De una y otra Venezuela Carlos Contramaestre, Arturo Uslar Pietri y Ramón Palomares
(Fotografía de Alfredo Pérez Alencart, Salamanca 1991)
Crear en Salamanca tiene a bien publicar el ensayo que sobre Arturo Uslar Pietri (Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1990 – Venezuela 1906-2001), ha escrito Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950), escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en Barcelona y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Oporto, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito.
A veces los escritores se acercan a nosotros por las vías más inusitadas, donde el azar juega un papel fundamental. Cayó en mis manos hace poco –sin estarla buscando– una nueva edición [i] de Las lanzas coloradas (1931), la primera novela de Arturo Uslar Pietri, que éste concluyó en Paris en 1930, cuando apenas tenía veinticuatro años. La releo ahora después de mucho tiempo y me atrapa con su osadía formal y su concepción enteramente novedosa –para nosotros, los venezolanos—del hecho novelesco. Entiendo ahora cómo para su época esta obra significó poco menos que una revelación, teniendo un lugar principalísimo entre un grupo de novelas escritas por autores tan relevantes como Rómulo Gallegos, Ramón Díaz Sánchez, Enrique Bernardo Núñez, Guillermo Meneses o Miguel Otero Silva. Destaca Las lanzas coloradas por la osadía de su escritura vanguardista, sus diálogos extraordinarios, sus símiles y metáforas atrevidos y una técnica narrativa donde se advierte una original perspectiva para abordar hechos históricos considerados importantes –como la guerra de Independencia– o sus personajes protagónicos, poniendo antes énfasis en tipos que alguien pudiera considerar secundarios, en este caso peones o capataces de hacienda, gente rasa de pueblo que hubiese podido pasar desapercibida por parte de cualquier historiador, es justamente la que interesa a Uslar Pietri para estructurar su narración. Presentación Campos es capataz de la hacienda en “El Altar” regentada por Fernando Fonta, individuo en pleno proceso de formación intelectual, en busca de una educación que le permita comprender los ideales políticos y filosóficos de su lucha por la libertad y la independencia.
Dice Uslar en esta novela que por primera vez los criollos “sentían el trágico gusto de la guerra”. Fernando, su amigo Bernardo, su hermana Inés y muchos otros personajes son aquí no secundarios, sino complementarios en esta historia narrada desde abajo, desde los sentimientos del pueblo, desde lo que experimenta la gente considerada inculta, pero que siente al país con su fuerza primitiva y casi salvaje. La naturalidad en los diálogos de los soldados, la descripción de batallas y de sentimientos profundos –tanto los personales como los sociales—son a mi entender, determinantes para la historia de la moderna novela venezolana. En cuanto a verosimilitud realista y fuerza en el dibujo de personajes y diálogos certeros, esta novela de Uslar resulta tan vigorosa como cualquiera de Gallegos, aunque la comparación parezca forzada. Uslar logra transmitir en esta obra un sentimiento noble y genuino, la fuerza de la lucha popular más que sus ideales civilizatorios, filosóficos o intelectuales. Presentación Campos es un personaje recio, como pocos en nuestra narrativa. Alternando con ésta, se halla la figura de José Tomás Boves (Uslar mezcla aquí de modo magistral personajes ficticios con personajes históricos reales) que debía ser una suerte de contrafigura, resulta aquí una presencia que moviliza la acción bélica y la hace más verosímil, logrando insuflar a la obra una mayor potencia.
Los diálogos en esta novela son sencillamente extraordinarios, plenos de venezolanismos que le imprimen aún mayor gracia y naturalidad; las descripciones del paisaje, la acción de las batallas in crescendo, dotan a la historia de un verdadero suspense, lo cual se logra hasta el final del libro, sin que el lector pueda abandonar su lectura. Con Uslar ocurre lo que con otros genios natos: logra una obra maestra con una ópera prima. No se detiene en su busca de personajes históricos, aunque estos no sean tan distintos a los de su novela inicial, tal ocurre en su segunda novela, inspirada en la figura del tirano Lope de Aguirre, El camino de El Dorado (1947); luego en 1976 cumple un texto más logrado en Oficio de difuntos (1976), tomando como puntos centrales de referencia a las figuras del padre Carlos Borges y Juan Vicente Gómez para tejer una trama repleta de insidias y sospechas, que muchos han considerado el germen de la novela de los dictadores latinoamericanos. Arriba, finalmente, a otra obra maestra: La isla de Róbinson (1981), basada en la vida del gran maestro venezolano Simón Rodríguez.
