POEMAS DE LA VENEZOLANA LAURA CRACCO. XVIII ENCUENTRO DE POETAS IBEROAMERICANOS. PINTURAS DE MIGUEL ELÍAS

 

 

1 La poeta Laura CraccoLa poeta Laura Cracco

 

 

 

Crear en Salamanca se congratula en publicar algunos poemas de Laura Cracco (Barquisimeto, 1959). En poesía tiene publicados los siguientes libros: Mustia memoria (1984, por el que obtuvo el Premio Municipal de Poesía de Mérida, Venezuela), Diario de una momia (1981), Safari Club (1993) y Lenguas viperinas, bocas Chanel (2009). También es autora del libro de cuentos El ojo del mandril (2014). Su obra poética aparece seleccionada en numerosas antologías, tanto venezolanas como aparecidas en otros países de América Latina.

Laura Cracco quedó entre los 20 finalistas del II Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’.

Los textos forman parte de “He muerto… y he resucitado”, Antología del XVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, coordinada por Alfredo Pérez Alencart, poeta y profesor de la Universidad de Salamanca
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CENTAURO ADOLORIDO…

Ten una voz, mujer,
que pueda decir mis versos…
León Felipe

Centauro adolorido, pezuñas hundidas en barro,
Ancas de bestia apaleada unidas apenas por una cintura de avispa,
Por un apenas cordón de nervios a la cabeza sobre los hombros,
Al rostro que aspira sepultar al primate,
Al alma escurridiza que se imagina obra de dios,
Al aleteo de una verdad que no resiste el roce de los dedos.
Animal condenado por la fantasía de eternidad a no ser más que duda,
Trémula vacilación,
Duda aun dentro de la propia duda.
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ALMA SIN CUERPO, VISIÓN SIN OJOS…

 

 

 

Alma sin cuerpo, visión sin ojos,
Como un dios ciego conservo la forma
Pero ni una sola rosa.
Alma sin aposento, qué música puedo oír,
Qué melodía uniendo esferas sin sonido.
¿Puede existir el tigre, arquitectura perfecta,
fuera del movimiento que la prueba?
Patas forjadas en el correr,
Colmillos a imagen y semejanza de la presa.
Cómo saber del hombre y no saber de muerte,
cómo saber del mar en esta otra orilla.
En vano recorro el desierto
Fuera del río que devuelve al recuerdo,
Fuera del desierto que nos borra,
Alma sin cuerpo pero con vendas
Ni inmovilidad ni errancia,
perturbación, borrosa frontera.

 

 

 

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CIRCE

 

 

 

Nadie la ha visto realmente, ningún ojo ha podido penetrar sus palabras, tiránicas como el olor de las feromonas, hasta ver a la mujer real. ¿Existe la mujer real más allá de los siete velos, de las historias que hila, los perfumes, las islas que inventa, los mares vinosos, el poema que recita con la hipnótica música de una epopeya? Nunca nadie la ha visto, sólo a la Circe que les ha creado. No a la gorda cuyas dietas siempre fracasan, no a la muchacha que devora libros, que cultiva el oficio anacrónico de la retórica y conocimientos que luego unta como cosméticos. En su establo filosófico, Circe esconde el cerdo cuerpo, la cerda realidad, la absoluta soledad de un animal que sabe griego antiguo y leyó a Kant.

 

 

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EXTRANJERA

“exilio que domos et dulcia limina mutant
atque alio patriam quaerunt sub sole iacentem”
VIRGILIO

I

Decía la voz pegada a su espalda,
el mar metido bajo su camisa.
Entonces supo que debía marchar aunque nunca supo a dónde,
porque no conservaba ni tilos ni flores ni retratos
empolvados en la infancia.
“Lo primero que vi fue una isla rodeada de diamantes,
quise tocar la costa y los diamantes eran lanzas
y el agua, cieno.
Más adelante una ciudad enloquecía de luces,
las aceras semejaban alfombras persas,
cuando pisé entendí que caminaban hacia sí mismas.
De nuevo me encontré en el fondo del mar,
el timón seguía su propio curso.
Levité sobre las olas y vi una nueva ilusión cerrando el paso,
¿era Atenas o Nueva York?
Unos hombres lanzaban desde el muelle tomates podridos.
¡Extranjera!,
susurraba el mar a mis oídos,
¡extranjera!”

