«Crear en Salamanca» ofrece con enorme satisfacción la publicación de una colección de poemas, seleccionados por su autora de los libros: «Trazos», «Llumantia ilíquida» y «Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro»
MÓNICA VELASCO (Salamanca, 1979)
Poeta y profesora de Lengua Castellana y Literatura en Enseñanza Secundaria y Bachillerato.
Ha publicado poesía, artículos y reseñas en distintas revistas académicas y literarias, (New York Poetry Review, Verbeia, Repertorio Americano, Gafe, Álamo, Papeles del Martes, Acalanda Magazine…), antologías (De la Intimidad. Homenaje a Santa Teresa de Jesús, Editorial Renacimiento, La satisfacción del deber cumplido, Pasión en Salamanca ) y libros conjuntos (Femenino Plural, EDIFSA) entre otros.
Ha participado en recitales y congresos poéticos como HAY Festival Segovia, Festival Internacional de Poesía En El Lugar de los Escudos, Congreso Internacional de Literatura Fray Luis de León Ab ipso ferro o distintas convocatorias de los anuales Encuentros de Poetas Iberoamericanos, e impartido conferencias y talleres literarios en bibliotecas del Estado, centros de estudio y referencia como el Centro Internacional Teresiano Sanjuanista CITES o centros de Educación Secundaria y Bachillerato.
Entre otras obras, ha publicado los poemarios TRAZOS. En torno a Anglada Camarasa, conjunto con el poeta Antonio Colinas (2018), Llumantia ilíquida (Ed. Amarante, 2019), que ha sido traducida al inglés en la edición bilingüe LLumantia ilíquida- The Wavering Blaze (2022), numerada y con ilustraciones de la pintora Carmen Borrego y el poemario Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro. Edit. Diputación de Salamanca. 2022.
https://monicavelasco.org/
LA MAGIA Y LA POÉTICA DE LA OBRA DE MÓNICA VELASCO
Mónica Velasco es una poeta que posee la armonía del Universo, su magia, su luz y la belleza de los paisajes reales y soñados en consonancia con su espíritu creativo. Estimo que la fuente de su escritura nace de dos luces vitales en sus imágenes, la luz mediterránea y la luz de Castilla
Dice Octavio Paz «La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro… Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro.»
Leer a Mónica es penetrar en el mundo inconmensurable de la creación, en el universo de sus infinitas posibilidades, entrar en el juego mágico de los sueños y de las fantasías, también en la presencia avasalladora de la realidad … Acercarse a su poesía exige un esfuerzo por entender las complejas relaciones que se establecen entre la vida y la obra de una poeta que convierte su ser en un canto a la belleza en busca de la perfección formal. Su poesía emana como lo hace el perfume de una flor. En su poemas se puede llegar a penetrar en el mundo de Mónica por los hilos invisibles del alma que la naturaleza pulsa con sus versos, su magia, es la memoria de la imaginación que resuena en armonía con la sinfonía del Universo, inyectada de pasión en las imágenes que llenas de sensibilidad describe y que con una gran profundidad se graba en nuestra memoria.
Su poesía vive en los recuerdos y el mundo de fantasía que es capaz de mostrar, es la poesía de la luz, en ella se refleja melancolía, tristeza, alegría y, sobre todo una dimensión infinita de sueños que logramos entender porque la luz se hace la poética del alma.
Así su Poesía abre ante nosotros una dimensión mágica, un reino de símbolos que aportan en su seno el misterio. Es mediante estas imágenes como la inteligencia humana, rompiendo sus límites se hace espejo de los mundos reales y los imaginados
La importancia de la poesía de Mónica, pasa, desde luego por el acercamiento del lenguaje al lector para que se produzca esa magia del deslumbramiento, que no es anterior a la realidad ni al poema, sino que es el poema mismo y que sólo existe en la lectura.
La aparente sencillez de la poesía de Mónica es un camino de ida para el lector; es, desde la atalaya de estos tiempos, el signo de accesibilidad que la autora traza cortésmente hacia el probable lector. Y, desde la autenticidad testimonial, los poemas se revelan como retazos de unas apasionadas sensaciones que van encontrando su forma y su clave entre los versos.
