Juan José Rodinás, por David Kattán
Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por el poeta y ensayista madrileño Manuel Quiroga Clérigo en torno al poemario ‘Un hombre lento” (Diputación de Salamanca, 2019, con prólogo de Carmen Ruiz Barrionuevo), de de Juan José Rodinás (Ambato, Ecuador, 1979), quien realizó estudios de literatura y periodismo en Quito e hizo cursos de traducción en Madrid. Ha publicado Los rastros (2006), Viaje a la mansedumbre (2009), Barrido de campo (2010), Código de barras (2011), Cromosoma (2010; 2011), Estereozen (2012; 2015), Anhedonia (2013), Kurdistán (2017) y Cuaderno de Yorkshire (2018). Además, ha reunido su trabajo en antologías personales como Los páramos inversos (2014), 9 grados de turbulencia interior (2014) y Koan Underwater (traducción al inglés de Ilana Dann Luna, Phoenix, 2018). Ha obtenido reconocimientos como el Premio Internacional de Poesía Joven la Garúa 2007, el Premio Festival de la Lira 2013, el Premio Margarita Hierro 2017, el Premio Jorge Carrera Andrade 2018, el Premio Casa de las Américas 2019 y un accésit del Premio Internacional de poesía Gastón Baquero 2018. Actualmente, es candidato doctoral en la Universidad de Leeds.
Portada de ‘Un hombre lento’, con pintura de Miguel Elías
JUAN JOSÉ RODINÁS: “TODO LENGUAJE
ES MATEMÁTICA ROTA
Interesa destacar que la poesía ecuatoriana goza de buena salud, todo ello al margen de situaciones políticas adversas o variadas problemáticas sociales. Da fe de esta circunstancia no sólo las publicaciones del país suramericano y la amplia galería de autores, de todas las condiciones y gustos, que han venido publicando y prodigando sus versos en los últimos siglos y, también por supuesto, en la actualidad.
Juan José Rodinás nacido en la localidad de Ambato en 1979 vio como un jurado avezado en estas lides concedió a su libro “Un hombre lento” el accésit del VI Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador”, poemario publicado por la Diputación de Salamanca en la Serie Lengua y Literatura (2019). Más que un prólogo, un verdadero estudio, de la profesora de la Universidad salmantina Carmen Ruiz Barrionuevo nos permite conocer de una manera formal a este autor pues escribe: “La lentitud como filosofía de vida define este poemario, que tiene como finalidad la observación, desde un mismo centro poético, del mundo externo”.
Y es que, ciertamente, una las mejores cualidades que puede poseer un poeta es su capacidad para observar su entorno, para retener una mirada o intuir qué hay detrás de un espejo. Así cuando trae, en la primera parte del libro titulada “La ley del más débil”, a sus versos a Freddie Mercury, culmen de la modernidad musical y arriesgada, un joven como Rodinás no puede dejar de escribir “Un micrófono girando/en un teatro de Manchester contiene/un aguijón de niebla/ que baja hasta el surco interior/de un acetato viejo:/los discos de mi adolescencia/sobre el cuadro de un pintor romántico,/las tiendas de los años ochenta,/sobre la piedra de tu pie, la mansedumbre:/desde el silencio/ viene el rock/de la isla demente”. No olvidemos que de la inocente playmóvil hubo una juventud que, teniendo ya lejano a Elvis Presley y al rock and roll, pasó directamente al estruendo y al sida. Era lo menos parecido al “hombre lento” que va a dibujar Rodinás en este libro, la confusión del momento, la promiscuidad, la caída del Muro de Berlín, la irrupción de las universidades privadas y, al otro lado de Mayo del 68, la irrupción de una libertad equivocada frente a los mandarines de la economía, el inmenso latrocinio de la banca mundial y las noches sin fin. “No nos confiemos”, había aconsejado Fernando Pessoa medio siglo atrás.
Fotografía de José Amador Martín
Y, sin embargo, nos fuimos confiando, los adultos y los adolescentes. Tal vez por eso, frente a ese triunfo de las lentejuelas, el éxito ante las quinceañeras de braga fácil y la deseada desmembración de la URSS, a la que todavía habían deseado volver los Beatles, eso sí, ya millonarios, surgió el triunfo de la muerte que prodigaron los camisas negras de Mussolini y las huestes de Millán Astray, como acaba de recordar un cineasta nacido en Santiago de Chile precisamente en 1972 en “Mientras dure la guerra”. Es primer poema termina con una estrofa, también, terminal: “El último canto de la vida es la vida interior del canto-/más que pensar, sientes,/una aguja de morfina como un mar que reposa/debajo de la sangre: haces/muy frágil tu último segundo:/(el resplandor del hueso/y el silencio de unos casetes abandonados)”. Se podría aplicar al instante final causado por la demencia, que sigue habitando en nuestra sociedad perturbada, otro versito de Pessoa: “A realidade nâo precisa de mim”.
