«Crear en Salamanca»,hoy, hace un recorrido de la mano de Charo Alonso y la Fotografía de José Amador Martín, por la exposición de José Luis Núñez Solé «Esencial», abierta en la Sala «Núñez Solé» del Palacio Episcopal
Charo Alonso es Doctora por la Universidad de Salamanca, profesora de lengua castellana y Literatura, en el Instituto de Enseñanza Secundaria «Mateo Hernández», estudiosa del género testimonial que aúna periodismo, literatura e historia, la tarea académica de Charo Alonso se ha dedicado a la escritura de Elena Poniatowska con numerosos textos críticos y al teatro sin límites del veracruzano Hugo Argüelles con el ensayo Hugo Argüelles, el teatro de la identidad (Editorial Escenología, México, 2003).
Entregada a la docencia y al periodismo en su Salamanca letrada, no pudo sustraerse al mandato de Basilio Martín Patino de estudiar a la dama modernista Inés Luna con la biografía novelada Dama Luna (Diputación de Salamanca, 2015), ni al pespunte amoroso y admirado por los personajes de su tierra a través de las entrevistas publicadas en el periódico Salamancartv al Día, donde hilvana todos los martes una columna bajo el título: El patio de mi casa. Recientemente ha publicado con Carmen Borrego, como ilustradora «Tiempo de Sementera «·
JOSÉ LUIS NÚÑEZ SOLÉ, MATERIA ESENCIAL
Junto a las catedrales, se yergue el Palacio del Obispo que sirviera de sede a Franco en los meses en los que la Guerra Civil tuvo su centro neurálgico en una pequeña y provinciana Salamanca, edificio convertido en Museo de Arte Sacro que abraza la tradición –esa recreación magnífica del cielo universitario del Maestro Gallego y sus tablas policromadas- y la modernidad de los autores que pueblan sus paredes. Paredes en el sótano de gris hormigón en el que las obras destacan poderosamente con la perspectiva de la sala alargada de suelos oscuros, un espacio muy especial denominado “Sala Taller”, como si estuviera aún en construcción y los artistas vinieran a trabajar entre sus muros.
Y precisamente, es uno de los artistas el que da nombre a este lugar de insólita originalidad. José Luis Núñez Solé, escultor salmantino del que celebramos el 50 aniversario de su temprano fallecimiento, era un hombre de Taller, un trabajador constante que, aún en la soledad de su tarea, recibía las gentes de la modernidad salmantina, a los amigos como Pepe Núñez, activista, editor y fotógrafo que le retrató en pleno trabajo. Ese trabajo que ahora contemplamos en la perspectiva especialísima de la sala que lleva su nombre. “Esencial” es el título de una muestra que descubre el trabajo de un escultor cuya obra civil y religiosa nos acompaña en la monumentalidad de los pasos de una Salamanca levantada en los años cincuenta con la voluntad unida de arquitectos y artistas.
Artistas de tierra de escultores, de ciudad marcada por el legado de quienes practicaban, en la soledad del estudio, bocetos de las grandes masas, obras a la medida de sus manos. Esas manos que trabajaban incansablemente, como lo hacía con el barro de los días Agustín Casillas en su pequeño estudio de la Calle de la Paloma. Las de los artistas que compaginaban su afán con el trabajo que daba de comer a sus familias, como la de Núñez Solé, acostumbradas al trato directo del padre con su tarea, con la obra que va surgiendo. Y cuentan, tanto la pintora y doctora en Medicina Amparo Núñez Solé, como su hermana Elena, ceramista, que sus recuerdos de infancia eran el trabajo creativo del padre. El escultor, melómano empedernido, alquiló un piano para que tocara su hija Amparo, quien se ejercitaba en medio del olor de la madera que tallaba su padre para terminar el hermoso Sagrado Corazón, encargo de las Salesas que ahora se expone, pieza de grandes dimensiones y de clausura secreta, en la Sala de la Contemplación, para sorpresa de quienes gozan de su belleza. Y a su vez, Elena evoca, en el pasar de los años, el recuerdo del plomo fundiéndose en las últimas obras del artista, un escultor siempre en proceso, un trabajador de la materia que en las etapas finales encontró la abstracción que siempre había rondado su original y precoz trabajo figurativo. La muestra en la sala que lleva su nombre es un ejemplo perfecto de dicha evolución, de su tarea con todo tipo de materia, de su continuado tesón, búsqueda y hallazgo… y todo en la brevedad de una vida dedicada al arte, empeñada en la creación, partícipe de un tiempo complejo en la quietud casi varada de la ciudad provinciana.