No resultó sencillo para los narradores de esa generación ubicarse en relación a los movimientos literarios imperantes entonces. Después del criollismo y el costumbrismo, que reaccionaron con fuerza contra el modernismo y el romanticismo, estaban el naturalismo y el realismo, la fantasía pura, las vanguardias (surrealismo, dadaísmo, cubismo, creacionismo) y los distintos verismos, incluyendo a la llamada “novela histórica”. De modo que escritores como Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias, que vivían por entonces en París y compartían tertulias con Uslar Pietri en bares y cafés, un buen día decidieron llamar “realismo mágico” o “realismo maravilloso” a sus producciones para diferenciarlas del resto de los realismos al uso, haciendo énfasis en sus peculiaridades americanas, sus mitos, sus leyendas e historias mestizas, y después de todo no les fue tan mal, pues el término logró ser convertido en una suerte de categoría que permitió a no pocos críticos literarios tejer pormenorizadas teorías. Alejo Carpentier salió definiendo “lo real maravilloso americano” en el prólogo de uno de sus libros, y de ahí en adelante proliferaron los trabajos críticos sobre el tema. El asunto se extendió hasta las obras de escritores como Juan Rulfo o Gabriel García Márquez, con no pocos desaciertos. Poco a poco, Uslar fue urdiendo una obra sostenida en el terreno narrativo y ensayístico, donde el tema histórico es predominante.
Sale a relucir aquí el tópico de la llamada novela histórica, que tantas ambigüedades y desatinos ha suscitado en la discusión sobre la ficción contemporánea, habida cuenta que trabaja con personajes ya dados, por lo cual es aún más arduo otorgarles una dimensión imaginaria que funcione para el arte de la ficción narrativa. Por ello quizá me inclino luego más por los cuentos de Uslar, dotados de una mayor libertad y frescura, y menos apegados a la constatación verosímil de lo documental. Tal oficio se cumplirá en su cuentística desde Barrabás y otros relatos (1928), Red (1936) o Treinta hombres y sus sombras (1948) hasta Los ganadores (1980), Uslar cumple en este sentido una labor que ha permitido considerarle –al juicio de mi profesor Domingo Miliani— un renovador del cuento venezolano, lo cual ciertamente fue, al menos durante la primera mitad del siglo veinte. Con los vívidos personajes de sus relatos breves, el escritor logró transmitir un mensaje de auténtica venezolanidad, pues éstos se encuentran identificados plenamente con sus paisajes y entornos, pero también con sus luchas personales y colectivas. No hay en las piezas cortas de Uslar tipos rebuscados o acciones postizas; la mayoría de sus cuentos están impregnados de fuerza vital: él les comunica, según sea el caso, el sentido de fragilidad, frustración o derrota; esperanza, alegría, o voluntad de lucha como pocos narradores lo han logrado en el país, y eso hay que reconocérselo por encima de todo, incluso por encima de tantos homenajes oficiales, fastos, premios o reconocimientos públicos.
