POEMAS DE LA SALMANTINA CARMEN MARTÍN GAITE. PINTURAS DE MIGUEL ELÍAS

 

 

 

1 Retrato de Carmen Martín Gaite, de Miguel Elías

 Retrato de Carmen Martín Gaite, de Miguel Elías

Crear en Salamanca se complace en publicar siete textos que el poeta A. P. Alencart ha seleccionado de la obra lírica de Carmen Martín Gaite. Muy conocida por su narrativa pero mucho menos por los versos que escribió (y publicó) ya desde sus tiempos de estudiante de la Universidad de Salamanca, en la revista ‘Los trabajos y los Días’.

 

 

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CANCIÓN ROTA

 

Siempre que iba a cantar
algo se interponía
y a mí no me importaba,
¡había tanto tiempo!

Mi canción se quedaba en el alero,
confiada,
meciéndose en la espera
cuajada de horizontes.

Si alguna vez con mudo gesto
antiguo
acaricio las cuerdas,
el aire se retira
y el corazón me late nuevamente
con aquellos latidos turbulentos,
heraldos de mi canto.

¡Ay, mi canción truncada!
Yo nunca tenía prisa
y la dejaba siempre,
amor,
para después.

 

 

3

 

 

 

DESTELLO

 

 

Hoy habláis otra lengua,

lirios que os despeináis bajo la lluvia.

Me apresáis con vosotros

igual que si me viera en un espejo.

Y tengo que dejaros.

Tiran de mí precisamente ahora

que acabo de encontrarme

-pequeña, pura-

entre vuestras corolas.

Voy a cerrar los ojos,

-no deshagan la imagen-.

Y me iré sin miraros otra vez.

Ay! Cuando vuelva a veros

¿sabré ya comprender este lenguaje vuestro

que un minuto ha rasgado mi tiniebla

 

oh lirios despeinados por la lluvia?

 

(Septiembre 1947)

 

 

 

4

 

 

 

CALLEJÓN SIN SALIDA

Ya sé que no hay salida,
pero dejad que siga por aquí.
No me pidáis que vuelva.
Se han clavado mis ojos y mi
carne,
y no puedo volver.
Y no puedo volver.
Ya no me gritéis más que no hay
salida
creyendo que no oigo,
que no entiendo.
Vuestras voces tropiezan en mi
costra
y se caen como cáscaras
y las piso al andar.
Avanzo alegre y sola
en la exacta mañana
por el camino mío que he
encontrado
aunque no haya salida.

 

 

5

 

 

 

 

POR EL MUNDO

Me atrapa como un pulpo
el color ya sabido de las cosas,
me asfixian mis sonrisas,
no respiro en las de ellos.
Dormí noches y noches
con el balcón cerrado
y al recordar después
la imagen mentirosa,
multicolor del sueño,
siempre había a mi lado unos
oídos
y unos ojos abiertos;
me gustaba amasar
mi falaz pesadumbre
ante el espejo aquel.

Abrid ya las ventanas.
Adentro las ventiscas
y el aire se renueve.
Quiero huir de los ámbitos
calientes y tapiados,
salir sin compañía
por el mundo adelante.

 

 

6

 

 

 

 

FARMACIA DE GUARDIA

 

No es Valium ni Orfidal,
no me ha entendido.
Se trata de la fe. Sí: de la fe.
Comprendo que es muy tarde
y no son horas
de andar telefoneando a una
farmacia
con tales quintaesencias.
Lo que yo necesito
para entrar confiada en el vientre
del sueño
es algún específico protector de
la fe.
¿Que le ponga un ejemplo más
concreto?
Pues no sé… Necesito
creerme que este saco
cerrado por la boca
y en cuya superficie
se aprecia la joroba
de envoltorios estáticos
puede volver a abrirse alguna vez
a provocar deseos y sorpresas
bajo la luz del sol y de la luna,
bajo el fervor clemente
de los dioses del mar.
¡Oh, volver a sentir lo que era
eso!
Y ni siquiera necesito tanto
—ya es menos lo que pido—;
simplemente creerme
que un día lo sentí
intempestivamente
cuando más descuidada andaba
de esperarlo,
y supe con certeza
que sí, que se podía,
que un corazón doméstico
cuando al fin se desboca
es porque está latiendo sin
saberlo
desde otro muy cercano.

Ya. Que no tienen nada.
Pues perdone.
Comprendo que es muy tarde
para hacerle perder a usted el
tiempo
con tales quintaesencias.
Ya me lo figuraba.
Buenas noches.

 

 

7

 

 

 

CERTEZA

Habéis empujado hacia mí estas
piedras.
Me habéis amurallado
para que me acostumbre.
Pero aunque ahora no pueda
ni intente dar un paso,
ni siquiera proyecte fuga alguna,
ya sé que es por allí
por donde quiero ir,
sé por dónde se va.
Mirad, os lo señalo:
por aquella ranura de poniente.

 

8

 

 

 

MUERTE NECIA

 

 

Se me ha gastado el día,
atropelladamente
en idas y venidas,
en gestos y recados
que al hacerlos juzgaba.
necesarios.

Desperdiciado, débil y oscilante,
el número equis ene de mis días
era un cabo de vela
y afuera lucía el sol de la
mañana.

El sol se hunde en silencio
y sopla las bujías
y se envuelve en su manto como
un rey.

