‘INESPERADAMENTE’, POEMARIO DE JESÚS FONSECA. TEXTO DE FERMÍN HERRERO

 

1 El Poeta Jesús Fonseca en el Teatro Liceo (Foto de Jose Amador Martín) El Poeta Jesús Fonseca en el Teatro Liceo (Foto de Jose Amador Martín)

 

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar el prólogo del último libro de poemas publicado por el poeta y periodista Jesús Fonseca Escartín, delegado de La Razón en Castilla y León. Lo escribió el poeta Fermín Herrero, Premio Castilla y León de las Letras. El poemario ‘Inesperadamente’ ha sido editado por la Fundación Jorge Guillén y la Diputación de Valladolid, y fue presentado el 30 de mayo en Urueña, la Villa del Libro.

 

2

 

Desde que me acerqué a sus versos y cada vez que he vuelto a ellos; en el momento en que tuve la suerte y el honor, muchos años después, de conocerlo en persona y cada vez que la fortuna me depara su presencia; siempre, me he preguntado cómo ha podido salir indemne del ruido y los afanes del mundo, después de lo que le ha tocado ver y oír, frente a tantos «malhechores y trapaceros», en todos los continentes, a diario. Tal vez porque Jesús Fonseca es un hombre encantado, como creo que Joāo Guimarães Rosa decía que quedaban los poetas (que también son santos, ya se sabe) en vez de morir. Pero él, de ahí la admiración y maravilla que me embargan cuando lo  veo o lo recuerdo, lo ha conseguido en vida: aparentemente se ha liberado de la carga de la existencia y se dedica a hacérsela más llevadera a sus congéneres.

De su apacible afabilidad, su bonhomía y su entrega a los demás, de ese fecundo manantial (a mi juicio, más allá de la experiencia, el carácter determina toda poética, la ocupa al traslucirse en ella) brota su poesía, que bien sabe que a más significante menos significado, aparte de estar tocada por la gracia (cuyo fundamento último no consiste sino en conservar la espontaneidad y esa rara inocencia de lo puro), por esa transparencia de lo que, como si se cayese de las manos, así, inesperadamente (y qué difícil esta naturalidad en apariencia tan simple, qué difícil), al modo de su maestro Fray Luis de León, nos llega adentro justo como esa manera suya de actuar, tal una donación hecha al oído, con los ojos del alma, en expresión de Spinoza.

En este sentido, aunque no conozco sus inicios líricos, a buen seguro le es aplicable esta apreciación de Jorge Luis Borges, con quien compartiera largamente intuiciones, perplejidades y confidencias durante sus estancias bonaerenses: «Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad». El conocido proverbio «es fácil ser difícil, lo complicado es ser sencillo» apuntala esta impresión borgiana. Vergüenza me da, por cierto, entrometerme en la poesía de quien ha compartido verbo y amistad no sólo con el autor de El Aleph, sino con su compadre Bioy Casares, o los portugueses Miguel Torga y Eugénio de Andrade, o el lúcido Cioran, por citar algunos, cuyos solos nombres me provocan un respeto reverencial y deberían reducirme al mutismo.

 

 

3 Lectura de Jesús Fonseca en Irueña

Lectura de Jesús Fonseca en Irueña

 

 

En fin, confiemos en la proverbial generosidad de Jesús Fonseca y sigamos. Me pasma, como de costumbre, por parecerme inalcanzable, esa capacidad para conservar intacta la emoción que trajo el poema, sin mancillar la belleza que lo despertó, sin retorcimiento ni opacidad, sin impostación ni retórica vacua, sin engolamiento ni artificio alguno, sin hojarasca. Quizás más escueto y adelgazado aún, ligero de equipaje, si cabe, en esta nueva entrega, su discurrir versal. Igual de desnudos muestra sus sentimientos, arrancados de sus entrañas (los adentros, sus sentires y pensares, como él preferiría, en la senda de otro de sus sabios maestros, José Jiménez Lozano, a quien homenajea) para «levantar la vida» y mantener a raya al «enemigo que nos habita».

No olvida la miseria y el horror que nos rodean y conciernen, pero eleva de continuo un tono celebratorio a pesar de los pesares, ya en el poema de obertura, desde la memoria, posiblemente de su mujer, a la que tanto ha cantado y siempre presente (su «ración de paraíso» perdido) en éste, en todos sus libros. Luego, un tono sostenido, siempre en pos de la plenitud, con el asombro ante «el secreto de este no saber nada», a partir de lo pequeño, hacia y desde una soledad y silencio (cuánto silencio entre las palabras, acogiéndolas, acunándolas) cartujos, de sus palomarcicos teresianos.

Una poesía, en suma, piadosa en cuanto se prosterna ante el misterio de lo creado y de la condición humana, compasiva en su vertiente entrañable, que no tiene el mendaz carisma del oráculo ni el aire visionario de los oscuros demiurgos; bien al contrario, se atiene a una claridad conmovedora, como señal de acercamiento al lector pero, sobre todo, de fidelidad ética hacia sí mismo. Por eso, no me cabe duda de que frecuentar sus poemas me ayuda a intentar ser humilde, magnánimo y desprendido, aparte de procurarme goce emotivo y consuelo.

Debido a la sobreexposición de la que hablaba al principio, además, a mayores, de su condición de gacetillero que una vez más asume en estas páginas con alegría, Jesús Fonseca es un poeta injustamente postergado, casi secreto. Aunque este sambenito le habría caído sólo por sus maneras de entender y practicar la poesía, con esa pureza a la que también me he referido antes. Todo ello, sin considerar que es posible que él mismo así lo prefiera y que sea lo que ha buscado desde siempre: un aurea mediocritas, ese ponerse por debajo en medio del fragor del mundo al que se enfrenta, condenado a ser poeta por encima de todo, a palabra descubierta casi desde que tuvo uso de razón.

Estas sucintas, y con todo demasiadas, palabras sólo querrían ser una pequeña muestra de agradecimiento hacia esos poemas a los que te invito, afortunado lector, a asomarte sin más dilaciones. En ellos, mediante la llaneza en el decir (el requisito máximo, a mi juicio, del arte), alienta una verdad fraternal, un ánima en vilo, el descubrimiento de lo imperecedero en lo mortal y lo más sencillo, el milagro, «el anhelo de ser sin más», que sin duda van a acompañarte de aquí en adelante.

Aunque creo que mejor lo digo a sílabas contadas:

 

Toda emoción humilla, por efímera,
es necesario sostenerla, que no
decaiga. Intenso azul el cielo, un día,
al volver de la escuela, de repente,
lo nunca visto: la atención,
lo que el tiempo destruye. Y así
con cuanto esconde el ser, su ser,
hasta en lo más mudable hay
misterio. Mantenerte como en vela,
con ojos vivarachos, de gorrión;
cuidar el huerto de los padres
como custodia el petirrojo tus inviernos;
un sentir en silencio, que te obstina,
ante tanta belleza, aunque ofenda.
Hay una casa siempre abierta
para aquel que marchó, que no te importe
andar en lenguas de la gente, atrévete
a tu ley, solitaria, la del entusiasmo,
la que busca, hacia un cielo
más alto, aquello que se niega.
Como un latir, tan hondo; mantente
con esa mansedumbre trapense,
en vela, de raíz, quebrando albores.
Siempre quebrando albores y, si no,
no digas nada, escucha, espera.

 

4 Fermín Herrera en el acto celebrado en Irueña

Fermín Herrero en el acto celebrado en Irueña

Aún no hay ningún comentario.

Deja un comentario