Desvanecidas por la espuma
olvidadas y errantes
se alejaban las gaviotas.
Bebía yo, en esa tarde,
en un claroscuro cáliz que
con tesón marmóreo
se asentaba entre mis venas.
Afuera, en un lienzo
de cirios blancos
se estremecía el calvario
del último ocaso.
No había ya afán de armiño
que perfilase mi velero,
ruiseñor marchito
extraviado en el invierno.
Tras la Pasión de aquellas horas,
sin esperarlo,
surgió un laúd que
confundido en la distancia
con un junco albo,
se me acercaba.
Un balbuceo de violetas
desvaneció el veneno
entre mis manos,
y vi la Luz.
Humilde
sentí el cisne de una saeta
añil que se elevaba.
marzo 23, 2013
Tuvimos ocasión de escuchar este bellísimo poema ayer, en el recital de San Juan de Barbalos, donde supiste reunir magníficos poetas y excelentes personas. Ana es ambas cosas y es un placer acercarse a sus hermosos versos.
Un abrazo.