El poeta Winston Morales Chavarro
Crear en Salamanca se complace en publicar siete poemas del colombiano Winston Morales Chavarro (Neiva, Huila, 1969). Poeta, comunicador social y periodista. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana. Profesor de la Universidad de Cartagena. Ha ganado los concursos nacionales de poesía de las universidades del Quindío, 2000; Antioquia, 2001, y Tecnológica de Bolívar, 2005. Ganador del Premio Internacional de Literatura «David Mejía Velilla», Universidad de La Sabana, 2014. Primer Premio IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Ha publicado los libros de poemas ‘Aniquirona (1998); ‘De regreso a Schuaima’ (2001); ‘Memorias de Alexander de Brucco’ (2002); ‘Summa poética’ (2005); ‘Antología’ (2009); ‘Camino a Rogitama’ (2010); ‘La ciudad de las piedras que cantan’ (2011); y ‘Temps era temps’ (2013). En narrativa: ‘Dios puso una sonrisa sobre su rostro’, novela, 2004; en ensayo: ‘Poéticas del ocultismo en las escrituras de José Antonio Ramos Sucre, Carlos Obregón, César Dávila Andrade y Jaime Sáenz’ (2008).
Uno de los poemarios de Morales Chavarro
Los siete textos seleccionados por el destacado poeta Alfredo Pérez Alencart, forman parte del ‘Memorias de Alexander de Brucco’ (2002), Para Alencart, “los treintaiún poemas que Morales Chavarro acopia en este libro son una prueba más de la fuente inagotable que resulta la Biblia para la poesía, el arte y la narrativa de todos los tiempos. El colombiano ha ido a los orígenes y, tras decantar lo que estimaba de mayor lirismo, nos ofrece unos versos originales y trascedentes. Bien merecido el fallo del jurado que le concedió el XV Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, en 2001”.
CANCIÓN DE EVA A ADÁN
(Para mitigar el viaje)
Cuán hermoso es el barro que se levantó de otras orillas
Y se formó como un pájaro en el bosque
Hasta cantar la diadema de los ríos.
Cuán bello su orgullo de hoja seca
Que se doblega como un faro
Al contacto inmisericorde de la espada.
Cuán bello es el hombre que bautizó a los animales de la selva,
Puso nombre a los ríos de la muerte
Y le canta al Chatak de los lejanos pinos
Para que descienda el agua de la acequia
Sobre las viñas y los olivares de las sombras.
Cuán hermoso es Adán
Innumerables son los hijos que le ha arrojado al mundo,
Innumerables las manzanas que lleva bajo el brazo,
Innumerables los ríos que ha sobre-nadado
E innumerables las colinas y las arenas recorridas
En su último destierro.
Cuán hermoso es el pájaro del Génesis:
Su boca tiene la medida exacta de los frutos del Apocalipsis
Y sus ojos las visiones premonitorias
De todos los calvarios:
Las hojas afiladas y serradas
De sus próximos destierros.
Cuán hermoso es Adán
Cuán magna su sabiduría de la muerte
Su tortuoso caminar por los recovecos de esta Terra.
Cuán hermoso el paradigma del sepulcro,
Sus costillas, sus cabellos, sus ojos, sus pestañas,
Sus manos de extranjero
En los confines de otro continente.
Cuán hermoso es Adán
Esta noche me entregaré de nuevo a sus mieses, a sus frutas,
A su siega.
Como quien va de los precipicios de las sombras
Al vórtice inigualable de otro paraíso,
Me entregaré de nuevo a él
Como la última manzana,
Como la última mujer que puebla sobre el mundo.
El sacrificio de Isaac (1603), de Caravaggio
ABRAHAM
Ahora que he saltado del barro a la vida
Ahora que soy polvo, hojas secas, velámenes y flores
Me llaman Abraham.
Una voz y brisa de Kithara
Me condujo por los caminos olorosos de Siquem.
