GASTÓN BAQUERO: MEMORIAL DE UNA TESTIGO. IMPRESIONES DE JACQUELINE ALENCAR

 

 

Gastón Baquero en la Universidad de Salamanca (1992, foto de Chema Guzón)

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar este texto sobre la poesía de Gastón Baquero, escrito por Jacqueline Alencar (Cobija, Bolivia, 1961), directora de la revista  “Sembradoras” y editora del sello Trilce Ediciones, además de columnista en el periódico Protestante Digital y de mantener colaboraciones esporádicas en Salamanca al Día y Tiberíades. El cubano Gastón Baquero (1914-2007) es uno de los más notables poetas en lengua castellana y tuvo una estrecha relación con Salamanca a través del matrimonio Pérez-Alencar, del maestro Alfonso Ortega Carmona, entonces director de la Cátedra de Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia, así con otros poetas y académicos, como Luis Frayle o Carmen Ruiz Barrionuevo. Aquí comenzó el ‘redescubrimiento’ de su magna obra, cuando en abril de 1993 se celebró el homenaje Internacional que congregó a muchos poetas y estudiosos en torno a su poesía.

 

  Alencart, Baquero, Ruiz Barrionuevo y Jacqueline Alencar (Salamanca, 1994)

 

 

GASTÓN BAQUERO: MEMORIAL DE UNA TESTIGO

 

Cuando pienso en Gastón Baquero, el poeta cubano a quien en Salamanca se le celebró su centenario el mes de octubre del año 2017, dentro del marco del XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, se me viene a la mente un soneto suyo que lo retrata exactamente en cuerpo y alma:

 

Ese pobre señor, gordo y herido,

que lleva mariposas en los hombros

oculta tras la risa y el olvido

la pesadumbre de todos los escombros.

 

Él dice que lo tiene merecido

porque aceptó vivir, que no hay asombro

en flotar como un pez muerto y podrido

con la cruz de vivir sobre los hombros.

 

Cenizas esparcidas en la luna

quiere que sean las suyas cuando eleve

su máscara de hoy. No deja huellas.

 

Sólo quiere una cosa, sólo una:

descubrir el sendero que lo lleve

a hundirse para siempre en las estrellas.

 

Así lo conocimos el año 1991, grande, con el exilio a cuestas, con su esfuerzo por mantener la dignidad a pesar de la humildad de su morada, rodeado por montones de  libros, que parecía que se te iban a caer encima. Esfuerzo por no pensar en el olvido que le echaron encima, ni en la soledad de cada mediodía de su pensión asturiana.

 

Y hablando de Baquero desde Salamanca, no podemos dejar de mencionar que en esta ciudad se sentaron las bases para que a partir de aquí se le empezara a reconocer más, que no conocer, pues en algunos círculos sí se conocía su obra y su valor. Pero esto era algo minoritario.  Declaro que estoy opinando desde el corazón y el afecto por este gran amigo Don Gastón, como lo llamábamos en mi familia. No soy ninguna experta en nada, más bien una atrevida por introducirme en la vida de un poeta sin más conocimientos que el gusto por el verso y la amistad.

 

Primer retrato de Gastón Baquero, de Miguel Elías)

Y digo que Salamanca fue cómplice en ese despertar por D. Gastón. Fue una primavera de 1993 cuando Alfredo P. Alencart y Alfonso Ortega pergeñaron, desde la Cátedra Fray Luis de León, de la Universidad Pontificia, ese primer gran reconocimiento internacional al poeta y su obra, y que en un primer momento él rechazó alegando que le correspondía a su coterráneo Eugenio Florit. Celebración de la Existencia llevó por título, el mismo que un año después dio nombre al libro que recogió los ensayos y poemas a él dedicados. Ese día dijo: «Pero mi gozo por volver idealmente a la Universidad es mayor al ascender a una con sede en Salamanca. Y aún más, si es posible que hay más: vosotros me regaláis un riquísimo presente: volver a una Cátedra de Fray Luis de León, tutelar de la Poesía. Un aprendiz de poetizador como el que os habla, se siente instalado en un supremo sitial al hallarse aquí en la atmósfera palpitante de Fray Luis. Mucho antes de que Heidegger predicase que por la poesía y el poetizar el hombre hace habitable el mundo, Fray Luis, a la luz de Horacio, sentía que el tamaño del hombre se despereza, se estira hasta lo inverosímil, por el empujón hacia lo alto que le da la poesía». (Fragmento de su ensayo ‘Volver a la Universidad’, leído por el poeta el día de su homenaje en el Aula Magna de la Pontificia).

