NÚÑEZ SOLÉ. LA ESENCIA DE UN GRAN ARTISTA URBANO E INTIMO

«Crear en Salamanca», quiere rendir un homenaje a un gran artista. José Núñez Solé. La ciudad de Salamanca es una exposición permanente de su Obra. De su magnífica visión y de su mano de «Maestro», surgieron obras que son la muestra viva, la exposición más Universal, de su obra. Hemos recorrido Charo Alonso y yo distintos itinerarios por nuestra ciudad, ella con su magnífica forma de escribir y  yo con mi cámara fotográfica, y hemos hecho de estos recorridos crónica de la obra de este gran hombre.

 

En estos recorridos hemos ido añadiendo personas que, vinculadas con José Núñez Solé, han mostrado sus conocimientos y sus trabajos para hacer perdurable su obra en el tiempo: Sus hijos nos han abierto sus casas, para conocer lo más íntimo de Solé y Tomás Gil y José Andrés nos han llevado de la mano para llegar a lo más profundo de sus técnicas y a otros recorridos.

Gracias a todos, hoy podemos llegar a lo más íntimo de su obra en el Palacio Episcopal, en la Sala que lleva su nombre, importante homenaje al «Maestro»  en una exposición que lleva el título de «Esencial», Exposición-Joya abierta hasta septiembre para que todos los salmantinos, amantes de su ciudad y su cultura, podamos admirarla.

 

 

JOSÉ NÚÑEZ SOLÉ, LA ESENCIA DE LA MATERIA

Texto: Charo Alonso

Fotos: José Amador Martín

 

                Tienen los escultores cualidad de espacio, eligen la materia para elevar el canto y la dimensión que va más allá de la hoja de papel, del lienzo de óleo manchado para iniciar el vuelo. Ver el mundo con todas sus aristas, redondear la forma de todos los colores. Bien niño era José Luis Núñez Solé cuando en el jardincillo de su casa salmantina tallaba con un clavo la primera escultura que guardó como talismán de artista, empeño precoz enamorado de las formas y de la materia viva. ¿Cómo se hace un escultor? Corrían los años tumultuosos de la primera mitad del siglo XX cuando nació en Zamora el hijo del aparejador del catastro Pablo Núñez. Destinado al Ayuntamiento de Salamanca, Don Pablo se trasladó a la ciudad universitaria de la que era originario donde levantaría una fábrica de pretensados de hormigón. La suya era una mente inventiva y hábil lo que se unía a una capacidad de trabajo a prueba de toda techumbre. Tras la guerra y la dolorosa posguerra que vivió el niño Núñez Solé al abrigo de su infancia, el impulso constructivo de la ciudad provinciana se vivió con ahínco en la Salamanca donde empezó a estudiar el hijo de Don Pablo. Alumno de los Salesianos y de la Escuela de Artes y Oficios, aprende dibujo y se inclina sin dudar por la escultura. Su padre, hombre de talento práctico, le llevará al estudio madrileño de Benlliure para saber si tiene o no cualidades, no hay que perder el tiempo, le espera la empresa familiar. El viejo maestro afirma que el joven las tiene y estudiará en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde frecuenta a Victorio Macho, a Capuz y a Clará.

 

 

A finales de los cuarenta, España era un coto cerrado y las influencias del arte europeo no llegan ni siquiera al Madrid donde estudia Núñez Solé. Por suerte, en 1947 consigue una beca y viaja a París donde se extasía con la obra de Rodin, de Maillol… conoce a artistas emergentes y parece un Mateo Hernández, un Lagar… pero su destino no es quedarse en París. No es un bohemio como lo fueron sus antecesores, además, cerca de su casa familiar con jardín, su vecinita, la sobrina del obispo Alcolea, una muchacha de largas trenzas a quien conoce desde siempre, guarda el secreto que su timidez le ha impedido expresar. Le trae un perfume de París y la voluntad de iniciar el camino. Un camino que quizás en Madrid hubiera tenido otro rumbo, pero la empresa familiar, la raigambre honda y la ciudad que se levanta con brío reclaman al artista. Compaginar trabajo y vocación será su entrega. Precoz en sus primeras muestras de un talento clásico y sentida espiritualidad en los encargos religiosos, el joven Núñez Solé se hace muy tempranamente un nombre conocido. Son los tiempos en los que arquitectos y constructores levantan la ciudad y tienen el empeño de mostrar en los edificios obra artística que encargan a los diferentes escultores que en aquellos años luchan por hacerse un sitio y trabajar a la vez como Damián Villar, Mayoral, Casillas… obra et labora.

