Héctor Ñaupari (Lima, 1972). Poeta, abogado y ensayista. Fue integrante de los Grupos Neón y Vanaguardia en la década del noventa del siglo XX. Ha vivido y estudiado en Lima, Madrid, Salamanca y Ciudad de Guatemala. En poesía ha publicado los libros En los sótanos del crepúsculo (1999); Poemas sin límites de velocidad, antología poética 1990–2002 (2002) y Rosa de los vientos (2006). El año 2010 obtuvo la Mención Honrosa del Quinto Concurso de Ensayos ‘Caminos de la Libertad’, organizado por la Fundación Azteca de México. En el 2001 resultó ganador del Premio Académico Internacional de Ensayo Charles S. Stillman, Guatemala, organizado por la Universidad Francisco Marroquín (UFM); ese mismo año, obtuvo el tercer lugar en el Concurso de Poesía On–Line para Jóvenes Universitarios de la Universidad de Castilla-La Mancha, España. Poemas suyos se han publicado en antologías poéticas en España, Estados Unidos, México, Brasil y Perú.
BREVE IMPRESIÓN DE SALAMANCA
Apareces invicta en las mesetas.
Ni siquiera la helada pedregosa ciega a quien te observa.
Tampoco la brisa
que parece quebrar el espacio
que crean tus calles discretas
invadiéndolo todo, como un amor encontrado tras décadas
de dolorosa búsqueda.
Y es que de tanto escuchar los pasos de las corrientes
atormentadas en tus puentes centenarios,
de tanto proseguir con el filoso repaso de las páginas
de libros y volúmenes,
de tanto saber acumulado que desafía al polvo y al olvido,
tú misma, urbe cenital, no te has abandonado a la humedad
que reverdece en la piedra de tus edificios infinitos,
ni a la perturbación de las mareas
que traen exiliados y náufragos
de lejanos confines,
y solo te ves transida de calma entre ellos,
como un tornado contenido en una bóveda de cristal.
UNAMUNO, MÁRTIR
Te he visto, martirizado, Unamuno, con los ojos de tu alma.
Cercado por la noche marcial y su violenta tiniebla.
Pero a ti no te ha atenazado el olvido,
ni la ira de quien enuncia la muerte ha conseguido destruirte.
Te he visto, martirizado, Unamuno, en tu Salamanca de bóvedas, piedras y atardeceres.
Padeces en soledad para que otros vivan en libertad.
No una sino muchas muertes y, sin embargo, resucitas.
Destierros, alejamientos, prisiones, fortalecieron tu trágica fe, como el acero se hace, golpe a golpe, en todas sus fronteras.
Te he visto, martirizado, Unamuno, por la mitad crepuscular de tu patria.
Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen, dices, y la ola que restalla se hace nada en la orilla.
Vendrá la noche a paso redoblado y constante, pero tú eres la luz.
Vendrá la guerra con su sórdido terror, a ti que eres la paz, la vida, la mar calma y victoriosa.
Te he visto martirizado, Unamuno, por los muertos que matan a los vivos dos veces.
Escarnecido y doliente, hasta la llaga viva, por quienes no viven.
Querrán doblegarte, pero permaneces firme como los sauces y los petirrojos.
Querrán silenciarte, pero tu voz de apóstol nuevo, aún desconcertado pero devoto, se escucha entre cantos rodados y amaneceres primeros.
Afirmaciones, contradicciones, tránsitos limpios o recodos sinuosos, yermos o de falsas salidas, síntesis viviente que intermedia, como el mediodía, entre el incendio y el páramo, eso y más eres, Unamuno, mártir.
A ti ofrezco mi cuaderno reescrito, mis días por venir, el saco donde cuelgan mis más íntimas dudas.
A ti, Unamuno, Padre controvertido, incómodo, resucitado. A ti.
Lima, entre nieblas, agosto 2012
(Inédito)
FRINÉ
Desnúdate y sé mi angustia, Friné.
Vuélvete mi ira ensangrentada
agarrotada como mi puño alrededor de tu cuello.
Líbrame del peligro que me acecha, imagen y sierva de la Diosa,
tan sólo despojándote de esta túnica inútil.
Quédome postrado ante ti
como los ancianos heliastas que descubrieron el asombro
en la conmovedora contemplación de tu cuerpo sedicioso
palpitando inesperado por el miedo y el entusiasmo.
Cómo no ser yo esas miradas
Cómo no turbarme ante tus caderas aduraznadas,
Cómo no verme repetido en la fascinación de todos los hombres que han codiciado las pálidas sombras que alguna vez te evocaron;
Guilio Romano soñándote en las dieciséis posturas elementales,
Velásquez pintándote ante un espejo,
Schiele dejándote agotada en sus trazos inmisericordes,
Modigliani antes de derrumbarse en el Sena,
con su vidriosa y muerta mirada fija en ti.
O ser también Hipérides, amándote más allá del desafuero,
queriendo sólo descansar la cabeza, exhausto y al final de todo, en la colina de tu vientre, Friné,
un solo beso tuyo bastará para salvarme
y transformarme en tu lengua delicada
para estar siempre en tu boca
pidiéndote, una y otra vez, que desciendas las escalinatas dejándote las ropas y sandalias en cada peldaño
hasta que, por fin, desnuda, me vuelvas la espalda,
para acabar posado en ti, adolescente impía,
como la noche en la línea febril del horizonte.
(Inédito, del libro Malévola tu ausencia)
Retrato realizado por Miguel Elías
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