Líneas de la Emigración
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar dos poemas absolutamente inéditos del notable poeta uruguayo Washington Benavides, enviados especialmente para nuestra revista. También cinco textos del poeta ecuatoriano Bruno Sáenz Andrade, seleccionados de su último libro: “La noche acopia silencios” (Quito, 2016), recientemente presentado.
El poeta Washington Benavides
WASHINGTON BENAVIDES
(Tacuarembó, Uruguay, 1930)
Benavides es autor de premiada obra (Nacional y Municipal de Poesía), cuyos más de veinte títulos van desde Tata Vizcacha (1955) hasta Como un comanche (2012), pasando por Las Milongas (1965), Hokusai (1975), Murciélagos (1981), El molino y el agua (1991), Canciones de Doña Venus (1998) o Los pies clavados (2000). Es profesor de Literatura en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, habiendo dirigido, en radio, programas musicales y literarios. Entre los cantantes que han dado voz a sus poemas están Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Raúl Ellwanger, Pablo Estramín, Eduardo Darnauchans o Laura Canoura.
Para Amelia, que sueña con paisajes metafísicos cuando merienda
DISPAREN CONTRA LA POESÌA…
Vendrás caliente y golpeando sobre la mesa del café, y dirás:
La poesía debe ir a parar al desván de los cachivaches.
Joder.
Que me venís con versos.
La hambruna de África
la vas a superar con unas rimas
Vas a parar al Imperio que siempre encontrará o inventará
otra guerrita, dándole tal vez un aire de guerra santa para sus socios,
los Amos de la Guerra.
Vos te crees que por más muchachitos embolsados en bolsas negras
y con la estrella de Honor, y la ceremonia, con milicos
tirando con sus fusiles al aire claro, y dándole a los familiares
cuidadosamente doblada una bandera de las franjas y las estrellas
Me venís con los poetas militantes. Andá.
Esos olfatearon que van a publicarlos si escriben contra el latifundio
y las rozas de la Amazonia y el acuífero amenazado
por los desagües químicos y los plaguicidas
Vas a parar a puro verso a los transgénicos
que deshacen niños y entierran viejos
Vas a limpiar la OEA y dejará de ser el Ministerio de Colonias
Lograrás que se vuelquen los supersueldos
de los políticos y de los miles de secretarios en distribución de libros,
en publicación de libros para que los niños, y siempre desde la infancia,
se deje de engatusarlos con celulares y planchas
para jugar los duros juegos de matanzas
y mundos fantásticos, mientras se balacean chiquilines
entre las pandillas, aquí y en casi todo el mundo, y sueñen siempre
con tener el Money para la pasta base, para el chupe fuerte,
para joder a la hermana del amigo.
Sí, la poesía te sale al ruedo, a vos, toro enfurecido,
toro enfurecido y desgastado por las banderillas
de la Sociedad de Consumo…Y porque no te dio la guita para un Chery Q.Q.
y pasa tu amigote metiéndote bocina y tocándote el culo,
con el Peugeot flamante que maneja
La poesía es el impulso para levantarte de la lona
La poesía que despierta al mundo, aunque sea
con una tímida campanilla navideña, la escribe una solterona de blanco
que vivió casi toda su vida en su pueblito de Amherst,
y se creía un canguro en la belleza, pero escribió
en los márgenes de los libros,
en trozos de periódicos o papeles sueltos, maravillas como ésta:
“Ninguna fragata nos lleva a todas partes como un libro”
o esta reflexión fulgente: “Triste puedo estar sola.
Para estar alegre necesito compañía”.
La Poesía te lava la cara legañosa y envejecida
que muestras después de la sesión de timba en la mesita verde
La poesía te tuerce el pescuezo
para que mires a tus hijos, a tu esposa a tu viejo padre
y te vuelva por lo menos una sonrisa, y hasta te atrevas a soltar un chiste
y abrazar a la Doña que espera ese abrazo hace mucho tiempo
Y que invites a tus pibes a remar un viejo bote y pescar algún sábalo suicida
Y a preguntarles cómo les va en la escuela o el liceo ( i es que siguen asistiendo)
La poesía la escriben, y tendrías que saberlo,
quienes como lo dijo Shelley hace siglos:
“Los poetas son los legisladores no reconocidos de este mundo”
Desempolva aquel viejo libro de poemas de César Vallejo
Abrí a cortapapeles filoso, aquel librito que te regalaron
hace taitantos años, aquel de “Los Cantos Pisanos” de Ezra Pound…
Quién sabe! A lo mejor te limpia el parabrisas de tus cansados ojos
A lo mejor te estaban esperando para discutir contigo
para jugarte una pulseada de aquellas que enfrentabas en el club del barrio…
A lo mejor….
(Washington Benavides, escribe. Junio del 2016. Montevideo)
Grabado de Alcoba
TU MANO EN MI MANO…
Andrés Héctor Lerena, gran poeta uruguayo, casi olvidado,
(recuerda su libro: “Praderas Soleadas” 1918),
escribió, al borde de su muerte, sus poemas mejores.
Junto al Rosedal, que bien podría llevarlo a una poesía antigua,
Andrés Héctor, desesperado, siente que no sólo se separa
un día de su amada, sino que eso está marcando, que el caballero
de la guadaña no espera por él:
“Tenía tantas cosas que decirte! Tenía
tantas palabras buenas que decirte al oído!