Nacido en Zamora en 1927, José Luis Núñez Solé fue un niño precoz empeñado en ser escultor que ya tallaba en el jardincillo de la casa familiar salmantina. Su padre, aparejador y dueño después de una empresa de derivados del hormigón, era un emprendedor que supo pronto de la vocación del hijo, al que llevó al taller de Benlliure en Madrid para preguntarle al maestro si merecía la pena su empeño. Los años de la Escuela de Artes y Oficios de Salamanca y de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid los compagina el joven escultor con sus primeras muestras, inicios prometedores. En la Salamanca que se levanta tras la guerra, arquitectos y artistas trabajan a la par, y nuestro escultor, desde la tarea en la empresa familiar, se hace un nombre. Se suceden los encargos, civiles, religiosos y gana una beca para estudiar en ese Paris donde aprende nuevos lenguajes escultóricos. En aquellos años, la única forma que tiene un artista español de conocer el arte que se hace fuera es el viaje, la visita a los museos, a los talleres donde ver las piezas que admira, las de Rodin, Maillol, y frecuentar también el estudio de artistas modernos que no se ven en la España cerrada de posguerra. A diferencia del bejarano Mateo Hernández, Núñez Solé no se quedará en Paris, regresará para casarse con su joven vecina, quien siempre será un puntal indispensable para su vida y su arte, volverá al trabajo en la empresa familiar y sobre todo, al taller, al estudio, a los encargos, a los proyectos monumentales en los que cabe más de una decepción. Son los años de un artista de formación clásica y original factura que no va a conformarse con seguir practicando un lenguaje artístico apreciado por el público, cada vez más próximo al expresionismo, al simbolismo y donde ya asoma una incipiente abstracción. Aquella que tarda en llegar a la ciudad letrada, donde empiezan a abrirse nuevas salas de exposiciones y donde una nueva sensibilidad hace que los artistas se unan para defender, desde la unidad, una novedosa forma de arte, curiosamente bendecida por quien más arte encarga: la iglesia.
El movimiento “Koiné”, en Salamanca, tiene vocación de unión de artistas y búsqueda de nuevos lenguajes artísticos. Aquellos que una parte de la Iglesia quiere utilizar para una evangelización distinta, aliada con el arte moderno. Son los ecos del Concilio Vaticano II, la época de los grandes proyectos que solicitan obra a los artistas contemporáneos. Núñez Solé, dotado de una profunda espiritualidad, una excelente relación con los salesianos que le educaron en la secundaria y con los dominicos que le solicitan trabajos, aborda los encargos más allá de la imaginería más convencional. Horada la superficie de la piedra para plasmar en ella las estaciones del viacrucis, talla monumentales altorrelieves, bajorrelieves y relieves, estudia la madera para crear piezas tan exquisitas como el San José de las Salesas en el que el Niño Dios parece pegarse al cuerpo del hombre solicitando protección y cariño, y, sobre todo, trabaja la imagen del crucificado con enorme habilidad, sentida expresión y experimentación de la materia. El Cristo en la cruz es plomo, hierro, hormigón, madera… y su expresividad, su estilización, su hondo sentir contenido y dramático nos inquiere y conmueve. De una enorme cultura y conocimiento de la tradición tanto litúrgica como artística, Núñez Solé es un inmenso escultor religioso que también trabaja la vidriera, y que al final de su trayectoria, es capaz de sustituir la piedra y la madera por un tratamiento experimental de los metales.
