«HISTORIA DEL ARTE DE COREA» DE CLARA COLINAS. ESTUDIO CRÍTICO DE JOSÉ MARÍA BALCELLS DOMÉNECH

 

«Crear en Salamanca» Se complace en publicar un artículo- comentario sobre la obra de Clara Colinas, «Historia del Arte Coreano» de, José María Balcells Doménech

José María Balcells Doménech es Catedrático de la Universidad de León (España), de la que se ha jubilado como docente. Es autor de diversos estudios y ediciones sobre escritores del Siglo de Oro, entre ellos Fray Luis de Granada y Francisco de Quevedo. Acerca de poesía española del siglo XX ha publicado ediciones críticas de la poesía de Rafael Alberti, Miguel Hernández, José Corredor-Matheos y Rafael Ballesteros, así como varias monografías, entre ellas De Jorge Guillén a Antonio Gamoneda (1998), Voces del margen. Mujer y poesía en España. (2009), Las palabras de la bahía. Estudios sobre Rafael Alberti (2013) y Los desvelos de Isis. Sobre poetas, poemas y poesía (2014). En 2016 reunió sus estudios acerca de epopeya burlesca en La epopeya burlada. Del ´Libro de Buen Amor´ a Juan Goytisolo. De 2020 es su libro Miguel Hernández y los poetas hispanoamericanos y otros estudios hernandistas.    

 

Clara Colinas Marcos.

Historia del arte de Corea.

Salamanca: Akkad Book, 2019,

Estanque del templo de Gyeongbok, fotografía de Álvaro Trigo

 

 

         Habitualmente, en la reseña de un libro uno se centra en comentarios acerca de los contenidos que desarrolla quien lo ha escrito, en este caso la profesora Clara Colinas Marcos, doctora en Historia del Arte por la Universidad de Salamanca, donde imparte docencia en el Máster de Estudios de Asia Oriental, y paralelamente coordina y enseña en un Máster sobre Gestión y emprendimiento de proyectos culturales en la Universidad Internacional de la Rioja. Pero a propósito de este libro hay que hacer expresa mención de dos editoras que han contribuido a él, Hye-Jeoung Kim y Nuria Bravo Delgado, ocupándose esta segunda también del diseño de interiores de la obra. Tarea esta nada fácil, porque ha tenido que acoplar las imágenes a la escritura de Colinas Marcos, quien ha aportado algunas, al igual que Álvaro Trigo Maldonado. Todas las demás, es decir la mayoría de las ilustraciones, proceden del Museo Nacional de Corea.

         En este libro ha de remarcarse la importancia de las numerosas imágenes que comprende, así como el carácter modélico de lo que pudiera denominarse ilustración “endógena”, es decir integrada, pues su acoplamiento con la escritura es sistemático y exacto. La autora hace referencia en sus comentarios a una imagen y esa imagen está situada tan próxima a su descripción que los lectores no pueden confundirse en absoluto. El acoplamiento es total y el fin didáctico, que es uno de los que se persiguen, resulta incuestionable, contribuyendo a él no solo las notas a pie de página que se han requerido de vez en vez, sino todas las que llevan las ilustraciones, debidamente numeradas y en color, lo que les otorga viso de realidad.

         Si uno se fija en la bibliografía puesta al término de la obra, observará que apenas hay contribuciones españolas en la materia. Esa constatación encarece el aporte de Clara Colinas Marcos a un asunto que, además de ser de interés para los estudiantes de historia del arte coreano, también entiendo que ha de serlo para un público culto y amplio que se sienta atraído por el arte en términos generales y en concreto por el arte oriental. El libro involucra explicaciones sobre costumbres, simbolismos, creaciones artísticas de distinta índole, leyendas, historias y recuerdos memoriales de grandes personajes. También permite establecer similitudes y distingos entre el arte de Corea y el de pueblos vecinos como China y Japón, más extensos y formidables que la península coreana, la cual ha sido en muchas ocasiones espacio de tránsito del arte chino hasta tierra japonesa, pero en otras ha vehiculado un arte influyente sobre dichas dos culturas tan próximas.  

