DARÍO Y NIETZSCHE: UN ‘RARO’ EXCLUIDO DE “LOS RAROS”. POR NOEL RIVAS BRAVO

Crear en Salamanca se complace en publicar este ensayo sobre Rubén Darío y Nietzsche, escrito por Noel Rivas Bravo, profesor titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, en la Universidad de Sevilla. Las pinturas son de Miguel Elías, profesor de la Universidad de Salamanca y del reconocido maestro E. Munch.

 

1 Nietzsche por Munch

Nietzsche por Munch

El pensamiento de Nietzsche tuvo una amplia y honda repercusión entre los poetas y escritores españoles de entresiglos. Su presencia forma parte de ese proceso de europeización de la cultura hispánica encerrada entonces entre los muros de su propia tradición atrasada y provinciana. De ahí que el estudio de su influjo sea imprescindible para conocer muchas de las tendencias ideólogicas que alimentaron los ideales de renovación de este grupo vivamente preocupado por la desastrosa situación social y cultural de la península. Entre los guías espirituales de esta época- Ibsen, Zola, Tolstoi, Verlaine y D’Annunzio- ninguno alcanzó un magisterio más efectivo y duradero que el del filósofo alemán. El mismo Darío durante su segunda visita a España, en la crónica ignorada hasta ahora por la crítica, “La joven literatura II. Un estilista/Lo que vendrá” , dio testimonio de esta influencia, en un principio, escandalosa:

“Aquí donde apenas acaba de abrirse una que otra ventana del feudal y secular edificio para que penetren la luz y el aire de afuera, unos cuantos rayos descompuestos, una bocanada de viento alemán, de la odre (sic) de ese admirable loco de Zarathustra, han revuelto más de un cerebro juvenil, que con el justo deseo de una renovación de ideas y de un cambio de rumbo, se precipita a lo primero que encuentra extraño y nuevo. Mozos de verdadera inteligencia y de no escasa instrucción tienen por moda lanzar en sus malabarismos de taparrabo las más estupendas paradojas. Porque Así habló Zarathustra; y porque el ser inmoralista da cierta importancia de iniciado entre los aristos, se juega estúpidamente con el concepto del honor, de la moral, se habla de Cristo en peores términos que Nietzsche; se defiende y se proclama la libertad pentapolitana de Sodoma, se niega todo aquello que hasta hoy ha sido proclamado como verdad, por la simple comezón de estar en el lado opuesto; se declara imbéciles a Homero, a Shakespeare, a Cervantes”.

 

La huella de sus aforismos podemos apreciarla en el anhelo de una vida superior de Maeztu, en la predilección de Manuel Machado por el mundo del renacimiento, en cierto amoralismo estetizante de Valle Inclán y Benavente, en el anarco individualismo, antidemocrático de Baroja y en la filosofía y actitud crítica de Azorín, entre otros .

Pero la importancia de Nietzsche no sólo está presente en este periodo sino que se extiende, con mayor o menor precisión y hondura, a lo largo de la literatura española del siglo XX. Desde la primera traducción en 1900 de una de sus obras hasta el presente, la doctrina enérgica y renovadora del pensador alemán adquiere un espacio privilegiado en el desarrollo del pensamiento hispánico. Según hizo notar Gonzalo Sobejano son numerosos los aspectos en los que se puede detectar su presencia evidente sobre todo en lo que se refiere a la permanente controversia con el cristianismo, al replanteamiento de los valores morales y vitales, a la aversión hacia la democracia y el socialismo, al anhelo de una sobrehumanidad futura, al culto a la voluntad de poder, a la visión del tiempo y de la eternidad, al desapego del romanticismo, a la condena de la decadencia sin lograr rebarsarla y a la interpretación de las artes.

Por otra parte, el pensamiento del filósofo artista no sólo acompasa el desarrollo de la literatura española de nuestro siglo. También enmarca nuestro presente crítico con respecto a la modernidad, tal como ha sido visto y estudiado por Habermas en el capítulo “Entrada en la posmodernidad: Nietzsche como plataforma giratoria” , donde señala que de las ideas nietzscheanas proceden dos líneas fundamentales de investigación del pensamiento contemporáneo: la de la concepción artística del mundo (Bataille, Lacan, Foucault) y la de la crítica de la metafísica (Heidegger y Derrida).

Por todo ello ocuparme de la presencia del filósofo alemán en la obra de Rubén Darío está justificado desde el mismo momento que trato de establecer algunas afinidades y diferencias entre dos discursos, de soberana importancia, que tanto alumbran como oscurecen nuestras propias concepciones culturales del presente.

El primer artículo publicado en lengua española, que hasta ahora conocemos, dedicado exclusivamente al genio y figura de Friedrich Nietzsche, lo escribió Rubén Darío. Apareció en el diario La Nación de Buenos Aires el día 2 de abril de l894 con el título de “Los raros. Filósofos finiseculares: Nietzsche” . Hasta esta fecha el filósofo alemán sólo era conocido en el ámbito hispánico por algunas citas y comentarios aislados debidos a la pluma de Joan Maragall (L’ Avenc, 31 0ct., 15 de nov. de 1893), Pompeyo Gener (Literaturas malsanas, 1894) y Salvador Canals (Heraldo de Madrid año V, núm. 1210) .

 

2 Darío Por Miguel ElíasDarío Por Miguel Elías

 

 

 

Aunque seguramente el artículo de Darío no tuvo ninguna repercusión en la España del momento, muy poco enterada del movimiento modernista que triunfaba en Hispanoamérica, me parece importante destacar la presencia adelantada en el nicaragüense de autores y obras, que, como las de Nietzsche, y las de otros “raros”, fundamentaron lo que hemos acordado en llamar la Modernidad.