Pero nada te he dicho de tanta fantasía y tanto amor!
Y ahora ya es tarde y ya te has ido!”.
Si para el desdichado amante, que sabe que no tiene más tiempo.
Que se acabó la arena, que se secó el agua, que se ocultó el sol
y que en el Rosedal serán otras las parejas que de la mano,
sí, como en esas postales de las que te burlas,
respirarán con ansias la salud de la tierra…
“Abre bien la ventana, madre: que esta mañana
hace bien a mi pecho, ávido de vivir,
y es buena para amar. Abre bien la ventana:
Ella, a estas claras horas, me prometió venir.
Mira bien. Quizá el tronco de algún antiguo pino
en el sendero claro te impida ver su marcha.
Ponte los viejos lentes, que es muy largo el camino.
Hoy no dirá que hay frío, ni que hay viento, ni escarcha.
Tan pronto la distingas, sabrás cuál es, pues tiene
la alegría del pájaro y el candor de la infancia;
Pero ¡cómo se tarda! Dime, por Dios ¿no viene?…
Oigo unas campanadas lentas en la distancia.
Cierra bien la ventana, madre. El aire está puro
y embriagado de dicha, parece sonreír,
y es bueno este sol, pero, deja mi cuarto oscuro.
¿Para qué he de curarme si ella no ha de venir?
Cuando leas, porque debes leerlo,
a Andrés Héctor Lerena Acevedo,
piensa en aquello que no pudiste retener,
piensa en el banco verde vacío
que pudo unir al Príncipe Mischkin con Eglé,
en “El Idiota”, pero no fue.
No fue así, y ahora que retuerces tus manos
Recuérdalo, al poeta desolado:
“Este otoño, madre, voy a tener frío.”
(Homenaje a aquel poeta de nuestra adolescencia que recupera su voz
admirable, pese a la sombra de La Sombra. Junio del 2016. Montevideo)
El poeta Bruno Sáenz
BRUNO SÁENZ ANDRADE
(Quito, 1944)
Escritor y abogado, fue Director de Asesoría Jurídica del Tribunal de Garantías Constitucionales, Director Nacional de la Escuela de Fiscales y Funcionarios del Ministerio Público, Secretario del Consejo Nacional de Cultura, Subsecretario del Ministerio de Cultura, entre otros muchos cargos desempeñados por él. Ha publicado ocho libros de poesía, uno de ellos en Mérida, Venezuela, y otro en la ciudad de México y una amplia antología personal en la Casa de la Cultura Ecuatoriana; también tiene publicado tres libros de teatro, uno de relatos cortos y uno de ensayos.
Remendando a Rhino
ESCOMBROS
No hiere aquí la espada,
no blande la guadaña la ilusión de la muerte.
Las ruinas, a tu lado,
no te muestran los hierros del cerrojo vencido,
el desierto anfiteatro.
Miras la carcomida condición de la lápida, el epitafio vano,
el sepia irreparable de una fotografía,
la desnudez del hueso, el dorado vacío del anillo que rueda
lejos de la prisión de cal de la falange.
SIEGA SOLAR
Con la mano, atesoras el metal de la altura.
No hace falta que cuentes las piezas acuñadas.
Sabes cuánto posees,
el valor de un pedazo de pan recién cortado,
el peso de la alcuza llena a medias de aceite.
Deja que tus sandalias prueben sin fatigarse la redondez del mundo.
Doble Labor.
LIBACIÓN
En la quiebra de la copa
-la espiga de fina plata o de obsidiana en la diestra,
el ruedo de cuarzo alzado hasta la hoz de las alturas-,
recojo el caudal del río, la humedad de las neblinas.
Los mezclo a una hilacha de oro, a la sombra de una herida.
Pruebo un sorbo de este vino.
La embriaguez deja en mi lengua una red que descalabra la clara voz castellana:
rumores casi animales, el eco de una garganta hecha de barro cocido,
una confesión de amor, la más secreta, más tierna,
la del alma del primer habitante de la tierra
cuando la solicitaban la tentación de la piel,
la fascinación del cuerpo, del vocablo inteligible.
(¡Oh, avaricia de las yemas, no saciada mordedura!)
Derramo solo una gota sobre la corva del suelo.
POETA MUERTO
Tu lengua ha de moverse debajo de la tierra;
ha de escupir la sombra y el sabor de la arena.
Más claro habla el zumbido lírico de la mosca.
Las yemas de tus dedos buscan el verso cojo,
la vanidad del nombre, la línea inacabada, la cifra ineludible
en el pliego de mármol.
(El abc no brinda otras combinaciones al cálamo de hueso).
Crucifixión
PALABRA
Como el botón de la rosa, el esbozo de un paisaje,
la idea a punto de abrirse en medio de la hojarasca de las voces cotidianas,
te siento, rozas mis labios, te anuncia el trazo de tinta…
No eres el deslumbramiento de una verdad revelada por la boca del arcángel.
Solo la gestación lenta de los signos, del sentido.
La lengua del tartamudo tarda en pronunciar la sílaba.
Con la letra del copista, del escolar inexperto,
línea a línea te doy forma, te rescato del silencio,
me someto a tus designios.
Sé que, una vez formulada, nadie puede interrumpirte.
Tu presencia irrevocable marca con lápiz o pluma,
con el susurro o el grito, la eternidad de los pliegos,
el papel incorruptible.
Chirico Bic
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