Crear en Salamanca tiene a bien publicar el texto de presentación del poemario ‘Ilusorium’, del poeta cubano Víctor Jiménez, leído por Ana Cecilia Blum durante el acto que se realizó recientemente en la librería Books&Books , de Miami. En dicho acto también participó el escritor mexicano Omar Villasana, editor de la Revista Nagari en la Web. Víctor Jiménez, La Habana, Cuba, 1965. Productor de televisión y escritor. En el campo audiovisual ha realizado publicidad, cortometrajes y documentales, algunos de ellos premiados en festivales internacionales. Sus textos han sido publicados en diversas revistas de los Estados Unidos y Latinoamérica. Actualmente reside en Miami y trabaja para el Centro Creativo de Promociones de la Cadena Telemundo, donde se desempeña como productor. Ha publicado el poemario ‘Siete Ciudades’ (Pensódromo, Barcelona, 2012).
“Un escritor ve palabras / flotando en el aire…”.Así empieza el canto del Ilusorium de Víctor Jiménez, y casi flotando llega el poeta; flotando en sus silencios, en su mirada extrema, en sus versos que son odisea de azar y de cemento. Este Ilusorium, es un territorio donde el soñador seducido por la imagen crea sus utopías, y también encuentra sus propias realidades existenciales.
“Entre el asfalto / y la poesía / forjo letras al azar…”, dice la voz, con ello la persistencia de lo cotidiano se derrama para hacer el poema, porque la alforja rebosa y de esta cuelgan las representaciones del día reciente y del día pasado, donde se develan “palabras aleatorias / metáforas en clave”. Explorar y colonizar la realidad es la misión del poeta, deambular para atrapar las voces que de la tarde y la mañana brotan, fractales ilusorios o fiables donde las cosas se hacen y deshacen, donde los seres se enamoran, se abandonan, viajan, laboran, gozan y mueren.
“En noches de insomnio / voy reconstruyendo mis obsesiones, / juego con la memoria…”,confiesa el hablante, y retorna a sus fotografías interiores, al blanco y negro de la añoranza; se deja poseer por un torrente de viñetas, de aquellas que solo con los ojos abiertos de la vigilia y la penumbra se caminan nuevamente para encender los cantos del pasado:“puentes azules, / los lugares de la niñez: / el sol iluminando un jardín, / una habitación fragmentada, / un cuerpo desnudo… / esplendores nocturnos en Bogotá, / una buhardilla en París, / un cerro en Valparaíso, / una esquina de Madrid…”.
Víctor Jiménez sabe que escribir es una labor arcana y al unísono una causa interrogante que debe asumir y sostener “como prueba de que existe”; esto lo revela en su poema “Blanco” cuando elabora: “En el espacio / blanco de la hoja / fluyen eternas, / palpitantes, / las palabras. / Ante el enigma / y el misterio, / asumo el reto / de despertar al silencio / como prueba de que existo”. Esta alusión al planteamiento de Descartes, aquel “pienso luego existo” se traduce en este manifiesto a escribo y luego existo, hago poesía y luego existo; existo en el poema, en el verbo, en la palabra.
Y al habitar el mundo de adentro y de afuera como un trovador fiel a su función acontece la transfiguración, la creación de un ente que va urdiendo la vida en verso. Fernando Pessoa escribió alguna vez: “Me vivo estéticamente en otro”, así se vive la voz de Jiménez o quizás Jiménez mismo, creando un personaje contagiado de la enajenación diaria de la existencia, de todo lo que por innombrable ha de nombrarse, y lo hace con los vestigios de un hundimiento íntimo, revelado en estas líneas: “Desde los restos del naufragio / tejo mi personaje, / tejo una trama con neurosis cotidiana…”.
El gran Vicente Huidobro afirmaba que “aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica”. Así son algunos enunciados de Ilusorium, ponen un pie fuera del círculo convencional y adquieren una representación ulterior fantástica para lograr composiciones que convencen y encantan, un ejemplo magistral de ello en estos versos a continuación: “Mi boca es una puerta / por donde se marchan / las palabras. / Las sagradas palabras / que ahora lanzo al viento, en ruta hacia la nada…”.
Hay una franqueza desnuda que circula como corriente de fríos por este poemario, y esto se revela cuando la voz admite: “Llamarte poeta / y ser testigo de esta realidad / terrible, que nos tocó como / una tormenta sin nombre…”. Se desnuda el hablante poético, se quita sus ropajes en el ritmo y el sonido, en la protesta escrita, en su voluntad de una ruptura poética que busca adaptar el lenguaje a la emoción, a la problemática del mundo; otro ejemplo de ello: “Descubro / que hasta un rincón / es un abismo, y / frente a frente / a lo cotidiano / lanzo palabras hacia todas partes…”.