El número equis ene de mis días
murió de muerte necia.

Ahora lo estoy llorando
cuando veo a las nubes
ponerse un traje grana
para morir también.

 

 

 

9 Detalle de la estatua de Carmen Martín Gaite en la Plaza de los Bandos (José Amador Martín)

 Detalle de la estatua de Carmen Martín Gaite en la Plaza de los Bandos (José Amador Martín)

 

 

SEMBLANZA DE CARMEN MARTÍN GAITE

 

     Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925-Madrid, 2000) fue una de las figuras más destacadas de la narrativa española del siglo XX. Estudió Filosofía y Letras en la universidad de Salamanca, donde conoció a Agustín García Calvo y a Ignacio Aldecoa,  participó en la representación de algunas obras teatrales y colaboró en la revista Trabajos y días. En 1950 se traslada a Madrid. Allí se doctoró con una tesis sobre Usos amorosos del siglo XVIII en España, y su antiguo compañero de universidad, Ignacio Aldecoa, la introdujo en su círculo literario, del que formaban parte autores como Josefina R. Aldecoa, Jesús Fernández Santos o Rafael Sánchez Ferlosio. Así entra a formar parte de la llamada Generación de los 50 o del Medio Siglo. El 14 de octubre de 1953 se casa con Rafael Sánchez Ferlosio, de quien más tarde se separaría y con el que tuvo dos hijos: Miguel, muerto antes de cumplir los nueve meses, y Marta (a cuya memoria dedicó La reina de las nieves [1994]), que falleció en 1985, con 26 años.

 
     Mujer polifacética, ejerció como traductora, guionista de televisión,  crítica literaria en Diario 16, poeta, autora teatral y excelente ensayista e investigadora (su obra Usos amorosos de la posguerra española [1987] fue galardonada con el Premio Anagrama de Ensayo y Libro de Oro de los Libreros Españoles, y se convirtió en el libro más vendido del año), pero quizá su faceta más conocida sea la de narradora. Como novelista se dio a conocer con El balneario (1955, premio Café Gijón), a la que seguirá Entre visillos (1958, premio Nadal), sobre la vida de unas jóvenes provincianas de clase media. La  meditación sobre la soledad humana, la incomunicación y la falta de horizontes es una constante en algunas de sus obras como Retahílas (1974), Fragmentos de interior (1976) y El cuarto de atrás (1978, premio Nacional de Literatura), novela en la que está presente también la reflexión metaliteraria y autobiográfica, al igual que en otros libros, como El cuento de nunca acabar (1983) y Desde mi ventana (1987), que fluctúan entre la ficción y el ensayo. Se centra en  el análisis psicológico de las protagonistas en Nubosidad variable (1992), Lo raro es vivir (1995) e Irse de casa (1998). Para jóvenes lectores escribió El castillo de las tres murallas (1981), El pastel del diablo (1984) y Caperucita en Manhattan (1990), libro más vendido del año 1991. 

 

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      Respecto a su obra poética, publicó sus primeros poemas en la revista Trabajos y días. Su primer libro de poemas, A rachas, apareció en 1976, y después de su muerte se publicó su obra poética completa con el título de Poemas (2001). «A rachas»  es el título elegido para el prólogo de sus Poemas, pues es así como fue creando su producción poética, tal como explica la propia autora:

 

   “Como casi todos los narradores de mi generación, yo empecé escribiendo poemas. Algunos se publicaron en la revista salmantina Trabajos y días, otros los copié en viejos cuadernos y muchos los confié simplemente a la memoria, como los juglares antiguos. Años más tarde, al recordar los que me quedaron más grabados, los escribí cambiándolos un poco. Supongo que aquellos que sepultó el olvido será porque merecían tal paradero.

 

      Recuerdo mis veraneos de adolescencia en la aldea de Piñor, cerca de Orense, la cuna de mi madre. Allí, subida a los riscos o perdida por el monte, inventé muchos poemas. Me gustaba recitarlos para mí misma  en alta voz, especialmente los que tuvieron su germen en alguna de esas pasiones atizadas por el secreto, por la sed de lo inabarcable o por la prematura intuición del privilegio que supone estar viva. Aquella naturaleza agreste que barría las nubes y las normas, y que daba a elegir entre muchos senderos misteriosos, incitaba a la aventura, al peligro y al gusto por el escondite.

 

      A pesar de que bastante temprano (más o menos al acabar mi carrera de letras en Salamanca y trasladarme a Madrid), traspuse con empeño decidido el umbral de la prosa -vehículo de historias menos apegadas a la mía-, el vicio de anotar alguna impresión de esas que caen del cielo como un rayo y estremecen todo nuestro ser no desapareció por completo, ni le cerré la puerta a aquellas fugaces visitas de la poesía. Irrumpía en mi casa sin previo aviso, como un amigo calamitoso y algo enfermo que busca cobijo en un raro recinto aún milagrosamente indemne del naufragio, donde nadie le va a echar en cara sus ausencias. Se presentaba y lo inundaba todo con su olor a eucaliptus, intempestivamente, igual que se largaba luego sin despedirse: a rachas”.
En 1988 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras (compartido con el poeta José Ángel Valente), y en 1994 el premio Nacional de las Letras. 

 

(del Blog ‘El hacedor de sueños’)

 

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