Darío reconoce que su artículo tiene un carácter informativo sin pretensiones de análisis crítico. Sin embargo, en él da muestra de poseer un conocimiento de la vida y obra de Nietzsche nada desdeñable. Pareciera estar al día de sus publicaciones ya que se atreve a recomendar a sus lectores “las obras originales y las traducciones francesas, los estudios de Henri Albert, y sobre todo, la reciente obra de Jorge Brandes, Hombres y Obras en que están estudiadas profundamente la personalidad y las doctrinas del filósofo alemán. De sus obras musicales, el Himno a la vida, que él creía la mejor y que deseaba se cantase en su entierro”. En efecto, el nicaragüense se refería a las traducciones publicadas en francés de dos obras de Nietzsche, El caso Wagner (1872), auténtica apología del compositor y Richard Wagner en Bayreuth (1877), ataque furibundo a su antiguo y venerado maestro. Es de suponer que Darío leyó estas obras con verdadero interés si recordamos la profunda admiración que sentía por el autor de la Walkyria. En cuanto a las obras de Brandes (1888), su descubridor danés, de Henri Albert (1893), su introductor en Francia, y de su hermana, Elizabeth Förster Nietzsche (1894), que tanta importancia tuvo en su vida y de quien cita un largo párrafo, todas ellas escritas en merecido reconocimiento y defensa del filósofo alemán, sin duda le sirvieron a Darío de fuentes para la redacción de su artículo. No sería gratuito afirmar que de estas lecturas derivó el tono de comprensión humana y alabanza que predomina en sus páginas. Tampoco deja de mencionar Rubén el Himno de la vida, fruto del Nietzsche intérprete y compositor y del cual sabemos que en su última versión está inspirado, con ligeras modificaciones, en el poema “Al dolor” de Lou von Salomé, su amor imposible.

Darío señala con justicia que “la obra de Nietzsche es conocida muy escasamente”. Lamenta que no haya tenido la boga y el triunfo que su autor ambicionaba y se compadece de la incomprensión de sus amigos y discípulos, que han divulgado una imagen falsa y confusa de su personalidad. “¡Triste suerte la de Nietzsche!”, exclama. Ve en su sabiduría enciclopédica un alma gemela de la de Goethe, aunque sin la serenidad apolínea de éste. Se duele de su alienación y de sus ataques de locura, pero ve en él, como en Barbey d’Aurevilly y en Ruysbroeck el Admirable, a un escritor para minorías selectas: “La opinión que Nietzsche tenía de la aristocracia de sus lectores y apreciadores, nos da la medida de su elevación intelectual y de su nobleza estética. El no quería los favores del gran público, la vocinglería de ciertas famas, la para ciertos artistas desdorosa democracia de la gloria”, dice comentando una cita de Nietzsche en la que el filósofo decía preferir “Algunos lectores que uno tenga en estimación en el fondo de sí mismo, y no otros”. Comentario que nos recuerda aquellas palabras de Rubén cuando en el prólogo de Cantos de Vida y Esperanza afirmaba: “Yo no soy un poeta para muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas”. Asimismo señala el desdén del filósofo poeta por el alma germánica, sus contradictorias relaciones con Wagner y Schopenhauer, la relativa obscuridad de sus aforismos y el estado de completa inspiración que dio origen a su obra maestra, Así habló Zaratustra. Sin embargo, lo más digno de tomarse en cuenta del artículo es la rotunda valoración que Darío hace de la personalidad de Nietzsche: “Lo que es innegable es que era una alma de elección, un solitario, un estilista, un raro”.

¿Por qué entonces después de esta apreciación Darío no incluyó al solitario de Sils Maria en la galería de Los raros? No lo sabemos con certeza. Es verdad que había excluido de esta lista a otros creadores que gozaban de su admiración y que en un principio tuvo la intención de incorporar: Menéndez Pelayo, Paul Groussac y Leopoldo Lugones, entre otros. Pero dejemos para otra ocasión el estudio de las causas de estas ilustres omisiones y centrémonos en las que pudieron motivar la eliminación de Nietzsche.

Empecemos por recordar que la primera edición de Los raros se publicó en Buenos Aires, en los Talleres de “La Vasconia” en 1896, integrada por diecinueve ensayos, y que la segunda, corregida y aumentada, hecha en Barcelona por la Casa Editorial Maucci en 1905, con dos ensayos más, quedó definitivamente formada por veintiuno. La intención de Darío al publicar esta obra fue la misma que lo llevó a fundar en Buenos Aires y en compañía de Ricardo Jaimes Freire la Revista de América (agosto-octubre de 1894). Así lo corrobora la copia del programa de este quincenal de artes y letras en la primera edición de Los Raros, cuya parte medular reproducimos considerando su importancia y a pesar de su extensión:

“Ser el órgano de la generación nueva que en América profesa el culto del Arte puro, y busca la perfección ideal;
ser el vínculo que haga una y fuerte la idea americana en la universal comunión artística;
combatir contra los fetichistas y contra los iconoclastas;
levantar oficialmente la bandera de la peregrinación estética que hoy hace con visible esfuerzo la juventud de la América Latina a los Santos lugares del Arte y a los desconocidos Orientes del ensueño;
mantener, al propio tiempo que el pensamiento de la innovación, el respeto a las tradiciones y la jerarquía de los Maestros;
trabajar por el brillo de la lengua castellana en América y, al par que por tesoros de sus riquezas antiguas, por el engrandecimiento de esas mismas riquezas en vocabulario, rítmica, plasticidad y matiz;
luchar porque prevalezca el amor a la divina Belleza, tan combatido hoy por invasoras tendencias utilitarias;
servir en el Nuevo Mundo y en la ciudad más grande y práctica de la América Latina a la aristocracia intelectual de las repúblicas de lengua española: esos son nuestros propósitos”

