobre lo que se olvida cuando los años evocando amaneceres, cuando el azul en primavera, cuando la mies ha sido segada tras la madurez de la espiga. Cómo no recordar otro portento de amor enardecido como el de Dante Alighieri por Beatriz Portinari, sublimada y elevada al mito en su obra portentosa.
Alencart, el poeta, dice triunfal en una de sus numerosas esquirlas:
¡Embriaguémonos, Amor, y no de vino!
Son una suma de textos mínimos consustanciados de la delicadeza y la pasión ante el diluvio de alegrías recibidas en cada ocasión de rosas sobre el tálamo. Son múltiples los filones para explorar en esta mina de versos donde el amor, es en términos generales, es el gran protagonista de las páginas. Me fui de sesgo por el espinazo del poemario antológico.
Ahora leamos este himno desde lo omnisciente, siendo el mismo sello de quien canta como decir la espiga, el pájaro, la rosa, con el poema que cierra este elogio a la mujer cantada, encantadora y cantante:
POEMA FINAL
La mujer del poeta no tiene sosiego,
sabe de fábulas que nunca terminan,
de sueños azules turbando los días,
se duele de veras de ingratos amigos.
Vuelve el poeta, intuye unas lágrimas
y con voz cálida le dice ‘te quiero’
recitando en su vientre odas benditas.
Y brilla la casa y cuida a su niño
y va leyendo un clásico latino,
y añora, Señor, todo lo suyo,
la familia, el río, las hojas caídas.
De nuevo su vida recobra la gloria,
prosigue su amor desafiando tormentas,
pidiendo tan solo al Dios del destino
que crezca su niño y se haga poeta.
Carmen Bulzan retratada por Miguel Elías
ALGUNOS DATOS DE LA ANTÓLOGA
Carmen Bulzan (Drobeta-Turnu, Severin, Rumanía, 1953). Catedrática de Sociología, poeta, traductora y miembro de la Unión de Escritores de Rumania. Autora de buen número de libros de poesía, diarios de viajes o ensayos (ahí están El diario español (2001), Don Quijote decodificado psico-socio-lógicamente (2005), Peregrinando (2008), (V)Ideoclipe (2009) o Caminando (2010), también ha traducido y publicado la primera Antología poética de Miguel de Unamuno, edición bilingüe español-rumano. Del mismo autor tradujo Amor y pedagogía (Dragoste i pedagogie), mientras que de Ramón de Basterra vertió al rumano La obra de Trajano (Opera lui Traian), el primer libro escrito en español sobre Rumanía. Carmen Bulzan es presidenta de la Asociación Cultural Iuventus Traiani, miembro fundador de la Sociedad de Escritores del Danubio y editor sénior de Crónica de las fundaciones. Entre los galardones y reconocimientos recibidos están el “Diploma de honor” de la Asociacion Vorba Noastr (Viena, Austria, 2003), el Premio a la Excelencia (Drobeta- Turnu-Severin, 2011) o el Premio Eminescu de Traducción (Craiova, 2011).
Carmen Bulzal enseñando a Pilar Fernández Labrador su antología poética de Unamuno (foto de José da Costa)
mayo 18, 2017
Juan, estupendo texto para un estupendo libro, el amor si no se encarna no es amor, es otra cosa: admiración, devoción sublime, sublimación, o no sé qué más, abrazo salmantino para el buen amigo paisa, EVV
mayo 18, 2017
Qué atractivo trabajo sobre la poesía amorosa de Alencart. ¡Felicitaciones para ambos!