‘DE VUELO’ Y OTROS POEMAS DEL ABULENSE JULIO COLLADO. PINTURAS DE MIGUEL ELÍAS

 

 

El poeta y ensayista abulense Julio Collado (foto de jacqueline Alencar)

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar tres poemas inéditos escritos por Julio Collado (Muñopepe, Ávila, 1949), Antes de ser maestro, fue vaquerillo, segador y picapedrero. Es poeta, columnista del Diario de Ávila, conferenciante, coordinador de talleres literarios en institutos abulenses y en la sede de la Fundación Caja Ávila, así como guionista y presentador de Campañas de Animación a la Lectura en diferentes radios y televisiones de su ciudad. Como escritor tiene publicados cuatro libros de literatura infantil en la Editorial Edelvives, además de haber participado, con cuentos, poemas y relatos, en varios libros colectivos (Rutas literarias por Ávila y provincia; Una métrica diferente; Chile en el corazón, Arca de los afectos, Palabras del Inocente, No Resignación, por citar algunos). Participó, como poeta invitado, en el XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, dedicado a Gastón Baquero.

 

Fray Luis de León, de Miguel Elías

 

DE VUELO

           

“¡Qué descansada vida

la del que huye del mundanal rüido”.

                              Fray Luis de León.

 

                                                          

Sube, aléjate del suelo, aprende

a ser águila en la altura y jilguero

en el canto apacible y su belleza.

 

Sube, aléjate, vuela hasta la nube

que mis ojos para ti inventaron

en el sentir silencioso de la piedra.

 

Sube, aléjate del mundo, aprehende

del cantueso el arrullo y del camino

el paso cómplice del tiempo.

 

Sube, aléjate como el río cancionero

entre las manos inexpertas que te mecen.

 

 

Retrato de Gloria Fuertes, de Miguel Elías

 

ORACIÓN A GLORIA FUERTES

 

Gloria Fuertes que estás en los cielos

entre las niñas y niños de todos los tiempos,

santificados sean tus versos, tu voz cascada,

tu risa y tus cuentos.

 

Vengan a nosotros tus tres Reinas Magas

y sus camellas

cargadas de nubes y de faltriqueras.

Vengan también tus amigos pastores

con grandes zambombas

que paren las guerras y sus desazones.

 

Háganse realidad tus versos humanos:

que se salven los humildes,

que se pierdan los beatos;

que Dios baje de los cielos

y se de un buen garbeo

y visite al obrerito

y no sólo al palaciego;

que disculpe nuestros ocios

y bendiga nuestros cuerpos.

 

El verso tuyo de cada día

que no falte en cada mesa

y líbranos, ahora y siempre,

de tantas palabras hueras,

del hipócrita de turno, del falsario…

y de sus tretas.

AMÉN.

 

Pintura de Miguel Elías, de su serie ‘Llama de Amor Viva’

 

 

NOMBRAR ES CREAR

                                               “Y llamó Dios a lo seco, Tierra, y a la reunión         

de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno”.

Génesis 1:10-12. Reina Valera.

 

En el principio, llamó Dios a las criaturas

y las nombró. Desde entonces, vosotros,

los nombres, pobláis la tierra de sonidos.

Pero,

¿de dónde viene vuestro misterio?

¿Qué subterráneas corrientes os arrastran para preñar

a quien os dice,

de música y de olor; de historias y sabores?

Vosotros emocionáis al padre que busca

el nombre nunca dicho para nacer a su hija en cada letra:

A-r-a, M-a-g-a-l-i, E-l-i-s-a, G-e-l-i, M-a-r-i-n -a.

 

Vosotros

llenáis los días con rumor de mar y la noche

con cerezos en flor y sabor a yerba. Nombres

enamoradizos y enamorados que se lleva el viento

y devuelve el eco escritos en la playa o en olmo

blanco y adolescente.

 

¿Cómo pronunciar Antonio sin sentir el aliento cadencioso de Cleopatra?

¿Y cómo pronunciar Melibea sin Calixto, Aquiles sin Patroclo

y Dulcinea sin Quijote?

Vosotros

hechizáis al hombre desde la cuna y ponéis música a la nana de la madre.

¿Cómo no prendarnos de Nana y huir de Fernanda, tan grande y lejano?

 

Nombres

juguetones y generosos que os hacéis pequeños para querer

a quien nombráis.

Vosotros,

elegidos a veces por la historia y otras para ser apenas

briznas en el viento: Ara, Eli, Iris, Ana.

¡Qué diferencia entre Isa e Isabel, Soco y Socorro, Quique y Enrique!

Entre Francisco y Paco, Pepe y José, ¡qué distancia!