Por eso en la galería de los poetas y escritores estudiados por Darío sobresalen los maestros de la literatura contemporánea entonces a la vanguardia de los movimientos estéticos y literarios. Autores franceses en su mayoría, parnasianos y simbolistas, poco o nada conocidos por aquellas fechas en América y España y, en algunos casos, ni en sus propios países. Con datos biográficos, anécdotas, mediante confesiones personales y subjetivas, a través de comentarios de textos y traducciones, el poeta nos presenta un cuadro rico y sugestivo de las personalidades más singulares y de las corrientes más significativas de las diversas literaturas extranjeras, que cambiaron sustancialmente no sólo el gusto y el quehacer literarios sino también el sentido de la vocación de los poetas y escritores finiseculares.

No comparto enteramente la opinión del maestro Gonzalo Sobejano cuando afirma que el poeta nicaragüense hizo bien en no incluir su artículo sobre Nietzsche en Los raros por tratarse de una “divagación trazada siguiendo muy de cerca a Brandes” , o, como asegura más adelante, “por deficiente conocimiento de su personalidad” . Recordemos que la obra dariana aunque coherente en su totalidad está compuesta por textos desiguales en extensión y profundidad. Se trata de colaboraciones periodísticas, de irregular enjundia, donde se alternan el ensayo más o menos riguroso, como los dedicados a Leconte de Lisle, Villiers de l’Isle-Adam, Jean Moréas, con los simples artículos ligeros y ocasionales, como los consagrados a Rachilde, Paul Verlaine y Augusto de Armas. Por lo tanto, en lo que se refiere al contenido y a la forma, el trabajo de Darío sobre Nietzsche no merecería, ni por la importancia del personaje ni por la calidad de página, su expulsión del Olimpo de Los raros.

Considero más razonable afirmar que fue la discrepancia con su pensamiento lo que llevó a Darío a excluir a Nietzsche de este famoso breviario de la crítica modernista. Tengamos en cuenta, en primer lugar, que entre la fecha de publicación del artículo que he reseñado y la primera edición de Los raros transcurrieron más de dos años, periodo en el que Darío parece haber leído con más detenimiento algunas de las obras de Nietzsche con su consecuente rechazo de las ideas proclamadas en las mismas. Adelantemos un dato: en un artículo dedicado a Menéndez Pelayo publicado en La Nación el 7 de febrero de 1896 , casi ocho meses antes de terminada la primera edición de Los raros (el 12 de octubre según registra el colofón), Rubén demuestra que ya había leído Así habló Zaratustra. Lo confirma la alusión que hace al capítulo de esta obra “De las mujeres viejas y jóvenes” cuando justifica que el sabio santanderino permanezca soltero por la pertubación que significaría para su fecunda tarea “el precioso y peligroso ser animado que tan fuertes cosas ha hecho decir al germano terrible, al ‘magnánimo Zarathustra’ ”. El autor de la “Balada en honor de las musas de carne y hueso” no podía compartir, desde luego, las concepciones nietzscheanas sobre la mujer en el libro famoso, una de las cuales reza: “¿Vas con mujeres? ¡No olvides el latigo!”. A partir de este momento las numerosas referencias al solitario de Sils Maria, en el conjunto de las obras darianas, como veremos en el desarrollo de esta trabajo, dejan de manifestar su indiscutible admiración para dar lugar a ciertas apreciaciones contrarias y negativas sobre su personalidad y pensamiento.

Es oportuno señalar que Nietzsche sólo una vez aparece mencionado de pasada en la editio princeps de Los raros y es precisamente en el estudio dedicado a Max Nordau y su obra Degeneración (1893) escrito dos meses antes del consagrado al alemán. Aquí Darío sale en defensa, entre otros autores de su devoción, del “egotista” Nietzsche “un hombre ilustre que, desgraciadamente se volvió loco”. El nicaragüense era devoto, por supuesto, de la concepción del “delicioso egoísmo puro” en literatura tal como lo entendía Oscar Wilde refiriéndose a los escritos autobiográficos de Saint Simón y Maurice Barrés.

Sin embargo en la segunda edición de Los raros el poeta introduce una nueva alusión a Nietzsche en la que se percibe ya con claridad la distancia de su pensamiento con las doctrinas del filósofo. Nos referimos al estudio que dedica a una de las obras de Camille Mauclaire, “El arte en silencio” , donde dice: “El alma de nuestro siglo está analizada con penetración y cordura a la luz de una filosofía amplia y generosa, poco conocida en estos tiempos de superhombríos y otras nietzschedades”.