Soy Abraham
Dejé mi tierra, mis parientes y la casa de mis padres
Soy dueño de todo lo que alcanza a visualizar mi pluma:
Los campos, las pirámides, las altas torres de trigo,
El agua de los cántaros
La mujer que entreabre sus contornos
A las gotas gentiles de la lluvia.
Soy Abraham
No conozco de grandes plagas;
Apenas sé de los estorninos,
De los tábanos y abetos,
Del albatros que se endurece como un barco
Y ondea sus plumajes y sus remos
Por las aguas cenicientas del Mar Muerto.
Me llaman Abraham
Formo parte de una gran nación;
Una nación que llueve y canta,
Salta hacia las arenas tórridas de Schuaima
Cuando el sol como agua
Humedece la piel reseca de los castaños
Y los labios virginales de todas las doncellas del Eufrates.
Soy Abraham
Mi nación es infinita y libre
No colinda con nada
No está demarcada por idiomas o banderas
Ni siquiera por el lenguaje de las hojas.
Desde el lugar donde esté
Toda la Tierra me pertenece.
Que griten de alegría los árboles del bosque
Que los ríos con sus aguas proclamen estas tierras.
Yo me levanto como el viento a las alturas
Y arropo con mis manos revestidas por la lluvia
Las arenas desérticas de Canaán, de Ur, de Harán, de Betel,
De Hay, de Zoar y de Egipto.
En esta cumbre de flores y resinas frescas
Abriremos la encina sagrada de las premoniciones,
La limpiaremos,
La acondicionaremos para infinidad de cosas,
Esta será nuestra casa, nuestra Terra
La nación que carecerá de norte
El país que nos llamará a gritos
Para que lo habitemos.
Ruth en el campo de Boos, de Cecilia Lizcano
CANCIÓN A RUTH
(La moabita)
Como una roca sobre la roca
Como una espada sobre la espada,
Hay una fragua en toda Moab
Que centellea con el filo frío de la muerte.
Un fuelle que ondea
Entre las hojas crispadas del acero
Y cuyo fuego
Retumba en medio del mar de Galilea.
Una joven inflamada
Como las altas horas de la noche
Cuyo paso por las escalinatas del gran templo
Detiene la visión de príncipes y verdugos
De herreros y sacerdotes.
Como una piedra sobre la roca
Como un puñal sobre la espada
La hija de Abinoh
Demarca con sus senos
Las fértiles planicies del río Rogitama
Y una vez venida de la muerte
Ha traído al mundo
La perennidad del fuego
La música perpetua de las fraguas
La tonalidad imperecedera de los yunques.
Bajo el golpe de los martillos
No hay otro más violento
Que el producido por la muerte,
Bajo el sonido del acero
No hay otro más secreto
Que el entonado por las sombras
Y esta mujer, llamada Ruth,
-Inquebrantable como los cuchillos de la noche-
Conoce las estrellas del gran Ébano
El vapor del ininteligible caos,
Los cerrojos y la cólera del sepulcro.
Como una roca sobre el océano del Hades
Como una espada sobre el territorio de Proserpina,
La hija de Abinoh
Ha circulado por los últimos caminos
Como una paloma sobre su primer diluvio,
Como la imagen del ancho espejo de la muerte
Sobre el brazo desnudo de una espada;
Y sus manos llevan piedras para el hambre
Y sus ojos continúan con el fulgor de las estrellas
y sus cabellos llamean como el mito del Apocalipsis;
instaurando y restaurando
la próxima venida de Majalón
sobre las lindes de otro paraíso.
El Aseo de Betsabé (1643), de Rembrandt
LA PASIÓN SEGÚN DAVID
Oh, Betsabé
-canto de corales y náyades de musgo-
Quiero alabar tu desnudez
Como un crisol alaba de la luz
La porción de los aceites
Y las gomorresinas del espejo.