 

¿Qué escondéis en ese juego de menguar y crecer

como aquella Alicia del espejo?

A vosotros os saludo,

nombres todos, porque si no me habitarais,

¿cómo decir y ser dicho,

cómo amar y ser amado?

           

 

 

Retrato de Antonio Machado, de Miguel Elías

ANUNCIACIÓN

           

A don Antonio Machado.

 

Está el poeta pensativo.

No es la melancolía, compañera inseparable.

No. Una nueva emoción delata su semblante

y le perturba.

Nervioso, arrastra sus dedos entre las arrugas

del hule trazando el mapa sinuoso de su frente.

 

Con manos trémulas y pálidas, Leonor 

acerca el plato humeante a la mesa y mira

al hombre más descuidado de cuerpo

y más limpio de alma.

Busca en él la propia inocencia y la palabra

apenas susurrada y siempre sabia.

 

Está el hombre más taciturno que otros días.

La frágil niña, nueva Anunciación, observa

y espera.

Siente el filósofo la congoja de los padres

y las risas maliciosas de las gentes,

“Mucha sangre de Caín,

tiene la gente labriega”,

mientras traza en su plato la cuchara,

caminos imposibles.

 

En la cocina, Leonor, observa y al fin

escucha el susurro enamorado del poeta:

“He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino de la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio.

Estos chopos del río, que acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua, cuando el viento sopla,

tienen en sus cortezas

grabadas iniciales que son nombres

de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor!

 

Palidece la niña. Se sonroja después.

 

Por la frente arrugada de Don Antonio,

surca un sudor frío. Titubea:

 

Hoy, Leonor mía, tu nombre he añadido

en el más joven chopo que lame el río.

Mañana y pasado mañana y al otro día

hasta allí me llegaré hasta allí y como

la madre al hijo, leeré al viento:

L        E      O        N        O         R…

Y cada letra, de vuelta a casa, paseará conmigo.

 

Calla la niña y su silencio es amor acalorado

que pone rim en las paredes del comedor:

“Hortelano es mi amante,

tiene su huerto

en la tierra de Soria

cerca del Duero”.

 

Y responde Machado, Juan de Mairena,

tras de la mesa:

“Escribiré en tu abanico:

te quiero para olvidarte;

para quererte te olvido”.

           

 

Mujeres emigrantes, de Miguel Elías

 

 

PLAYA DEL TARAJAL

(6 de febrero de 2014)

                                               “Porque vivimos a golpes; porque apenas si nos dejan

                                                decir que somos quien somos,

                                               nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno”.

                                                                                                          Gabriel Celaya

 

Vienen desde el principio de los tiempos,

desde las tierras primeras en las que un día nació la vida;

vienen, negros de sol y de hambre, altivos,

desde donde nacen los vientos que todo lo traen y llevan;

atraviesan ríos, desiertos y montañas sin nombre;

saludan al águila y al camello,

a la tierra y al cielo,

mientras se esconden de los señores de la guerra

y de las mafias que trafican con carne humana; 

venden sus brazos y sus pies a los que les apuntan

 con las armas que les vendieron mientras pronuncian

el nombre de Dios, los ricos del mundo.

Caminan y caminan, por arenas quemadas,

por desiertos que abrasan de día y de noche tiritan;

bajo estrellas de mala suerte, deambulan.

Caminan y caminan, llevando en sus pies desnudos

los sueños de sus antepasados, hechos de esclavitud y sangre.

Expulsados de su pobre pero cálida tienda, vienen

con la frente altiva de los que exigen un poco del paraíso

que vieron en las teles de Europa por vez primera.

Y un día, después de muchas lunas, descansan sus cuerpos

frente a la tierra de leche y miel que soñaron.

Sin embargo, oyen en el Mediterráneo los gritos

de los que llegaron antes y fracasaron.

Porque es fuerte el deseo y la esperanza larga

se lanzan a un mar que ya no sabe de utopías.

A brazo partido con las negras olas, nadan en la noche

para esquivar -¡qué ilusos! – a los centinelas del mercado. 

 A un tiro de piedra divisan su tierra soñada; pero encuentran

otros tiros y otros hombres

que la causa del hambre no comparten.

Y unos segundos antes de caer abatidos, comprenden

que en los paraísos soñados sobran los pobres…

En las arenas de Tarajal, como sirenas extrañas y mudas

han quedado varados; muertos a las puertas de Europa.

Porque a lomos del dinero,

de la tierra de Homero la hospitalidad ha emigrado.

Hoy llora el mar.                                                                                

 

 

 

César Vallejo, de Miguel Elías

 

 

A CÉSAR VALLEJO

                                  

            “Tanta hambre paso en París

que voy al Louvre a comerme el pan y los faisanes/

 de un bodegón holandés…”.