Repasemos ahora una muestra de estas alusiones en sus crónicas y artículos literarios que siendo tan abundantes pueden servir de testimonio del grado de conocimiento que Darío poseía de la obra de Nietzsche; conocimiento que a nuestro parecer pone en duda la afirmación de Debicki y Doudoroff quienes sostienen que las lecturas del nicaragüense sobre el filósofo eran de “segunda mano, tratamientos periodísticos con toda probabilidad” . Buen lector de los aforismos nietzscheanos Darío contempla con mirada certera la influencia de las ideas del solitario de Sils Maria en los autores y obras de los que se ocupa en sus escritos para La Nación de Buenos Aires: para contradecir los juicios críticos de Paul Groussac sobre sus “raros” y “decadentes”, Rubén defiende a este grupo de artistas porque ha sido quien ha revelado al mundo las almas geniales de Ibsen, Nietzsche, Max Stirner, y sobre todo el soberano Wagner y el prodigioso Poe ; detecta en los escritos de Vargas Vila un altivo ideal un tanto nietzscheano ; en el repaso que realiza sobre la crítica española de entresiglos promete consagrarle un trabajo “al vasco nietzschista Ramiro de Maeztu,” ; simpatiza con la aversión del filosófo por la cultura de su país con una expresión tomada de su libro Crepúsculo de los ídolos , citándolo en su propio idioma, sin duda por el significado burlón y peyorativo que encierra: “ ‘Es el país chato de Europa’ , escribe de su Alemania el flagelante Nietzsche: Das Flachland Europas” ; por su culto a los dioses paganos, su antigermanismo y su escepticismo considera a Heine como un antecesor de sus ideas, aunque más atemperado ; advierte que en el manifiesto del Futurismo firmado por Marinetti se declaran principios nietzscheanos como la glorificación de la guerra -sola higiene del mundo-, el militarismo y el anarquismo ; más elocuente es todavía la valoración que hace de Rodin y de su obra escultórica apoyándose en una cita textual del “Ensayo de autocrítica”, que encabeza la segunda edición de El nacimiento de la tragedia (1886) : “Él obliga a inclinarse ante su fuerza, ante su estupendo gozo dionisíaco. Aplico la palabra en el sentido nietzscheano; pues si Rodin demuestra una innegable tendencia a lo feo, ello vendrá de lo que Nietzsche denomina la necesidad de lo feo -absolutamente griega- la sincera y áspera inclinación de los primeros helenos hacia el pesimismo, hacia el mito trágico, hacia la representación de todo lo que hay de terror, de crueldad, de misterio, de nada, de fatalidad, en el fondo de las cosas de la vida” .; diagnosticó que la Lujuria, madre de la Melancolía, que se había apoderado de Gómez Carrillo “empezó por un gozo dionisíaco, según el sentido nietzscheano” ; investido de sus ideales aristocráticos llega a temer que la admirable obra de su querido maestro Rémy de Gourmont destinada quizá a conmover al mundo, como la de Nietzsche, sea igualmente vulgarizada por la “mediocracia escribiente” y aprecia la semejanza entre las reflexiones y concreciones filosóficas de sus Epilogues con algunos libros del alemán ; recomienda a los espíritus de meditación y a las inteligencias que no temen el vértigo de las altas especulaciones el libro de Jules Gautier De Kant a Nietzsche ; ve en las novelas de Maximo Gorki más verdad que en las de Korolenko y Tolstoi puesto que el mundo que representan lo extrae de su propia experiencia, de su propia carne y lo ha escrito “con sangre” : comentario que nos remite al capítulo “Del leer y el escribir” de Así habló Zaratustra donde Nietzsche confiesa: “De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu”. Pensamiento que Darío trae de nuevo a la memoria al discurrir sobre el Arte Poética de José Martí: “Nadie como él para escribir no sólo como quiere el gran loco alemán, “con sangre”, sino con la íntima y mágica substancia de su propio espíritu” .

Otras veces las alusiones al solitario de Sils Maria van orientadas a criticar algunos aspectos de su pensamiento: “Así no hablaba Zaratustra, y felicito a La Jeunesse por eso”, señaló en la reseña sobre el libro Cinco años entre los salvajes, que el autor francés escribió en defensa de la familia y de un sano individualismo : como sabemos, el filósofo germano se confesó enemigo jurado de todos los cultos incluyendo el de venerar a la familia: “¡No hay nada sagrado para mí, ni siquiera mi propia madre y mi hermana!”, escribió; el rechazo de Darío a las ideas políticas de Nietzsche llegó a tal extremo que se inclinaba más favorablemente por las concepciones monárquicas y antidemocráticas de Renan: “Yo por mí confieso que he encontrado en Renan un Nietzsche avant la lettre, morigerado y con razón… El famoso Anticristo alemán se contiene en la filosofía del francés. Con la diferencia de que el “buen tirano” es preferible al aplastante superhombre y el banco de la meditación a la camisa de fuerza” . Resulta revelador comprobar que en muchas ocasiones, como en esta última, siempre que se refiere al filósofo, evitará mencionar su nombre, denominándolo simplemente como el Anticristo, apelativo con el que solía designarse Nieztsche a sí mismo en el último periodo de su existencia lúcida. De igual manera Darío reconoce que ante la esencia católica del pueblo español -(¿acaso Nieztsche no había afirmado que el catolicismo le es más íntimo y propio a las razas latinas que a los hombres del norte?)- son vanas las prédicas extrañas defendidas por el germano: “El Anticristo nació en este siglo en Alemania; conquistó muchas almas; se apasionó primero por el Graal santo y renegó luego de su mayor sacerdote; creó el tipo de soberbia humana, o superhumana, aplastando la caridad de Jesús; predicó el odio al doctor de la Dulzura; desató o quiso desatar los instintos, los sexos y las voluntades; consiguió un ejército de inteligencias, y se cumplió por él más de una profecía. Pero el Anticristo alemán está en el manicomio, y el Galileo ha vencido esta vez” . Líneas estas que no admiten desperdicio porque en ellas están contenidas en síntesis el reconocimiento de la influencia que gozaba el filosófo a fines de siglo, su juvenil admiración por Wagner y su rechazo por la posterior conversión del compositor (el mayor sacerdote del Santo Graal, refiriéndose a su ópera Parsifal), su exaltación del superhombre en contra de la humildad de Jesús, su irracionalismo, su odio a San Agustín y su locura entendida como castigo divino. Idea ésta corroborada de nuevo por Darío al reflexionar sobre la crisis del cristianismo, o más bien de la Iglesia romana, que padecía el país galo: “el último, verdadero y peligroso enemigo de toda creencia en el pensamiento contemporáneo, ha sido la obra del anticristo alemán, que fue empujado por la amenaza de una espada de fuego hasta el manicomio” .

