POEMAS Y PRESENTACIÓN DE ‘MALÉVOLA TU AUSENCIA’, DE HÉCTOR ÑAUPARI

 

 

El poeta peruano Héctor Ñaupari leyendo en el Teatro Liceo (foto de José Amador Martín)

 

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar cuatro poemas del libro ‘Malévola tu ausencia’ (Summa, Lima, 2019), del peruano Héctor Ñaupari, el cual fue presentado en la Sala de la Palabra del Teatro Liceo el pasado 15 de octubre, dentro de la programación del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Ñaupari celebró con la publicación de este poemario sus veinte años de ejercicio literario, reuniendo en el mismo dieciocho textos de largo aliento, de corte erótico, dedicados a mujeres de la literatura universal, la mitología y el cómic, como Penélope, Circe, Pasifae, Ariadne, Betsabé, Friné, Salomé, Sherezade, Dulcinea del Toboso, Milady, Emma Bovary, Salammbo, Wanda von Dujanev, Constance Chatterley, Lolita, Emmanuelle, Pies Dorados y Miel.

 

Alencart y Ñaupari en la Sala de la Palabra (foto de Jacqueline Alencar)

 

El autor, quien realizó estudios doctorales en Salamanca, durante el acto conversó con el poeta Alfredo Pérez Alencart, a la par que leyó varios de los poemas del libro, el cual tiene dibujo de portada realizada por  la artista plástica peruana  Elizabeth López Avilés.

 

Público asistente a la presentación (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

SALOMÉ

 

 

¡Ah, vas a danzar con los pies descalzos!

Muy bien, muy bien.

Tus pequeños pies serán como palomas blancas.

Serán como florecillas blancas que danzan sobre los árboles.

 

Oscar Wilde, Salomé: tragedia de un acto.

 

 

De todos los obsequios que hoy llegan al palacio,

no recibiré el que más anhelo.

 

De todas las súplicas que me alcanzan esta noche,

entregaré la que no debo,

pues lleva en su entraña mi condena.

 

Nada humano ni celestial deseo,

sólo corromper la pureza enjoyada y tibia de tu vientre,

sólo saborear tus rubores de jazmín y aurora,

sólo delirar en tu belleza insondable como un sueño.

 

Es tu visión desnuda la que provoca la flagración

de mis palpitaciones, el infortunio de mi alma.

 

Pues si yo, Herodes, me enciendo por ti hasta que ni una ceniza

mía quede que enarene al viento, entonces que arda el mundo

hasta su centro mismo si éste quiere hacerte suyo.

 

Yérguete, sobrina mía.

Obseso estoy por morder tu ávida carne de mi carne.

 

Elévate sobre mi culpa, hijastra.

 

Traspasado me encuentro

por regustar tu dulce sangre de mi sangre.

 

Inicias esta orgía que la historia y el mito llamarán danza fatal,

génesis de fiebres terribles e infernales obcecaciones.

 

Por ti la pira encendida que consume

hasta el pecado más perverso llevará siempre tu nombre.

 

Cada giro tuyo me arrebata y compruebo que te propagas

rápidamente por mi negro sino, como el mal que castiga

el nombre de mi estirpe.

 

¡Ah implacable naturaleza del desenfreno, a ti te invoco!

¡Ten piedad de mi lujuria!

 

Déjame caer en la tentación de su abrazo,

déjame probar el conjuro de su lengua,

imprégname de su carmesí turbulento,

derrota con sus besos de camelias la pasión

que padecí por Herodías,

maldíceme con un final de averno y sangre putrefacta

con tal de devorarla en un anochecer sin freno

y sin término alguno.

 

¡Cada sentido mío se complace en tu melena de tormenta!

 

Me sumerjo en el encantamiento de tu cabellera

huérfana de toda virtud.

 

Ella se agita sobre tus muslos y tus pechos,

sobre tus hombros y tus manos, se difuminan tenebrosos

apagando las teas del salón, hasta que no queda flama alguna,

solo la ígnea negrura que precede a la agonía definitiva.

 

¡Mi carne enferma y viciosa está empapada de tu danza!

 

En cada vertebrar de las flautas y los crótalos

se estremecen tus pezones mórbidos de rubíes,

centellean los ojos incandescentes de las doradas serpientes

que te envuelven,

en cada nota desasida

aletean los hilos de oro de tu angélico pubis.

 

¡Qué morbo ver tu sudor caer de tus caderas y tus nalgas

en cada salvaje tañer del arpa de David!

