«Crear en Salamanca», se complace en presentar un nuevo artículo de su colaboradora Charo Alonso. Charo Alonso es Doctora por la Universidad de Salamanca, profesora de lengua castellana y Literatura, en el Instituto de Enseñanza Secundaria «Mateo Hernández», estudiosa del género testimonial que aúna periodismo, literatura e historia. Hoy su artículo se refiere a la obra «Alegoría» del escultor José Luis Núñez Solé
Fotos: José Amador Martín
El cincel de la luz
A la intemperie de la calle se desliza la obra “Alegoría” de José Luis Núñez Solé, por el muro que mira afuera. Dentro la vida se remansa en las casas o se precipita en las oficinas bancarias con su aire silencioso y eficiente, pero el mural que adorna la pared sigue su curso detenido, mantiene pétreo su alegoría de otro tiempo, el del campo, campo, campo, el trabajo que no tenía entonces otro aire que el de la siega al sol de los estíos.ç
Tiene el mural de la tarea cualidad quieta, recién cincelada. Y la caricia del sol despierta las sombras de sus huecos, la impertérrita belleza. La piedra que quiso ser arenisca fácil entre las manos del escultor ama la luz que la requiebra, y parece dorarse ante la tarde, arder durante la mañana en la que pasan los coches, la gente, los pasos que no miran… y el friso destella con el cambio de estaciones, se deja mojar por la lluvia que no cesa y en ocasiones, logra que una mirada se cuelgue, admirada, de su belleza.
Al fotógrafo que ama los rincones, le gusta deslizarse por los personajes de una historia quieta. Retrata el rostro del hombre de campo, la barbilla hendida, el sombrero de charro, los rasgos fuertes tallados a maravilla. Todo en el parece vertical como la vara con la que arrea el ganado, el apero que es su arma y su útil de trabajo. Y a su lado, la mujer es redondez que se curva, se cubre la cabeza. Tiene en el hueco de su vientre toda espera, los rasgos africanos de las máscaras de un continente que nos enseñó a engendrar la semilla sobre la tierra. Se deja agotar por la faena del día, por la cabeza rendida de sol, las manos de la tierra… y mientras, el caballo busca como un perro el costado del amo, cansado de hacer girar el trillo de la siega.
Qué lejos quedaron las labores del campo en la ciudad de la provincia quieta. Y sin embargo, cubiertos del clasicismo de otro tiempo, las figuras nos recuerdan la necesidad de sembrar el alimento, de sentir la luz sobre los surcos en los que nacen la espiga y su materia. Nada en ese rito de la primavera y el estío se hace de otra manera, y el friso nos recuerda el espíritu de un tiempo en el que nos volcábamos sobre la tierra. Hombres, mujeres y bestias todo a la vez sobre el arado de reja, sobre la tierra hendida, la semilla que duerme y se hace espiga, grano para la era. Y el escultor, con la masa de pan entre sus manos, detiene sobre el muro un tiempo de cosecha. Y sube en el friso de este tiempo el eterno discurrir de nuestra siega.
Charo Alonso.
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