 
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Tampoco deja de condenar Rubén explícitamente la idea de Nietzsche sobre el sentido del poder y de la fuerza. Al presidente norteamericano Teodoro Roosevelt, aquel a quien le había dedicado el famoso poema recogido en Cantos de Vida y Esperanza, lo ve “fuerte de la fuerza de su carácter y tan lejos del buen hombre Ricardo como del mal hombre Zarathustra” . Y cuando un tal Mr. Fox- durante su visita a Gibraltar- defiende el militarismo diciéndole “puesto que usted ha leído al filósofo alemán de Más allá del Bien y del Mal, no tengo que entrar en mayores disertaciones” , el nicaragüense calla, pero no otorga; del “siempre citable Nietzsche” Darío recoge literalmente uno de los aforismos de esta misma obra cuando juzga perniciosa la influencia de la laboriosidad inglesa entre los habitantes españoles de Gibraltar: “Las razas laboriosas no pueden soportar la ociosidad. Fue un golpe magistral del instinto ‘inglés’ santificar el domingo en las masas y hacerlo aburrido para ellas, a tal punto que el inglés aspira inconscientemente a su trabajo de la semana” ; en otro momento censura con dureza a Cecil Rhodes y a Chamberlain por aplicar la “ley zarathustresca” en la política de sus negocios colonialistas; y siempre en contra del espíritu anglosajón y su sentido del poder y de la fuerza considera que Nietzsche “es un filósofo excelente para los que comen, e inquietante para los que son comidos”.

También la figura del filosofo aparece como personaje de ficción de sus cuentos, sin lugar a dudas, por vez primera en la literatura escrita en lengua española. En el cuento “Por el Rhin” , inspirado en unos versos de Gustave Kahn, Margarita, la soñadora protagonista, al ver pasar desde su ventana por el río un desfile imaginario de personajes observa que:

“Pasa, furioso, el pecho desnudo, los gestos violentos, la mirada fulminante, mascando una hostia, estrangulando un cordero, un hombre extraño que grita:
– Yo soy el magnánimo Zarathustra: seguid mis pasos. Es la hora del imperio de la noche: ¡yo soy la luz!.
Alrededor del vociferador caen piedras.-
-Muerte a Nietzsche el loco!-.

Este episodio nos recuerda la llegada de Zarathustra al mercado de la ciudad situada al borde de los bosques para predicarle al pueblo reunido la doctrina del superhombre. Pareciera que Darío en un gesto de humildad democrática, se identificara con la actitud de la muchedumbre que se burla de las enseñanzas del nuevo profeta. Igualmente, durante su visita al zoco de Tánger, recordaría este mismo pasaje del prologo de Así habló Zaratustra, cuando observa la atención con que el público embelesado escucha los cuentos del narrador morisco: aquí “jamás un tholva leerá un libro de Nietzsche”, comentó .

El germano aparecerá de nuevo como antagonista de otra de sus narraciones, “Cuentos del Simorg. El Salomón negro” . El argumento, inspirado en el tema del doble, posiblemente no ajeno a la lectura de Darío de la novela de Stevenson, Dr. Jekill y Mr. Hyde, es el siguiente: al Sabio Salomón se le aparece una tarde un Salomón negro, que es su idéntico y su contrario. A partir del diálogo que ambos mantienen, se desarrolla el tema de la lucha entre el bien y el mal, tema recurrente en la obra del nicaragüense. El bien representado por las ideas cristianas del Rey Sabio y el mal identificado con las doctrinas nietzscheanas del Salomón negro:

“Sí–dijo el maravilloso Salomón negro–. Soy tu igual, sólo que soy todo lo opuesto a ti. Eres el dueño del anverso del disco de la tierra; pero yo poseo el reverso. Tú amas la verdad; yo reino en la mentira, la única que existe… Tú comprendes el sentido de las cosas por el lado iluminado del sol; yo por el oculto. Tú lees en la luna invisibe, yo en la escondida. Tus djinns son monstruosos; los míos resplandecen entre los prototipos de la belleza”.

La similitud entre las opiniones del Salomón negro, encarnación de Nietzsche, sobre el sentido de la justicia, la compasión, la caridad, la prudencia, la fe, lo sobrenatural y el amor con las expresadas en los aforismos del Anticristo (1895) es tan evidente que no sería aventurado afirmar que Darío llegó a conocer esta obra o por lo menos parte de su contenido en la edición francesa manipulada por su hermana. De más me parece decir que la pugna dialéctica entre los dos personajes se resuelve alegóricamente con el triunfo del bien sobre el mal.