 

¡Qué gozo cuando sueño ceñir mi sexo en el tuyo,

sueño que me voy entre tus muslos,

sueño que abandono mi semen en el abismo de tus labios,

sueño tomando a la fuerza tus caderas de marea,

incienso y laberinto, que golpean, asfixian y extravían!

 

Ahora, que tu danza concluye, pídeme lo que quieras.

 

Pídeme todos los infiernos de los que está poblado el mundo.

Pídeme todos los cielos que nos serán negados

hasta el fin del tiempo.

 

Pero besas esa boca muerta y el demonio del desprecio

me posee como antes lo hizo la lujuria mortal

que me acompaña.

 

¡Si esos labios rígidos y deshojados fueran los míos!

 

Oh hembra cruel,

despojándote estoy de las joyas que te adornaron,

de las telas breves que te entrevieron, de esa mirada cortesana,

esa cabellera iracunda,

de tus caprichos en suspiros sangrientos.

 

Y no hay lugar para tus sollozos,

ni piedad para mis quebrantos.

 

Y te veo partir indiferente al cadalso que adornamos

con nuestras abominaciones.

 

Y será mi propia agonía agusanada el regalo final

de aquella infame noche.

 

Y llevará para siempre tu nombre el incesto el sacrilegio

y mi blasfema mortalidad, maldita Salomé.

 

 

  Popescu, Alencart, el alcalde de Salamanca Carlos García Carbayo, Salvado, Colinas Ñaupari y Arcanjo (foto de J. Alencar)

 Portada del libro, en el Colegio Fonseca de la Universidad (foto de Jacqueline Alencar)

Ñaupari, Cortés Cabán, Benedetti, Sánchez Terrones y Bonilla, en el Colegio Fonseca

 

 

PASIFAE

 

Pero corta con ese relato,

oculta, calla tu sueño:

su llama que quema yo temo,

tengo miedo de saber tu secreto.

 

Aleksandr Pushkin, Apuro sediento tu tierno gemido.

 

 

Estoy advertido:

es tu sonrisa el ánfora placentera que se llena, toda de ti,

como la astuta niebla colma las flores y los árboles.

 

Las corolas de tus pezones

son el bálsamo que enciende mi fiebre en lugar de atenuarla.

 

Cuando sólo los soñaba, antes de encerrarme en el desvelo,

presa de un súbito temblor,

quería imaginarlos amargos para no desearlos tanto.

 

Pero, siendo un toro condenado al sacrificio,

y salvado por tus deseos,

despertaba vencido y más enamorado.

 

¡Ah! – me decía –

¡Si tus caricias invadieran hasta mis recuerdos!

¡Qué no daría porque tal ventura me sucediera!

 

Hoy que por fin me abandono en tus brazos,

desamparados yacen tus vestidos, broches y collares

lánguidos y vacíos – cómo nos limitaban –.

 

Ellos darán testimonio ante todas

que eres mi eterna creadora,

mi amanecer más delicado,

mi atardecer más bello,

como yo soy la fruta que codicias

la presa que te caza, Pasifae,

y así, agotados de acecharnos,

nos perseguiríamos como la brisa

que acosa al sol sin alcanzarlo.

 

Ahora, que en ti me voy de mí, te suplico:

desátame en la delicia de tus lirios montes,

de tus azucenas comisuras,

róbame de la garganta la respiración,

trenza en mi lomo tus cabellos

como las notas en una melodía arcana,

pues no hay placer más pleno que satisfacer

mi ansia de ti, ausente mía,

mi dolor más amado,

la mitad de mi alma.

 

 

  Alencart, Rodríguez, García de Lucas, Barahona, Peña, Ñaupari, Sierra y Enríquez (foto de Jacqueline Alencar)

António Salvado, António Colinas y Héctor Ñaupari, en el Ayuntamiento (foto de Jacqueline Alencar)

Alencart y Ñaupari en otro momento de la presentación (foto de Jacqueline Alencar)

 

SALAMMBO

 

Diosa

si el filo de la espuma está conforme

con el diseño de tus labios,

tu sonrisa repite lo levísimo

del azul que te dio vida perenne

Aníbal Núñez, Nacimiento de Venus

 

 

Y todavía está en mis pupilas tu rostro abandonándome.

Esa lágrima última, salada como el sudor que nos cubría cada

tanto, cada desenfreno callado, cada apalancarte en mis caderas

y mover al mundo entero, nuestro mundo, a tu compás

deslavado e inmisericorde.

 

Y todavía sueño.

