PUERTAS Y MUROS. ARTÍCULO DEL ESCRITOR VENEZOLANO RODOLFO IZAGUIRRE

 

 

 

Rodolfo Izaguirre por Jimmy Villalta

 

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este artículo reciente del escritor Rodolfo Izaguirre (Caracas, 1931). Izaguirre hizo estudios de Derecho en La Sorbona de París, pero no los concluyó por decantarse por su pasión, el cine. Entre 1968 y 1988 fue director de la Cinemateca Nacional de Venezuela. Autor de la obra ‘Alacranes’ (1966), fundamental dentro de la ficción urbana de su país, también escribió cuatro libros sobre el cine y participó en dos grupos literarios relevantes de Venezuela: Sardio y El techo de la Ballena.

 

  Foto de José Amador Martín

 

 

 

PUERTAS Y MUROS

 

¿Qué nos espera detrás de la puerta cerrada? ¿Qué encontraremos? ¿La frecuente banalidad de lo ya conocido? ¿Acaso el misterio, lo que ignoramos y nos aterra? ¿Los fantasmas que eternamente nos acechan y nos devoran? Toda puerta es un umbral, nos permite entrar y salir; es el tránsito, el paso para entrar a la casa, para entrar al mundo, a una nueva edad y enfrentarnos a las ambiciones, a las tristezas, ilusiones y empresas humanas, pero también para huir de ellas.

 

El monarca medieval que vemos en las películas se abre paso haciéndose anunciar con el violento furor de sus escoltas: ¡abran paso al rey! Y la puerta de hierro se abre o se cierra cada vez que el monarca o el usurpador del trono entra o sale del castillo. En cambio, el régimen militar venezolano nos niega el paso, atormenta al país que observa mi desconsuelo y obliga a otras naciones a abrir sus puertas para que otros venezolanos traten de recomponer el maltrecho horizonte de sus vidas deshechas.

 

Hay puertas en el cielo que solo se abren para que entren los justos y las hay, numerosas, en el inframundo para que nosotros, los irredentos pecadores, agonicemos en el castigo de una eternidad sin risas ni entusiasmos.

 

Las puertas también simbolizan el paso del tiempo: desde la eternidad del segundo o del minuto fatal a la mísera lentitud de los siglos. El tránsito silencioso, imperceptible o escandaloso y de estrépito de un mundo a otro; de lo conocido a lo ignorado; de la luz a la oscuridad.

 

Pero siempre habrá un misterio, un pálpito agazapado detrás de las puertas. El futuro nos está esperando allí y por lo general tememos abrirlas, asomarnos, penetrar en la oscuridad y hundirnos en sus abismos. El ser humano teme a lo que ignora porque le asusta abandonar la realidad de lo profano para entrar en los incalculables dominios de lo sagrado.

 

El hombre de la prosa duda en abrir la puerta que tiene a su alcance; el poeta en cambio busca ansioso la puerta áurea que se alza detrás de sus ojos, en la parte posterior de su mirada porque allí es donde se agitan nerviosos los caballos de la imaginación.

 

Foto de José Amador Martín

 

El muro es lo opuesto. Cierra, cerca, aísla. Impide la entrada y niega las salidas, salvo que exista una puerta o un puente levadizo. Arrastra una ambivalencia desconcertante: se obliga a  proteger y a no mostrar los tesoros que guarda en su interior y al mismo tiempo los asegura para mostrarlos o compartirlos cuando conviene. Es más, existe en Jerusalén un muro de lamentaciones que evita que el viento del desierto arrastre hacia ninguna parte el llanto y las desolaciones de quienes se acercan para enterrar en sus grietas papelitos de conmiseración.

 

Al concluir una guerra devastadora, la política mal activada levantó en Berlín un muro de infamia que dividió al país alemán y causó desgracias e infortunios. Ese muro cayó y su caída sin estrépito y sin gloria restableció la paz y la serenidad perdidas. Pero reveló o dio a conocer la imperiosa obligación que el ser humano tiene de derrumbar los muros que se levantan despiadadamente en su espíritu, en su pensamiento y sobre todo en el centro de su corazón.

 

El poder político en la Venezuela chavista persiste en su perversa conducta delictiva porque mantiene viva una bien aceitada maquinaria de tráfico de drogas y de obediencia hacia una Cuba ávida de hegemonía parasitaria; primero, con la Unión Soviética y ahora, con la Venezuela chavista al punto de que sin disparar un tiro logró apoderarse de nuestras riquezas minerales pero maltratando hasta el hueso a las instituciones.

 

Foto de José Amador Martín

 

 

El régimen militar ha cerrado las puertas civiles manteniendo abiertas las de los cuarteles y ha levantado un muro que mantiene aislado al país. Un muro de oprobios, hambre y torturas físicas y mentales. Una pesadilla que de igual manera devora al tiempo. Hay millones de venezolanos que se han marchado y siguen marchándose sintiendo cómo las puertas de sus casas se estremecen al cerrarse a medida que se agigantan las ausencias.

 

Otros venezolanos se mantienen negociando ambiciones personales con los crueles mandatarios que nos obligan a engrosar la fatalidad de la diáspora. Disminuye la presencia escolar y cierran también sus puertas los liceos y escuelas; se asfixian las universidades, los museos ven con tristeza la soledad de sus salas. Se manejan monedas de diferentes orígenes: dólares, euros, pesos; un oro que alimenta la codicia de rusos y persas; bolívares de crispante incertidumbre. No se pronuncia la palabra “ciencia”, los artistas plásticos, infatigables, se refugian en rincones de alguna que otra urbanización para exponer sus obras y los escritores, igualmente decididos e infatigables, muestran sus poemas y narraciones en las redes porque al igual que los hospitales también han naufragado las editoriales. Y los tesoros del país que resisten al desamparo detrás del muro, y los que respiran agobio detrás de las puertas hacen esfuerzos para no perder su carácter sagrado y llaman a los seres ausentes para que regresen y me ayuden a cerrar con estrépito y violencia civil las puertas de los cuarteles.

Foto de José Amador Martín

A. P. Alencart, Belén Lobo y Rodolfo Izaguirre en Ávila y con las murallas al fondo (foto del colombiano Hernando Cabarcas)

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