Y es en esta experimentación donde alcanza la muestra “Esencial” su máxima importancia. La obra civil y religiosa en las calles y edificios salmantinos es bien conocida de todos. Hombre de su tiempo, Núñez Solé aceptó encargos institucionales, ganó concursos y formó parte de las gentes de la escultura salmantina como Venancio Blanco, Mayoral, Agustín Casillas o Damián Villar. Sin embargo, eran más desconocidas para el gran público las piezas pequeñas de su producción, o los bocetos que se guardaron en su estudio tras su muerte. De ahí que “Esencial” sea tan necesaria para entender la obra, fecundísima, del artista salmantino. El espectador, nada más entrar en la sala que lleva su nombre, descubre una pieza abstracta sobre lo que también parece otra escultura, un soporte de madera que la sostiene, y más allá, rotunda y trágica, la visión particularísima que de un torso clásico tenía el escultor ya enfrascado en la abstracción. Gran conocedor de la anatomía, el artista concibe la forma clásica como una expresión trágica y dolorosa que no precisa de extremidades. Su camino hacia la abstracción, el estudio del vacío y sus concavidades, su lenguaje contenido y preñado de referencias, su obra parecía llegar a un nuevo destino…
Y es este itinerario el que puede seguir el espectador de la muestra “Esencial”: de las primeras piezas –algunas de ellas guardadas amorosamente y que se exponen por vez primera al público- de líneas suaves, contenidas, clásicas, formas de mujer, cabezas de hondo aliento figurativo, pasamos al trabajo que boceta los grandes proyectos del artista y a sus últimas obras definitivamente en la senda de la modernidad. Y ante el espectador se despliega el triunfo de la materia: trabaja la piedra, Núñez Solé, la horada, la talla, la golpea con el cincel… mima la madera y la convierte en imaginería viva; moldea el cemento y las diferentes pátinas hacen que parezca bronce o escayola… y por supuesto, dibuja, dibuja sobre madera, dibuja lo que desea levantar en monumental empeño. Y cada uno de estos diferentes tratamientos de la materia, cada empeño técnico novedoso se refleja en las piezas expuestas para que veamos cómo un escultor de formación clásica va despojándose poco a poco de sus rasgos distintivos para abrazar, definitivamente, la abstracción que adquiere, a través de las últimas piezas, un lenguaje también propio. El de la búsqueda, el atrevimiento…
Los últimos y fecundos, más aún, pues fue fecunda toda su vida, años del artista estuvieron marcados por la docencia. El tiempo dedicado a la empresa familiar y a la escultura queda atrás, ahora el artista es catedrático de un centro de enseñanza secundaria y vive en Valladolid, ciudad donde descubre nuevos materiales para trabajar. Ciudad más moderna que Salamanca, fabril y activa, es un revulsivo para el artista. En 1968 le encargan la serie de cabezas de los ganadores del Premio Nobel de Literatura, y su carácter humanista, su voracidad lectora hacen que se embarque feliz en el proyecto. Su tratamiento del plomo fundido es en la muestra todo un descubrimiento. Presenta sus nuevos trabajos y sigue resolviendo sus encargos con el despliegue de materiales, técnicas y novedosos lenguajes ya en la abstracción que respira todo el arte.
Y pese a todo, Núñez Solé sigue manteniéndose fiel a sus constantes. En plomo, una de sus últimas obras monumentales, recorre la fachada del edificio universitario de ciencias. En láminas de cemento, la muestra nos recuerda sus figuras de aire clasicista, su uso de los símbolos, su recorrido por todas las ciencias a través de objetos característicos de las mismas. Son los bocetos de un escultor que patina el cemento para darle sorprendentes acabados… y mientras, el hombre familiar, el hombre dedicado a los suyos, prepara la navidad que en casa de los Núñez Solé tiene aires de belenes de barro y alegría. Un infarto fulminante acaba con la vida del artista en 1973, que ha recorrido una de las épocas más complejas de nuestra historia reciente fundiendo su arte con los cambios de una sociedad en pleno cambio. No verá el final de esa dictadura bajo la que tuvo que trabajar.
“Esencial” es un recorrido prodigioso aquí en el Museo Diocesano. Nos permite ver en su casi totalidad el cambio que experimentó el artista salmantino tan vinculado a su tiempo y a sus servidumbres. Nos hace reflexionar acerca de la época que le tocó vivir y que transcendió con su búsqueda personal y a la vez colectiva, de un lenguaje propio, de una tarea constante, tenaz, robándole horas a un día que parecía no tener límites. Perteneció a una generación que se labró con el cincel del trabajo duro, de la familia unida, de una religiosidad impuesta que en Núñez Solé fue espiritualidad compartida con quienes le rodearon. El suyo fue un itinerario de modernidad, un empeño de ir más allá de lo consabido, de las modas y hasta de sus propias facilidades. Y en la belleza de la forma y en la originalidad de su técnica marcó el arte escultórico de la Salamanca del siglo XX. Celebrarlo es un acto de justicia poética, materia esencial de la que estamos hechos. Núñez Solé, escultor.
Charo Alonso.
José Amador Martin.
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