Entender la naturaleza ficticia de su discurso poético, se vuelve un juego con el conocimiento físico que supone conocer la luz como enigma
Estética de luz. Mónica sabe y mantiene que la poesía puede enseñarnos todavía muchas cosas, si sabemos leer entre los signos de la Luz. Uno se estremece ante esta poesía visual, imaginativa y lúcida; una poesía inteligente que se renueva a sí misma, que es una nueva iluminación sobre la condición emocionada y pasional de su ser de poeta.
Estamos ante una escritora en la que el clasicismo busca el acercamiento al lector y a la vez discurre en un equilibrio entre el interior y el exterior, como ella dice en unas declaraciones… “me decanto por las voces poéticas más clásicas. Por otro lado, intento ser fiel a mi dictado, a mi escucha
José Amador Martín
Foto: José Amador Martín
POEMAS DE MÓNICA VELASCO
De Llumantia ilíquida. The Wavering Blaze
La lágrima del corzo
¿Qué nos importa, ya,
si oscurece la tarde?
¿Qué importa si el viento
nos trae a las pupilas
olor a incienso, a tierras altas?
¡Amémonos como lo quiere la vida!
¿No sientes el pulso suave
salirse entre los miembros?
¿No rompes en delirio en
esta estancia sin prisa,
en este abismo de flores?
¡Amémonos como lo pide el mundo!
Escucha al mar
cantar al fondo de sí mismo
esa canción profunda.
Escucha las aves hilar la tela
que sostiene al ruido.
Todo late esta tarde por nosotros
esperando el azar
de tu mirada, fortuita,
abriendo mi vestido
Comulga el ave con el aire,
el vuelo en el vuelo
Y la distancia o persigue nada.
Un océano de luces, vertical.
La rama flota en su música.
Recorta los perfiles solo el ojo
en la mirada.
Foto: José Amador Martín
Madre de una muchedumbre
Porque en la noche prende lo perdido.
Porque la noche no arranca
en su descenso húmedo
y no acaba de romper el firmamento,
yo llevo ahijados en mi cuerpo
todos los nombres.
Soy madre de una muchedumbre
y a todos conozco.
Pude ver hincarse las rodillas
y la frente del último bastión
de Atenas.
Entonces lloré como una niña
y mis cabellos mojados
mojaron al mundo.
La sangre precipitada
untó mis manos todas,
mi vestido.
Alejandría fue mi patria
con sus hombres.
Pescadores del puerto
me mordieron los pechos.
Yo en el Faro los esperaba
a todos, venidos de lejos,
con sedas de China,
con algodones de Indias,
con sus cansancios todos,
su soledad…
En mis caderas anchas dejaron
sus cabellos y muchos
lloraron hasta el alba.
¡Qué inmensa su canción!
Soy madre de una muchedumbre
que aún palpita en mi pecho y en mi
rojo vestido de flores
llevo a la humanidad.
Al viento lanzo mi oración perpetua
con los nombres de mis hijos,
porque en mis labios no muere
una sola y callada muerte
huérfana.
Recuerdo el nombre de los hijos
de cada selva,
cada línea de sus manos.
Recojo el llanto de sus madres
cuando en la noche recorren
el canto oscuro de las lanzas,
la piel del tigre.
Y recojo
el llanto y la marea
y la lucha de los hombres
que muerden las ortigas
del mar
hasta la aurora,
porque esos hijos me duelen
como duele la carne.
Soy madre de una muchedumbre.
A todos. A cada uno
conozco.
Ser noche que dispara
o ser dardo que acude.
Y ser en la noche
y en el dardo
el incienso que queda.
Foto: José Amador Martín
Urdimbre
¡Qué redondez la de la vida! Déjala
hacerse en el hilado de una abeja
tras otra, en la campana de la lavanda
de este huerto improviso. No reparan las
flores ni insecto alguno en mi estancia.