Arturo Uslar Pietri
Aprovecho aquí la ocasión de hacer una infidencia personal sobre Uslar. En mi juventud lo percibí como a un personaje omnisapiente: político, estadista, historiador, catedrático, orador, expositor, filósofo, poeta, novelista, cuentista, periodista, editor, moralista, hombre público de presencia constante en los medios, lo cual a la larga daba la impresión de constituir aquello que los marxistas llamaban un “intelectual orgánico”, y más bien se parecía a un hombre de vocación universalista, un humanista. Me costó mucho sobreponerme a aquella imagen omnisapiente y omnipresente, que a la postre me producía cierto rechazo. Luego, cuando decidí visitarle, constaté que su presencia era tan imponente que costaba llamarle Uslar o Arturo a secas, había que dirigirse a él como “doctor Uslar” o “don Arturo”. En verdad era un hombre afable, afectuoso y de fácil palabra, un caraqueño cabal. A veces leemos sus ensayos históricos sabiendo de antemano lo que contienen, pero están escritos con una prosa tan diáfana y elegante –la mejor prosa ensayística nuestra, creo, junto a la de Mariano Picón Salas— quien ha dicho de él: “El escritor culto, dueño de su instrumento, parece renunciar a su lo demasiado hecho y lo demasiado refinado y se acerca a ese maravilloso momento palpitante en que todo es leyenda, en que el mundo inexplicable parece envuelto en magia y sorpresa(…) Es un joven y válido maestro en cuanto los objetos se despojan en él de lo accesorio o se rescatan del caos para que advirtamos la esencia de su hallazgo. La errancia fantástica está cargada en Uslar Pietri de pensamiento e inteligencia“[ii].
En mi juventud también escuché con mucha atención sus excepcionales programas televisivos Valores humanos, de los cuales aprendí mucho, y donde Uslar hacía gala de una gran amenidad, exponiendo todo tipo de temas; luego comentábamos los amigos en cafés y bares que Uslar era dueño de una cultura “monstruosa”. Al parecer, en el Canal estatal donde Uslar hacía sus brillantes alocuciones, un técnico o cineasta muy “culto” los borró de la memoria de la computadora pulsando un botón, porque éstos ocupaban mucho espacio.
Tal manejo excepcional de las referencias culturales e históricas de Occidente están presentes en una curiosa antología, que fue determinante en mi formación juvenil, titulada Sumario de la civilización occidental (1962)[iii], una selección que hace Uslar de textos seculares o escritos por figuras capitales de la cultura occidental en apenas 280 páginas, desde la Biblia y Homero hasta Jean Paul Sartre. Las notas que realiza a cada texto son tan claras e impactantes y el prólogo tan conciso y revelador, que a esta antología la tuve como una joya del género y como modelo para mis posteriores trabajos en este campo.
También, por encima de esto, se halla la reflexión de Uslar Pietri sobre el país, que no cesó nunca. Ahora mismo, recuerdo con alegría el par de ocasiones en que le visité en su residencia de La Florida, en Caracas. En otra oportunidad asistí a la presentación de una edición en Monte Ávila, en 1995 de su libro Letras y hombres de Venezuela, donde participé leyendo un texto alusivo a esta obra, cuando ese sello editorial estaba dirigido por el profesor Alexis Márquez Rodríguez. En su acogedora casa poblada de libros le entrevisté para una revista, y en esa oportunidad me obsequió y dedicó varios libros suyos: su novela La visita en el tiempo (1990) y sus volúmenes de ensayos Godos, insurgentes y visionarios (1988) y De una a otra a Venezuela[iv] (“Para Gabriel Jiménez Emán, con la cordial simpatía de su lector Arturo Uslar Pietri, Caracas, 1998”, se lee en la dedicatoria) donde aborda diversos tópicos históricos, económicos y sociales. De éste último quiero hablar en esta ocasión, por considerar que los asuntos allí abordados tienen plena vigencia.
