La poeta y artista costarricense Nidia Marina González
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar algunos poemas del último libro Nidia Marina González Vásquez (San Ramón, Alajuela, Costa Rica, 1964). Licenciada en Artes Plásticas con énfasis en Pintura, Universidad de Costa Rica. Ha publicado Cuando nace el Grito (1985), Brújula extendida (2013), Objetos perdidos (2015), Seres apócrifos (2015), Bitácora de escritorio y otros viajes (2016), La estática del fuego (2020) y Zurda (2022), entre otros. Su poesía se encuentra en varias antologías y revistas, entre ellas Voces tatuadas, crónica de la poesía costarricense 1970-2004 (Jorge Boccanera, Ediciones Perro Azul, 2004), Poesía del Encuentro (Antología del VII Encuentro Internacional de Escritores, Adriano Corrales, Mediaisla, Miami 2010), Mujeres poetas en el País de las Nubes (Emilio Fuego, compilador. XVI Encuentro Internacional, Oaxaca, México 2008), Sostener la palabra (Adriano Corrales, compilador. Instituto Tecnológico de Costa Rica, Ed. Arboleda, 2007). Participó en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca el mes de octubre de 2016.
Los poemas que ahora difundimos forman parte de su último libro, Zurda, publicado por Nueva York Poetry Press, editorial dirigida por la poeta y académica Mar Russo.
REGISTRO
Aquí es mi cuerpo,
movido por el hálito del tiempo.
Aquí el intento de las palabras,
y el recuerdo del centro zurcido a todo:
a lo ajeno,
al olvido
a la memoria
a lo sublime y lo profano,
a la manada a la que pertenecí
antes de caminar en dos extremidades.
Si no fuera mestiza
si no me hubieran negado las lenguas originarias de mis abuelas
sabría qué hacer con un kipu en las manos
o con una Rueda de la Medicina en sitios sagrados.
Sabría pronunciar mi nombre en Nahuatl o Quechua.
Una hermana me lee el tarot
y reconozco el reflejo fragmentado
de varios continentes en mi sangre
el eco de los cantos y de historias tan distintas,
en una mancha de pigmento tejida sobre la piel.
Tan viejas las cicatrices que van cayendo una encima de otra.
Multitudes en mis poros
caben en una puesta de sol,
latido tras latido, códice tras códice.
Foto de José Amador Martín
INSUMOS TEMPRANOS
Una niña zurda va hilando los remiendos
que debió inventarse con el hilo
para las costuras habituales.
Silenciada por reproches que no responden sus preguntas.
Si su otredad no tiene sitio en la lista
y no hay renglón para sus dedos,
se hace de una caja oscura para esconder los labios
las palabras y los besos.
Se esfuma la ceniza del grafito
antes de pronunciar líneas al sol.
No le plantan una escoba para volar
sino para barrer la casa en la dirección indicada
con cuidado de sacar el polvillo fino de los rincones.
De nuestras heridas adultas
la niñez guarda en sus bolsillos piedras invisibles
para el resto del camino.
Sus exploraciones sin respuesta
son sepultadas en los acantilados,
precio de sal para las heridas
tatuajes de sombra ahuecada.
Somos los mismos que fuimos,
en las faldas y los pantalones
nadan como peces indelebles
clavos y maderos en cruz
para crucificarnos a tiempo
cada vez que la libertad se despierte.
Sólo con las llaves forjadas por la herida
se pueden abrir las jaulas y escapar
de artificios oxidados.
Una niña zurda
en la adultez
hila sus remiendos
se abre la garganta con un cuchillo de palabras
escritas por su mano izquierda.
Abre la luz de sus cicatrices,
salta el acantilado de las herrumbres
se atreve a mirar el mar
apartando velos y cruces.
Camina sobre las aguas.
Foto de José Amador Martín
ESTO NO ES UN PAPEL
Hay varias cosas aquí adentro que son imposibles de ver:
un cuerpo etérico
materia oscura,
hologramas para deducirse.
Una vista sin los ojos,
espéculo de mi mano zurda.
Desempolvo las páginas en blanco,
no tengo idea dónde irán a parar
después del disparo nacarado
que sale de mis dedos.
Esto no es un papel,
y si lo es estará expuesto al olvido,
al polvillo continuo que se asienta
en mis ojos y cambia de rumbo.
DESCUBRIMIENTO
Para Julio
Julio se entera de que es zurdo
cuando su maestra separa la clase en dos filas.
Ese día escolta a una compañera,
-que ahora es igual a él- hasta su casa.
Porque los niños no cargan lista de tachones,
ni la cartilla infame de los linchamientos.
La palabra frontera es un artificio
inexplicable en la azulina medida de su estatura.
La palabra “diferente” es un globo a la deriva
¿diferente de qué?
El mundo es abrasivo
para las manos zurdas de los niños
-aunque no se las amarren a la espalda
para que escriban con la otra-
aunque los azotes no corten la piel.
El sistema es un engendro alucinado.
Como los flagelos para zurdos
la receta de cazuelas para las mujeres
y otros artilugios en el mismo plato.
La niña zurda que soy
regresa a casa bajo la niebla
imprime su mano en la acera
y espera verla desdibujares con el calor.
Ella conserva los abrazos intactos
iguales, completos.
Ella abraza a Julio como si abrazara
a todos los niños juntos
para no disiparse bajo el sol.
Otra imagen de Nidia Marina González
MANO DERECHA
La derecha del padre es un sitio en masculino
y por eso Dios está incompleto y solo,
sin una Diosa del lado izquierdo.
¿Cómo se reconocería ella a sí misma
si su imaginario está lleno de estigmas
y esclavas,
de manos atadas a la espalda
obligadas a que todo trazo provenga del grafismo derecho?
Los hijos, debilidad y fortaleza en medio ardor,
secuestrados para la guerra.
Los poros de la ternura desmoronados.
Desaparece el rostro de la madre
y la orfandad es lo que existe.
No puede brillar lo que se cubre bajo tierra.
Por eso tanto miedo
por esto tanta estafa.
Por eso no tenemos remedio en el averno
y todo se ahoga en la violencia contra Gaia,
contra sus múltiples vientres.
Marginadas
igual que la ternura
o las diferencias de la piel.
Pisoteado el amor
toda esperanza es un añico
a la derecha de un padre sin madre
de un dios con barba y sin pechos.
Mientras la guerra y el abismo
mientras la memoria de todas las cosas,
mientras las amputaciones prevalezcan y falten piezas.
Sin lugar para la Diosa
no hay regreso a ninguna parte.
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