Alfredo Pérez Alencart en el Colegio Fonseca de la Usal (foto de David Arranz, 2013)
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar el comentario escrito por el colombiano Juan Mares (Guatapé, Antioquia, 1951. Seudónimo de Juan Carmelo Martínez Restrepo), licenciado en Español y Literatura por la Universidad de Antioquia. Desde 1968 vive en Apartadó, donde fue profesor y director de la Casa de la Cultura. Actualmente es profesor de cátedra en la Universidad de Antioquía (Sede Urabá). Entre sus libros publicados están: Poteas y pirontes (1987); Voy a ver pantalla chica (1989); El árbol de la centuria (la ed. 1996, 2a ed. 2004, 3a ed. 2011, 4ª ed. 2016); Ritmos del equilibrista (2011)y Memoria lítica (2018, ediciones colombiana y española). Es coautor de Entre la savia y la sangre, recopilación poética de Apartadó (1996), Kalugrafías del instante (2009), Hojas de caladio (2013). Ha participado en diversos encuentros literarios, como la Feria Internacional del Libro (Bogotá), el III Festival de Poesía Salvador Díaz Mirón (México, 2013) o el XVII y en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Salamanca, 2014, 2016 y 2018). Festival Internacional de Poesía de Medellín, Corporación Prometeo (2015). Su poesía se encuentra representada en cinco antologías iberoamericanas y nueve antologías colombianas.
Portada de Gaudeamus
LA CREATIVIDAD DEL HOMBRE AL HACERSE VERBO
A PROPÓSITO DE GAUDEAMUS
La poesía no es una regla idiomática particular. Es una percepción psicosomática en tanto que el poeta como elemento de lenguaje neurotransmisor de incógnitas del universo se hace verso, paisaje y concepto. El poeta como lenguaje (cualquiera sea el idioma), tiene un alma en estado vibrante que disfruta y padece; un cuerpo físico anhelante, evocante, catártico y creativo.
El poeta usufructúa de los paisajes que posibilita el mundo sin el velo de la imaginación y luego lo cubre, en su recorrido, con las transparencias de la luz de las estrellas entre lo que llamamos día y denominamos noche, la transfiguración de ese paisaje vivido para revivenciarlo desde la dimensión del alma: es lo que se dice del mundo físico, lo que irradia la impresión del alma y la expresión que articula el sistema eléctrico del cerebro como formas para asir el mundo en sus coordenadas universales.
El poeta se hace contemplativo de lo que repercute en el interior de sí mismo como efecto del mundo real transfigurándolo en conceptos y apreciaciones que le llegan desde el retroproyector de su espíritu. El poeta padece cada acontecer como un encuentro frente al mal y el bien, enfrentados en el acaecer del mundo. El poeta anhela conquistar la belleza de los objetos sumisos al sujeto, la hermosura de los sujetos encantados en sus transfiguraciones tras el encuentro con los fenómenos de lo sorprendente frente a lo asible e inasible de los estados de ánimo frente los efectos convulsivos que produce el arte frente al dolor o la alegría.
El poeta evoca los lugares, los momentos, los motivos y las personas que le ocasionaron vivencias inolvidables de lo uno y de lo otro. El poeta se purga del peso de los desgarros ante lo inconcebible para la sensibilidad humana con el ritual de las palabras, ante el rugoso acontecer de los desvaríos de la humanidad psicoplegica. El poeta se hace creativo para interpretar el mundo desde sus juicios y prejuicios a la manera de un dios humano. El poeta se hace verbo y habita desde las palabras.
A. P. Alencart en el Patio de Escuelas Menores (foto de Jacqueline Alencar, 2013)
Ahora, la poesía es la intuición de un engranaje discursivo que le permite al poeta interpretar mundos interiores y de calidad extraña para los mortales de mentalidad plana en un universo de esferas flotantes, a velocidades inconmensurables, en un mar de azul profundo inabarcable.
En una entrevista al poeta Pérez Alencart, ante la pregunta inquietante responde: “…la Poesía, no castra el sentimiento ni el pensamiento.”. Ocurre sí, que entre lo uno y lo otro está el discernimiento donde el poeta, hombre común, toma vuelo desde la perplejidad de los fenómenos del mundo en el que se debaten los seres racionales y, a veces no tanto.
Precísese: Alencart recientemente publicó un antología para degustar quienes tienen la facultad de alegrarse ante el pretexto poético, ante la historia laudatoria de la oda que rememora el viacrucis humano de personas que lo han dado todo por conquistar la bondad humana, sembrando luces de esperanza y valores de reciedumbre frente a los avatares dl mundo.
Hay un canto para cada personaje y un “laus urbis” que se identifica en estos tres versos de corte oriental, cuando ya tenemos identificado el espacio, el símbolo y la presencia de todo lo celebrado:
La piedra en la lengua
y el espíritu
habitando la ciudad.
José Amador Martín, A. P. Alencart y Juan Mares, tras la rueda de prensa (Jfoto de Jacqueline Alencar)
Aclárese que los poemas del poeta Pérez Alencart no tienen la pretensión de cantar verdades sino gratitudes, lamentaciones y reivindicaciones más para el ámbito de la conciencia que para algún intríngulis jurídico. Estamos ante unos poemas llenos de evocaciones históricas y agradecimientos presentes ante personajes que han liderado batallas del pensamiento y la fe.