 

Sueño con calles estrechas o escaleras que descienden a la nada

en la noche, sin llegar nunca a la acera final, como esa tarde en

que por tu culpa, tu gran culpa, buscábamos desesperados el

cuarto definitivo de ese hotel laberíntico, centro de Lima a

media luz, semanas de no vernos y tanta prisa y ropa por dejar

abandonada como un lastre o un ejército en el que no se desea

combatir más, pero si pelear en nuestros cuerpos hasta

dejarnos la piel en la batalla y encontrarnos en el génesis de lo

que debimos ser y en tan pocos momentos fuimos.

 

Y todavía sueño.

 

Sueño con cada caricia tuya que está hecha

a imagen y semejanza de la primera, Salammbo.

Por eso soy un incendio que sucumbe.

 

Y todavía sueño. Me sueño condenado a ser tu sombra,

Salammbo: tan próximo a tu cuerpo y sin poder tocarte. Tan

estrechamente mirarte y verte pasar sin poder enhebrarme a ti

con cada uno de mis hilos. Hoy que somos enemigos severos

e implacables, nuestro amor yace al lado de tantas cosas

abandonadas y yermas, olvidado cariño al que ninguno llama.

 

Tan sólo imagina la daga de la memoria enterrada en el corazón

y cuya hoja, oxidada ya, hecha una con el cuerpo, se saca

arrasándolo todo para volverse a clavar en la misma llaga.

Maldita sea esta nostalgia tuya que me acuchilla el corazón,

Salammbo.

 

Y todavía te sueño arrebatada en los peldaños de mármol de la

casona donde nos tuvimos. Yo me fui del mundo, de mi

destino, me fui de ti, fui tu fantasma, y todo para qué. Aún estás

allí, llamándome desde tu boca que me abandona y se aleja.

Y todavía está en mis pupilas tu rostro abandonándome.

 

Lectura de Héctor Ñaupari en el Instituto Fray Luis de León (foto de Jacqueline Alencar)

 

  Ñaupari, Alencart, Bonilla y Cortés Cabán (Foto de Jacqueline Alencar)

Rodríguez, Borja, Bonilla, Cortés Cabán, Regalo, Alencart, Mata, Peña y Ñaupari

 

LOLITA

 

 

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas.

Pecado mío, alma mía.

Vladimir Nabokov, Lolita.

 

 

Todas las ninfas que amé han partido gracias a ti, Charlotte.

 

Disfruta, mientras puedas, la efímera victoria de esta eterna

condena: una cama desamparada y vacía, una tragedia

encadenada donde se suceden, inanes, encargos y

compromisos, crianzas obligadas y llamadas que no se quieren

recibir.

 

Una que otra tarde de pobre, aunque resignada luz y medias

sonrisas que me recuerdan más, para mi desgracia, lo que tengo

aquí mismo, pero que amaré pronto:

 

el vino de preámbulo

el cuerpo tibio y entregado de Lolita.

 

Ese sexo generoso, agitado y sin respiro sobre la mesa

desechando los platos y los tenedores con estrépito salvaje,

nadando entre la prisa y la ropa en colgajos hacia los pasillos,

como buscando el tablón que nos salva de este maldito

naufragio que es vivir.

 

Apaga la televisión, Charlotte, ve a dormir y déjame entre las

sombras y los restos de otra cena fría, ellas se fueron de mí y

quedaron tú y Lolita por toda sentencia.

 

 

Héctor Ñaupari (Foto de Jacqueline Alencar)

 

 

HÉCTOR ÑAUPARI

(Lima, 1972)

 

Poeta, ensayista, abogado, conferencista internacional y profesor universitario. Fue integrante de los grupos literarios peruanos Neón y Vanaguardia en los años noventa. Ha vivido y estudiado en Lima, Madrid, Salamanca, Quetzaltenango y Ciudad de Guatemala. Es autor de los libros En los sótanos del crepúsculo, Páginas libertarias, Rosa de los vientos, Libertad para todos, Sentido Liberal, el urgente sendero de la libertad, Liberalismo es libertad y Por esta libertad; es coautor de las antologías Poemas sin límites de velocidad, antología poética 1990–2002 y La hoguera desencadenada, antología poética del Movimiento Cultural Neón 1990–2015. En el 2001 obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Charles S. Stillman de Guatemala. El año 2008 se alzó con la Mención Honrosa del Tercer Concurso de Ensayos Caminos de la Libertad, organizado por la Fundación Azteca de México, que también logró en su Quinta Edición, en el 2010. Poemas suyos fueron publicados en importantes antologías poéticas en España, Estados Unidos, México, Brasil y Perú. Malévola tu ausencia es su tercer libro de poemas.

 

 Ñaupari y otros poetas tras la lectura inaugural (foto de Jacqueline Alencar)

Noticia en El Norte de Castilla

 

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