La primera edición de De una a otra Venezuela es de 1949; sus artículos fueron escritos en los años inmediatamente anteriores (1947 y 1948) y se hallan agrupados en cuatro secciones: Petróleo, Población, Educación y un Apéndice variado donde, entre otras cosas, aborda las divergencias políticas y la llamada Revolución (yo a esta palabra aquí la pondría entre comillas) de 1948 y de nuevo, el “peligro” del petróleo, con plena vigencia hoy. En la edición de 1985 Uslar Pietri agregó un Epílogo con tres artículos: “Venezuela hoy”, “Profecías de lo obvio” y “La era del parásito feliz”, donde intenta contemporizar sus ideas de aquel entonces. Lo curioso es que tales ideas, a la fecha actual (2016, cuando se cumplen 110 diez años del nacimiento del escritor) están actuales, esta vez desgraciadamente, pues Uslar viene advirtiendo desde hace mucho acerca del mal manejo de los recursos económicos de la nación. Nos dice que, de ser Venezuela uno de los países más pobres de América desde su descubrimiento, catorce generaciones vivieron en tal pobreza y una sola en la opulencia, debido esto último al descubrimiento del petróleo. Desde entonces los recursos del país, emanados de esa riqueza petrolera, se fueron en un consumo improductivo. Diecisiete veces creció el precio del petróleo, y en una proporción ilimitada todos los gobiernos se lanzaron a dilapidarla. En palabras del propio Uslar: “Mientras los precios del petróleo aumentaban en galopante sucesión diecisiete veces, la capacidad de gastar se abría sobre perspectivas aparentemente ilimitadas. Se gastó todo lo que el petróleo proporcionaba con dinero y aún más, pues se acumuló una deuda pública muy alta y totalmente injustificada (…) La misma alza de los precios provocó que los países industriales que dependían vitalmente de esa fuente de energía para su prosperidad, tomaran medidas defensivas. Hicieron inteligentemente todo lo que estuvo a su alcance para reducir el consumo y además para sustituir el petróleo por otras fuentes de energía. El resultado fue una reducción importante del consumo mundial y por consiguiente de las posibilidades de exportación a altos precios (…) Habrá que gastar menos, que importar menos, el bolívar ha dejado de ser una moneda fuerte para sufrir un descenso importante de su poder adquisitivo en un sistema difícil de cambio controlado. Todo esto significa un difícil reajuste que requerirá grandes esfuerzos y mucho tino para poderlo llevar a cabo de una manera razonable y aceptable para todos. (…) Se ha producido un tiempo difícil para el que el país no estaba preparado ni material ni psicológicamente. Van a producirse grandes desajustes en el nivel de vida, en la producción, en el abastecimiento y en el empleo (…) la nación tendrá que producir más, que importar menos, que administrar con más sentido del rendimiento y el ahorro. Habrá que contar más con el trabajo propio que con el providencial subsidio del petróleo.”
Tal texto parece, en verdad, haber sido escrito en un diario de esta mañana.
Más adelante, en “Profecías de lo obvio” nos dice: “La fiesta no puede seguir porque vamos a desembocar en una catástrofe. Venezuela vive desde hace tiempo una situación crítica. La fiesta no puede seguir porque, fatalmente, sino la modificamos nosotros voluntariamente en este momento, un buen día se va a acabar la manera de seguir la fiesta y vamos a desembocar en una catástrofe.”
En el tercer artículo, al inicio de “La era del parásito feliz” anota: “Venezuela está en crisis. Las bases y los supuestos sobre los cuales hemos levantado la situación aparente del país han revelado su inadecuación y su incapacidad para continuar sosteniendo un proyecto nacional en gran parte irracional y falso. La terrible sacudida de la devaluación ocurrida en febrero de 1983 puso al descubierto la desproporción creciente e insostenible entre nuestros niveles de gastos y nuestra efectiva capacidad de producir riqueza. En la última decena de años, en la abundancia fantasmagórica de los petrodólares, se formó una mentalidad casi mágica de la riqueza y un estilo de vida y de gobierno que era absolutamente insostenible desde todo punto de vista y que tenía que desembocar en un trágico encontronazo con la realidad, para el cual no estábamos preparados en ninguna forma y del que, todavía, no tenemos una noción válida de la magnitud y de los riesgos que representa, ni mucho menos de los importantes sacrificios y rectificaciones que exige e impone a todos los venezolanos (…) Una errada política laboral, paternalista y con fines politiqueros, llenó de burocracia inútil y la corrupción. No se necesitaba capital, ni antecedentes de experiencia, para lograr un contrato jugoso con el Gobierno; todo era asunto de conexiones políticas y comisiones cuantiosas. Una errada política laboral, paternalista y con fines politiqueros, llenó de burocracia inútil las innumerables dependencias que el Gobierno creaba y mantenía, el volumen de trabajadores doblaban o triplicaban, con inmenso daño de la eficiencia y de los costos, las necesidades reales de mano de obra en empresas y servicios del Estado. No sólo era una política de insostenible derroche, sino del fenómeno del ocio y de la irresponsabilidad del trabajador.”