Entonces gritó sobre la popa y su grito
rajó el teatro en dos mitades:
“Extranjeros los rayos de sol quemando mi rostro,
extranjero el cielo encerrado en la cúpula de las nubes
para pasto de aves y miradas voraces,
extranjera el agua que moja los cabellos y no puede detenerse
ni asentar su humedad en un lugar específico,
extranjero el mar que es tumba y vientre de sí”.
¡Extranjera!, gritó de nuevo la voz
y vi sus huesos blancos volverse polvo
llevado por los vientos.
Porque comeremos castañas de navidad en cualquier rincón del globo
y tú seguirás perteneciendo a la inmensa raza que carece de suelo
de flores y sólo recibe letanía de mar come castañas y pavos asados
mientras hunde su cerebro en la soledad del mar.

 

 

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II

Extranjera detuvo un momento su barca
en el centro mismo de todos los mares,
donde sal y agua mezclaban sus dos eternidades.
Probó rocas, bosques, el maderamen de su barca
y le supieron a nada.
Abrió sus pulmones tanto como pudo
buscando el olor veraz del universo:
ningún olor, ningún sabor,
sólo el quebradizo eco de ella y su barca.
“Extranjera el agua que carece de voz,
extranjeros los hombres que nunca podrán ser,
extranjeros los recuerdos que pululan mi alma
buscando un leño añoso donde aferrarse,
porque nada son,
nada fueron,
migajas de un tiempo inexistente,
de una totalidad que la variedad oxida.
Extranjeros los hombres que nunca podrán ser
más que bagazos de una caña rota.
Extranjera mi alma que no comprendió su muerte
y sigue anhelando una precaria eternidad”.

Y sus uñas negras se hundieron en el leño
de un mar intocado.

“Vinoso, vinoso mar llamó un poeta mi sed,
vinosa letanía.
¿Eres tú o soy yo este susurro que apenas roza el viento?
Eres tú, viejo lobo, o soy yo
quien gimotea:
Cuánto se parecen a la muerte el mar y ella,
como el picotazo de una gaviota,
como las hendiduras efímeras
que va arrastrando una lancha sobre sus aguas,
como este aire henchido de quietud, de soledad,
que ojea inmensamente nuestros cuerpos en el malecón.
Sus greñas blancas se afierran a las rocas
en un intento desesperado de escapar a su eternidad.
Detrás de esta quietud,
de esta insufrible armonía que nos ignora
se esconde nuestra suave caída
y el viento lo anuncia,
nuestra muda e interminable caída
como una gota de agua pesada
en un pozo oscuro y pegajoso.
Detrás de ese azul tan sutil y lejano
se esconde nuestra propia caída,
nuestra caída suave, silenciosa
en un estanque oscuro, pegajoso.

 

 

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III

Extranjera vio ciudades despeñarse
como hojas podridas de un tronco seco
y ninguna lágrima mojó sus ojos.
Extranjera aun en el dolor
como un animal raro contempló la ruina
y sintió dolor no de la ciudad sino del dolor,
no de los desesperados lamento de sus hijos
sino del dolor.
Extranjera habló y su voz rodó como una piedra hueca
en la ciudad vacía:
“Ya los guerreros aprestan sus yelmos.
Ya los caballos y los escudos aqueos retumban en mi cerebro.
Tal como tú lo quisiste, poeta, los veo llegar
royendo las entrañas de la madera,
y sin embargo todos miramos el horizonte,
esa frágil línea en que la lejanía es ella y su contrario,
y sólo vemos el caballo articulado por el mar,
quizá por el viento o una mano esclava.
Y yo nunca dije quiero morir.
Nadie nunca lo preguntó.
La muerte, sus vapores sulfurosos que me llenaron de fantasmas,
de caballos con entrañas de hombres,
siempre me ocultaron la preciada rama
pero no su temblor.
La serpiente que ahora me devora
no me puede palidecer como el caballo árbol.
Ya antes, hace mucho tiempo, la alojé dentro de mí”.