Habría que destacar un dato hasta ahora no considerado por la crítica: la fecha de la publicación de este relato en Revista Nueva, coincidente con la de la crónica titulada “La joven literatura. Lo que vendrá”, a la que nos hemos referido antes, es muy significativa para comprender la introducción de las ideas de Nietzsche en España tal como lo ha hecho notar José Carlos Mainer . Es probable que Darío, sorprendido por la admiración y el entusiasmo que manifestaban los jóvenes escritores españoles hacia las doctrinas del filósofo alemán, quisiera, desde la estatura de su magisterio, llamar la atención y exponer su desacuerdo con los contenidos revolucionarios de las mismas.

Pero no sólo en la crítica y en la narrativa sino también en la poesía de Darío hay claras alusiones al solitario de Sils María. En “Versos de año nuevo” evocando con nostalgia el tiempo de su vida literaria en las tertulias y tabernas argentinas dice que

“Kant y Nietzsche y Schopenhauer
Ebrios de cerveza y de azur
iban, gracias al “calembour”
a tomarse su “chop” en Auer’s.”.

También encontramos el tema de la condena del superhombre frente al noble idealismo de Cervantes en la “Letanía de nuestro señor don Quijote”:

“De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche…líbranos, señor”.

Y en “Peregrinaciones”, donde recrea alegóricamente su vida como un viaje desde un caminar ciego y oscuro hasta el encuentro con la alegría de la fe y del milagro, de nuevo encontramos la figura del filósofo alemán condenado por su ateísmo:

“Por las calles de los difuntos
vi a Niezsche y Heine en sangre tintos
parecían que estaban juntos
e iban por caminos distintos”.

El tema de la dualidad, en esta ocasión entre el Poder y el Amor como motores de la historia, simbolizado el uno en Nietzsche y el otro en Cristo, asoma en “Caminos”:

“¿Qué vereda se indica,
cuál es la vía santa,
cuando Jesús predica
o cuando Nietzsche canta? ¿La vía de querer,
o la vía de obrar?
La vía de poder,
o la vía de amar?”.

Como en otros muchos textos del nicaragüense la superación de estas contradicciones, que comentaré inmediatamente, quedan suspendidas en un ansia de Absoluto.

Como hemos venido observando, fueron las ideas anticristianas de Nietzsche las que más vivamente sacudieron al poeta. No podemos olvidar que Darío mantuvo siempre muy arraigadas sus creencias religiosas de las que fue incapaz de desprenderse por formar parte del sedimento de su formación ética y cultural. Y esto tal vez muy a su pesar, pues el intenso padecimiento de sus luchas interiores, se basó sobre todo en la imposibilidad de reconciliar el antagonismo entre la carne y el espíritu, el erotismo y lo religioso, lo “fáunico” y lo “angélico”, como señalara Pedro Salinas. La difícil asimilación de la vertiente dionisíaca de su alma con su cristianismo esencial fue, sin duda, la cruz de su martirio. “Entre la catedral y las ruinas paganas/ vuelas, ¡Oh Psiquis, oh alma mía!”, exclama en versos conocidos de Cantos de vida y esperanza. Y en Historia de mis libros insistirá en la misma idea: “La oración me ha salvado siempre, la fe; pero hame atacado también la fuerza maligna, poniendo en mi entendimiento horas de duda y de ira”.

No obstante, en algunas ocasiones el poeta conseguiría armonizar esta dualidad y entonces los contrarios, cuando uno de ellos no supera al otro, desaparecen en una síntesis trascendental, que si no es la de la identificación del Arte con la religión (“El Arte puro como Cristo exclama/ Ego sum lux et veritas et vita”) es la de su fe inquebrantable: “Para mi uso particular tengo a bien conservar una pequeña nave, una navicella, una parva navis, si no completamente católica, muy cristiana”, dijo al comentar el creciente agnosticismo de Rémy de Gourmont.

Siendo esto así las intempestivas afirmaciones de Nietzsche tuvieron que conmoverlo hasta el punto de empujarlo hacia una toma de postura ante unas teorías que proclamaban, desde el ateísmo, la muerte de Dios, el triunfo de la amoralidad y el advenimiento del superhombre. Un rechazo que no sólo se reduce a las críticas mordaces de Nietzsche sobre el cristianismo dulzarrón, pietista, beatificador ni a la exaltación del poder de los fuertes y las consiguientes propuestas de aniquilación de los débiles y los fracasados, sino que la discrepancia de Darío es todavía más profunda ya que se extiende a las mismas bases filosóficas que sustentan las doctrinas del Anticristo nietzscheano. Como sabemos, en su esencia las ideas filosóficas del germano significan una ruptura con los fundamentos del pensamiento filosófico y ético del mundo occidental, vigentes desde la desaparición de la cultura grecolatina. La propuesta de Nietzsche sobre la transvaloración de todos los valores que ha dado cohesión social a la civilización de origen judeo-cristiano debía ir acompañada con la aparición de formas de vida y valores sustitutorios que reorganizaran la nueva sociedad en la que tuviera cabida la raza de superhombres. Rubén que, a pesar de su cosmopolitismo, siempre asumió con orgullo los fundamentos espirituales de Occidente, no podía, desde luego, aceptar las propuestas revolucionarias de Nietzsche.

