El escritor búlgaro Elias Canetti
Crear en Salamanca tiene el gusto de publicar este ensayo sobre el Premio Nobel de Literatura de 1981, escrito por José Carlos De Nóbrega (Caracas, 1964), ensayista y narrador, licenciado en educación, mención lengua y literatura, por la Universidad de Carabobo (UC). Ha publicado los libros de ensayo ‘Textos de la prisa’ y ‘Sucre, una lectura posibl’e, ambos en 1996, y ‘Derivando a Valencia a la deriva’ (2006) o, ya en narrativa, ‘El dragón Lusitano y otros relatos’ (2012). Fue director de la revista La Tuna de Oro, editada por la UC. Forma parte de la redacción de la revista Poesía, auspiciada por la misma casa de estudios. En 2007 su blog ‘Salmos compulsivos’ obtuvo el Premio Nacional del Libro a la mejor página web.
CINCO AFORISMOS SOBRE ELIAS CANETTI
1.
Tres exigencias a los escritores: ser esclavos y vasallos de su tiempo, sintetizar en su obra el espíritu de la era que les ha tocado vivir, y, por último, ser los más implacables jueces y críticos de su época, al punto de ser incluso cabezas de turco. Viene bien la rogativa de Canetti a propósito del quincuagésimo cumpleaños de Hermann Broch en 1936. El escritor no debe ser la dócil mandíbula del chacal Anubis, movida tras los bastidores por el sacerdocio del momento, pretendiente de la notoriedad y la fama efímeras, del aplauso de las galerías. Mucho menos optará al mero eco que se postra complaciente ante la verticalidad de concepciones insepultas, anacrónicas y degradantes respecto al devenir humano. Tanto el culto de lo inmediato –despojado de su interacción con una lectura pertinente de la historia-, como la nostalgia de “tiempos mejores” –reñida con el contexto que nos toca ahora-, sólo conducen a callejones sin salida, coinciden en el estreñimiento del pensamiento. La actitud de responsabilidad histórica va aparejada a su herramienta esencial, el lenguaje, corazón delator de la propia personalidad del autor.
Cuarenta años más tarde, enero de 1976, el escritor búlgaro agrega: “Lo primero y más importante (lo que un escritor debe poseer hoy en día para tener derecho a serlo), es su condición de custodio de las metamorfosis, custodio en un doble sentido. Por un lado habrá de familiarizarse con la herencia literaria de la humanidad, que abunda en metamorfosis (…) Podría emplearse una vida entera en interpretarlas y comprenderlas, y no sería una vida mal empleada”. Y por otra parte, “su auténtica conservación, su resurrección en nuestras vidas, es tarea de escritores”. No en balde Canetti consagró más de treinta años en la confección de ‘Masa y Poder’, su obra maestra de exégesis humanista; terco ensayo a la par de la obsesión por el tema demostrada antes por autores dispares como Nicolás Maquiavelo, William Shakespeare y Sigmund Freud. Entonces, la tradición literaria de la humanidad deja de ser la pesadísima biblioteca que carga sobre sí la mentalidad académica y anquilosada del intelectual, el cual cree tener respuesta (consolatoria, la mayoría de las veces) a todo en toda coyuntura. Los autores clásicos son nuestros contemporáneos y ellos han hecho una crítica bastante profunda del poder. La óptica tiene que ser cínica y a la vez compasiva. Uno tiene que estar envuelto en ese discurso del poder para lograr visualizar sus hilos. Porque el poder se presenta manipulando muchos códigos que son aparentemente invisibles. Canetti sugiere que debemos pasar del saber como fetiche a “la voluntad de responsabilizarse por todo cuanto admita una formulación verbal y de expiar incluso sus fallos”. Dicho tránsito comprendería la desestigmatización del oficio del escritor ante la sociedad. Es la literatura como profecía.
