Crear en Salamanca se complace en publicar esta crítica de cine escrita por José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, 1994). Poeta, egresado en Derecho por la Universidad de Salamanca y crítico de cine. En poesía ha publicado el libro ‘Tambores en el Abismo / Tambores no Abismo’ (Labirinto, Fafe, Portugal, 2022, en edición bilingüe y traducción de Leocádia Regalo). Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada ‘El barco de las ilusiones’ (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó el cuaderno ‘Madre’ (Trilce, Salamanca, 2021. Dos poemas traducidos a 12 idiomas). Poemas suyos han aparecido en diversas antologías y revistas de España e Iberoamérica. También ha publicado los libros ‘Pasiones cinéfilas’ (Trilce, Salamanca, 2020) y Iuris Tantum (Betania, Madrid, 2020). Sus críticas de cine se publican en las revistas literarias Crear en Salamanca y Tiberíades, mientras que sus artículos de contenido jurídico y social se dan a conocer el su blog Iuris tantum, que mantiene en el periódico digital Salamanca al Día.
ARTE DE LA PROPAGANDA EN EL SIGLO XX:
EL ACORAZADO POTEMKIN (1925)
En un primer momento, pensé en el tratamiento conjunto de El acorazado Potemkin (1925) de Sergéi Eisenstein y El triunfo de la voluntad (1935) de Leni Riefenstahl, pero sería “injusto” restar importancia a la figura de Iósif Stalin. Tampoco puedo comenzar sin destacar la presencia de Odesa (Ucrania) en la película, un papel importante, pues los marinos revolucionarios llegan a su puerto. Traigo a colación este dato, no solo por el panorama actual entre Rusia y Ucrania; lo hago para plasmar la palabra Holodomor, la cual se usa para definir la hambruna que costó la vida a varios millones de ucranianos y cuyo autor intelectual fue Stalin. Stalin, apodo equivalente a hombre de acero, me evoca la película El hombre del corazón de hierro (2017) con Rosamund Pike y Jason Clarke basada en el ascenso y culmen de Heinrich Heidrich, apodado el carnicero de Praga (de los pocos nazis que cumplían los estándares arios, sea dicho esto para un primer contacto con la prevalente hipocresía de estos regímenes).
Para evitar preterir la figura del director, daré unas breves pinceladas. A pesar de la excelente realización del filme, y los aportes en sentido técnico a la gran pantalla, no se puede omitir la compulsión a la que estaría sometido Eisenstein, seguramente la censura fuera el mejor de los destinos posibles en caso de entrar en contradicción con los deseos de Stalin. Por otro lado, al empezar el comentario recordé un documental sobre Iván el terrible, en el cual mentaban una película homónima de 1944, para apelar a la versión sesgada que pergeñó Stalin. No me sorprendí por el titular de la dirección: Sergei Eisenstein. Este cineasta tenía orígenes judíos, lo cual no pasa inadvertido, debido a los indicios de antisemitismo en la URSS (lejano al nivel de Hitler, pero, en cualquier caso, condenable). Aunque, en un momento dado de la cinta, un miembro de la clase alta exclama: “¡Acabad con los judíos!”, tornándose el pueblo llano contra esa persona. Por eso afirmo que la Historia y el Cine juegan conmigo en este filme. En esta línea, otro paradigma sería el plano religioso, surgido primeramente en el minuto 13:47, mientras un marino lava los platos se vislumbra en uno un fragmento del Padre Nuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. De hecho, el amotinamiento en el acorazado se produce por el “rancho” de carnes podridas (si persisto en elaborar símiles, esas carnes representarían el absolutismo, el hambre o las enfermedades que, entre otros, fueron factores incendiarios del levantamiento popular contra la Rusia zarista).
Y, como consecuencia a esta insurrección, el almirante ordena un fusilamiento en masa. Minuto 21:53, un sacerdote entra en escena diciendo: “¡Oh señor, haz entrar en razón a los desobedientes!”, sin embargo, las imágenes y la interpretación no engañan, más parece una bendición a ese asesinato que una plegaria en aras del indulto.
Viendo los primeros compases de la película, pensé que iba a tratarse de una metáfora revolucionaria acontecida en un barco (al estilo de la película y serie, distópicas y de ciencia ficción, Snowpiercer, la lucha de estratos sociales en un tren que recorre el planeta en un futuro distópico). Posiblemente, también caí en el error de contextualizarla en el año 1905, enmarcada en la guerra con Japón (una derrota que alimento el malestar en gran medida). Ahora bien, el acorazado Potemkin, ¿es el crucero militar Aurora? Si la respuesta fuera afirmativa, yo no habría fallado en mi suposición, puesto que el Aurora participó en dicho conflicto. Sin embargo, establecer una analogía entre Stalin y el acorazado Potemkin por encima de una con el emblemático buque Aurora. es la opción más plausible, teniendo presente que era megalómano al igual que su homólogo alemán (el melómano Hitler citaba a Lohengrin, personaje de una ópera de su admirado Wagner, seguramente en aras de ser el nuevo héroe que salvaría Alemania). A tenor de las revoluciones de 1917, un dato desconocido para mí era el rumbo que podría haber seguido Rusia si hubiera prosperado el gobierno provisional instaurado tras la primera de ellas.
Desde luego, los actos contra los altos mandos del acorazado (llamados verdugos en la película) son una represalia comedida en comparación con las realidades de la revolución, como por ejemplo la masacre de la familia Romanov (recomiendo el docudrama Los Últimos zares, con Rasputín como figura desestabilizadora del imperio). Los oprimidos se convierten en aquello que pretenden erradicar, una constante histórica, un comportamiento inmanente (en no pocas ocasiones) a aquellos que esperan su momento para devolver, en más alto grado, el daño sufrido.