Gastón Baquero

 

¿El hambre del vagabundo que mira sus botas ajadas

por tantos caminos y tantos sueños al albur de la luna,

será la misma hambre del poeta que sueña palabras hermosas

para conjurar sus demonios?

¿El hambre de Vallejo, solo y pobre en París,

asustado por la lluvia, tendrá la misma cara

que el padre que busca en los contenedores

la comida que no consiguió en un trabajo digno 

y vuelve a casa

y encuentra las bocas vacías de sus niños?

¿Cómo es el hambre del que llega de lejos,

después de luchar con el frío de otras miradas

y el calor de su desamparo?

Sin patria ni conocidos, busca en las plazas

algunas migajas de los que comen diariamente

y más aún el calor tibio de los que llegaron antes.

¿Cómo es el hambre en las manos del niño

que llega a la escuela y devuelve las lecciones

porque su estómago

ha olvidado a qué sabe la comida?

Embelesado en el pupitre, apoya su cabeza

y queda dormido mientras sueña

con la sandía que un verano comió y que ya no recuerda.

 

Que venga Vallejo y escriba un poema antihambre

que haga llover azúcar en las casas

de los pobres y convierta en pan las piedras;

antes que la pena

ahogue las almas y los más inocentes perezcan. 

                       

 

 

Pájaro, de Miguel Elías

 

PAZ ES PALABRA MUY PEQUEÑA

 

Cuando las otras palabras se agrandan con el viento

helado y se hinchan de odio las banderas

y sus telas se encarnan en astas

que embisten al forastero sin patria

y al que pobre quedó a la vera del camino

y al que habla a sus dioses en otro idioma…

Cuando esto sucede tan a menudo, la palabra PAZ

huye y queda arrumbada en un rincón y nadie

la visita porque es palabra humilde y fracasada

desde la cruel herencia de Caín y Abel.

Quizás, esa pequeña palabra haya muerto y sólo

el silencio sea capaz de resucitarla. Acaso, como

escribió Adorno,«Auschwitz comienza donde quiera

que alguien mire un matadero y piense: solo son animales».

¿Se puede, te preguntas entonces, escribir un poema

después de respirar carne humana chamuscada o de ver

hileras de cuerpos que huyen sin rumbo de las bombas en Kiev?

¿Acaso, estas palabras que estoy leyendo en este

instante sirven para parar una sola bala de cañón

o un misil cruelmente teledirigido hacia la muerte?

¿Tendrán tiempo de leer un poema los conductores

de los blindados, los explotadores y asesinos de mujeres

y los que comercian aquí y allá con salarios de hambre?

Acaso, fuera más eficaz inventar palabras que no digan,

palabras mudas, que dejen al descubierto todos los ruidos

que destruyen el mundo y que hable el silencio.

Pero, ¿cómo callar el llanto de las madres y de las novias

y de las hermanas y de los niños de teta y de los estudiantes

sin libros y de sus amigos muertos en estúpidas guerras?

¿Y cómo callar la soledad de los cuerpos a merced del mar

mientras sueñan paraísos en pateras mercenarias

o cómo callar el grito ahogado por las moscas, de los niños africanos?

 

La palabra PAZ es tan pequeña que no cabe en el Mundo.

 

 

A. P. Alencart y estatua de Fray Luis, de Miguel Elías (2001)

 

 

UN HOMBRE SENCILLO

(A Alfredo P. Alencart)

 

Amor hay en este hombre                                          

Vigoroso en cuanto habla                                           

y cual Machado en un punto,                                                 

desaliñado en sus trazas.                                             .

 

Amor hay en este hombre,                                         

Barro de tierras lejanas,                                             

que enraizó de los hermanos                                       

en la patria ilimitada.                                       

 

Amor hay en este hombre

que con sus manos se afana,

 esquivando fariseos,

 por una vida sin trampa.

 

Amor hay en este hombre

que el pan del amigo amasa

como la madre al amor

de la lumbre, en la mañana.

 

Amor hay en este hombre

que contra corriente avanza

siguiendo con paso firme

del MAESTRO la enseñanza.

 

Amor hay en este hombre

que huye de cuentas bancarias

y en el vivir teresiano,

todo su saber embarga.

 

Amor hay en este hombre

que tiene costumbre rara:

 arrimar el hombro al hombre

sin esperar nunca nada.

 

Amor hay en este hombre

y su poesía es necesaria

porque busca la verdad

aunque escueza declararla.

 

Amor hay en este hombre

que dice amiga, hermana,

compañero, madre, río,

y sabe perdonar las faltas.

 

 

El escritor Julio Collado (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

 

 

 

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