El intelectual es un ocioso por vocación. El acto de observar detenidamente al mundo, sacudiendo la rutina social, luce de una incomodidad e impertinencia intolerables. Convidado de piedra en un entorno disfuncional, patético y –por supuesto- paradójicamente gratificante, su obstinada actitud de decir no (a la monocorde andanza del rebaño) le granjea la antipatía de buena parte de su prójimo. Quién los necesita. Se les ha dado significativos espacios en las universidades, academias y medios de comunicación para que se masturben detrás de las celosías o persianas americanas. Se trata entonces de contravenir el artificio abstruso y escurridizo que es el discurso del poder: La labor del escritor es hacerlo obscenamente visible. Hacernos ver que, sin embargo, el Rey continúa desnudo.
Nota de su diario, en Zurich (junio 1934)
2.
Los buenos viajeros son despiadados. “Las voces de Marrakesh” es un libro exquisito que excede el género de los cronistas de viajes: Su impecable escritura nos conecta con los espasmos viscerales del cuerpo abordado y apresado por la implacable contundencia del entorno, más allá del Marruecos exótico recreado en el cine hollywoodense. La confluencia caótica de diversos registros de habla es una preocupación de primer orden en la obra de Elias Canetti. No es necesario comprender la lengua de los aullidos y cánticos monótonos de los ciegos, para reparar en la paradójica condición del lenguaje, tanto en el esplendor expresivo como en su precariedad para asir el mundo: “Trato de relatar algo y apenas enmudezco me doy cuenta que aún no he dicho nada (…) Sueño en un hombre que olvida las lenguas de la Tierra hasta no comprender cuanto se dice en ninguna de ellas”. Lo agreste y áspero de la voz procura alcanzar a Dios, lo indecible, lo eviterno: “Son arabescos acústicos en torno a Dios, pero mucho más expresivos que ópticos”. Al punto que los minaretes son torres tomadas por una voz que clama solitaria su letanía. Sin duda que es una interpretación terrorista del mito metalingüístico de la Torre de Babel. Sin embargo, la legión de voces se enseñorea de la empresa que es la poética del mundo.
3.
Desde entonces, es decir, a partir de los diez años, se articula en mí como una especie de dogma: que estoy hecho de mucha gente de la que no soy en absoluto consciente. La escritura de Elias Canetti es producto de la afluencia de lenguas y culturas enclavadas en la diversidad. Si bien nace en Bulgaria (1905), el idioma nacional cede terreno al ladino (habla familiar íntima) y al alemán (lengua literaria); en una entrevista concedida en 1965, asumía en ocasiones la identidad de “un escritor español de expresión alemana. Cuando leo obras de clásicos españoles, como ‘La Celestina’ o ‘Los sueños’ de Quevedo, tengo la impresión de hablar desde ellos”. Su biografía comprende un éxodo inquieto con la saudade sefardita empacada en las maletas: De Rustschuk a Manchester, Viena, Zurich, Frankfurt y unas cortas pero significativas estancias en el atribulado Berlín de los años treinta. Londres constituyó el refugio idóneo para escribir Masa y Poder, luego de ser anexada Austria al Reich hitleriano. La letanía onírica, oriunda de la infancia, tiene como motivo central su lengua acechada por la navaja de un hombre sonriente, el cual en el instante crítico pospone la amputación para el día siguiente: Transfiguración ficcional del episodio bíblico del sacrificio abortado de Isaac por vía de la palabra de Dios. Muchos años después, 1998, el poeta Reynaldo Pérez Só escribe en el ladino de la casa, si bien extemporáneo en estos tiempos de globalización, pero que nos conmueve en la construcción sentida del poema: ‘Gran Grande / dame balor para parar luenga / meoyo deskaminado / abacha la mi cabesa / estropajada’. Hay, en ambos casos, una asunción responsable en el ejercicio del habla a contracorriente del ruido de la masa que ha cambiado la primogenitura humana por un guiso de slogans consolatorios. El alemán literario de Elias Canetti es fruto del amor maternal en la temprana viudez y se contrapone –en consecuencia- a la muerte: “No consintió que abandonara las demás lenguas, la cultura se hallaba en la literatura de todas las lenguas que conocía, pero la lengua de nuestro amor -¡y qué gran amor!- sería el alemán”. Entonces no nos sorprenden otras preferencias afines: Jorge Luis Borges y Joseph Conrad; en el primer caso del inglés materno a un uso maravilloso de la lengua de Cervantes, mientras que en el segundo conviven la pronunciación infame del idioma de Shakespeare y un impecable ejercicio de la escritura manifiesta en libros como Lord Jim, El Corazón de las Tinieblas y Nostromo.
