El poeta José Antonio Santano, por Miguel Elías
Crear en Salamanca publica con satisfacción algunos de los poemas que en Salamanca leerá José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957). Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de los libros: Profecía de Otoño (1994), Exilio en Caridemo (1998), Íntima heredad (1998), La piedra escrita (2000, finalista Premio Nacional de la Crítica), Suerte de alquimia (2003, finalista del Premio Andalucía de la Crítica), Trasmar (2005, narrativa, Premio Andalucía de la Crítica “Ópera Prima”); Las edades de arcilla (2005); Razón de ser (2008, X Premio Internacional de poesía “Luis Feria”), Caleidoscopio (2010), Estación Sur (2012), Tiempo gris de cosmos (2014) y Memorial de silencios (2014), entre otros. Textos suyos han sido traducidos al catalán, euskera, gallego, inglés, francés, italiano, búlgaro, rumano, ruso, alemán, portugués, griego, árabe y chino
Miguel de Cervantes, de Miguel Elías
POR PARECER QUE TENGO DE POETA
Al hidalgo poeta Miguel de Cervantes
Por parecer que tengo de poeta
a la noche le robo los silencios
y en ellos me abismo
luz en la palabra
sonido de rosas
humo en la aurora
cuando nace la lluvia
y el otoño en la estatua
nombra las hojas
en la tierra de nadie.
En el pliego la idea
por única verdad
en los versos que sangran
dolor de muerte toda
y a la vuelta las sombras
que vuelan y vuelan
aves siempre en sueños
adentro la muralla
que acalla en su silencio
estampida feroz
de hienas y de fuego
en nubes de volcán.
Avienta el aire solo
en esta hora turbia
del hombre y su delirio
nutriente voz raíz
pura razón de llama
y signos en la piedra.
El hombre hecho verbo
honda materia viva
de regreso al origen
huella solo de olvido
vida toda luciérnaga
de sagrados altares
palabra en torbellino
de luz en lontananza.
Poeta en mestizaje
renacido del agua
luego de ser solo mar
violeta arquitectura
esperado regreso
al estanque sonoro
de la lengua primera
de los nombres furtivos
que ahora callan por siempre
en la voz de la noche
en las olas ocultas
muy al fondo del agua.
Por parecer que tengo de poeta
silencio los silencios
por sentir tan adentro
el temblor delirante
del invierno en las rosas
caótica quietud
fulgor de la palabra.
Desnudo, de Miguel Elías
TODO EN TI ES MÁGICO: LA MAR, EL VIENTO…
Todo en ti es mágico: la mar, el viento,
los ríos, la muerte, el cielo, la vida,
hasta los dioses que siembran la noche
de sombras y cantos, de sal y danzas.
En ti, los inviernos son paraíso,
palpitante demencia acristalada
en los confines del mundo y la carne,
en los sones del agua y la tristeza.
Donde vuelan los halcones, y la voz
en trance y desmayada de la edad
se reviste de blancos en domingo
y extirpa excelsos arrebatos, dulces
deseos consumiéndose en la hoguera
de la vida que para ti reclamo.
Donde se alargan noches y vigilias
aun después de la espera o del acecho
insistente del fuego y los amantes.
En ti, el cielo azafranado y el ciprés,
las estrellas brillantes como dagas,
el sol, la fuerza incesante del sino,
la arquitectura muda de los álamos,
las brasas del amor en la memoria.
Poeta con vasija, de Miguel Elías
DE UN SOLAR DE VASIJAS Y TELARES LLAMADO NÍJAR
Reclamo para ti la tierra y el agua,
esa paz amarillenta que el estío
borda cada noche sobre tus blancos
muros. Reclamo la voz del almuédano
hospedado en las sierras de tu boca.
Para tus ojos reclamo la noche
encelada, la luna y los ríos.
La seda acristalada de la lluvia
cayendo lentamente en la memoria
como un otoño largo, vano y triste.
Te esperaré desde mi cuna: templo
rancio de campesinos y domingos
vestidos de naranjos y de arcángeles.
Te esperaré justo al pie de la farola
que alumbra el cruel presagio matutino
y el discurrir de la sangre en los labios
perennes de la hojarasca que es mi vida.
Oh tú, telar celeste de la tarde,
silencio de las manos en la arcilla,
sedúceme en esta infortunada hora, cúbreme
de cal, rocíame tu densa sangre
por todas las heridas y el olvido;
haz que mi horadado pecho
nunca más
habite las tinieblas del exilio.
Maternidad, de Miguel Elías
IGUAL QUE YO CUANDO ERA UN NIÑO…
a mi madre
Igual que yo cuando era un niño
la tarde se durmió sobre sus brazos.
Aún recuerdo tus dedos de cal en mis mejillas,
el fuego de tus labios en mi carne
y el tacto sedoso de las nanas en mis tímpanos.
Recuerdo una radio que alimentaba sueños
sobre un blanco paño de encaje,
el aroma a café, amores sin fortuna…
Recuerdo que me hablabas del viento
mientras jugaba con tus dedos en los míos.
La casa, de Miguel Elías
LA CASA
10
Sucede que la casa de mis sueños
no existe sino en ellos, desmayada
al patio de geranios y aspidistras
regadas con las lágrimas del sol.
En sus estancias, solo los silencios
a la espera del verbo que revele
la exacta geografía, la memoria,
el solemne clamor de los abrazos
perpetuándose al vértice filoso
del agua en los rosales irisados,
en el antiguo parque del estanque,
existente si acaso en los recuerdos
que braman y perturban el silencio
que corteja la selva enmarañada
de paredes pintadas de momentos
misteriosos y únicos, tejidos
de nieve en las pupilas de impacientes
otoños en las horas de arrebato.
La casa, que derrama savia luz
en la profunda herida de los años,
en las argénteas sienes de la espera
-la lluvia alienta el más grande delirio-,
oculta otras grafías y compases,
brama silencios, llamas, y entristece
los días que vivieron humillados
en las densas edades de la angustia.
A la casa del padre vuelvo ahora
después de haber vivido en cada muerte
mi propia muerte. Nada me retiene
porque nada poseo, soy la sombra
de mí mismo alargada al infinito
de un tiempo tenebroso, perpetuado
en el nombre del padre -pesadilla-
que habita en los infiernos para siempre.
Movimiento, de Miguel Elías
FUIMOS TEMPESTAD DE FUEGO
Fuimos tempestad de fuego y de caricias
en las más altas cimas de la noche,
despiadados tahúres apostando
por cuantos signos el desamor vence
todas las conquistas y los honores.
Fuimos sueño, ruiseñores secretos
en las profundas arrugas del alma;
frágiles penumbras a la intemperie,
desconsuelo y odio que perece denso
sobre la verde mudez del planeta.
Tú y yo, en este retiro de crisálidas
y albercas, contemplándonos cesantes
después de la dura batalla, sucios
de habernos amado bajo los árboles
de aquel parque solitario y decrépito.
Tú y yo, deshojando los años, solos,
como el bosque encantado de la infancia;
atrapados a la luz del fanal
que delató nuestra carne desnuda
al término de aquella esclavitud
perpetua de los cuerpos devorándose.
Ni tan siquiera el rostro macilento
y doloroso de la muerte enturbia
la infinita belleza que en ti vive.
Solo basta contemplarte, evocar
que tus dulces labios liban mi sangre
para caer desplomado en tu seno
y olvidarme del tiempo y de los hombres.
Viña, de Miguel Elías
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.