Este acto de soltar palabras es un acto de liberación pero es también una sentencia a la soledad, el emisor lo sabe y lo ratifica: “Bajo el misterio, que brota del monitor, / un silencio estremecedor nos apodera. / Con cada golpear de las teclas / nos quedamos más solos…”; denotan estos versos sobrecogedores la solitud del oficio, el acto de escribir y su principal característica el de la soledad, ese enfrentamiento que se hace desde la orfandad, que no se puede cumplir acompañado, que exige aislamiento, distancia, retiro; un viaje que se prolonga, se cumple en el desamparo, y lo convierte en forastero: “Gritándole al día / trato de recordar / el salitre en mi lengua, / y por mi bien / olvido el camino / de regreso a casa. / Eterno viajero. / Huésped desafiante ante / el día que se desvanece”.
Decía Cesar Vallejo que “un poema es una entidad vital mucho más orgánica que un ser orgánico en la naturaleza”. Así son los poemas de Víctor, poemas vivos, con vísceras, con sangre que habla y que sostiene: “…Verteré palabras, / imágenes y parábolas, / sobre tu retina / para invitarte al ejercicio / casi extinto de viajar / en la utopía…”. Precisamente estos versos, esta invitación a emprender la peregrinación humana que es Ilusorium traen a mi memoria algo que Octavio Paz escribió sobre la poesía: “no es una experiencia que luego traducen las palabras, sino que las palabras mismas constituyen el núcleo de la experiencia”. Jiménez consigue provocar esa experiencia mediante sus alegorías, que van de la tinta a la mirada, e invitan a ese casi difunto quehacer de transitar las míticas ciudades de la poesía. Y nos ha convocado Víctor a realizar esa andanza, y hemos venido, y aquí estamos; te pedimos entonces, ahora, llévanos Víctor a conocer tus avenidas, tus esquinas, el parque, el columpio donde se mecen tus metáforas, allí donde vuelan y saltan los versos, los versos. En la casa, el café, el bar, la mujer amada; cuando la tinta se hace vino en la pupila. Aquí estamos Víctor y hemos venido a escucharte, tenemos una gran sed de tus palabras.
CUATRO POEMAS DE VÍCTOR JIMÉNEZ
Nocturno
En noches de insomnio
voy reconstruyendo mis obsesiones,
juego con la memoria,
recorro paisajes hace tiempo olvidados:
puentes azules,
los lugares comunes de la niñez:
el sol iluminando un jardín,
una habitación fragmentada,
un cuerpo desnudo.
Recuerdo ciudades:
esplendores nocturnos en Bogotá,
una buhardilla en París,
un cerro en Valparaíso,
una esquina de Madrid.
Juego con una infinita sucesión de imágenes.
Es de madrugada en esta ciudad
vulgar y nerviosa.
Vivo -a veces- en blanco y negro.
Llueve contra los cristales.
Apago la luz.
Blanco
En el espacio
blanco de la hoja
fluyen eternas,
palpitantes,
las palabras.
Ante el enigma
y el misterio,
asumo el reto
de despertar al silencio
como prueba de que existo.
Neurosis
Hago lo que puedo,
no busco la salvación.
Solo quiero descubrir un destino,
descubrir la palabra idónea
que desinfle este ego agotado.
Desde los restos del naufragio
tejo mi personaje,
tejo una trama con neurosis cotidiana.
Siento que un vacío
inmenso recorre el universo,
que lo superfluo se ha instalado,
pero me niego al desasosiego.
Renunciar a la pregunta
es aceptar la fugacidad;
negar lo eterno es saber el final.
Nadie se salva cuando el arte ataca:
la belleza siempre termina por escapar.
Utopía
Todo se me confunde cuando creo que recuerdo
es otra cosa la que pienso;
si veo, ignoro, y cuando me
distraigo, claramente veo.
Fernando Pessoa
A partir de hoy
escribiré con silencios.
Con miradas.
Intentaré atrapar la luz
en esta hoja en blanco.
Voy a crear un poema
cinematográfico.
Sacro-mágico.
Seré una voz en off
sobre estas líneas
alocadas.
Vertiré palabras,
imágenes y parábolas,
sobre tu retina
para invitarte al ejercicio
casi extinto de viajar
en la utopía.
Quiero convertir
una metáfora en bálsamo,
que me ayude a ver la belleza
dentro de la barbarie cotidiana.
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