Extranjera dejó detrás su ciudad
y como la mujer de Lot juró no ver la arena
donde yacía sepultada.
Caminó desiertos y mares, trepó cables y rascacielos,
mareada volteó a mirar y sólo vio arena
sobre aceras y ríos, sobre edificios y mercados,
bajo los abrigos, en sus ojos que miraban diciendo:
“Extranjera la arena que no es dueña de su condición,
modela hombres y dioses, verdades y mentiras,
y no es totalmente cierta ni totalmente falsa,
carcome estatuas y plazas, muros y catedrales,
y nada es y nada podrá ser
más que un puñado de arena sobre arena”.
Extranjera en su propio cuerpo.
Extranjera en la vida y en la muerte.
Extranjera siempre siempre siempre.

 

 

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IV

Extranjera entró al Café y todos miraron
el diamante prendido a su nariz;
otros, la pesada carga de los días
en su mirada descarnada,
el hueso puro del dolor.
Cuando habló todos supimos quién era.
“La vida pasó a mi lado y me llamó extranjera
en el sol, en las estrellas, en los ríos,
en tu propia tierra.
Extranjera serás en la arcilla que te modeló,
extranjeros serán tus dioses
que llevas como un saco vacío a tu espalda.
Extranjera la muerte que no encontrará en ti
más que un adelanto de sí:
huesos en vez de carne,
nada en vez de alma”.
Extranjera hincó su diente en la ostia
de sus viajes:
“Cesa ya de viajar, gritó la vida,
nada cambiará el suelo extranjero de tu muerte”.

 

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V

Porque no hay lugar para el regreso,
no volveré a ver mi ciudad teñida de siena
en las tardes
cuando los hombres cierran la puerta de la oficina
y las ventanas de las casas muestran la cena servida
para los que regresan de un largo periplo.
No volveré aun volviendo,
aun reconociendo en el regazo de alguna mujer
los senos que una vez me dieron su leche,
porque ella grabó mi partida
pero no mi regreso.
Nunca más Barquisimeto teñida de siena
en las tardes
que marcaron su sello caliente en mis labios.
Nunca, nunca más
Barquisimeto teñida de siena en las tardes
bajo un cielo de onoto.
Nunca más Ana abrirá su falda
para conjurar a la Llorona que me hizo probar el miedo
en la edad de milagrosas apariciones.
Nunca más su corazón moreno
oloroso a canela y semillas de cilantro
estrechando con mano temerosa todos mis terrores.
Tampoco Aldo como un pequeño dios sobre el Caroní
lanzará piedras al negro río
ni le ordenará replegarse
para que yo cruce el puente sin mirar.
Aldo no lee ya las parábolas de las piedras
cuando caen
en busca de un futuro que nunca fue diferente al pasado.
Aldo, el extranjero, murió sin testigos
en la absoluta soledad del Caroní
que siempre le espejó su muerte
a cada piedra que lanzaba. Furioso no le bastaron los guijarros
y se lanzó él a buscar su destino.
De su última parábola, la más perfecta,
sólo quedó un pasaporte podrido en las orillas.
Acaso no fue en la piedra sino en el río
donde leyó:
“Extranjero serás hasta el fin de tus días
y aun después de ellos.
Extranjero serás porque has nacido.
Esa es tu condición.
Nunca patria alguna será tuya
ni encontrarás puesto para ti bajo estos cielos.
Vete y no descanses de buscar
Lo que nunca hallarás”.

 

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