La “Biografía de un hombre: circa 1979” con una pregunta inicial (“¿Por qué el trovador no corta su cabellera con más frecuencia?”) sigue la senda de cierto pesimismo existencial, incluso inserto en determinada problemática social como la heredada del Presidente Correo y su afán de salvar al mundo o la del Evo Morales que habiendo transformado de una manera razonable Bolivia quiso perpetuarse en la gloria del poder, como ya hizo hace años Constantino de Grecia y, ambos, quedaron fuera del juego político. “El poeta de cabello lacio aprendió a leer y escribir sobre las alas de las aves muertas”, continúa Rodinás, descubriendo una sociedad desventurada y ajena al cambio climático. Un pequeño país, Kiribati, entre los más pobres del mundo, de 811 km2 y compuesto de 33 atolones coralinos y un volcán (Banata), atravesado también por la raya del Ecuador, donde se produce el cambio de hora mundial, está a punto de ser inundado por la subida del nivel de agua del Pacífico debido al cambio climático, algo que el mandamás yanqui niega rotundamente.
Luego Rodinás recuerda: “No pude entrevistar al cielo”. Será que “El cielo puede esperar” como se titulaba aquella película memorable. La tierra, repleta de plásticos, corrupciones y olvidos, no debería esperar. En “El privilegio de no venir en caja”, el poeta exclama “No estoy loco, pero vivo en el desequilibrio”. En “Tras la futura muerte de Charles Simic” se concluye que “cualquier alegría en los ojos tiene fecha de vencimiento”. Simic, nació en Belgrado en 1938 y emigró a Estados Unidos en 1954. Tuvo la suerte de no ver el desbaratamiento de la República Federal de Yugoeslavia por la torpe actuación de Milosevic y sus compinches nacionalistas. Después de los aterradores asesinatos, sobre todo de croatas y musulmanes a que dio lugar la contienda. Por orden de Javier Solana, Secretario General de la Otan, ordenó el 24 de marzo de 1999 el bombardeo de Belgrado, siendo su principal objetivo el Ministerio de Defensa y la refinería de petróleo de Novi Sad. Pese a tanto horror Simic había escrito “El mundo no se acaba”.
Fotografía de José Amador Martín
“El corazón de un hombre lento”, segunda parte del poemario, contiene tres poemas arrebatadores con el mismo título, “Extraña forma de componer música inaudible”. El primero tiene un proemio en forma de interrogante: “(¿Cómo interpretar lo que sólo existe los 17 de octubre de 1979?”, que puede ser la fecha de nacimiento del autor y termina con una estrofa terminante: “Yo, que no sé decir, que fracaso al decir, he dicho todo. Y al decirlo todo, he rodeado mi cuerpo de fantasmas que rodean mi nombre. Estoy triste./He venido para no existir”. Pero no acaba aquí la cuestión, nunca acaba, porque apostilla “De ese te hablaba, no sé a quién, en un libro vacío”. Tal vez Rodinás quiera decir que hablamos para nadie, que el poeta habla al vacío, como determinados protestantes se confiesan ante un muro donde, posiblemente, les escuche Dios, o los judíos integristas dándose de cabezazos de continuo contra el Muro de las Lamentaciones. El segundo poema tiene contiene varias preguntas, una de ellas interroga a ese vacío “¿Crees que Frankestein y la niña dinamita/comedora de bombones blancos/se pueden casar en un vehículo que viaja al centro de la tierra?”. Bueno, Julio Verne ya nos llevó al centro de la tierra, o sea, Rodinás que todo es posible hasta que los USA hayan tenido un presidente negro y otro que desprecia directamente al género humano. Ante una tercera, y certera pregunta, “(¿Quién se llamó en vida con un nombre que se inicia con la letra J?”) podíamos considerar que el autor habla, de nuevo, de sí mismo y luego se explaya un poquito, ¿para recordar que está componiendo un libro de versos?: “Aquí todo retrocede al punto donde todo retrocede/todavía más. Los relojes giran al revés. Los autos/van por la izquierda. La vida va por lo derecha”. Que se lo digan a los británicos, empeñados en tener como orientación la mano siniestra, queriendo ser gendarmes del mundo, manteniendo todavía colonias en contra de criterios más humanos, entrando, saliendo y pisoteando el continente europeo desde siempre, con una reina con gorrito y unos cuantos herederos que viven su vida tan marginalmente…
Miguel Torga, que fue muy bien introducido por Jaime Salinas en España al publicar el grueso tomo de “La creación del mundo” en la llamada colección azul de Alfaguara, que es morada, se presenta en su novela con unas sencillas palabras: “.como a la dura condición de existir uno la de escribir, mucho papel llevo labrado y con el relato de las emociones de esta relación física y espiritual sin fronteras”. Esa es la razón de ser de muchos creadores, otros lo hacen simplemente por dinero, tanto poetas como filósofos, novelistas, dramaturgos. Y así es como Juan José Rodinás acumula una serie de interesantes versos en “Los juguetes que me cuesta mover fuera de mi mente” donde nos parece llegar a las marionetas de Gerardo Rodríguez, poeta mexicano capaz de infundir movimiento a arlequines y conciencias.