 

Amigos y conocedores de su obra se dieron cita en nuestra dorada ciudad. Tuvimos la oportunidad de conocer a los poetas y editores que eran sus grandes amigos y protectores, y además le habían publicado algunos de sus libros: Pío Serrano, Felipe Lázaro, ambos cubanos, y Pedro Shimose, de Bolivia, y por entonces funcionario del Instituto de Cooperación Iberoamericana. El pintor cubano Luis Cabrera y su esposa Marta; los ilusionistas Isora y Luis Gavilondo. La poeta peruana Sylvia Miranda, el pintor francés Silvain Malet. Estudiosos de su obra llegaron desde Estados Unidos, Cuba, así como de distintos puntos de España. Reconocidos poetas salmantinos también le acompañaron, entre ellos, Luis Frayle Delgado, Verónica Amat, Josefina Verde, Raúl Vacas, Fernando Díaz, José Miguel Santolaya, Carlos Borrego… Y también la catedrática de Literatura Hispanoamericana Carmen Ruiz Barrionuevo.

 

José Hierro, Baquero y Alfonso Ortega Carmona, en el Palacio Real de Madrid (1993, foto de A. P. Alencart)

 

Y lo vimos grande, imponente, digno… Degustando Salamanca paso a paso. Tal vez estuviera dedicándole algunos versos de su poema Testamento del pez:

 

Yo te amo, ciudad,

aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,

aunque soy en tu olvido una isla invisible,

porque resuenas y tiemblas y me olvidas,

yo te amo, ciudad.

 

Yo te amo, ciudad,

cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza

amenazando disolverte el rostro numeroso,

cuando hasta el silente cristal en que resido

las estrellas arrojan su esperanza,

cuando sé que padeces,

cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,

cuando mi piel te arde en la memoria,

cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,

yo te amo, ciudad.

 

Yo te amo, ciudad,

cuando desciendes lívida y extática

en el sepulcro breve de la noche,

cuando alzas los párpados fugaces

ante el fervor castísimo,

cuando dejas que el sol se precipite

como un río de abejas silenciosas,

como un rostro inocente de manzana,

como un niño que dice acepto y pone su mejilla.

 

Yo te amo, ciudad,

porque te veo lejos de la muerte,

porque la muerte pasa y tú la miras

con tus ojos de pez, con tu radiante

rostro de un pez que se presiente libre;

porque la muerte llega y tú la sientes

cómo mueve sus manos invisibles,

cómo arrebata y pide, cómo muerde

y tú la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas,

vistes la muerte de ropajes pétreos,

la vistes de ciudad, la desfiguras

dándole el rostro múltiple que tienes,

vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,

haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,

haciéndola sentirse un puente milenario,

volviéndola de piedra, volviéndola de noche,

volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,

la vences, la reclinas,

como si fuese un perro disecado,

o el bastón de un difunto,

o las palabras muertas por un difunto.

 

(Fragmento)

 

Gastón Baquero, de Sylvain Malet

 

Las piedras amarillas de la ciudad lo acogieron en Fonseca donde quizá pudo pergeñar algunos versos. «Quisiera volver y estar una semana en este lugar, y disfrutar de su tranquilidad», dijo la última vez que nos visitó para participar en un encuentro sobre Derechos Humanos, organizado por Alfredo en el Instituto de Estudios de Iberoamérica, entonces dirigido por el sociólogo Ángel San Juan Marciel. Era 1994 y quedó enhechizado por la apacibilidad de Salamanca.  

 

Tiempo atrás, en 1992, estuvo leyendo en el Palacio Real, junto a Octavio Paz y Jaime Siles, entre otros. Allí encandiló al público cuando leyó su poema El galeón, según me contó Alfredo, que estuvo a su lado junto con Carmen Ruiz Barrionuevo y Alfonso Ortega Carmona.

 

Varias veces lo visitamos en su casa de la calle Antonio Acuña en Madrid. Siempre nos invitaba a comer en la pensión asturiana donde almorzaba. Nunca dejó que lo invitáramos. Así era él, compartiendo de lo poco que recibía de su trabajo en Radio Nacional de España, donde según decía no tenían conocimiento de que era poeta.  

