El poeta Virgilio Rodríguez
Crear en Salamanca se complace en publicar la reseña que el destacado poeta Sergio Macías ha escrito sobre tres poemarios de Virgilio Rodríguez (Valparaíso, Chile, 1946), con poemarios publicados como Necesaria lejanía (1964), Los simulacros (1972), Hexaplus (1976), Tierra prometida (1988), De ocio y cielo (2007) y Los puentes cortados, publicado en España en 2015, por Vitrubio.
ACERCA DE LA POESÍA DE VIRGILIO RODRÍGUEZ
He terminado de leer con agrado tres obras del poeta chileno Virgilio Rodríguez, también profesor universitario de Arte. Es un creador cuyo pensamiento no solo profundiza en la estética, sino que utiliza a ésta para dar fuerza, recreación y un sinnúmero de reflexiones a sus textos que invitan al lector a entrar en su universo. Es una aprehensión de cosas, paisajes y del propio ser ante la realidad.
En su libro de prosa poética Los Simulacros, publicado hace años en una delicada y numerada edición, el vate se adentra en la angustia existencial del hombre: la muerte. La describe como un mosaico de la experiencia, con una memoria dolida, desgarrada, al rastrear el escenario que percibe. Para hacerlo más gráfico, la vida es como una flor que se deshoja.
No se trata solo de unas reflexiones metafísicas, el yo lírico llega a lo dramático cuando afirma: “El mundo es una rueda gigantesca y sin fortuna.” La soledad invade al hombre. ¿Cómo puede sustraerse al tiempo? Imposible. Y de aquí surge la herida de nuestra materia que implica la vida misma. La soledad, la muerte, el olvido se trenzan en esta obra que hace reflexionar a través de un lenguaje delirante, que nos indica cómo se va desgastando el material de que estamos hechos. ”La muerte no se acata. Ella tiene derecho a un poco de piedad de nuestra parte, para ser la gloria que constantemente le negamos.”
En el poema Primera soledad el autor refleja una riqueza de vocabulario que le sirve para utilizarlo de manera surrealista. La visión que tiene sobre la soledad es “sombra al viento, y viento al canto, licuando su despedida en corrientes de amplio crujir, lama que condensa el vidrio de su propio paso, imagen del aire lleva, y orillas de fin conduce.” Virgilio Rodríguez tiene una escritura descriptiva de los fenómenos que asedian al hombre para situarlo en su propia pérdida de identidad ante el abismo, la oscuridad, el abandono. La verdad: “Nadie puede decir nada, pues la alteración es una forma de vivir.”
Entrar en su obra De Ocio y Cielo es participar de una lírica meditativa, donde el emisor se detiene para describir fugazmente imágenes que procesa por medio de la transparencia o de la oscuridad. Así el poeta va sorprendiendo al lector con una escritura, a veces, cosmogónica. Estamos ante una poesía culta, controvertida y penetrante, con cuestionamientos al ser, cuando dice en el Demonio de la analogía: “Demasiada paz en el mar/ pero esa cantidad pertenece a la extensión. / Qué sucede en tu sangre, / en esa pequeña gota / que puede desatar tormentas /con su sola emergencia. / El cuerpo tiene sus ritmos / y nada en el mundo es análogo. / ¿En qué puedo parecerme / a la ola / sino en el infinito egoísmo/ de no ser iguales?/ ¿En qué puede el aire, / ese fantasma que no se deja ver / parecerse a mí sino en la asfixia? / El pájaro come silencioso / y sus saltos en el pasto / extienden la naturaleza inmóvil / del árbol. / Y el sol se mueve / distinto a mi andar.”
La realidad vive por la palabra. Muchas veces el verbo se identifica, se personaliza. El mundo le produce abatimiento. Es un amante de la vida desengañado, pareciera escéptico, pero no lo es. Lo que sucede es que “Aún soy moderno”, y se permite varias licencias poéticas ironizando el ambiente o escenario real y cósmico que le rodea. El poeta nacido en Valparaíso, en 1946, que coincide en el tiempo generacional con Juan Cameron, Raúl Zurita, Sergio Badilla, Waldo Bastías y otros destacados vates oriundos del famoso puerto chileno, no tiene ninguna coincidencia de contenido con ellos. El tratamiento de su imaginario poético es singular, incluso desconcertante pero atrayente, porque hace compartir nuestra frágil condición humana. Nos hace ver que la existencia se alimenta de la soledad, la duda, la religión, la esperanza y “Esta belleza es cantada/ con una manera de herir el corazón / una sonoridad que viene del futuro a los ritmos de la realidad”. A lo que se agrega el tiempo, la muerte y la desventura que encuentran su lugar casi metafísico en este libro que determina sensaciones ocultas de la existencia.
Y en su obra Los Puentes Cortados, el autor se siente afectado por el paso del tiempo. Así en su poema Balada para antes de suicidarse canta: “Pero lo que más me molesta es que la vejez / se note / en lo que ahora escribo. / Ningún dios de mi adolescencia / me querrá, / es tan poco plazo el que se gana ahora. / Dolorosa es la edad, / que no te deja morir/ cuando es preciso.” Es un poemario muy vital y apegado a la realidad, a los sucesos, recuerdos, a cosas que se dan a veces sin sentido, y a lo que de pronto mágicamente queda en la nostalgia por el padre, la infancia, el territorio selvático, los pájaros, el mar, la ausencia que se presenta dolida como una sombra del águila manchú. En su creación plasma filosóficamente la valoración que tiene del ser en su transcurso existencial: “se vive tan poco tiempo/ y se muere tan largo”.
Muchos poemas nos hacen descubrir la herida de nuestra propia realidad. Lo que perdura y se extingue como una llama. Un lenguaje donde encontramos ramalazos oníricos, asombros y tinieblas. Una obra que nos estremece por su intensidad y emoción: “Un dolor antiguo / con barcos que parten/ y un viento de ultramar/ alcanza a este puerto / en el que hasta el porvenir / quiere volver. / Él en la despedida es los ojos, / ella lo que se ve. / Y este es un país / donde el agua pensada / ausencia del límite / tiene
el color de las lágrimas.”
Madrid, verano, 2016
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.