Tomada de la edición impresa de diario El Telégrafo del Miércoles 07 de Noviembre del 2012
En el caudal de la vida, en el torrente existencial, es inevitable la vinculación hombre-naturaleza y, de manera intrínseca, hombre-cultura, comprendida desde el acumulado histórico, reivindicación social, manifestaciones tradicionales y costumbristas, hábitos, estilos y percepciones espirituales y materiales, utopías y realidades. Bien asevera Raúl Pérez Torres que “la cultura es la vida, y la vida es la diaria interrelación entre las diferentes manifestaciones del pueblo, en contradicción con las manifestaciones ajenas a él”.
En tal contexto, hay que subrayar que, por un lado, la cultura es entendida desde la creación y la estética extraída del talento individual como efecto de la expresión emancipadora (poesía, música, teatro, danza, pintura, escultura) y, por otro, es concebida desde aquella dimensión cultural provista de hálito colectivo y de imaginario popular. Esto es, cobijado en las creencias, saberes, ritos, mitos, paradigmas, valores y solidaridades conjuntas.
La cultura, como fenómeno social, incita al orgullo de sus sujetos integrantes respecto del sentido de pertenencia -con referentes y representaciones propias- y vierte como elemento conducente a la identidad, repensada como matriz
de los orígenes del hombre en el ámbito de una comunidad estructurada por normas de convivencia e interdependencia humana.
La cultura, a partir de la superestructura económica, abarca los aspectos: social, ambiental, político. Entonces la idiosincrasia del ser se revela en cada acción plasmada de lo particular a lo público. Más aún cuando se proyectan intereses comunes, intrincados en la exploración e identificación de los actores sociales. Su fuerza expansiva es palpable, ya que es la esencia que mueve y conmueve a los pueblos, específicamente, en la vorágine cotidiana.
Según Néstor García Canclini: “En las sociedades contemporáneas la cultura se forma interdiscursivamente a partir de textos o sistemas de imágenes tradicionales y modernos. La heterogeneidad es una necesidad constitutiva de la cultura actual que aspira a poseer una hegemonía extensa”. Dicho así, es imperioso el pleno reconocimiento de una sociedad policultural. Aquella mirada tolerante amplía el sendero democrático y permite robustecer las multiplicidades étnicas.
Al final, cabe acotar que es necesario rescatar los designios de la cultura como lo sugiere el escritor Ernesto Sábato: “no como una abstracta identidad de pueblos, sino como una concreta y dialéctica unidad de diversidades, del mismo modo que una orquesta no se crea con idénticos instrumentos sino con instrumentos de timbre diferente, para tocar así una hermosa partitura”.
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