 

  

       Museo Nacional de Corea

 

  Después del prólogo, la obra se va desarrollando en ocho subpartes, en las cuales se abarca desde el período prehistórico hasta el arte coreano que se produjo durante la dinastía Choson, con especial detenimiento en su importante arquitectura y en otras manifestaciones artísticas. A lo largo de las páginas de esta Historia del arte de Corea se describen y comentan muestras artísticas y artesanas de distintas clases, como dólmenes prehistóricos, aldeas tradicionales, fortalezas, palacios, templos, tumbas y túmulos, pagodas, pirámides escalonadas en varios tamaños, estatuaria budista en diferentes dimensiones y otros tipos de estatuas, cerámicas, estupas, cajas laqueadas, vasijas, tarros, quemadores de incienso en celadones,  pinturas en seda, en papel y en muros,  gongs, campanas de bronce, armas, trabajos de orfebrería en oro y en bronce, creaciones destinadas a ornamento, así como cacharros diversos.  

         Podría ser ardua la lectura de este libro si limitase en exclusiva su contenido a enumerar y describir creaciones de arte, pero incluye comentarios diversos que lo sazonan y añade otras cuestiones necesarias para la contextualización y el mejor entendimiento de las obras artísticas. Pondré unos pocos ejemplos al respecto.

         Tocante a avatares de las creencias involucradas en la historia del país, señalo los acaecidos al budismo, considerado oficial a partir del reino de la Silla unificada (entre mediados del siglo séptimo y fines del décimo). Posteriormente, el seguimiento de Buda se postergaría en aras del confucianismo cuando imperó la dinastía Choson. Uno de los proverbios búdicos continúa estando muy vigente en esa cultura, pese a tales avatares: el que dice que “las flores en el espejo y la luna sobre el agua” revisten carácter ilusorio. Bien aleccionador resulta saber que por lo común los coreanos han logrado convivir armoniosamente entre ellos aun cuando puedan atenerse unos y otros a principios de conducta diferentes, sean búdicos, confucianistas o cristianos, y hasta el punto de que, como pondera Clara Colinas siguiendo a Doménech, se dan muchos supuestos en los que los miembros de una misma familia siguen creencias distintas.  

       Museo Nacional de Corea

 

         Por lo que hace a simbolismos, remarco que tiene su lógica que los coreanos sientan tanto apego hacia los patos, pues los asocian a tres de los cuatro elementos, debido a que alzan el vuelo, y por tanto son aéreos, nadan y por consiguiente están en contacto con el agua, y también andan fuera de ese medio, lo que supone desplazarse por la tierra. Tocante a las grullas, su significación en ese país es la de la longevidad. Pasando del mundo de las aves a la arquitectura, pongo el acento en que la semántica de las pagodas se basa en la búsqueda de lo perfecto a la que el hombre ha de aspirar mediante el equilibrio entre el yin y el yang.

         Por último, subrayaré algunos de los muchos hitos alcanzados por el arte coreano a lo largo de su historia, y que son realzados debidamente en este libro de Clara Colinas. A la cabeza de todos han de figurar los peculiares dólmenes del país, que fueron declarados por la UNESCO en el año 2000 Patrimonio de la Humanidad. Otro hito indudable se dio en el campo de las técnicas de impresión, pues en Corea iba a producirse a mediados del siglo XIII la primera muestra mundial de impresión a base de planchas sobre madera, adelantándose en dos siglos a los europeos en semejante procedimiento. Y entre otros muchos hitos memorables que podría poner de relieve, elijo el templo budista de Bulguksa, emplazado en Gycongju, impresionante complejo de edificios en los que no pueden faltar las pagodas y los pabellones. Se accede al recinto a través de un par de puentes que simbolizan la unión entre lo terreno y lo celestial.      

 

                              

      Museo Nacional de Corea

 

 

 

 

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