Quiero alabar tus cabellos de estrella milenaria
Y poner ante tu talle y tu pliegue de paloma
Todos los territorios de Sión, de Judá, de Israel,
De Betfagé y de Séforis.
Quiero homenajear tus labios,
Tus rodillas de sinagoga
Tus pechos balsámicos
En donde convergen
Los vivos y los muertos
Para levantar en medio de tantas religiones
Las teorías sobre los orígenes de la tierra.
Betsabé
Quiero homenajear en nombre tuyo
A Saúl y a Jonathan ,
A Schuaima y Aniquirona,
Quiero festejar en nombre tuyo
Todos los silencios de la luna,
Celebrar en nombre tuyo
Todos los rumores de la acequia,
Cantar en nombre tuyo
Todos los himnos de la noche.
Los salmos que no he escrito todavía
El hermetismo de los evangelistas románticos
Y todos los lenguajes de estos precipicios
Destilarán tu nombre, tu aroma y tus palabras
Bella estatua del santuario
Para enaltecer la memoria del hijo fallecido
Y regocijar a Salomón
Victorioso en medio de la sombra y sus espejos.
Betsabé
-Beso del hitita-
mi amor no acarreará otro destino
que la muerte de Urías en el campo de batalla,
mi beso no provocará otro sonido
que la deshonra de Tamar por los desiertos,
mi abrazo no contendrá otro principio
que la rasgadura violenta de mis ropas,
y mi tacto,
sobre tus rodillas desarmadas,
la rebelión de Absalón contra su propia alfanje.
Ven amada Betsabé
Sin embargo en esta noche,
-Luego del amor-
ningún castigo cobrará el valor
que tú y yo nos merecemos
en la candidez del abrazo de otra muerte.
Job y sus hijos (c. 1650), de Doménico Piola
CARTA DE JOB
(A los desposeídos)
Despertar y empezar a ser el sueño,
Empezar a ser
Esas águilas nocturnas
Que montan sobre el viento
De cachingos perfumados
Sobre las tibias cavilaciones de Betfagè.
Empezar y despertar
A transformaciones extrañas.
Despertar y comprender la muerte,
La elasticidad de sus tinieblas,
Su luz de icono
Sobre el tapiz mediterráneo de los sueños.
Despertar a la lepra,
Al hambre, a los cansancios
Abrir los ojos a la vida.
Caminar por las arenas desérticas de Egipto
Comprender el salitre de los astros,
El viaje hacia la tierra prometida,
Los anchos olores de la muerte.
No pensar, no dudar,
Creer en la cruz y en sus palabras
No reflexionar la cercanía del olvido
No cuestionar el equipaje de los muertos.
Empezar a ser resurrección,
Pervivencia;
Ser de nuevo Job:
El hijo más querido de la carne
El bienamado hijo de la noche.
Despertar y empezar a ser el sueño
-Sin evitarlo me persiguen las fuerzas del sepulcro
inevitable
me encandilan sus hedores,
inevitable me pueblan sus fantasmas
sus voces, sus ecos, sus hambres,
inevitable soy un hombre, pudiendo ser un santo,
y las negaciones del Apóstol
reivindican mis trayectos-.
Despertar y empezar a ser el sueño,
La muerte:
Empezar a ser.
Jesús entre los doctores (c. 1560), de Paolo Veronese
CARTA DE LOS FARISEOS
A JESÚS DE NAZARET
Niño de Belén
Tú que vienes de las pesebreras,
De ese silencio absoluto
Donde la sabiduría se puebla
De viento, de río, de calambrinas olorosas
E invade de lluvia
Al aliso, al cajeto, al siete cueros de la montaña
Enséñanos a conjugar la belleza.
Tú que eres viajero de otras épocas
-Distantes a las nuestras-
Enséñanos a bautizar las encinas del bosque,
A respirar el silencio
A orillas de la Quebrada del Muerto.