Sin embargo, retornando a las responsabilidades individuales, el espíritu sentencioso de aquel georgiano cuyo rostro estaba consumido por la viruela, tampoco tembló con los propios oficiales del ejército ruso (de los miles de oficiales y civiles polacos de Katyn mejor ni hablar) o con sus soldados rasos. En este punto me parece relevante citar el comentario a Bertolucci, donde menté a la actriz Rachel Weisz, quien protagoniza Enemigo a las puertas (2001) junto a Jude Law (Cold Mountain de 2003) o Ron Perlman (El nombre de la rosa de 1986). Traigo a relucir esta gran cinta, porque al verla por primera vez, consideré ficticia la escena en la que desde la retaguardia soviética disparan a sus “camaradas” por retirarse ante una inminente derrota (en palabras del propio Stalin: “en mi ejército avanzar es menos peligroso que retroceder”). Huelga decir que la realidad supera a la gran pantalla (las familias de los desertores también serían objeto de represalia). Pero el verdadero motivo de mentar la película es el rol que desempeña la actriz: soldada rusa. Mientras en la Alemania nazi las mujeres de los miembros de las SS eran aleccionadas para ser “buenas esposas”, las mujeres rusas iban a la guerra (su papel destaca desde décadas atrás, en el surgimiento del espíritu revolucionario). En este sentido, una figura digna de mención es Aleksandra Kolontái, la primera mujer en la historia que formó parte de un gobierno.
Dichas responsabilidades individuales son objeto de compensación por la historia de los vencedores. Al resultar victorioso el bando aliado en la Segunda Guerra Mundial, cayó en el olvido o quedó en un recuerdo tratado de forma subrepticia, la culpabilidad inapelable del dictador soviético por crímenes de genocidio y lesa humanidad.
Se ganó desde el principio los galones de dictador y el símil con el austriaco (antes me refería a Stalin por su gentilicio, el georgiano, precisamente para dejar latente la truculenta herencia que dejaron en países a los cuales no pertenecían) Hitler, ambos se deshicieron de sus colaboradores llegado el momento. Stalin, como buen tirano, no casaba con la idea de tomar decisiones conjuntas, por ello borró de la faz de la tierra a sus camaradas revolucionarios, prueba de ello es un tal Trotski (demasiado inteligente y carismático, lo cual le generó envidia desde el principio). Algo parecido ocurrió en “la noche de los cuchillos largos” de 1934 con las SA.
Tampoco fue pionero en ostentar el “cargo” de dictador, ya lo hizo Lenin con su “dictadura del proletariado”, he aquí el paroxismo de la hipocresía. Este último me recuerda a Robespierre y su período del Terror (en el caso de los bolcheviques, se llamó terror rojo), intelectuales con propósitos los cuales podrían haber cambiado sus patrias para mejor, corrompidos una vez en el poder. Para cerrar esta adenda “leninista”, resulta paradójica su muerte a manos de una socialista (Fanni Kaplán), y entiéndase paradójica en una connotación irónica. Son aportes documentados, así como las palabras de esta revolucionaria: “…su sola existencia, desacredita al socialismo.”
Haciendo un inciso, la interpretación subjetiva es un férreo exponente de los demagogos. Stalin tuvo como base la utópica teoría marxista para luego darle su particular visión. Cuestiones como el por qué se eliminó la propiedad privada, permitirían ofrecer de nuevo la figura de Marx o remontarse a Rousseau, el cual sitúa en el surgimiento de la propiedad privada, un punto de inflexión entre la bondad, igualdad, comunión de las personas y la creación artificiosa de la sociedad civil, el estado y el Derecho Positivo. Volviendo para cerrar la cuestión religiosa, en su régimen estaba también ausente la liberta de culto. Este tirano había contraído nupcias por la iglesia y, de ese primer matrimonio, nacería un hijo el cual fue bautizado. Quizás mutaran sus convicciones, quien sabe.
No percibo el por qué se tratado de polémica a esta cinta, inclusive el sesgo queda en un plano de omisión, al no mostrarse las acciones llevadas a cabo por los sublevados. La película refleja las consecuencias de un descontento desmesurado y generalizado entre la población. Es más, al utilizar una ciudad ucraniana como germen, está íntimamente relacionada con el hoy; han transcurrido las décadas y durante varios meses estamos asistiendo a un nuevo exponente de la distorsión referida a los límites territoriales y el injustificado afán expansionista: la Rusia de Vladimir Putin.
En definitiva, y con referencia a los aspectos formales de la película (asunto al cual siempre doto de una importancia secundaria): es una obra de las más destacables que he visto y una buena oportunidad para reencontrarme con la relevancia de las bandas sonoras (cuya autoría en El acorazado Potemkin se atribuye a Edmund Meisel y Dmitri Shostakóvich, entre otros). Para mí, la conjunción perfecta entre imagen y música se produce en el minuto 45, y la escena más cruenta tiene lugar en la escalera de Odesa. En ella es palpable el efectismo pretendido por la obra: la muerte de un niño ante los ojos de su madre, cadáveres pisoteados por la dispersión de las gentes, todo como consecuencia de la llegada de las tropas regulares. De igual manera, es significativo el momento en que, sobre el blanquinegro tono de la película destella ese rojo que llegará hasta los imaginarios actuales para identificar al comunismo, se enarbola la bandera en el acorazado. También ahondar más en la filmografía de Eisenstein, pues difícilmente se puede poner en duda la calidad de esta película (para la época, aclaro, pensemos en él como el Spielberg de primera mitad del XX).
José Alfredo Pérez Alencar
Enlace de la película:
https://online.tucineclasico.es/peliculas/el-acorazado-potemkin/
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