 

Un día le comentamos que pasaríamos unos días en Asturias y nos dijo que en un pueblo llamado Grado elaboraban un rico ‘tocinillo de cielo’. Estando allí recordamos a D. Gastón y quisimos llevarle un regalo, así que buscamos el pueblo y allí nos dirigimos en busca del famoso ‘tocinillo de cielo’ que todavía no habíamos probado. Al decir tocinillo, pensamos que debíamos buscarlo en una charcutería. Pues no, resultó ser un delicioso dulce. Compramos un gran tocinillo y lo trajimos a Salamanca y de aquí a Madrid. Con qué gusto lo recibió el poeta, como un niño goloso. Así pudimos disfrutar de larga charla rodeados de libros. Podías estar horas y horas hablando de todo. Era un hombre muy culto.

 

Alencart, Julio López y Miguel Elías, ante el segundo retrato de Gastón Baquero (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

Gastón Baquero, el adulto con alma de niño, con todo su memorial como testigo de su infancia, sus amigos, sus personajes admirados: Jean Cocteau, Nefertiti, Manuela Sáenz, Rilke, Lezama, Nureyev, García Lorca, Marcel Proust, Mallarmé, Eugenio Florit.

 

Nos hace deleitarnos Con Vallejo en París, mientras llueve:

 

Metido bajo un poema de Vallejo oigo pasar el trueno y la centella.

«Hay un bochinche en el cielo» dice impasible el indio acorralado

en callejón de París. Furiosa el agua retumba sobre el techo

blindado del poema. Emprésteme Abraham, le digo, un paraguas,

un cacho

de nube seca como un chuño enterrado en la nieve. Estoy harto

de no entender el mundo, de ser pararrayos del sufrir, de la

frente al telón.

Alguien tiene que tenderme una mano que sea como un túnel

por donde al final no haya un cementerio. Dígame, Abraham,

cómo se las arregla para parir el poema que es ruana recia del

indio,

y es al mismo tiempo hombreante poema panadero, padrote,

semental poema. (fragmento)

 

 

Estos días he estado releyendo algunos de sus poemas publicados en su Poesía Completa (Editorial Verbum, 1998), y pude emocionarme con sus retratos de sí mismo, pero también reír con el humor que cargan muchos de sus poemas. Como ese titulado: Óscar Wilde dicta en Montmartre a Toulouse-Lautrec la receta del cocktail bebido la noche antes en el salón de Sarah Bernhardt:  «Exprima usted entre el pulgar y el índice un pequeño limón verde / traído de la Martinica. Tome el zumo de una piña / cultivada en Barbados por brujos mexicanos. Tome / dos o tres gotas de elixir de maracuyá, y media botella / de un ron fabricado en Guayana para la violenta sed / de nuestros marinos, nietos de Walter Raleigh. / Reúna todo eso en una jarra de plata, que colocará / por media hora ante un retrato de la Divina Sarah». (Fragmento)

 

 Miguel Elías con su tercer retrato de Gastón Baquero

 

Nos hace viajar por las calles de La Habana, o por la Bahía de Corinto. Contemplar una  rosa en Villalba, o ver el mar adormecido en el puerto de Paita. Te hace aspirar los aromas de los arrozales de Ceylán; ser saludados por un leopardo en Kenia; por el Congo extendido en su lecho de selvas… Incluso nos hace viajar por las noches de su infancia, como en el poema Breve viaje nocturno: “Mi madre no sabe que por la noche, / cuando ella mira mi cuerpo dormido / y sonríe feliz sintiéndome a su lado, / mi alma sale de mí, se va de viaje / guiada por elefantes blanquirrojos, / y toda la tierra queda abandonada, / y ya no pertenezco a la prisión del mundo, / pues llego hasta la luna, desciendo / en sus verdes ríos y en sus bosques de oro, / y pastoreo rebaños de tiernos elefantes, / y cabalgo los dóciles leopardos de la luna, / y me divierto en el teatro de los astros / contemplando a Júpiter danzar, reír a Hyleo”.

 

Viajes imaginarios maravillosos pueblan muchos de sus versos. Él mismo decía en un texto que leo ahora también: «… Viajero incesante en el camino, llevado y traído por el corcel de la imaginación, es lo que soy, lo que somos…».