Niño de las grutas subterráneas
De Zoar y los caminos,
Tú que conoces el vaivén de las hojas
Que atraes la revolución de los peces,
Que vas hasta lo arduo del valle
A dejar tus pisadas de lluvia
Sobre las tierras infértiles del Monte Nebo,
Danos esa sabia forma de mirar el mundo
El silencio sagrado que atiza nuestro pecho
Para reconocer en las piedras
La amalgama de los mármoles y los diamantes
Y el gozo de las inescrutables semillas
Que caen como navíos de viento
Al piélago desnudo del Rogitama.
Somos los fariseos del templo
Y nada nos consuela tanto
Como el sonido del metal en nuestras prendas,
Danos la posibilidad de levantar en tres días la casa,
De restituir nuestros cuerpos apócrifos.
Con tus azotes de salvajina y madreselva
Haremos un nudillo de escamas
Para nuestras almas saduceas
Y remontaremos el vuelo como frailecillos copetudos
Hacia la inmortalidad que tú meditas.
Allá lejos
No habrá más ofrenda que la contemplación de los cuatro metales
Y un candelabro de cobre
Dará luz a nuestros ojos;
Un cielo bramante de estrellas
Esparcirá sus imanes
Y no habrá cenit, ni crepúsculo, ni nadir,
Sólo una nada absoluta
Que sólo conocen los hombres de las estrellas
Y que tú,
Niño de las premoniciones más remotas,
De las verdades inverosímiles más lejanas
Has escrito con tu sangre de ciprés,
Has dictado con tu canto de azor
Y tu mirar diluido en la hoguera de las sienes
Cansadas por las piedras.
Haznos libres huidizo niño de Belén
Que las borrascas del templo sagrado
Han hecho de estos fariseos
Un cúmulo de huesos erráticos.
Cristo en la tempestad del mar de Galilea (1596), de Jan Brueghel el Viejo
PAPIRO ESCRITO A ORILLAS
DEL MAR DE GALILEA
Yo no escribo para complacer a los hombres de la tierra
Mi propósito en la vida
Consiste en escanciar
La ruta de los otros
Y hacer menos difícil el camino
En el vasto principado de las sombras.
Yo no vine a este planeta
A complacer a los hombres de los cielos
Mi reino no es de este mundo
Ni del otro tampoco:
La tierra a la Terra
La ceniza a la ceniza
Y el espíritu a la luz,
Esa es la trilogía más perfecta.
Como una lámpara rapsódica de conocimientos
Sé cosas tan pequeñas
Como la resurrección de los muertos,
El libre albedrío
de multiplicar panes y peces;
cosas tan complejas
como lavar los pies a mis amigos,
quitar la lepra, sanar enfermos;
y lo que es peor para escribas y saduceos
contemplar por horas,
la belleza sugerente de los astros.
Yo no vine a estas estrellas
A complacer a los hombres del infierno.
Nada me conmueve tanto
Como el hombre por el hombre,
La quietud de los mercaderes de Sajonia,
El tenue batir de pescadores,
Sus redes oceánicas
Sobre las vastas cavilaciones del mar de Galilea.
Nada me consuela tanto
Como la absoluta belleza:
El ronroneo de la noche,
El canto de los ríos,
La polifonía de la lluvia
Bajo el rumor soterrado de las piedras.
Yo no escribo para complacer a los hombres de la tierra,
-Y no creo que todo esté perdido-:
Aún escucho la oración de las cebollas
Y sé que el universo es joven todavía;
Escucho el pájaro del aire
Que golpea con su música delgada
Los techos de Getsemaní y Jericó,
Y sé que su voz traerá buenas nuevas para el alma.
Haré de este lugar
Un paraíso para todos,
Construiré para mis hijos
Un mundo que esté vigente
En los planos absolutos de la nada,
Un reino que exista para todos
Y que ofrezca a sus viandantes
Un tibio leño donde reposar
La perennidad de las hogueras,
La música infinita de la muerte,
Los sortilegios fantásticos de la vida.
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