La obra de Núñez Solé tiene una cualidad clasicista, un manejo absoluto de la piedra y la madera que se presta a la obra religiosa y al adorno de las edificaciones que levantan sus amigos arquitectos. Pero hay algo en él novedoso, diferente, inquieto… participa del movimiento Koiné que aúna en los cincuenta a artistas, intelectuales y hombres de la iglesia con el objetivo de buscar nuevas formas de expresión de lo sacro. Es el inicio de la modernidad, tímido y cauto, cierto, y más en una ciudad provinciana que quiere seguir viendo las muestras de El Casino con su aire clásico, su gusto consabido. Núñez Solé tiene éxito, pero busca algo diferente, y la reflexión de las gentes de Koiné remueve por igual su espiritualidad personal y su deseo de innovar. El Taller es su particular cueva de alquimista, y el fantástico encargo de La Peña de Francia su punto de inflexión. Allí usará el plomo para lograr un Crucificado expresionista que sorprende y conmueve. Ningún material será ajeno a su trabajo: la piedra, por supuesto, el hormigón que trabaja la fábrica familiar, el vidrio, la madera, el plomo… el suyo es un Taller casi experimental donde se reúnen los amigos en torno a su buen talante, a la charla culta y a la broma. Muchos de aquellos contertulios tendrán una jarra en la que reza, a la manera del barro de Alba de Tormes, la leyenda “Robado en el estudio de José Luis”.

Los encargos son constantes y el artista, cada vez más atrevido en sus propuestas, busca en las pátinas, en el expresionismo, un nuevo lenguaje: es la abstracción que asoma su liberada cabeza, pero no tanto, porque el padre de familia, el artista sujeto al encargo debe seguir peleando por la supervivencia. En los años cincuenta, a la tarea de inspiración religiosa le siguen el adorno de los portales y hoteles, los encargos monumentales de bancos y entidades estatales de la época. Las consignas del Movimiento han de ser traducidas a la piedra, y sin embargo, el artista consigue liberar la talla, desnudar los símbolos, hacer del encargo institucional una alegoría plena de belleza que supera el mensaje que debe dar. No hay duda de su capacidad de entrar en la modernidad y dejar a un lado la soflama. El artista entreteje entre las figuras históricas, entre los símbolos propios de conceptos como “campo”, “trabajo”, “caudillaje”, una libérrima visión de la modernidad. La ciudad se llena de sus obras monumentales, civiles y religiosas, y el artista sigue su tarea mostrando su gran preparación, su dominio de la anatomía y del desnudo aprendido en el dibujo, austero y convencido de que menos es más, sigue siendo un artista del gusto de la ciudad letrada. Las figuras humanas siguen protagonizando sus obras, figuras de una gran expresividad que poco a poco pierden nitidez y se vuelven abstracciones. El artista nunca se acomoda.

Son años de tarea y de estudio y Taller. La vida cotidiana es plácida y plena de alegrías. La imagen del artista tallando la madera de su monumental Sagrado Corazón, encargo de las Salesas tan cercanas a su domicilio para las que realizará también unas vidrieras abstractas llenas de símbolos, mientras escucha a su hija Amparo practicar sus ejercicios de piano en la habitación contigua, representa estos años. Amparo y Elena, junto con su madre, Pepita, el alma de la familia, aparecen en uno de las láminas del monumental Vía Crucis para la parroquia de Fátima pese a su timidez. La llegada de José Luis conforma la familia, una familia que veranea en el mar donde el padre busca piedras, una familia que prepara en Navidad un Belén de barro, una familia que asiste con naturalidad al trabajo del padre en el estudio siempre abierto a los amigos. Hombre de gran cultura, insiste en la tarea de los hijos, melómano empedernido, toca varios instrumentos de oído. Ama la fotografía y graba películas en super ocho, es aficionado al cine y tiene un talante amable y conciliador que le hace ser querido por todos. Su capacidad de trabajo es inmensa, estudia cada tema que trata, cada encargo con esmero, pero su sufrimiento por el declive de la empresa familiar nubla su ánimo.