 

Vuelvo a decir que la infancia de D. Gastón estaba bastante presente en sus escritos. Eso me hace recordar que cuando nació nuestro hijo, José Alfredo, nos llegó un paquete con una perrita de peluche, que hasta hoy conservamos en su recuerdo.  Y decía Gastón: «Dejemos vivo para siempre a ese inocente niño. / Porque garabatea insensatamente palabras en la arena. / Y no sabe si sabe o si no sabe. / Y asiste al espectáculo de la belleza como al vivo cuerpo de Dios. / Y dice las palabras que lee sobre los cielos, las palabras que se le ocurren, a sabiendas de que en Dios tiene sentido. / Y porque asiste al espectáculo de su vida afligidamente. / Porque está en las manos de Dios y no conoce sino el pecado. / Y porque sabe que Dios vendrá a recogerle un día detrás del laberinto…». (Palabras escritas en la arena por un inocente). Infancia y Dios, él y Dios, porque quien ha leído al poeta sabe que hay una base bíblica en sus poemas.

 

Alencart, San Juan, Baquero, Ruiz Barrionuevo, Falla, Thorne, Alencar, Espina y un doctorando chileno, en el Fonseca (1993)

 

 

Hace unos días asistí a la lectura de una tesis de Gastón donde se abordaba el tema de la relacionalidad en su poesía. Es verdad, esto es algo que también me ha atrapado en sus versos. Lo dijo él en Salamanca: «… Quiero hablar todavía de otro medio del que me he valido frecuentemente para convertir la racionalidad en iluminación, dándole a esta palabra tan ambigua el sentido que le daba Mallarmé, que es sencillamente imitar el trabajo de iluminación o coloración del grabado, a la manera del miniaturista medieval. El colorido, la iluminación de la estremecedora aparición de Toledo ante el viandante, me ayudó a delinear su fisonomía con cierta aproximación, pienso; de igual modo, la contemplación de unas abejas en su actividad habitual, me llevó a transver, a mirar las abejas bordadas ya en el armiño imperial de Bonaparte… El impulso innato en mí, de relacionar y sacar de su contexto habitual las cosas para que dejen de estar ocultas, me llevó a escribir el poema titulado Pavana para el emperador:

 

Napoleón tenía un manto lleno de abejitas de oro.

Cuando el dolor de lumbago acometía al emperador,

Las viejas hechiceras de Córcega le aconsejaban:

– Polioni, vuelve el manto al revés, ponte las abejas en la piel.

Y las fieras abejitas picoteaban a lo largo del espinazo imperial;

Sin la menor reverencia clavaban sus aguijoncitos arriba y abajo,

Hasta que transfundían sus benévolos ácidos en la sangre del

Corso,

Y el lumbago salía dando gritos, vencido por el vencedor de

Austerlitz.

 

La risa reaparecía en el rostro imperial, y la corte se vestía de

encarnado;

Napoleón, libre de penas, volvía al derecho el manto, el de las

abejitas de oro,

Y tomando con la punta de los dedos los extremos del armiño,

Echábase a bailar una pavana por todos los salones de las Tullerías:

Tra-la-lá, tra-la-lá, bailaba y cantaba, y decía olé, y viva la vida, y

olé.

Y en tanto bailaba de nuevo feliz el Señor del Mundo,

Las doradas abejitas de su manto, felices también, reían y cantaban,

Como rayos de sol en la cabeza de un niño.

 

 Gastón Baquero en Salamanca (foto de A. P. Alencart, 1993)

 

Son breves pinceladas para, humildemente, recordar al amigo poeta Gastón Baquero, a quien vimos por última vez cuando lo visitamos en la residencia de Mayores de Alcobendas, que hoy lleva su nombre. Llegamos Alfredo y yo acompañados por Alfonso Ortega Carmona y Érika Surkamp. Con satisfacción comprobamos que lo trataban con sumo respeto por ser poeta, y por las numerosas visitas que recibía a diario, tanto de España, como de Estados Unidos y de otras partes de América Latina. Incluso ampliaron la biblioteca del centro y le concedieron un despacho. Allí le reconocieron y eso valió más que el Premio Nacional de Poesía de 1992, del que quedó en segundo lugar pues se lo otorgaron a alguien que ya había muerto y que solo había publicado algún poema en una revista… Y era familiar de un alto cargo del Ministerio de Cultura.

 

Pero él no pensaba en eso. En su sereno final, solo recordaba los versos de su poema Retrato: “Ese pobre señor, gordo y herido (…) Sólo quiere una cosa, sólo una: / descubrir el sendero que lo lleve /a hundirse para siempre en las estrellas”.

 

De seguro D. Gastón ha sido amparado y reconocido por la mayor de las estrellas. La de la luz que no se apaga nunca.

 

Baquero ingresando a la Pontificia, ayudado por el mexicano Manuel Ulacia (1993) Foto de Paloma García

 

 

 

 

Noticia sobre el Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero

 

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