Aquí solo soy. Escucho morder
la breve madera por la avispa,
el aire que entre las ramas desgrana.
No hay luz que rompa contra
la piedra y no hiera en su propia luz.
La cascada olorosa, esta urdimbre
en tensión que es la tierra,
en su dicha me bastan.
Mis ojos han dejado de ser dos tigres,
al acecho, en la belleza,
escrutadores. Traspasados
de este incendio detrás de la pupila
son un aceite solo, que vibra,
noche aceitosa del mar y de lo oscuro,
en esta música inaudible y certera.
Portada Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro. Mónica Velasco
De Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro
«Hay algo en el amor que pertenece
a este mundo»
GONZÁLEZ IGLESIAS, J.A.
Hay algo en el amor
Hay algo en el amor
que no nos pertenece. Que es fuga.
Algo como esta luz diaria
que no es nuestra tampoco.
Como el calor que deja el cuerpo
en las estancias, entre las sábanas.
Que se evapora y resiste de algún modo.
Respiro. Cuerpo de átomos el aire
me acontece y es la dicha.
El solo aire, tu dicha
en mi respiración.
A cambio sé que venceremos.
La fuga de tu aliento sobre el mundo
se curva entre las flores,
amenaza a la muerte,
sortea precipicios y ya solo
el viento puede ser
lecho de especias,
resistencia fecunda
de la vida.
Foto: José Amador Martín
Origen
Dejadme sola con los lirios.
En el silencio de mi voz
combada hacia los astros,
tejidos mis tobillos a la raíz
del olivo, en la maraña de la tierra.
Mi cuerpo silba en la cometa.
Los cabellos, levantados
por el polvo de la vida.
Siento la ubre de las hembras
en mis dedos alargados,
el roce del polen en las campanas,
el vello de mis brazos es arpa
para el viento.
El cuello sostiene los aromas
vencidos por la lluvia,
la verdad de las jóvenes bocas,
el néctar de las nupcias.
Mis labios emiten códigos indescifrables.
Flores de cerezo anidan mi frente.
Gorriones y jilgueros en cascada
coronan las sienes,
me trenzan los cabellos.
Dejadme este bosque purísimo,
las ciervas recién paridas
detrás de los helechos,
el blanco de la lechuza y sus ojos,
el amor en la garganta.
El sol se filtra entre los robles
y ya seca mi ropa.
Va cesando la música en mi pelo.
Se adormecen los pájaros.
Los hombros son lecho
de algún erizo ahora
y en mi pecho reposan las libélulas.
El vientre,
matojo de encinas,
nudo fértil,
es origen.
Foto: José Amador Martín
El envés de las hojas
El envés de las hojas
me habla más del amor
que su dorso.
Cuando el viento levanta
su lado más íntimo,
el que carece de brillo,
el que asemeja
la cara oculta de la luna,
siento que la luz toda
se adentra al nervio más humilde,
al menos precioso
y que se hace el milagro.
Hoja, apenas
¿Quién puede atestiguar que este temblor
no es vibración del mundo?
¿Quién si en las hojas
heridas del otoño no es donde
la frente Dios reposa o su latido?
¿Quién de este tronco
en su altura de bosque
no cantaría la dicha,
no la aurora?
Alcanzada la garganta del sabor.
Punzado el iris de mis ojos.
Soy yo contemplación y vibro,
hoja apenas sostenida
de su tallo.
De la escritura
Cuando mis ojos perfilan el roce
del ala en el aire,
descifran el fuego.
Cuando mi oído alcanza
la tensión del átomo en la vida.
Cuando mi piel inspira
la temperatura que fuera
de mí -en sinergia-
circunda y se inflama.
Soy el lobo al acecho de toda verdad.
Fiera de fauces y garras.
Encrespada. Devoro.
Después, el cazador de la noche
abrirá mi vientre y me hundiré,
de nuevo,
en la rutina del pozo
cargado de piedras.
Foto: José Amador Martín
Grafemas
El aire suspendido los comprende.
Conoce los grafemas que diluyen
su discurso. ¡El solo aire!