 

 

4 Dibujo de Miguel ElíasRubén Darío por Miguel Elías

 

 

Pero el desacuerdo de Darío con las doctrinas nietzscheanas no alcanzó a sus teorías estéticas que sustentó, defendió y consideró acertadas. Como bien ha señalado Gonzalo Sobejano “los modernistas sienten como mayores focos de atracción en el pensamiento de Nietzsche la exaltación dionisíaca de la vida y la justificación estética del mundo” . No ponemos en duda, por supuesto, que en este sentido es de fundamental importancia destacar la influencia francesa reconocida por el mismo poeta: “Si hoy Nietzsche ha obrado en algunas intelectualidades ha sido después de pasar por Francia” escribió . Recordemos que la concepción estética del catedrático de filología de la Universidad de Basilea, desarrollada en su libro El nacimiento de la tragedia (1872) supuso, desde Winckelman, hasta entonces, una interpretación radicalmente nueva de la cultura griega. Según ésta el progreso del arte está ligado al dualismo de lo apolíneo y lo dionisíaco. Apolo simboliza el instinto figurativo, es el dios de la claridad, de la luz, de la medida, de la forma, de la disposición bella; Dionisos es, en cambio, el dios de lo caótico y desmesurado, de lo informe, del oleaje hirviente de la vida, de la noche, del frenesí sexual, de la música seductora y excitante que desata todas las pasiones. La contradicción entre ambas divinidades se manifiesta fisiológicamente en el hombre en el fenómeno del sueño y de la embriaguez, respectivamente. Pero ahora no me corresponde profundizar en la complejidad que este antagonismo encierra ni tampoco en la celeste unidad que presupone.

Bástenos con señalar que este dualismo, presente en toda la poesía hispánica de entresiglos, encontrará una de sus manifestaciones dramáticas y agónicas en la obra del nicaragüense como dos grandes fuerzas de atracción que se disputaban su reino interior. Así el dios Apolo simboliza en Darío la supremacía del arte vencedor del tiempo y del espacio: “Pues Apolo es eterno/ y el arte es inmortal”; es el padre de la divina inspiración que a su paso “despierta el instrumento sacro” (“Helios”); es la divinidad solar que da vida y alegría al universo: “¡Oh Sol!, que inspiras y asombras/ que perdure tu portento/ que el orbe entero ilumina…/” (“Canto a la Argentina”); y, asimismo, compendia la armonía universal: “Gozad de la dulce armonía/ que a Apolo invoca/”(“Poema del otoño”); “Todavía está Apolo triunfante, todavía/ gira bajo su lumbre la rueda del destino/ y viértense del carro del diurno camino/ las ánforas de fuego, las urnas de armonía.” (“Lírica”).

En cambio Dionisos y su corte de sátiros y faunos simbolizan en la poesía de nuestro poeta las pasiones humanas, entendiendo por tales básicamente la lujuria y el ardor sexual: “Y el dios de piedra se despierte y cante/ la gloria de los tirsos florecientes/ en el gesto ritual de la bacante/ de rojos labios y nevados dientes;/ en el gesto ritual que en las hermosas/ Ninfalias guía a la divina hoguera,/ hoguera que hace llamear las rosas/ en las manchadas pieles de pantera” (“Divagación”); el éxtasis de la embriaguez: “Y sobre sus frentes que acaricia el lauro/ abril pone amable su beso sonoro,/ y llevan gozozos, sátiro y centauro,/ la alegría noble del vino de oro.”(“Gaçonniere”); y de las fuerzas vitales de la naturaleza: “Saludemos al dios en el pan y en el vino/ saludemos al dios en la noche y el día.” (“Lírica”).

Para terminar quiero comentar brevemente uno de los poemas de Darío que pareciera inspirado en las teorías de Nietzsche sobre la lírica dionisíaca. Según el filósofo el “yo” lírico del poeta no es el “yo” propio del hombre concreto individual, sino que por un proceso transfigurador el sujeto lírico adquiere una dimensión sobrenatural, llega a sentirse dios, en él resuena lo más profundo de su ser: “su subjetividad, dice, es pura imaginación” . Y, en otra parte, “el entusiasta dionisíaco se ve a sí mismo como sátiro, y como sátiro ve también al dios” . “La bailarina de los pies desnudos”, recogido en el El canto errante, ilustra bien esta concepción. En efecto, por una crónica del nicaragüense sobre el mismo tema sabemos que el poema está inspirado en la contemplación de una danza de Isadora Duncan en el teatro Sara Bernhardt de París . La relación entre los dos textos rubendarianos es evidente. Sin embargo, mientras que en la crónica predomina la descripción realista del espectáculo, no ajena por supuesto a la literarización y a los arranques de lirismo propios del estilo del poeta periodista, su plasmación en el lenguaje de la poesía adquiere una dimensión mítica, que nos arrastra hasta el ditirambo dionisíaco:

Iba en un paso rítmico y felino
a avances dulces, ágiles o rudos,
con algo de animal y de divino
la bailarina de los pies desnudos.

Su falda era la falda de las rosas
en su pecho había dos escudos…
Constelada de casos y de cosas…
La bailarina de los pies desnudos.

Bajaban mil deleites de los senos
hacia la perla hundida del ombligo,
e iniciaban propósitos obscenos
azúcares de fresa y miel de higo.

A un lado de la silla gestatoria
estaban mis bufones y mis mudos…
¡Y era toda Selene y Anactoria
la bailarina de los pies desnudos!.