O estuporado pequeño tem fome.
4.
La situación de la supervivencia es la situación central del poder. En primera instancia, tenemos al perseguidor encabezando a las masas de acoso, todos sedientos del espíritu o mana (una encarnación sobrenatural e impersonal del poder que pasa de un hombre a otro) de los enemigos asesinados en el campo de batalla o en las callejuelas de la judería arrasada en un inmisericorde y estridente ‘pogrom’. Las victorias afirman la supervivencia del grupo en la acumulación de ese poder que trasciende al prójimo. Los ejércitos vencedores no han cedido un ápice en la matanza masiva del contrincante; no hay excusa que dispense a los nazis en Europa, ni a los norteamericanos en Asia (Japón, Vietnam o Afganistán), mucho menos a Pol Pot en una Camboya triturada a mansalva; qué decir de las víctimas del Holocausto, de la población civil de Hiroshima y Nagasaki o de los musulmanes masacrados y torturados en la Guerra Secesionista de la extinta Yugoslavia. De todos modos, el poderoso se vale de los enemigos y de las masas aliadas para solazarse en su unicidad, la de haber sobrevivido a todos para que nadie le sobreviviera. He allí la mezquindad del poder, más allá de sus eufemismos ideológicos, deterministas, religiosos o económicos.
5.
No puede ser tarea del escritor dejar a la humanidad en brazos de la muerte. En la visita que Canetti tributa al Melah o barrio judío en Marruecos, hallamos la contraposición de Eros y Tánatos: El bullicio orgiástico de la plaza que lo retrotraía a su origen sefardita (“Veía expresada toda la densidad y calor de la vida que sentía en mí mismo. Cuando me encontraba allí yo era esa plaza. Pienso que siempre vuelvo a esa plaza”) y la esterilidad del cementerio (“Es el desierto de los muertos sobre el que ya nada crece; el último, el desierto póstumo”). En ‘Masa y Poder’ se resalta sin cortapisas que el poder de los muertos descansa en la envidia respecto a los sobrevivientes. La muerte somete en el terror a los vivos que temen ser llevados por difuntos posesivos y espíritus chocarreros. El acoso de los muertos en pena es combatido por nuestros abuelos a través de la rudeza del habla inmersa en la coprolalia. Los mexicanos hacen picnic sobre los sepulcros el día de los muertos y las calacas se cubren de una piel achocolatada. Las manifestaciones de duelo no son más que la simulación de un sentimiento onanista de satisfacción en el sobreviviente cuando se asoma al ataúd en el que yace el otro. Por supuesto, el poder tiene una morbosa predilección por apoyarse en la muerte del individuo y el colectivo; a tal fin ha diseñado múltiples estrategias y técnicas que emparentan a los inquisidores del Santo Oficio con el discurso seglar de la policía política de cualquier país de Occidente. Las cruzadas obedecen a móviles que exceden el paladinismo de corte religioso y pseudoliterario que pende del cordel. Los accesos místicos de expansión y salvaguarda de relicarios de toda índole, la mayoría de las veces, amparan razones bien afincadas en lo terrenal. La metamorfosis, manifiesta en miles de formas de vida que sostienen a todo escritor, no se aviene con la sintaxis insomne y fatalista de la muerte. Priva entonces un mandamiento que incluye todas las exigencias a los escritores que se precien de serlo en una disposición responsable:
No arrojarás a la nada a nadie que se complazca en ella. Sólo buscarás la nada para encontrar el camino que te permita eludirla, y mostrarás ese camino a todo el mundo. Perseverarás en la tristeza, no menos que en la desesperación, para aprender cómo sacar de ahí a otras personas, pero no por desprecio a la felicidad, bien sumo que todas las criaturas merecen, aunque se desfiguren y destrocen unas a otras.
agosto 1, 2015
Me ha gustado este ensayo sobre Canetti, un escritor que mucho admiro. Gracias.
agosto 8, 2015
Extraordinaria glosa de Nóbrega sobre Elias Canetti, que contemporiza las ideas del gran escritor austriaco. Celebro la publicación de este trabajo