Cada verso es soliviantado sin cálculo de peso, ni de su estado plasmático para estirar este universo del poema, que se solidifica en la palabra y transfigura la conciencia desde el estado de Bose-Einstein hasta hacerla líquida perla rodando por el mentón. Y no es más que ver y leer para sentir con intensidad suprema un poema que ya había catado en “Monarquía del asombro” y ahora aparece con todo su fuerza en esta nueva antología: Gaudeamus, les hablo de “Salva de silencios en voz alta, por el juglar de Fontiveros”. Bello oxímoron (como para evocar al rey de esta figura que fue Shakespeare), la reiteración de los porqués justificando la tesis del poema: el silencio del poeta ante las onomatopeyas del ruido y el escándalo.
Dibujo de Miguel elías
No resisto la tentación de citar el poema en su ebriedad:
Porque no sé estar sin silencios y sin palabras.
Porque lagrimeando me mojo fabulosamente en la esperanza.
Porque en las catacumbas dibujo el pez para que me reconozcan,
mientras algún hermano toca el salterio para mí.
Porque me acuna un aleteo de palomas hasta dormirme con otra visión del éxodo.
Porque tiembla la tierra que todavía no ha sido sembrada.
Porque echo mano del amor carnal y así siento que no se me pudre lo divino.
Porque la muerte pasa tostándome la vida.
Porque solo intento ser un amanuense que sortea caminos trillados.
Porque en Castilla tengo mi alto domicilio, mi tablero de orientaciones
y la roja cruz de mi bautizo.
Porque mis oraciones no contaminan el lomo inquieto del aire.
Porque nada es tabú si tengo la virtud de vaciarme d impotencias.
Porque cuando me toca observar, dejo que el lenguaje pase de largo.
Porque soy otro río desordenado que derrama sus aguas
sobre las sandalias polvorientas de todo samaritano.
Porque en mi copa no escasea la dulce savia de la premoniciones.
Porque descreo de la estatura de los poderosos.
Porque solo soy un hombre tratando de decir
que el milagro de un beso me ha resucitado.
Porque descanso entre músicas densa que resisten cualquier chillido.
Porque huyen de mí los murmuradores.
Porque siempre me encomiendo al siempre silencioso.
Porque d niño siempre me enseñaron a tener paciencia.
Porque un sediento colibrí se me aparece n el vaivén de los sueños.
Porque protesto de los que se rodean de muros.
Porque como amo tanto a la hermosa mía,
procuro que nuestros pies se mezclen de amor amante.
Por la sumatoria de estos porqués
reconozco que el silencio no me arredra,
pues de mi fe brota una alegría que asfixia a las estatuas,
haciendo que broten abrazos gratis que despliego hacia los demás
en esta noche invernal que mucho brilla para mí. (pág. 79)
Un solo poema puede sintetizar el tamaño de esta colección selecta, con la cual degustar la amplia extensión de una canción, de una oda, de un epitalamio como cuando cita a la visitante del tálamo donde el Arizá desplegó sus pétalos, en cualquier caso es la oda encomiante tras la catarsis del silencio.
A. P. Alencart en la biblioteca histórica de la Universidad (foto de Daniel Mordzinski, 2002
El poeta se sorprende cuando se da cuenta de la magnitud de lo celebrado y escribe: “Hay veces que la antigüedad se disfraza de hoy mismo.”
El hoy mismo es todo un acontecimiento para ser recordado tras cada giro del tiempo. Se es presencia y recuerdo y deseo de futuro sin pordiosearlo. Se es la frente en alto como estandarte del verso donde trisca la alegría, se fermenta el pensamiento y se escribe la poesía. Se es la oración en las palabras y es la oración sagrada y es la hora de la acción cantada. Poesía y locura en la ebriedad del vino eterno, poesía y sacerdocio en la prédica sagrada, poesía para el silencio de las madrugadas. Poesía y rumor de noticias destiladas como un ayer en el presente.
Texto de gracias para regodearse ante las premuras del mundo conquistando el verso de los silencios como un homenaje a seres de singular singladura, a la historia, al idioma, a un territorio y al saber catalizado por diversos estados del alma. Homenaje a los días transcurridos desde los días primeros de su aparición en Salamanca, lejos de su Maldonado donde sembró su ombligo. A Salamanca, la ciudad virtuosa en los caminos de nuestro idioma castellano como hispánica presencia allende los giros del mundo.
En el poeta está el místico cuando fluye su loa a Teresa de Ávila, sin remilgos ni prejuicios para decir:
“Teresa me sabe a Dios
y a máximo sacrificio.” (pág.76)
No es un milagro, es la disciplina a tesón de pluma y pensamiento y entonces, como una oración laudatoria ante la vida se produce, ahí sí, el milagro del poema, que sumados son el sustrato del hombre, el pastor y el poeta, que desencadena silencios para que nos alegremos.
A. P. Alencart y Jacqueline Alencar (foto de José Amador Martín)
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