La poeta mexicana Elvia Ardalani
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar el comentario escrito por Enrique Viloria en torno al último poemario de Elvia Ardalani (Heroica Matamoros, Tamaulipas, México, 1963), es profesora de Creación Literaria y Literatura en el Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de Texas-Pan Americana (University of Texas-Pan American). Poeta, editora y traductora, actualmente dirige el proyecto editorial Libros Medio Siglo. En 2011 coeditó el volumen de ensayos ‘Miguel Hernández desde América’, junto con Aitor Larrabide. Su obra poética publicada comprende los siguientes poemarios: Por recuerdos viejos, por esos recuerdos (1989), De cruz y media luna (1996; reedición en 2006), Y comerás del pan sentado junto al fuego (2001), De cruz y media luna/From Cross and Crescent Moon-Edición Bilingüe (2006), Miércoles de ceniza (2007),Cuadernos para un huérfano (2011), Callejón Kashaní (2012), La luz iluminada (selección y traducción de la poesía de Jalal-al Din Rumi) y El ser de los enseres.
La playa del olvido, de Pancorbo
ELVIA ARDALANI: ESE OLVIDO QUE HABITA EN LA MEMORIA
La memoria es la historia narrada a partir de las ausencias.
* * *
Me pasa que no quiero que me pase el olvido.
Elvia Ardalani
La más reciente y bienvenida producción poética de la escritora mexicana Elvia Ardalani (1963, Heroica Matamoros, Tamaulipas), profesora de la Universidad Panamericana de Texas, lleva el atractivo y dicente título: Ese olvido que habita en la memoria.
Como todos los demás poemarios de la poeta está signado por su muy personal impronta: es femenino – sin falsos feminismos que afirman un género para negar al otro -; es un homenaje a su familia, en este caso, a su abuela muerta y extraviada en los laberintos del olvido; es un canto de amor, no en tiempos del cólera, sino de la lluvia cuando los amantes escuchaban “el único aguacero que / tocara este año”, y se pregunta, y pregunta a la nana desaparecida: “Dime ahora ¿También al ataúd llega la lluvia? / Dime si es posible creer en los milagros”.
El libro no es antagónico – aunque la autora pregona una femenina preferencia por la memoria; alega: “la memoria es mujer. Es hendidura (…) a las mujeres nos es fácil hablar con los recuerdos. / Como nadie entendemos su lenguaje acoplado / a los símbolos silentes que hilan la memoria” -, la escritora es conciente de que memoria y olvido son la hez y el envés, el anverso y el reverso, de una misma realidad, no hay memoria porque hay olvido, pero no se aviene con el olvido.
En efecto, el olvido no sale muy bien parado en sus memoriosos versos, la poeta – apasionada – incita a sus lectores: “Al olvido hay que ponerle zancadillas. Tirarlo al suelo, desvestirlo, exilarlo, derrocarlo. / Porque el olvido no llega incendiando / las cuencas habitadas de la memoria. / No es pasional. Detesta los escándalos. / El olvido se sienta en un rincón. Espera. / Camina suavemente por el cuarto. / Hace reverencias respetuosas. / Se queda a ver llover desde dentro del alma. / Y un día, de pronto, el olvido se come los recuerdos”. La juez Ardalani sentencia sin apelación: el olvido es un infierno anfibio, un averno plural, un abismo inadvertido.
Prolijas, muchas y buenas son las metáforas, las alegorías, las alusiones que Ardalani pergeña y formula en su poemario sobre la naturaleza, características y conducta de la memoria. Leamos lo asentado por la desparpajada escritora:
- La memoria es una perra ciega / que busca reconstruir con el olfato / la impresión de luz sobre su amo.
- La memoria es la loca / que busca a su hijo en la basura.
- La memoria es la anciana / que confunde / los nombres y las caras.
- La memoria es el abismo en que nada / el pez dragón.
- La memoria es un desierto maquillado de mar.
- La memoria es un libro prohibido / que un censor acaricia con dedos implacables.
- La memoria es la beata que descubre el paraíso.
En fin, para nuestra poeta la memoria no es otra distinta a ella misma, a Elvia Ardalani: la perra ciega, el desierto hipócrita, el libro censurado, la cándida religiosa, la viuda solitaria, la loca de la comarca, la anciana confundida. Y confirma categórica, para que no existan dudas futuras de interpretes, críticos o glosadores: “La memoria soy yo / inventando recuerdos, / drizando azucenas entre las aguas negras”.
La persistencia de la memoria (Salvador Dalí)
Mimética siempre, trasmutada, Elvia se transforma, por razones de olvido, en la abuela extraviada en sus recuerdos, y confiesa: “Por eso no me cuesta contarte quien fui, / quien soy, he de ser, / con silencios que sólo ustedes los tránsfugas de luz y de esperanzas / podrían comprender. / Por eso no me cuesta / caminar por la calle con un fantasma a cuestas. / Por eso te descifro en los presagios / con una claridad irreprochable. Y sé que me escuchas, Mientras yo esté. Mientras yo hablé. / Mientras me quedé un trozo de memoria”.
En su madurez poética y personal, Elvia Ardalani toma conciencia de la finitud, de los genes que habitan en su ADN, del implacable Alzheimer que transita silencioso en su herencia biológica, y transmite a los suyos y a nosotros:
“Un día ya no escribiré más. / Para entonces habré gastado las palabras. / No tendré ni nombres ni adjetivos (…) No habrá lenguaje que registre la memoria. / No habrá conciencia, / Seré entonces lo más parecido a ti / Y alguien dirá déjenla que no quiere hablar. / Y no sabrán que ya no hablo / porque he desgastado las palabras / Que ya no escribo porque en mi cuerpo / sólo ha quedado el cuerpo (…) Pero un día de mí ya no habrá nada. / Un día ya no escribiré más”.
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