Fotografía de José Amador Martín
En el caso de Rodinás, que sigue incluyendo preguntas al inicio de sus poemas como “(¿Por qué, cuando hay un incendio en el bosque, yo corro hacia el fuego?)”, lo que transmite la humanidad de un hombre de acción, aunque quiera vestirse con los ropajes de la lentitud y viene a contradecir la figura de los hijos de Satanás capaces de incendiar millones de eucaliptos precisamente en Portugal, carballos en Galicia, olivos en Andalucía. Su poema, después del interrogante, dice así: “Tomabas té inglés,/esperando que la realidad te visite./La realidad te visita y te dice:/”eres un hombre simple/y, si una estrella te alumbra, no será una estrella./Será un punto negro en el cielo”./Y tú sabes que el cielo es tu cuerpo/y que ese punto negro/es tu corazón, en una taza de té inglés/donde esperas que la realidad te visite”. “Dios nos asista…”, escribía Gimferrer en 1966 cuando se llamaba Pedro y venía a Miraflores de la Sierra a saludar y pedir consejo a su maestro Vicente Aleixandre, el poeta de la salud de hierro. José Ángel Valente, que publicó un pequeño libro titulado “Fragmentos de un libro futuro” escribió en 1984 “Qué sabes cuerpo, tú de mí, que así me miras…”.
Rodinás encuadra en “Fragmentos para un libro imposible” seis detenidos poemas, entre los que destacan las tres primeras antibaladas. En la primera, “Antibalada sobre una fotografía en Manchester Victoria, febrero de 2017” tras la consabida pregunta Rodinás afirma, rotundo, “Hoy me parece que no hay infinito,/pero la noche abre mis ojos en los ojos de los niños». Y en la siguiente (antibalada, digo) dice “Hoy, miércoles de agosto, me opongo a cualquier rapidez” para seguir con “Antibalada donde todos seguimos la voluntad de los trenes”: “Si hubiese sabido que la soledad era esto,/habría deseado que los trenes siguieran/y que este libro no tuviera mi nombre y mi fotografía/en cada una de sus páginas”. Pero las tienen, nombre y fotografía, y tienen una bibliografía por la que se nos comunica que Rodinás realizó sus estudios en Quito de Literatura y Periodismo y cursos de Traducción en Madrid, a lo mejor cerca de algún nido de gorriones o padeciendo la contaminación que nadie es capaz de limitar, reducir o controlar. Ha publicado cerca de una docena de libros, ha ganado varios premios de poesía y “actualmente, es candidato doctoral en la Universidad de Leeds”. Sabemos, además que su país, Ecuador, tiene una amplia tradición de poetas, hombres y mujeres, porque el término de poetisa no parece tener mucho arraigo salvo en las féminas que se consideran poetisas, como declaraba hace unos años en la Casa de América el editor y, también, poeta Xavier Oquendo Troncoso al presentar en Colección Dos Alas, en cada uno de cuyos ejemplares tuvo la feliz idea de publicar un texto de autor ecuatoriano y otro de un poeta extranjero. Hemos de comentar además que la nómina de escritores de versos es (y ha sido siempre) extensa, muy importante en el país americano.
Fotografía de José Amador Martín
Un “Blues usado para una estrategia de defensa” es el último poema de “Un hombre lento” que, si quiere referirse al autor de estos versos, supone desmentir tan decisiva afirmación, posiblemente porque la poesía requiere de la energía suficiente para contemplar el mundo, admirar su belleza y dolerse de las circunstancias adversas que nos rodean día a día, salvo cuando llueve si no es de forma cruel. “Yo tengo alas.-escribe Juan José Rodinás-/Tengo miedo a las alas de los aviones que nacen del lugar donde mi corazón estaba,/cosechaba su realidad, bombeaba sangre por dentro de las cosas, se perdía, perdía”.
Miembros del jurado del VI Premio Internacional Pilar Fernández Labrador (foto de Jacqueline Alencar)
Manuel Quiroga Clérigo
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