Cualquier parecido con la realidad actual de nuestro país, subrayamos nosotros, no es mera coincidencia.
También conserva una esperanza: “El Estado venezolano no puede seguir siendo el San Nicolás pródigo que otorga dádivas, empleos y subsidios sin medida; los hombres de empresa no pueden hacer sus cálculos de beneficios sobre la protección y la manirrotez ilimitada del Gobierno, sino sobre la realidad de la capacidad de producción y de consumo del país; los trabajadores, por su parte, tienen que entender que su posibilidad de alcanzar mejoras no depende ya de la generosa intención de los políticos, sino de su real capacidad de producir riqueza por medio del trabajo eficiente.”
Esto parece escrito para describir la lamentable situación de hoy. Uslar, en su profunda preocupación de venezolano, se lanzó a ventilar estas ideas públicamente. Gobierno tras gobierno fueron desoídas en lo fundamental. Luego de la natural debacle adeco-copeyana, que motiva a Uslar hacer estas observaciones, agrego, el gobierno de Hugo Chávez trató de poner freno a ello, sin lograrlo, pues esencialmente el esquema del rentismo petrolero se continuó aplicando, pese a las sucesivas alarmas que Chávez hizo para intentar cambiar el estado de las cosas, a través de un sistema menos dependiente del capitalismo internacional, y con mecanismos eficaces de producción de bienes. El líder bolivariano intentó alianzas estratégicas con países del sur usando otras formas de lucha política, las cuales no convinieron a las poderosas empresas trasnacionales que manejan los bienes de consumo de países dependientes que, como Venezuela, venden su petróleo a cambio de productos importados. De paso, los empresarios criollos siguen dependiendo de las divisas del Estado para poner a producir sus empresas, y cuando ven que ya no obtienen el mismo nivel de ganancias, señalan al gobierno como responsable de sus pérdidas. Una situación similar a ésta es la que actualmente enfrenta el país en la actualidad y la que padece el pueblo venezolano: una catástrofe económica de la magnitud como la descrita y prevista por Uslar. Hoy parece no existir en Venezuela una voluntad empresarial que impulse los necesarios cambios en esta dirección. Muchos trabajadores de la empresa privada siguen engañados por intereses foráneos, pese a las buenas intenciones que pudieran tener los mandatarios de los últimos tres lustros; nos encontramos atascados dentro de una política facilista de dádivas, burocracia y corrupción heredada de décadas anteriores.
Habrá que oír en algún momento las palabras de Uslar Pietri, y poner en práctica colectiva las ideas de este gran venezolano. Nos las planteó con suma claridad en la encrucijada de una profunda preocupación por un país que, como el nuestro, tiene el recurso humano suficiente para lograr un avance sustancial, en el camino hacia su independencia económica, social y cultural.
1 Arturo Uslar Pietri, Las lanzas coloradas, Ministerio del Poder Popular para la Defensa, Coordinación Editorial Fundación Editorial El perro y La Rana, Presentación de Jacinto Pérez Arcay, Coordinador de Colección, Caracas, 2012, 272 pp.
2 Mariano Picón Salas, “Arturo Uslar Pietri”. Prólogo a Arturo Uslar Pietri, En: Veinticinco ensayos, Monte Ávila Editores, Caracas, 1980, 328 pp. Antología preparada por el autor.
3 Arturo Uslar Pietri (Selección, prólogo y notas), Sumario de la civilización occidental, Ediciones Edime, Caracas-Madrid, 1962, 280 pp.
4 Arturo Uslar Pietri, De una a otra Venezuela, Monte Ávila Editores, Edición con Epílogo de 1985, Colección Documentos, Caracas, 1989, 164 pp.
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