Cruzar entre los planos un ala
que abarque
la sola transparencia.
Soñar el trazo desligado de la letra,
dejar la sola palabra al azar.
Y vienen a mi casa con su lumbre.
Traspasan los postigos y los muros.
Todo es selva cercada, luminosa,
jardín donde las letras me recuerdan
la escala que tendemos invisible.
Mejor es no decir
y ser del vuelo.
Alas
La vi entregarse en su blancura,
-oleaje y vendaval-.
Tal vez se hiriese incluso entre las ramas.
Todo su ímpetu fue entrega o búsqueda.
¿Qué hallaría su pureza desnuda?
Aquel sonido brusco de sus alas
torpemente, como el albatros del francés.
¿Qué deseo llevó a este ángel,
-ramas, aliento, polvareda-
a adentrarse entre las hojas del abeto
y a olvidarse?
Foto: José Amador Martín
Soledad
Y se llenó el bosque de pájaros,
las cúpulas de pájaros.
Pasaron sobre mí antorchas, siglos
de pájaros.
Cantaban su canción polifónica.
Solo uno acompañaba mi tarde
en el tejado.
Su canto era el mío y era solo.
Dejó que se marcharan,
como piedras.
Volvió a cantar después.
Solo su canto solo.
Más allá de la niebla.
Foto: José Amador Martín
La escucha
La escucha, que es de salmo, está a la espera.
La entrega, en oración. Así los trigos.
No aspiro a nada más, pues ya lo es todo.
Esa es la danza que quiero de mi vida.
Aquí mi piel, mis órganos: arena.
¡Permeadme junto al agua,
erguidme junto al fuego,
levantada en la llama!
Conquistad en el viento cada grano
y dispersadme.
Añoro esa conquista en la extensión
sobre los bosques, los océanos,
valles sombríos donde no cupo la luz.
Cavernas solitarias del océano,
sabéis vosotras, también,
de su existencia.
No son los rayos del astro
ni el conjuro de la luna
su más puro reflejo.
Solo amor lo sabe.
Solo el signo
¡Solo me alcanza el signo!
Pájaro, rama, sortilegio,
fuente, pulso, latido.
¿Con qué el hilado me hilvana
al arroyo y a su música?
¿Qué parte de mí recoge
el viento y me hermana
con trigos y adobes,
el malva del tomillo,
la contundencia del cactus y su luz?
¿Cuánto de mí conoce el aire
y cuánto queda entre la música?
Solo signo yo,
presencia pura y pensamiento.
Foto: José Amador Martín
De Trazos. En torno a Anglada Camarasa.
Salomé
De ámbar la jarra, sus caderas,
el vientre, ensueño anochecido.
Sus brazos, seda indumea,
princesa roja bajo el velo.
Hiere en su cuerpo
la luz como un aceite
que fluye alto, ardiente
airosa danza.
Espirales de ensueño
en las palmeras.
Llamea la luna hebrea
en los desiertos
y arde la noche
febril en sus tobillos;
sierpes de plata
el brazalete.
Incienso, azahares, su cabello.
Noche de estrellas, la ciudad dormita.
Bálsamo el aire
tras de las cúpulas de oro.
Arde su voz, ahora.
Caen las manzanas
sobre la alfombra
de esmirna.
Huele la noche a especias,
la música ha cesado
y rueda a sus pies un cáliz
que desnudos
son un áspid esta noche,
son una daga antigua.
Un soplo frio
apaga algunas velas.
Afuera, solo queda esperar
que las estrellas huyan.
Foto: José Amador Martín
Amantes
(Suite Nº 3 for violin, viola and string Orchestra)
Hiere esa piel tan blanca
y esa mirada ausente
y este violín de náufrago.
Hiere el roce de su piel fría
bajo el abrazo largo.
Siente un correr de gacelas
y un tibio sueño en los labios.
Hiere inmensa la ternura
tan de noche en este abrazo.
El cuerpo oscuro es la luz,
el tigre sobre los párpados.
Foto: José Amador Martín
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