 

Es el momento de cortar amarras y con el título de profesor de dibujo, conseguido en los inicios de los años cincuenta, se presenta a una oposición. La docencia será su última pasión, alumno de Manuel Gracia, uno de los dibujantes más importantes de Salamanca que mantenía una relación muy cercana con sus pupilos, Núñez Solé abrazará la tarea con la misma entrega con la que termina el impresionante Mural Alegórico de la Facultad de Ciencias. Se libera de todas las trabas y más cuando la cátedra de dibujo le lleva a Valladolid. Lejos de Salamanca y de su querido estudio, encontrará una ciudad más abierta a la modernidad, donde se comercia con materiales diferentes, se vive un aperturismo mayor que en la ciudad letrada… Valladolid es el espacio donde desarrollar una abstracción ya absoluta, un tratamiento del plomo fascinante, una mayor libertad en todos los sentidos. Pese a que Núñez Solé siempre fue libre en su uso de técnicas y materiales, la ciudad abierta a las Ferias de Muestras, a las nuevas industrias, así como la posibilidad de tener horarios más livianos que los resultantes de una empresa familiar le abren un campo pleno de posibilidades…

 

Sin embargo, esas posibilidades se truncan cuando, con apenas 46 años, el artista muere la víspera de Navidad de un infarto fulminante. Nadie se había preparado para una despedida tan rápida y cruel, y menos una mujer de su casa con tres niños pequeños y un estudio pleno de obra y de proyectos. Tras el empeño de sacar adelante a la familia, y tratar de superar la desolación y la angustia, la gestión del legado será una tarea que la esposa y en el futuro, sus hijos, lograrán con esfuerzo. Cincuenta años después de su muerte, aún sorprenden, en la revisión de su archivo, el hallazgo del boceto, de la obra, de la pieza guardada, de aquello que conservan quienes estuvieron cerca del artista. De ahí que la muestra “Esencial” haya logrado reunir numerosos ejemplos de la obra religiosa y civil de Núñez Solé y sobre todo, que se muestren sus últimos trabajos, plenos de fuerza abstracta, de innovación y de modernidad. Obras que sorprenderán a aquellos que pasean por la Salamanca de sus logros monumentales que, fijándonos un poco, tienen el germen de esta nueva forma de hacer arte más allá de la figuración.

Situada en la Sala Taller, en el llamado estudio “José Luis Núñez Solé”, la muestra que el Palacio del Obispo ha dedicado a la obra del escultor con el absoluto apoyo de la familia y el trabajo conjunto de especialistas en historia del arte, es una visión muy completa de la fecunda trayectoria del artista desaparecido a tan temprana edad. Empecinado desde niño en su vocación de escultor, la suya fue una tarea de formación constante, búsqueda, experimentación y empeño. Una capacidad de trabajo que se impuso a su tarea en la empresa familiar y que a la vez, le permitió disfrutar de una vida de amistad compartida y sobre todo, de una familia a la que dedicó tiempo y cariño. Sorprende su denodada capacidad de llevarlo todo y a la vez, poner en primer lugar su vocación artística que dio lugar a tan variado y excepcional trabajo, un trabajo que el espectador puede disfrutar hasta finales de septiembre en uno de los Museos más bellos de la ciudad de Salamanca, donde sobresale el impresionante torso en metal que nos recuerda la fatuidad de nuestro empeño, la capacidad de la materia para conmovernos y explicarnos la realidad. Un torso absolutamente esencial, como cada una de las piezas sabiamente elegidas para ilustrar la trayectoria del artista: metal, madera, piedra, hormigón, motivos religiosos, cabezas que son un recuerdo constante de su formación clásica… y ya fuera de la sala, obras recuperadas por los artífices del proyecto “Fe y Arte” que han recorrido con empeño los pasos del artista para rescatar, en ocasiones del absoluto olvido piezas como uno de los Cristos de Núñez Solé, a la intemperie, que tenía en la cabeza la corona no de espinas, sino de nido de pájaros benditos, la obra de un creador excepcional a quien homenajear y reconocer en toda su valía.

Lo esencial en ocasiones, no necesita de los ojos, y sin embargo, se muestra ante nosotros a través del arte y del arte de mostrarlo con vocación de hacer de todos la belleza. Una belleza con sentido, un sentido pleno de belleza. Una obra que transciende la materia, materia esencial de la que estamos hechos. Es el legado infinito de un artista irrepetible.

 

 

 

 

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