Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar los poemas que Ahmad Yamani (El Cairo,1970), leyó en el Festival de Poesía Voix Vives, celebrado en Toledo entre el 5 y el 7 de septiembre. Yamani reside en España desde 2001. Licenciado en Fi¬lología Árabe por la Universidad de El Cairo, posee el Diploma de Estudios Avanzados por la Universidad Complutense de Madrid, donde actualmen¬te realiza su tesis doctoral sobre el poema en prosa árabe. Trabaja para la Radio Exterior de España, emisión árabe, como informador y presentador. Colabora en varias revistas culturales en el mundo árabe como escritor y traductor. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, alemán y castellano, siendo publicados en varias revistas y libros. Ha participado en varios festivales y actos culturales en El Cairo, Madrid, Francia, Londres, Beirut, Argelia, Abu Dhabi, EEUU…
Ahmad Yamani leyendo en el acto inaugural del festival de Toledo
Ha traducido al árabe a José Ángel Valente, Rubén Darío, César Vallejo, Adolfo Bioy Casares, Fernando Pessoa, Carlos Drummond de Andrade, Miguel Casado, Rosendo Tello, Án¬gel Guinda, Pilar González España y dos antologías de la poesía chilena y co-lombiana contemporáneas. Asimismo ha traducido a varios escritores árabes al castellano. Ha publicado los libros de poesía Montasaf al-huyuraat [En medio de los cuartos], 2013, Amaken jati’a ¡Lugares equivocados], 2008, Wardatfi’l-raás [Rosas en la cabeza], 2001, Tahta shagara-t al-afla [Bajo el árbol genealógico], 1998, y Shawaria al-ábyad wa ‘l-áswad [Calles de blanco y negro[, 1995.
El libro
¿Por qué no puede leer lo que escribo?
¿Por qué espera ella en la puerta
hasta que alguien pase
y le dé unas palabras?
Esas extrañas y misteriosas palabras.
Sin embargo, ella escucha y sonríe
como si estuviera allí conmigo
a las cinco de la mañana,
como si su mano
reubicara algunas de las palabras,
arrancándolas de los lugares equivocados,
y luego se va a dormir.
Pero ¿cómo es que no puede
leer lo que sus propias manos habían escrito ayer?
¿Cómo es que no puede abrir el balcón
por la mañana
recibiendo el sol
con una copia del libro en la mano izquierda,
que lee atentamente,
haciendo guiños a las vecinas,
señalando a su hijo, el creador de las palabras,
blandiendo el libro ante sus rostros
cinco veces
mientras murmura
palabras extrañas y misteriosas?
El grito
Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme a casa de mi hermano!
Y allí gritó la misma noche:
¡No, no, devolvedme a casa de mi padre!
La devolvieron
y, cuando estuvo a punto de gritar de nuevo,
la noche ya había pasado
y los hombres fueron al trabajo.
Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme a casa de mi padre!
La llevaron
y allí gritó:
¡No, no, devolvedme a casa de mi marido!
La devolvieron
y, cuando estuvo a punto de gritar de nuevo,
la noche ya había pasado
y los hombres fueron al trabajo.
Mi hermana hace años que no grita ya.
Simplemente, camina por la calle,
echa un vistazo a cada casa que ve
y sueña que está gritando en la noche
que se la lleven y la devuelvan,
en un recorrido sin principio ni fin.
Por este camino anduvo,
y vio un cadáver tirado en la cuneta
con un agujero en el pecho por el que la sangre se escapaba a borbotones.
Rápidamente,
hizo una pasta con saliva y polvo
y tapó el agujero.
El cadáver respiró
y se puso de pie en forma de esqueleto,
le dio un beso y regresó a su lugar.
Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme al camino!
Gritó, y la noche se estaba yendo,
y los hombres van al trabajo.
Zaher Al-Ghafri, Ángel Guinda y Ahmad Yamani
A las cinco
Ni cuervo ni mosca ni pájaros se posan en la ventana. En la ventana solo se posa una flor marchita que cayó del piso de arriba, y ahí se queda toda la tarde. Yo la observo bajo una luz que hace que los ojos sangren. En la pared hay un cuadro de Klimt en el que se apaga la vida de colores alegres ante el mensajero de la muerte que mira con aire de superioridad una montaña de cuerpos palpitantes, con sus cabezas inclinadas. En realidad, todos están muertos, incluso antes de que el ángel los apuñale con su lanza. Pongo la flor entre el esqueleto del ángel y las criaturas coloridas, pero la flor resulta molesta y falla como puente. ¿No se marchitó, también? La llevo al ojo vacío del ángel y allí se siente más cómoda. Pero la flor no se creó para llenar los ojos vacíos. La flor fue creada para llenar el balcón del piso de arriba, y ahora está muerta. La verdad es que se dirigió a mí porque estaba muerta; llegó a mi ventana, donde no se posan ni cuervo ni mosca ni pájaros.
El amor
El amor
era un solo golpe sin hacha
ni mano.
Era un balde de agua fría
donde nadan la cabeza y los pies.
Y era una cama en un hospital
y la sangre que goteaba de la habitación al baño.
El amor
era el vómito en las casas de los amigos
que corrían aquí y allá
buscando la esperanza de sobrevivir.
El amor
era hiriente como una espina en una rosa
en un jardín mojado en una casa abandonada
donde vivió un hombre solitario
y fue enterrado en una de sus habitaciones.
El amor
era la habitación.
Era el zapato que no pareció del hombre.
Era la cortina desgastada
que cubría un poco sus restos.
El amor
era la criada, del hombre solitario,
quien golpeaba a los niños intrusos
y se iba a llorar sola
más sola del dueño de la casa.
El amor
era el momento en que golpeaba a los chicos
que subían a los árboles de morera
en el jardín abandonado.
El amor
nunca ha sido el árbol de morera.
El amor
era ella
con su cara redonda y sus ojos distraídos
ella que era una vez.
El amor
era un salto desde el décimo piso
era fragmentación en el camino
y las gotas de sangre de la acera a la ambulancia.
El amor
era el delgado cuerpo que fue arrojado una vez desde el coche
era el coche que chocaba contra la farola.
El amor
era el armario cerrado
en la habitación cerrada
en la casa cerrada del abuelo.
El amor
era el cigarrillo encendido
del guardia de la casa del abuelo.
El amor
era el ladrón que iba a robar la casa del abuelo.
El amor
era la señora enferma
era el pánico de su cuerpo marchito,
sus ojos,
y los alimentos cocidos que le llevaban
El amor
era el hacha que golpeaba.
El amor
era la mano que sostenía el hacha.
Ahmad Yamani y Alfredo Pérez Alencart
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