 

 

 

5

 

 
Aquí el hablante lírico se ha transfigurado en el dios Baco, que rodeado de su corte (vv. 13- 14) contempla lascivo (vv. 9-12), en una noche de luna (v. 15) la danza sensual y mágica de una bacante (vv. 1-10). Se ha trascendido pues el tiempo y el espacio real. Digamos que no es Darío quien ve bailar a Isadora sino, “su doble”, el embriagado Dionisos quien admira el rítmico y sensual balanceo de Anactoria, la amiga de Safo, personaje de las Heroídas de Ovidio. Y eso porque el poeta de “Era un aire suave…” y de “La gitanilla” había dicho, recordando un célebre pasaje de El nacimiento de la tragedia, que Nietzsche era un “catedrático de gozo dionisíaco, que mira en el baile la mayor manifestación de la libertad de la vida, como una acción enérgica y sublime” y que “la danza de Miss Isadora Duncan debe ser nada más que una transposición o concentración del ritmo universal en el ritmo humano” .

Finalmente me parece oportuno traer aquí una cita de la Historia de mis libros donde el nicaragüense, quizá pensando en las propuestas del Anticristo alemán, dijo que: “Todas las filosofías me han parecido impotentes; y algunas, abominables y obra de locos y malhechores. En cambio, desde Marco Aurelio hasta Bergson, he saludado con gratitud a los que dan alas, tranquilidad, vuelos apacibles, y enseñan a comprender de la mejor manera posible el enigma de nuestra estancia sobre la tierra”.

 

 

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Notas del autor

Fechada en Madrid, 6 de mayo de 1899 y publicada en La Nación el 2 de julio del mismo año. Véase Noel Rivas Bravo: “Una crónica desconocida de Darío” en Lengua. Boletín de la Academia Nicaragüense de la Lengua, 2a. época, núm. 12-13. Managua, junio-septiembre, 1996, pp. 15-24.
2 Véase el magnífico estudio de Gonzalo Sobejano: Nietzsche en España. Madrid, Gredos, 1967 y también José L. Abellán: Historia crítica del pensamiento moderno. Tomo V (II). La crisis comtemporánea II. Madrid, Espasa Calpe, 1989, pp. 183-209.
3 Jürgen Habermas: El discurso filosófico de la modernidad. Madrid, Taurus, 1989, pp. 109-134.
4Recogido por E. K. Mapes en Rubén Darío: Escritos inéditos. New York, Instituto de Las Españas, 1938, pp. 54-56.
5Véase Gonzalo Sobejano: cit. pp. 36-50.
6“Nuestros propósitos” en Revista de América, nº 1, 19 de agosto de 1894.
7Nietzsche en España, cit., p. 48.
8Ibídem, p. 197.
9 “Menéndez y Pelayo” recopilado por E. K. Mapes: cit., p. 86.
10Véase Rubén Darío: El canto errante. (1907).
11 Publicado originalmente en La Nación de Buenos Aires el 8 de enero de 1894.
12Publicado originalmente en La Nación el 3 de abril de 1901. El subrayado de los neologismos es nuestro.
13Rubén Darío: Azul… Prosas profanas. Edición, estudio y notas de Andrew P. Debicki y Michael J. Doudoroff. Madrid, Alhambra, 1985, p. 46.
14“Los colores del estandarte” recogido por E. K. Mapes. cit., p. 122.
15 “La literatura hispanoamericana en París” en Escritos dispersos de Rubén Darío. Edición, compilación y notas de P. L. Barcia (II), La Plata, Universidad Nacional, 1977, p. 74.
16 “La crítica” en España Contemporánea. París, Garnier, 1901, p. 346.
17Edición de A. Sánchez Pascual. Madrid, Alianza, 1993, p. 80.
18 La caravana pasa. París, Garnier, 1902, p. 178.
19 Ibídem, p. 177.
20“Marinetti y el Futurismo” en Letras, París, Garnier, s/f (1911), p. 233.
21 Véase edición de A. Sánchez Pascual. Madrid, Alianza, 1995, p. 30.
22 Peregrinaciones. París, Vda. de Ch. Bouret, 1910, p.87.
23En el “Prologo” a Del Amor, del Dolor y del Vicio de Gómez Carrillo. París, Librería Americana, 1898.
24“Rémy de Gourmont” en Opiniones. Madrid, Fernando Fe, 1906, pp. 181 y 189.
25 “La Prensa francesa” en ibídem, p. 137.
26 “Gorki” en ibídem, p. 26.
27 “José Martí, poeta” en Obras completas, Madrid, Afrodisio Aguado, 1955, tomo IV, p.939.
28 “La vida intelectual” recopilado por Barcia II, cit., p. 114.
29“Las fiestas de Renan” en ibídem p. 119.
30 “La España Negra” en España contemporánea. cit., p. 104.
21 Opiniones, cit., p. 62.
32“El arte de ser Presidente de la República” recopilado por Barcia II, ob. cit., p. 216.
33 “Gibraltar” en Tierras solares. Sevilla, don Quijote, 1992, p. 141.
34Ibídem, p.146.
35 “El Hipógrifo”, en Parisiana.Madrid, Fernado Fe, s/f (1907).
36 Publicado originalmente en El Tiempo Buenos Aires, 28 de octubre de 1897. Recogido en Cuentos completos. Managua, Nueva Nicaragua, 1993, pp. 337-331.
37Tánger” en Tierras solares, cit., p.162
38Publicado originalmente en Revista Nueva, I, 13 (582-585), 15-VI-1899. Edición de José Carlos Mainer. Barcelona, Puvill, 1979. Recogido en Cuentos completos, cit., pp. 364-366.

39Revista Nueva, ibídem cit., p. 63.
40Nietzsche en España, cit., p. 195.
41La caravana pasa, cit., p. 235.
42El nacimiento de la tragedia, cit.,p. 63.
43 Ibídem, p. 84.
44“Miss Isadora Duncan” en Opiniones, cit., pp.171-179.
45Ibídem, p. 173.

 

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