EL SILENCIO DE DIOS
(Premio Aula de Poesía “Pedro Antonio de Alarcón” del Ayuntamiento de Valdemoro, Mayo de 2008)
Nada hay tan mudo
como la boca de un dios.
R. M. RILKE
Hay momentos en la vida en los que es fácil callarse
aunque nadie nos reclame ese gesto generoso
de devolver al silencio, indefensas, las palabras.
Es ya de noche. Las piedras han borrado sus perfiles
y los caminos han huido. Las aguas del río sueñan
pájaros de niebla o nubes de suavidad imposible,
y hay un hálito que ahueca la copa añil de los árboles.
Todo gira en este instante. No pesa el mundo: gravita
alrededor de mi frente. Y me invade la presencia,
al menos, de mi deseo de no estar solo en la noche
y creer que este silencio es la palabra de Dios
dibujada en las estrellas.
Cuando un poeta se calla
las cosas pierden sus nombres, y un árbol ya no es un árbol
ni su sombra es una sombra.
Por eso quiero creer
que en este momento existo porque hay Alguien que en silencio
me nombra –o tal vez me piensa– como yo nombro las cosas.
Alguien que, callado, suena en el rumor de las hojas
de los álamos del río o en la evocación difusa
del camino y de las piedras bajo la noche estrellada.
Alguien que nos piensa –o sueña– hasta que llegue ese día
en que borre de sus labios –o de su sueño– mi nombre
para acogerme de nuevo en su centro silencioso.
(Hoy quiero creer en Dios desde la fe que no tengo.)
Y como si Él me escuchara, como si, al nombrarlo, hiciera
real mi presentimiento, como si con mi palabra
imitara su poder, voy a cantar esta noche,
aunque no crea –pues quiero–, que hoy creo en Dios. Y creo
que en Él estoy, inmerso en Él, como el denso fluir del río
hacia el mar, como las piedras y los surcos del camino
en la noche, en esta noche de prodigioso silencio
y de árboles que por fin son árboles solamente
donde anidan las palabras como pájaros de Dios.
Blas Muñoz Pizarro
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